—Pero… pero os vi juntos. En la hoguera —resoplé—. Os estabais abrazando y ella…
—… Acababa de romper con su novio —terminó Aaron—. Estaba preocupándome por ella. Es como una hermana o una prima o algo así.
—Claro —dije, y me sorprendió lo normal que me salía el sonido cuando dentro de mí todo estaba gritando.
—No como vosotros dos —dijo Aaron andando hacia el jardín, con las manos en los bolsillos—. ¿Por qué la mantenías en secreto, Max? ¿Es que os habéis vuelto todos tímidos o algo? —lo decía en tono de guasa y Max se rio.
—Y yo qué sé. A casa ha venido. Yo no tengo la culpa de que tú no estuvieras.
Cerré los ojos.
—¿Qué? —dijo Aaron apretando los labios, aunque su tono era suave—. ¿Cuándo?
—Pues no sé, como en noviembre o así. Viniste y te quedaste un rato, ¿no?
Abrí los ojos despacio.
—Sí. Sí, fui.
Empezó a soplar viento, levantándome los bajos de la chaqueta de Max. Y aunque me estaba helando, me dieron ganas de arrancármela y tirarla al suelo.
—Vamos dentro —dijo Max cogiéndome de la mano.
—La verdad —repliqué soltándole los dedos— es que no me encuentro demasiado bien. Creo que me voy a ir a casa. —Me quité su chaqueta—. Necesito tumbarme.
Sola
—añadí, porque Max me había guiñado un ojo.
Sin mirar a ninguno de los hermanos, atravesé el césped sintiendo la necesidad de llamar a mi madre o a mi padre para que fueran antes a buscarme. Max vino detrás de mí gritando.
—¿Qué pasa con tu abrigo y con tus cosas?
Paré y maldije en voz baja.
—Esto…, están en el cuarto de Lauren. ¿Podrías entrar tú a buscármelos? —No parecía que a Max le hiciera mucha gracia, pero desapareció dentro de la casa, dejándonos solos a Aaron y a mí.
No hablamos ninguno de los dos.
Me pregunté si a él el corazón le estaría latiendo tan fuerte como a mí.
—Lo siento —dije por fin—. Debería habértelo dicho.
Aaron sorbió con la nariz.
—No hace falta que te disculpes. Entre nosotros tampoco había pasado nada.
Tragué saliva. Hice una pausa. Moví los dedos.
—Pero había algo…
Aaron puso cara de sorpresa.
—¿Lo había?
Dando un paso al frente, susurré:
—Tú sabes que sí.
Aaron cruzó los brazos.
—No eres más que una chica con la que me encuentro todo el tiempo. Una persona a la que apenas conozco.
Esas palabras me golpearon en la boca del estómago.
—No lo dices en serio.
Él asintió durante demasiado rato.
—Claro que sí. Mi hermano y tú… Hacéis buena pareja.
—No somos pareja.
—Pues no es eso lo que parece visto desde aquí.
Me aparté el pelo de los ojos.
—Lo siento, ¿vale?
Aaron mantuvo un tono frío al responder.
—Ya te he dicho que no hace falta que te disculpes. Tú eres libre de ver a quien tú quieras. ¿Por qué no ibas a serlo?
—Porque somos…
—
Amigos
—terminó Aaron—. Como mucho. Conocidos, diría más bien.
—¡Ah, pues estupendo!
—
Sí
que es estupendo —dijo Aaron, con una condescendencia como si yo me hubiera vuelto loca o algo. Lo fulminé con la mirada, y puede, Stuart, que yo no tuviera derecho a estar furiosa, pero vete tú a contárselo a la ira que tronaba por mis venas.
—¡Si eso es lo que quieres!
—Eso es lo que hay —respondió Aaron en el mismo tono frío. Sonrió con la boca pero no con los ojos—. Diviértete con mi hermano —dijo antes de volverse a la fiesta, y mientras lo veía marcharse, en aquel mismo momento y en aquel mismo lugar, decidí que divertirme con su hermano era precisamente lo que iba a hacer.
