Read Nocturna Online

Authors: Guillermo del Toro y Chuck Hogan

Tags: #Ciencia Ficción, Terror

Nocturna (39 page)

BOOK: Nocturna
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El otro agente empacó los computadores portátiles de Eph y Nora, y les pidió que lo acompañaran a las escaleras del edificio.

Se encontraron en el corredor del segundo piso con los dos policías que habían ido tras Setrakian. Estaban lado a lado, casi de espaldas el uno contra el otro, y esposados.

Setrakian apareció detrás del grupo blandiendo su espada. La puso en el cuello del agente principal del FBI. Tenía una daga pequeña en la otra mano, también de plata, y la mantuvo cerca de la garganta del director Barnes.

—Caballeros —dijo el anciano—, ustedes son rehenes de una batalla que está más allá de su comprensión. Tome esta daga, doctor.

Eph tomó el mango del arma y la acercó a la garganta de su jefe.

—¡Santo cielo, Ephraim! —dijo Barnes—. ¿Has perdido la razón?

—Everett, esto es más grave de lo que sospecha; va más allá de la jurisdicción del CDC, e incluso de las agencias de seguridad del estado. Se ha propagado una enfermedad nefasta en esta ciudad, como nunca habíamos visto. Y esto es apenas el comienzo de la catástrofe.

Nora se acercó al agente del FBI para pedirle que le devolviera los computadores.

—Ya tengo toda la información que necesitamos de la oficina. Parece que no regresaremos.

—Por el amor de Dios, Ephraim. Recupera la razón —le suplicó Barnes.

—Everett, me contrató para hacer este trabajo, para hacer sonar la alarma cuando se presentara una crisis de salud pública. Estamos al borde de una pandemia a nivel mundial. De una extinción masiva. En algún lugar hay alguien que está haciendo todo lo posible para lograr su objetivo.

Grupo Stoneheart, Manhattan

E
LDRITCH
P
ALMER
encendió los monitores para ver las noticias en seis canales distintos. El que más le interesó fue el del ángulo inferior izquierdo. Bajó la silla, dejó sólo ese canal y subió el volumen.

El reportero se encontraba fuera del Precinto 17, en la calle 55 Este. Un oficial de la policía acababa de decir «sin comentarios», con respecto a una serie de informes sobre casos de personas desaparecidas que se habían presentado en toda la ciudad de Nueva York en los días anteriores. Una fila de personas estaba fuera del precinto; eran tantos que no cabían dentro y se vieron obligados a cumplimentar sus formularios allí. El reportero informó sobre otros incidentes aparentemente inexplicables, como, por ejemplo, asaltos a casas donde no parecía haberse sustraído ningún objeto de valor, pero en las que tampoco había señales de sus moradores. Lo más extraño de todo era que la tecnología moderna no había servido de nada para encontrar a las personas desaparecidas: los teléfonos móviles, casi todos equipados con GPS, habían desaparecido con sus propietarios. Esto llevó a algunos a especular que ciertas personas estaban abandonando voluntariamente a sus familias y sus trabajos, y a señalar que las desapariciones parecían coincidir con la reciente ocultación lunar, sugiriendo así una conexión entre ambos eventos. Un psicólogo habló del riesgo de histeria colectiva de bajo grado que puede presentarse después de ciertos eventos astronómicos. El informe terminó con el reportero mostrando a una mujer que lloraba y sostenía el retrato de una madre desaparecida.

Luego apareció el comercial de una crema «que desafía la edad», diseñada para «ayudarte a vivir más y mejor».

El magnate congénitamente enfermo apagó el audio. El único sonido, además del de la máquina de diálisis, era el zumbido detrás de su sonrisa de avaricia.

En otra pantalla se vio una gráfica que mostraba el declive de los mercados financieros y la devaluación progresiva del dólar. El mismo Palmer estaba alterando los mercados bursátiles, retirando sus acciones de las bolsas de valores y comprando metales: lingotes de oro, plata, paladio y platino.

El comentarista sugirió que la nueva recesión también ofrecía oportunidades para negociaciones futuras. Palmer estaba en total desacuerdo. Él estaba acortando futuros: los de todo el mundo, menos el suyo.

Recibió una llamada a través del señor Fitzwilliam. Era un agente del FBI que llamaba para informarle de que el doctor Ephraim Goodweather, el epidemiólogo del proyecto Canary, había escapado.

—¿Escapó? —preguntó Palmer—. ¿Cómo puede ser?

—Estaba con un anciano que aparentemente es más astuto de lo que parece. Está armado con una espada de plata.

Palmer guardó silencio momentáneamente y sonrió con dificultad.

Las fuerzas se estaban confabulando en su contra. Pero no había ningún problema; todas podían aliarse en una sola, así sería más fácil eliminarlas.

