Authors: German Castro Caycedo
Una historia secreta de espionaje moderno, seguimientos satelitales, visores nocturnos, comandos jungla y mucha sagacidad colombiana.
Objetivo 4 son historias salidas del mundo del talento, la astucia y la imaginación, pero ante todo, de algo que nadie nos podrá enseñar jamás, como es la sagacidad nata de nuestro pueblo, que nosotros mismos llamamos malicia indígena. Pese al tema central, el libro es un conjunto de relatos no-ficción en los cuales el autor rechaza recrear la violencia que caracteriza parte de la narrativa y del mundo audiovisual local de las últimas décadas, lo que no significa de ninguna manera plantarse de espaldas a la realidad.
Las historias contadas por los mismos actores, oficiales de Inteligencia de la Policía de Colombia, parecen superar secuencia tras secuencia cualquier intento de la imaginación, y a cambio logran su clímax en la vitalidad de los episodios y en el suspenso que caracteriza a este trabajo.
En el libro, una de las diferencias con lo que autores como Héctor Abad Faciolince llaman sicaresca colombiana estriba en que los verdaderos protagonistas son quienes les dan jaque mate a los bandidos en un juego de ajedrez real.
German Castro Caycedo
Objetivo 4
ePUB v1.0
iBrain20.07.12
Título original:
Objetivo 4
German Castro Caycedo.
Periodismo y Actualidad
ISBN: 978958422420-0
Formato: 15.5 x 23.5 cm.
Encuadernación: Tapa rústica
Sello: Planeta
No. de Edición: 9
Publicación: Julio 2010
Editor original: iBrain (v1.0 a v2.0)
ePub base v2.0
Cuatro relatos en los cuales no se ha permitido ninguna concesión al imaginario, porque nuestra realidad es tan vital que supera cualquier esfuerzo por crear situaciones novelescas.
Se trata de historias basadas en el juego de ajedrez, el talento y la astucia natural del pueblo colombiano y el suspenso del trabajo de Inteligencia, en las cuales tampoco son recreadas escenas de violencia, entre otras cosas porque los personajes que cuentan jamás lo hacen.
En este libro cada secuencia ha surgido de las vivencias de miembros de algunos de los cuerpos élite de la Policía de Colombia que me abrieron sus puertas, gracias al asentimiento del general Óscar Naranjo Trujillo, director general de esa institución.
EL AUTOR
Para comenzar estábamos casi en ceros. No es extraña Contábamos con algunos datos tan vagos como "Es un guerrillero viejo en las FARC" O "Un veterano que tiene línea directa con Tirofijo, el cabecilla", o "Un tipo que sabe mucho de guerra".
Luego de varias entrevistas tuvimos informaciones muy abiertas que hablaban de alguien de la cúpula de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) guerrilla, pero no sabíamos ni el nombre, ni el apodo, ni la edad, ni la estatura, ni la procedencia... A partir de ahí comenzamos a trabajar en la localización de este objetivo.
Desde luego, el primer paso fue buscar un nombre en los archivos. Primero consultamos todo aquello que había sobre Tirofijo: empezamos por leer y memorizar hasta puntos y comas, si se quiere, y apartábamos lo que iba saliendo sobre compañeros, guerrilleros antiguos, veteranos de los Bloques y de los Frentes. Fue un trabajo de días. Al final encontramos a diez de mayor edad.
Con esta guía le dijimos al jefe:
—Hay estos diez cabecillas que son viejos, más de veinte años en la guerrilla de las FARC, y todos tienen contacto con Tirofijo según nuestros registros.
Se imprimieron aquellos archivos, se le mostraron y sobre ellos se continuó el trabajo.
Teníamos que conocer y saber quién era esa persona, por lo cual sugerimos hacer una reunión con gente del área de Operaciones: gente que tiene que ver directamente con las labores en el terreno. Necesitábamos armar un equipo para llegar a este objetivo.
Sin embargo, con una información tan débil quedé insatisfecho y continué buscando, buscando, basta encontrar que a aquel le gustaba el alcohol.
Éramos un coronel de Operaciones, un capitán de Inteligencia y yo como analista. Les mostré la selección de los diez cabecillas que habían durado doce, trece, quince y veinte años en las FARC. Tenían contacto con Tirofijo, pertenecían a un grupo que llamamos Marquetalianos, haciendo alusión al comienzo de las FARC. Se trataba de personas muy disciplinadas que conocían esa organización, conocían los estatutos de las FARC, sabían qué significa una guerrilla, una columna, un frente, un bloque.
En la reunión se acordó hacer contacto con una fuente que podría hablar sobre un guerrillero con esas características y se definió que yo manejaría la parte de análisis y Salomón, un mayor, se pondría a la cabeza de Operaciones.
Poco después Salomón manejó aquella fuente, habló con ella pero no encontró nada concreto, aparte de que el guerrillero que buscábamos había nacido en el mismo medio de Tirofijo Una tarde, Salomón me llamó nuevamente:
—¿Qué más le puedo preguntar?
—¿Cómo es esa persona? Si la ha visto físicamente que la describa. ¿En qué zona se encuentra? ¿En qué municipio o qué región? ¿Cómo la conoció?
Dos días más tarde nos reunimos y me dijo que se trataba de un guerrillero de quince años en las FARC. Eliminamos los de menos tiempo en el listada.
—El de quince años también bebe trago y sabe de guerra —les dije.
Más adelante llamamos al Programa de Atención Humanitaria y como nos dijeron que el objetivo era del Tolima, una región al suroccidente de Bogotá, preguntamos por guerrilleros que se hubieran desmovilizado en aquella zona.
Localizamos a cuatro del Frente Veintiuna Fuimos al centro de la ciudad y hablamos con ellos. Se trataba de mandos medios: siete u ocho años en las FARC. Sin embargo, tres aceptaron saber algo:
—Hay un señor al que le dicen Don Martin, que cuando iba a cierta zona, a la gente le tocaba guardar silencio y, además, prestarle seguridad. Es decir, irse a las afueras del pueblo, unos de civil y otros de guerrilleros y estar atentos a la llegada de ejército o de policía —dijo una.
Otro de ellos —que estuvo en el primer anillo de seguridad—dijo que "cuando Don Martín salía al pueblo se demoraba dos días, pero eran dos días de rumba en una casa, con trigo y mujeres jóvenes". Sin embargo, el tipo se mostraba reacia Veíamos que sabía mucho más pero prefirió callar.
Como es costumbre, antes de buscarlo nuevamente repasamos la información que nos había dado, la analizamos y estudiamos de quién se trataba. En la base de datos supimos que efectivamente se había desmovilizado pero que no tenía ingresos. Solución: ofrecerle dinero Dos días después le dijimos:
—Bueno, queremos saber más sobre la casa de las fiestas... A propósito, ¿quiere desayunar? Vamos.
En el desayuno no le preguntamos nada. Después fuimos a un lugar que nosotros llamamos "con ambiente controlado", es decir, con cámaras y grabadoras de sonido y allá lo entrevistamos:
—Queremos que nos hable de la casa de las fiestas. ¿Dónde queda? ¿Usted qué vio allá? ¿A quién vio entrar?
—Mire, el que vi entrar, que llegó en una camioneta cuatro por cuatro, es un señor gordo, vestido con ropa de camuflaje: era el que mandaba.
—¿Ese es Don Martín?
—Sí Ese era Don Martín. A mí no me lo dijeron pero él era quien mandaba. Cuándo él entraba a la casa, dos horas después empezaba la fiesta. Dos días más tarde regresaba la misma camioneta y él se iba en ella. Nosotros nos quedábamos allí a la expectativa y a las dos horas nos daban la orden de volver a actividades normales.
—Descríbala ¿Cómo es?
—Una persona gorda, más o menos un metro con sesenta y ocho de estatura, cabello entrecano, tez morena, usaba gorra, es vieja.
A partir de allí abrimos una bitácora que registraba desde el instante en que empezó el trabajo anotando informaciones detenidas, día a día. Esta vez abrimos una carpeta llamada Objetivo Don Martín. Dentro de aquella incluimos otra que decía Avance con la fecha y el texto de la entrevista. A partir de allí abrimos nuevos interrogantes.
Cuando supimos cuál era la casa de las fiestas, en Planadas, un pueblo en el Tolima a unas siete horas de Bogotá, se envió una comisión para que verificara el sitio exacto y diera una descripción lo más detallada posible, vecindario, cosas así, y le pedí a Salomón fotografías de la casa y de quienes vivían en ella.
Él envió a dos personas de su equipo y ellos llegaron, averiguaron cómo estaba la zona, si se podía entrar al pueblo o no. En la Seccional de Inteligencia en la capital del departamento del Tolima preguntaron por la situación de orden público en Planadas. Les dijeron que era muy insegura, que en el área había presencia de guerrilla y que por tanto ellos no podían ingresar.
Desde Bogotá les ordenaron entonces entrar como policías uniformados, trasladados a la estación del lugar para hacer todas las actividades de un policía, no de Inteligencia sino de agente normal en su estación y, por su seguridad, se hicieron todos los trámites para que en la base de datos no apareciera que pertenecían a Inteligencia. Desde luego, tanto el comandante como los efectivos de la Policía local desconocían el plan.
En la Dirección les habían explicado su intención:
—Identificar la casa donde estuvo Don Martín. Deben mirarla, tomarle fotos, averiguar quién vive en ella, quién ha estado allá e indagar sobre el mismo Don Martín.
A partir de allí ellos se comunicaban con Salomón a través de buzón muerto —sitio oculto para dejar comunicaciones— o por medios seguros, y él, a su vez, nos alimentaba a nosotros como analistas. Con ese fin se creó un período de quince días para obtener resultados positivos.
Inicialmente enviaron fotografías de la casa y con ellas realizamos otra entrevista con el desmovilizado, le mostramos varias y entre ellas la que mandaron los enviados. Buscábamos comprobar el grado de veracidad de su información.
Obviamente al ver la hoja y ver las fotos de las diferentes fachadas, señaló la verdadera. Sólo necesitábamos eso.
Con esa base se tomó contacto con los policías de Planadas y se les dio luz verde para que continuaran indagando.
En aquella casa vivía un señor canoso de treinta y cinco años, de nombre José Ortega, que se mantenía sentado en una silla mecedora en la puerta de entrada. Se veía que le llevaban mercado y parecía tranquilo. El era quien recibía al personaje. Ahora se trataba de que nuestros agentes hicieran contacto con este señor y nos dijeran quién era Don Martín.
Pero empezó a correr el tiempo y durante el primer mes no se pudo tener contacto con el tal José Ortega porque era muy cerrado, no hablaba con nadie, menos con gente de la autoridad. Finalmente los policías dijeron que hablaba mucho por celular.
Su trabajo consistió entonces en continuar controlándolo y esperar, hasta cuando un día se alejó de la casa y caminó hasta una central telefónica. Cuando se alejó, comprobaron que había llegado al lugar y cuando ocupó la cabina, uno de los policías se coló y trabó conversación con la telefonista. Finalmente salió el hombre, miró al policía pero lo vio muy concentrado en la muchacha y continuó su camino.
Pero cuando se alejó, aquellos descolgaron el auricular y en la pantalla del sistema salió el número al cuál había marcado. Con ese dato iniciamos otra etapa de trabajo.