* * *
La primera mañana del año empezó con un amanecer rojo intenso, como si toda mi ira estuviese ardiendo en el cielo. Apenas había dormido, me había quedado dándole vueltas y más vueltas a la conversación, y al final ya no me acordaba de qué había dicho Aaron ni de qué había dicho yo, pero sabía que él estaba En Un Error y, Stuart, he puesto esas mayúsculas aposta para que veas lo convencida que estaba de ese Hecho Concreto.
Abrí de un manotazo la puerta de la nevera y me serví la leche con demasiada brusquedad, planeando mi venganza. Iba a hacer que Max se enamorara de mí y puede que yo también me enamorase de él y subiríamos a las montañas y nos sentaríamos en lo alto entre las brumas y yo no haría los deberes y que se fastidiara todo el mundo. Tiré la cuchara al fregadero, donde repiqueteó contra un tazón.
—Feliz Año Nuevo a ti también —dijo Soph, con la boca llena de cereales.
—Esos modales, Sophie —le recordó mi madre levantando la vista del portátil.
Solo Dot estaba de buen humor, caracoleando de aquí para allá con una lista de buenos propósitos escritos con un lápiz de color en una hoja grande de papel.
—Bueno, el primero es ponerme a régimen —dijo por signos señalándose su rolliza tripa—. El segundo es aprender a volar observando a los pájaros, y el tercero es ser amable con todo el mundo menos con los profesores y con los desconocidos, que igual me quieren robar algo, y el cuarto es… —Siguió y siguió y luego se me subió en las rodillas, preguntándome por mis buenos propósitos.
—No tengo ninguno.
—Y ¿qué tal «trabajar mucho y hacer bien los exámenes de fin de curso»? —intervino mi madre, con los ojos clavados en una página web sobre implantes auditivos.
—Son solo un simulacro de exámenes.
—Los simulacros son importantes, Zoe. Si vas a hacer Derecho, pues…
—¿Quién ha dicho que vaya a hacer Derecho? —salté.
Mi madre tecleó algo rápidamente.
—Bueno, y ¿qué vas a hacer si no?
—Puede que escribir. O puede que no. Todavía no lo sé. Tampoco hace falta tenerlo todo planeado.
—Eso es una tontería —suspiró mi madre haciendo un par de clics con el ratón.
—No es una tontería —dije, enfurruñada—. No hay ninguna prisa, ¿no? Ya veré cómo me siento cuando termine el instituto. —Mi madre chasqueó la lengua con desaprobación, y yo respondí imitándola y fui enviada escaleras arriba por descarada.
Mi cuarto estaba desordenado, pero no lo arreglé y me desplomé ante mi escritorio, a la espera de que Aaron se disculpara. La verdad, Stuart, es que no sé cuándo se inventaron los móviles, si fue antes o después del juicio por tu asesinato, o sea que puede que tú no hayas tenido nunca que pasarte horas esperando un mensaje. Si es así, créeme que en eso al menos puedes considerarte afortunado, porque es una tortura, estar oyendo pitidos imaginarios, las esperanzas que se disparan se disparan se disparan al ir a mirar el teléfono, y el corazón que se te vuelve a desplomar, haciéndose pedazos contra la pantalla vacía.