—¿Señor? —dijo su interlocutor.

—No es nada… —respondió Palmer—. Simplemente me acordé de un viejo amigo.

Préstamos y curiosidades Knickerbocker,
Calle 118, Harlem Latino

E
PH Y
N
ORA
estaban con Setrakian detrás de las rejas metálicas de su negocio. Los dos epidemiólogos todavía estaban agitados.

—Les di su nombre —dijo Eph, mirando por la ventana.

—El edificio está a nombre de mi difunta esposa. Aquí estaremos seguros por el momento.

Setrakian estaba ansioso por ir a la armería del sótano, pero los dos médicos todavía estaban asustados.

—Ellos vendrán por nosotros —señaló Eph.

—Y le despejarán el camino a la epidemia —replicó Setrakian—. Pues el virus avanzará con mayor rapidez en una sociedad normal que en una en estado de alerta.

—¿A quiénes se refiere? —preguntó Nora.

—Quienquiera que tenga la influencia para haber traído ese ataúd en un vuelo transatlántico a pesar de todos los controles que hay en esta era del terrorismo —contestó Setrakian.

Eph caminó de un lado para el otro y comentó:

—Nos tendieron una trampa. Enviaron a una pareja que se parecía a nosotros para robar los restos de… Redfern.

—Usted es la autoridad encargada de detonar la alarma general para el control de enfermedades. Agradezca que sólo intentaron incriminarlo.

—No tendremos ninguna autoridad si no recibimos el apoyo del CDC —comentó Nora.

—Debemos continuar por nuestros propios medios, y controlar la enfermedad de la manera más elemental —dijo Setrakian.

Nora lo miró.

—¿Se refiere a… asesinarlos?

—¿Y qué preferiría usted: convertirse en uno de ellos, o permitir que alguien la libere?

—De todos modos es un eufemismo amable para el asesinato —comentó Eph—. Además, es más fácil decirlo que hacerlo. ¿Cuántas cabezas tendremos que cortar? Apenas somos tres.

—Existen otras formas además de cercenar la columna vertebral —replicó Setrakian—. Por ejemplo, la luz solar es nuestro aliado más poderoso.

El teléfono de Eph vibró en su bolsillo. Lo sacó y leyó cuidadosamente la pantalla.

Era un compañero de la sede del CDC en Atlanta.

—Es Pete O'Connell —le dijo a Nora, y contestó.

—¿Dónde permanecen durante el día? —le preguntó Nora a Setrakian.

—Bajo tierra. En sótanos y alcantarillas. En las entrañas oscuras de los edificios, en los cuartos de mantenimiento de los sistemas de calefacción y del aire acondicionado. Algunas veces en los muros pero más comúnmente bajo tierra. Es allí donde prefieren hacer sus nidos.

—Entonces… duermen durante el día, ¿verdad?

—Sería lo más conveniente. Varios ataúdes en un sótano, y todos los vampiros durmiendo allí. Pero no; ellos no duermen. No de la manera en que nosotros lo entendemos; se aplacan por un momento si están saciados. Se fatigan cuando consumen mucha sangre, pero no por mucho tiempo. Buscan lugares oscuros durante el día únicamente para escapar de los rayos mortales del sol.

Nora estaba completamente pálida y lívida, como una niña pequeña a la que le acaban de contar que a los muertos no les crecen alas ni se van al cielo para convertirse en ángeles, sino que en realidad permanecen bajo tierra y les crecen aguijones debajo de la lengua, después de haberse convertido en vampiros.

—¿Y qué fue lo que dijo antes de decapitarlos? —le preguntó ella—. Era algo en otro idioma, como un conjuro o una especie de maldición.

El anciano se encogió de hombros.

—Es algo que digo para calmarme. Para afinar el pulso antes del golpe final.

Nora esperó que él aclarara el significado de sus palabras, y Setrakian vio que ella sentía necesidad de comprenderlas.

—Digo: «
Strigoi
, mi espada canta en la plata». —Setrakian se sintió incómodo al decir esto—. Suena mejor en el idioma original.

Nora vio que el viejo asesino de vampiros era básicamente un hombre modesto.

—Plata —dijo ella.

—Sólo plata —señaló él—. Reconocida en todas las épocas por sus propiedades antisépticas y germicidas. Puedes cortarlos con un arma de acero o dispararles una bala de plomo, pero la plata es el único metal que puede destruirlos.

Eph tenía la mano libre cubriendo su oído, tratando de escuchar a Pete, quien iba conduciendo por las afueras de Atlanta. Pete le preguntó:

—¿Qué está pasando allá?

—¿Qué has escuchado?

—Se supone que no debo decírtelo. Que estás en problemas. Que has traspasado los límites, o algo así.

—La situación está muy complicada aquí, Pete. No sé qué decirte.

—Bueno, de todos modos quería llamarte. Estoy examinando las muestras que me enviaste.

Eph sintió un nudo adicional en el estómago. El doctor Peter O'Connell era uno de los directores del Proyecto de Muertes Inexplicables del Centro Nacional para Enfermedades Zoonóticas, Entéricas y de Origen Vectorial del CDC. El UNEX era un grupo interdisciplinario conformado por virólogos, bacteriólogos, epidemiólogos, veterinarios y personal clínico del CDC y de otras entidades oficiales. Cada año ocurren muchas muertes inexplicables en los Estados Unidos, y una fracción de ellas, casi setecientas, son enviadas anualmente al UNEX para su investigación. Sólo el quince por ciento se resuelven satisfactoriamente; se toman muestras de las demás y se guardan en un banco para un análisis futuro.

Cada investigador del UNEX ocupaba una posición en el CDC, y Pete era el jefe de Patología de Enfermedades Infecciosas, un especialista en las causas por las cuales un virus afecta a su anfitrión. Eph había olvidado que le había enviado las primeras biopsias y muestras de sangre que le había tomado al capitán Redfern.

—Es una cepa viral, Eph. No cabe la menor duda. Hay una cantidad considerable de ácido nucleico.

—Espera, Pete. Escúchame…

—La glicoproteína tiene unas propiedades de enlace sorprendentes. Es asombroso, como una llave maestra. Este parásito no sólo se apodera de la célula anfitriona, sino que la engaña para que reproduzca más copias. Se fusiona con el ácido ribonucleico; se derrite junto a él y lo consume… y, sin embargo, no lo utiliza. Lo que realmente hace es sacar una copia de sí mismo
apareado con
la célula anfitriona y toma sólo la parte que necesita. No sé qué has visto en tu paciente, pero en términos teóricos esto puede replicarse indefinidamente, y muchos millones de generaciones después esta cosa puede reproducir la estructura de sus órganos en términos sistémicos, y de una forma realmente
rápida
. Puede transformar a su anfitrión; en qué, es algo que no sé todavía, pero obviamente me gustaría descubrirlo.

—Pete… —La cabeza le daba vueltas a Eph. Aquello tenía mucho sentido. El virus dominaba y transformaba las células, así como el vampiro dominaba y transformaba a sus víctimas.

Estos vampiros eran virus encarnados.

—Me gustaría hacerle un examen genético, y ver qué es lo que lo hace funcionar… —continuó Pete.

—Escúchame, Pete. Quiero que lo destruyas.

Eph oyó los parabrisas del auto de Pete.

—¿Qué?

—Conserva lo que has descubierto, pero destruye esa muestra de inmediato.

Volvió a escuchar los parabrisas, como un par de metrónomos midiendo la perplejidad de Pete.

—¿Me estás diciendo que destruya lo que estoy investigando? Tú sabes que siempre guardamos algunas muestras, en caso de…

—Pete, necesito que vayas al laboratorio y destruyas el virus.

—Eph. —Ephraim escuchó el leve sonido de las luces de estacionamiento. Pete se detuvo a un lado de la carretera para terminar la conversación—. Sabes muy bien que somos bastante cuidadosos con cualquier patógeno potencial. Tenemos un protocolo de laboratorio sumamente estricto, y no puedo quebrantarlo sólo por tu…

—Cometí un error terrible al enviarte la muestra. En ese momento no sabía lo que sé ahora.

—¿Cuál es el problema, Eph?

—Sumérgela en cloro. Si eso no funciona, utiliza ácido. Quémala si tienes que hacerlo. No me importa: yo asumo toda la responsabilidad…

—No se trata de la responsabilidad, Eph, sino de la utilidad de la ciencia. Además, tienes que ser sincero conmigo. Alguien dijo que había visto algo sobre ti en las noticias.

Eph tenía que ponerle fin a eso.

—Pete, haz lo que te digo, y te prometo que te lo explicaré todo cuando pueda.

Colgó el teléfono. Setrakian y Nora habían escuchado el final de la conversación.

—¿Envió el virus a otro lugar? —preguntó Setrakian.

—Él va a destruirlo. Pete pecará por exceso de precaución: lo conozco demasiado bien. —Eph vio los televisores exhibidos para la venta.
Que había visto algo sobre ti en las noticias…
—. ¿Hay alguno que funcione? —le preguntó al anciano.

Encontraron uno y no tardaron en enterarse.

La televisión mostraba una foto de Eph con la tarjeta de identificación del CDC, un fragmento de su ataque a Redfern y una toma vertical de una pareja sacando una bolsa grande del cuarto de un hospital. