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Authors: German Castro Caycedo

Objetivo 4 (3 page)

BOOK: Objetivo 4
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Ella hacía los contactos y por lo tanto nunca transportaba las cosas personalmente, como sí sucedía con Saúl, quien más tarde nos ayudó con Sara y Samuel, la pareja del cuento.

Total, colocamos a una persona para que empezara a hacerle seguimientos a Diana, la de Arauca, a dónde iba, cuando salía a llamar por teléfono, las relaciones con su novio —era una señora entrada en años pero tenía su tinieblo—, mirábamos qué hacían los hijos, uno pequeño y otro mayor, es decir, estudiamos bien la composición de la familia, sus propios movimientos, su situación económica, de manera que cuando ya temamos la información suficiente, viajé a Arauca.

El contacto inicial con Diana lo hicimos de manera que pareciera inesperado. Yo pasé por su lado y dejé caer algunas cosas que llevaba en la mano, la señora tuvo que detenerse y me ayudó a recogerlas y, bueno, empezamos a hablar.

—Mire —le dije— yo vengo de tal ciudad, estoy aquí comerciando con teléfonos celulares, con baterías...

Inmediatamente me gané su atención porque sabía que eso era lo que ella le movía a la guerrilla.

Después la volví a buscar. Otro encuentro fortuito:

—Hola, ¿cómo vamos? Camine, tomemos algo.

Pedimos un par de cervezas, volví a hablar de las cosas que yo vendía, y de pronto le dije:

—Yo sé que usted necesita dinero. Usted no ha pagado servicios de agua y electricidad, está debiendo esto y aquello — porque a pesar de que le mueven muchas cosas a la guerrilla los guerrilleros son desagradecidos con quienes les ayudan. Luego le dije— Usted lleva dos meses sin pagar el colegio de su niño. Su hijo mayor lleva tanto de...

Ella me cortó:

—¿Usted quién es?

—No se preocupe, yo soy un amigo suyo, yo quiero ayudarle y vengo a ofrecerle un negocio.

Ella se puso nerviosa, empezó a temblar, yo nunca le dije que era de la Fuerza Pública sino que estaba interesado en los amigos con quienes ella tenía contacto.

—Es más: para que tenga confianza en mí, permítame, yo la pongo a hablar con alguien.

Fue muy particular. Arauca es un pueblo pequeño y todo el mundo ve con quién se reúne uno. Allá es muy difícil hacer un contacto con una fuente porque todo el mundo está pendiente de todo.

Le marqué a un guerrillero desmovilizado que había tenido una relación no amorosa pero sí muy cercana con ella.

Un guerrillero que había sido supremamente violento en Arauca, pero al parecer se dio cuenta de que estaba en un error y se desmovilizó: dejó las armas y pactó la paz con el Estado.

El teléfono comunicó, y se lo alcancé:

—Hable con su amigo —le dije.

—Pero ¿quién es?

—Hable con él —le repetí.

Cuando el tipo le habló y Diana le reconoció la voz, se quedó fría y empezó a respirar fuerte y a sudar. Ese tipo era perverso. Tenía fama en aquella región.

—¿Ahora sí me cree? —le pregunté—. Yo no vengo a hacerle nada malo. Vengo a ofrecerle un negocio. Usted necesita dinero, yo se lo puedo ofrecer, vengo a buscar información de su trabajo. Empezamos a hablar:

—Bueno, dígame.

—Yo sé que usted va con frecuencia al Meta y que usted me puede ayudar a llegar a un señor importante que está allá con Efreén.

—¡Martín! —exclamó la señora.

—Sí, claro. Necesito saber cómo llegar a él.

Desde luego esa conversación fue la última de varias reuniones, al final de las cuales ella aceptó:

—Mire, tengo a un amigo que les lleva alimentos, les lleva muchas cosas. Él viene mucho aquí a Arauca, yo me veo con él en mi casa o en Villavicencio en la casa de un familiar mío. El está entrando frecuentemente a esa zona. A él lo quieren mucho, sobre todo porque tiene mucha ascendencia con John Cuarenta.

Estaba hablando de Saúl, el del camión.

Bueno, después de aquella reunión nos fuimos con ella hasta Villavicencio, la capital del Meta, el centro de actividades de Saúl.

Allí lo vimos de lejos una tarde. Pero hay una cosa particular: Diana, la de Arauca, nos hizo una presentación indirecta porque entre ellos se tienen mucho miedo: en las FARC todo mundo tiene miedo de todo mundo, "que si de pronto este me entrega...".

Diana me dijo entonces:

—Yo voy y me reúno con él, se lo muestro y luego le digo quién es él.

A partir de aquel momento empezamos a averiguar quién era el tal Saúl y comenzamos un trabajo también dispendioso, parecido al que se hizo con la vieja Diana.

Por ejemplo, comenzamos por tratar de establecer los movimientos que hacía, pero él se nos perdía cuando pasaba por Puerto Lleras, un pueblo en el centro del Llano.

O cuando llegaba a Villavicencio, tomaba un avión, se iba para Arauca y lo seguíamos hasta allá, pero una vez entraba al área rural del Décimo Frente de las FARC o se pasaba para Venezuela, perdíamos contacto con él.

Pero ya, por lo menos, sabíamos que...

—Tal día, a tal hora usted se fue en tal avión, en tal ruta, llegó con tal camisa, mire esta fotografía: ¿Se acuerda cuando lo paró el ejército? ¿Se acuerda cuando lo paró la policía? ¿Se acuerda cuando tal señor le preguntó por la hora?

Cuando empecé a mostrarle las cartas una a una me pareció que había palidecido un tanto.

Hacer el contacto con él fue, digamos, fortuito: a este hombre le gusta ver fútbol y tomar cerveza. Y como tiene algún dinero se va a lugares exclusivos y se instala frente a una pantalla gigante en Villavicencio.

Una tarde llegó a aquel lugar y yo me senté a su lado. A mí no me gusta el fútbol, pero me puse a gritar con el tipo... ¡Gooool!, y brinqué.

Claro, él se dio cuenta de que yo estaba ahí, pedí una cerveza para todos, me dio las gracias:

—¿Qué hubo?

—¿Qué tal?

Ya por lo menos nos identificábamos visualmente.

En adelante empezamos a tener encuentros ocasionales, yo pasaba por su lado y él me veía como diciendo "A este tipo lo he visto en algún lado", yo no le hablaba, pero sabía que cada vez me le hacía más familiar.

Eso tomó su tiempo. Mi base es Bogotá, pero cuando sabíamos que él iba para Villavicencio yo también me iba a hacer la tarea del gol, pues no podíamos quemar las condiciones que habíamos creado en diferentes zonas porque los muchachos de Inteligencia hacen el trabajo a cubierta, hacen verificaciones, hacen control...

Digamos que el hombre público y el de los encuentros con Saúl, el del camión, era yo. Los demás permanecían a cubierta. La cara de la operación era yo. Los muchachos construían toda la información, fotografías, seguimientos, esas cosas.

Por ejemplo, para saber que él se llamaba Saúl lo hicimos a través de un puesto de control del ejército. Los muchachos tenían contacto con un teniente que comandaba una base, y le dijeron:

—En tal carro va una persona, por favor identifíquela.

Ese día él iba con Diana, la mujer de Arauca, y el teniente hizo lo que nunca se hace: tomó los documentos de identidad y se apoyó en el mismo carro para escribir la información. Eso le llamó la atención a Saúl, pero nosotros queríamos que él se diera cuenta de que había un control.

Bueno, pues cuando estaban en esa tarea le tomamos fotografías desde lejos... No resulta común que el ejército o la policía se pongan a la tarea de anotar, tomen un radio, pidan antecedentes a la base...

—¿La cédula tal, a nombre de quién figura? ¿Tiene requerimiento de alguna autoridad?

—Sin novedad, le respondieron.

Queríamos que él notara muy bien que había algo irregular, algo que se salía de lo cotidiano en aquel momento.

Después, cuando empecé a hacer el contacto con él, fui sacando poco a poco cartas para que se diera cuenta —como se hizo con Diana, la de Arauca— que yo sabía mucho más de lo que él podía imaginar.

¿Cuándo me le presenté?

El tipo es seguidor de cualquier equipo de fútbol: le gustan Millonarios, Nacional y los de Europa.

Una de las tardes de fútbol me le acerqué: estaban transmitiendo un partido en Italia, hicieron un gol y esta vez también lo celebré, me quedé mirándolo unos segundos y vi que él se dijo: "Me parece conocido".

Empezamos a hablar, me le presenté:

—Yo manejo baterías, tal, tal, tal, yo me muevo en Bogotá, en Villavicencio, en Cúcuta, frontera con Venezuela, traigo equipos de Panamá, vendo teléfonos celulares en Ecuador, de manera que, lo que necesite, con mucho gusto.

Yo había hecho imprimir unas tarjetas con un teléfono, le di una y Saúl me dijo:

—A usted lo necesito.

Así seguimos conversando y más tarde, le dije:

—Yo sé que usted habla frecuentemente con John Cuarenta, (cabecilla del Frente Cuarenta y Tres). Usted es muy amigo de John.

—¿De cuál John?

—John Cuarenta.

—Yo no conozco a ese señor. ¿Quién es?

—Ese señor es el comandante de tal estructura, tal, tal —le hablé como si fuera guerrillero—. No se afane, hermano, yo soy amigo suyo. No se preocupe que estamos entre amigos... Mire, le vengo a proponer un negocio —y destapé mi primera carta: hace un mes usted estaba en tal lado y se fue en avión para tal ciudad. Hace una semana vino aquí a Villavicencio, se vio con tales personas, llevó tales cosas de Puerto Lleras, Llano adentro. Usted se fue a ver con Efreén y a llevarle una encomienda tal día.

El hombre estaba paralizado:

—¿Usted quién es? —me preguntó.

—Me llamo Salomón Rodríguez y soy una oportunidad para que usted se gane un dinero. Yo represento al Estado. Usted no necesita saber nada más de mí. Quiero negociar con usted. Me urge encontrar a un señor que usted conoce.

—¿Quién es?

—Martín Sombra.

Se quedó callada Es que | Sombra le tenían mucho miedo. Uno percibe ese miedo en la gente.

—¿Ustedes quieren a Martín? —preguntó—. Nunca lo van a poder agarrar.

—¿Por qué no?

Porque él es imposible de capturar. Él se ha escapado de veintidós combates con el ejército y no tiene ni una sola herida. A él le han matado a todos los hombres y el único que ha salido ileso ha sido él.

Nosotros estamos a lo bien y le aseguro que vamos a hacer un buen trabajo —le dije, pero el hombre no quería, no quería, y finalmente abrió la boca:

—Si quiere, dígame y yo le ayudo a ubicar a otras personas para que ustedes hagan la misma operación y los capturan pero es que a Martín Sombra nadie lo puede pescar... Mire una cosa. Una cosa muy seña: Martín Sombra tiene pacto con el diabla Cuando alguien trata de seguirlo, él se esfuma, se convierte en arbusto, se transforma en un animal, en un perro, en un cerdo. Por favor.

Diez días más tarde volví a Villavicencio a cumplir una cita con él. Allí alguien le prestaba un automóvil y esa tarde casualmente vi que estaba saliendo del vehículo y lo llamé por teléfono:

—Qué hay, hermano, ¿dónde anda?

—Voy saliendo para Acacias —dijo.

—Pero usted está en la ruta para Restrepo, en sentido contrario —le respondí.

—¿Cómo así? ¿Usted dónde está?

Después cuando nos vimos con él comprobé que ya estaba reclutado:

—Mire, hermano —me dijo—, por favor, créame, yo le estoy siendo fiel, yo le estoy trabajando, pero por favor, no me sigan más. Mire, me estoy muriendo de los nervios porque a donde voy siento que ustedes me están siguiendo.

Era su psicosis poique ya no tenían tanta gente como para hacer un control veinticuatro horas al día. En ese momento me impresionó una vez más ver cómo con algunos elementos de información podía ser controlada una persona.

Bueno, pues lo que él nos decía era lo que realmente estaba haciendo, a tal punto que se volvió ciento por ciento fidedigno en la información que me suministraba.

Para reforzar el reclutamiento de Saúl, como se llama esa fase, yo le decía;

—Mire esta foto.

Era la fotografía de cuando el teniente del ejército le estaba pidiendo la identificación al lado de un carro, y él respondió:

—Yo sí sabía que allí había algo raro porque anotaron el nombre de todos los que íbamos en ese campero.

Pero como yo no quería que supiera quiénes éramos nosotros, si Policía, Ejército o seguridad del Estado, entonces saqué otra fotografía en la que estaba en un puesto de control de la Policía. Entonces él quedó mucho más loco:

—Pero, hermano, dígame usted quién es. Usted con quién trabaja.

—No, hermano. Lo único que necesito es que usted sepa que yo estoy con el Estado y que soy una solución para que usted cambie su vida. No quiero que sepa nada más.

—No, es que usted me está arriesgando porque pone gente a que me vigile para saber qué hago cuando vengo a Villavicencio.

—Usted sabe que esta es una dudad muy delicada y hay mucha gente que lo cuida a uno para saber si está hablando con la Fuerza Pública, pero tranquilo que aquí nadie me conoce. Nadie sabe que yo pertenezco a un organismo del Estado, entonces no se apure: somos amigos comunes y corrientes. Como le dije, yo soy un empresario, yo muevo elementos de comunicación y tengo cómo sostener mi imagen de comerciante.

Le fui bajando la prevención y sobre todo el miedo que a él le daba esa relación conmigo, porque temía que yo lo ubicara y que lo matara. Le dije:

—Tranquilo, no vamos a trabajar sobre John Cuarenta sino sobre Martín Sombra, de manera que por ese lado esté más tranquilo... Yo sé que Martín se encuentra en tal rincón, de La Cooperativa para adentro. Ayúdeme a ubicarla En ningún momento lo voy a poner en riesgo.

Empecé a darle unas pautas de trabajo sobre la seguridad personal, sobre las comunicaciones, sobre otros aspectos en una primera fase. Es que cuando uno está reclutando gente no falta el espía frustrado o sea el hombre que se arriesga mucho y por tanto se hace evidente. Por ejemplo, copiar los números de un teléfono sin que se los hayan dictado para traemos la información y alguien se da cuenta de lo que está haciendo. Eso puede ser un error fatal...

Le di las pautas y le dije:

—Todo lo vamos a hablar personalmente, anote mi número telefónico. Cuando me llame, mi nombre es Salomón. En la próxima venida a Villavicencio nos veremos. Tranquilo que yo sé cuándo va a venir usted, no se afane que cuando llegue yo lo contacto.

Así ocurrió, él me avisaba de sus viajes y yo le llegaba a diferentes lugares de la ciudad. Algunas veces iba en su camión, se detenía en algún semáforo, yo me bajaba del carro o de una moto y le tocaba en la ventanilla,

—¿Qué hubo, hermano?

Me subía con él y nos íbamos. Así lo mantenía loco. Nunca sabía por dónde llegaba yo, ni a qué hora, ni dónde lo iba a contactar.

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