El día se me estaba haciendo interminable y la tele no ayudaba. No ponían más que una película antigua detrás de otra. Estoy segura de que habrás oído hablar de
Lo que el viento se llevó
y a saber si no la habrás visto incluso, y si es que sí, me pregunto si conseguiste aguantar despierto, porque esa película es muy larga…, tan larga que en el tiempo que duró tuve que ir dos veces al cuarto de baño. Al verme revolverme en el sofá, mi madre no paraba de susurrarme: «Tú ten paciencia», como si al final fuera a ver ampliamente recompensado el esfuerzo que estaba haciendo. Me tragué las cuatro horas enteras solo para ver cómo se acaban reconciliando los enamorados, así que te puedes imaginar la decepción que me llevé cuando el tipo que se llamaba Rhett deja plantada a aquella mujer que se llamaba Scarlett y justo se termina la película. Miré a mi madre con cara de
está—claro—que—la—cosano—puede—quedar—así
, pero Rhett no volvió y Scarlett no corrió tras él, o sea que era así como acababa la película.
Lo que el viento se llevó
fue una decepción aún mayor que
La gran evasión
(en la que no se evaden), así que le quité a mi madre el mando a distancia y le di con rabia al botón de apagar.
—¿No te ha gustado? Es una de las historias de amor más impresionantes que jamás se hayan contado —dijo mi madre.
—Pues qué deprimente.
—Menos deprimente que
Titanic
—bostezó Soph—. Por lo menos, Rhett no murió congelado y luego se hundió en el fondo del océano.
La puerta se abrió de golpe y entró corriendo Dot con
Calavera
en brazos. Se puso de rodillas, con las orejas del conejo asomándole por encima del hombro.
—¿Se ha acabado ya eso del viento?
—
Lo que el viento se llevó
—la corrigió mi madre.
—Yo sé por qué se llama así —sonrió Dot con aire satisfecho, y me di cuenta de que se había preparado un chiste.
Mi madre se lo pensó bien.
—Creo que es porque Rhett se marcha al final, como si se lo llevara el viento —dijo muy seria por signos.
Dot negó con la cabeza, sonriendo de oreja a oreja.
—Es porque el hombre hace caca antes de irse.
* * *
Esa noche, cuando estaba tumbada debajo de mi edredón, disgustada y triste, estiré el brazo hasta la mesilla y cogí una última vez el teléfono. Se encendió, verdoso e inexpresivo. Con su luz esmeralda, me puse a hacer sombras chinescas en la pared. Cerca de mi estantería ladró un perro al que luego se le echó encima un gato, y aunque los perros y los gatos no suelen llevarse bien, los que había en mi cuarto desafiaban todo pronóstico para arrellanarse juntos encima de algún diccionario. Me quedé un instante mirándolos antes de darme la vuelta, con una necesidad de Aaron tan grande que hasta me dolía estar en mi propia piel. La ventana vibraba porque el viento estaba soplando fuerte y, Stuart, sentí con toda intensidad que a él se lo estaba llevando el viento.
Con cariño,
Zoe x
Calle Ficticia, 1
Bath
22 de enero
Hola, Stuart:
Me acabo de enterar de las noticias. Lo dijeron hace un par de días, pero hasta esta noche no me había acercado al ordenador. Casi siempre que entro en internet busco tu nombre, y hoy había un artículo nuevo en
The Texas Online Chronicle
que decía que la fecha de tu ejecución se ha fijado para el 1 de mayo.
El 1 de mayo, Stuart. No me lo puedo creer. De todas las fechas posibles.
Me están temblando las manos, así que me cuesta escribir a pesar de que tengo una tumbona nueva que debe de haber comprado mi padre en las rebajas de alguna tienda de jardinería o algo así. No puedo ni imaginarme cómo te estarás sintiendo tú. Según mis cálculos, lo más probable es que ahora mismo estés justo despertándote, porque Texas va seis horas por detrás de Inglaterra, y apuesto lo que sea a que no eres capaz de tomarte el desayuno. Ni que decir tiene que haría lo que fuera por ayudarte. Igual puedo ponerme en contacto con la monja que vino al instituto a hablar de la pena de muerte para organizar algo, como por ejemplo una protesta o una petición, y no te preocupes, porque apuesto a que conseguimos por lo menos cien firmas de las monjas del convento.
El gobierno de Texas no puede ponerte a dormir. No puede y punto. Hasta la semana pasada no había leído tu poema
Clemencia
y cómo «lamentas haber matado / con el cuchillo de trinchar el pavo / a la mujer que estaba a tu lado». Yo, sinceramente, pienso que mereces una oportunidad para rehabilitarte. Si yo fuera el presidente de Estados Unidos, por supuesto que seguiría teniendo cárceles, pero para ayudar a los delincuentes en lugar de matarlos como si no quedara ninguna esperanza. Para mí nadie puede dar por perdido a un ser humano así, como si le hubieran mirado dentro del alma y hubiesen decidido que es todo maldad, pura maldad sin la más mínima cosa buena que valga la pena salvar.
Lo menos que puedo hacer es terminar lo que he empezado. Ahora se nos está acabando el tiempo, y voy a tener que ser más rápida. Tengo que terminar de contarte mi historia antes del 1 de mayo y espero que eso te distraiga un poco de esos últimos preparativos, como tu última comida, que me imagino que será una hamburguesa con queso, patatas fritas rizadas y un batido con dos pajitas y, por supuesto, un sobrecito de kétchup para acordarte de los buenos tiempos. En todo caso, es mejor que sigamos, porque estamos trabajando contra el reloj, así que imagínate las manecillas girando a toda velocidad doce meses hacia atrás hasta el pasado enero, y empezaremos por cuando estábamos Lauren y yo sentadas en un escalón en la entrada del instituto, tiritando con nuestros abrigos a la hora del recreo en aquel primer día del trimestre.
—Y ¿qué tal terminó la fiesta? —pregunté.
Lauren entrelazó los dedos y se sopló en el hueco que formaban.
—Bien. Genial, la verdad. Aunque Max te echó de menos. Cuando te fuiste andaba de aquí para allá con una cara que parecía el culo de un oso. Hasta le dijo que no a Marie cuando se puso a tirar de él.
—¿Qué? —dije bruscamente.
—No te preocupes, él no hizo nada. Marie se tuvo que conformar con el intento. Sinceramente, estaba fatal. No paraba de tropezarse, no sabía ni lo que hacía. Vomitó por toda la entrada de mi casa y a la mañana siguiente vi a un pájaro
comiéndoselo
.
—¿Cómo fue?
—Nada, como que vino volando y empezó a picotear por un lado de…
—No —interrumpí—. ¿Cómo dijo Max que no?
Lauren me explicó cómo Marie se había acercado a él haciendo eses y había intentado darle un beso, pero él había apartado la cabeza, probablemente pensando en mí.
—O por eso o porque ella apestaba a vómito —terminó Lauren—. Fuera lo que fuese, yo creo que le gustas.
La depresión que tenía desde la fiesta mejoró un poco. Qué más daba que Aaron hubiera dicho lo que dijo. Su hermano estaba interesado en mí y yo tenía que mantenerlo así, que fue por lo que a última hora salí disparada de Francés y bajé los escalones a la carrera hasta la sala de Arte Dramático, donde sabía que Max tenía la última clase del día. Lo encontré saliendo del aula con la boca llena de patatas fritas. Le hice señas con la mano para llamar su atención y él me siguió a la vuelta de la esquina.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Fenomenal. Muy contenta. No de que haya vuelto a empezar el instituto. Sino ya sabes. De verte a ti.
Max sonrió abiertamente, sacudiéndose restos de patatas fritas de la barbilla.
—Yo también. Te eché de menos en la fiesta, Zo.
—Siento haber desaparecido. —Puse los dedos en su cinturón—. Justo cuando las cosas estaban empezando a ponerse interesantes… —Jugueteé con su hebilla—. Qué lástima que no encontráramos aquella habitación vacía… —Le tiré de la punta de la corbata sintiéndome inmune al peligro, cosa muy poco propia de mí—. Así que… ¿te apetece hacer algo esta semana al salir de clase? ¿Puedo ir a tu casa?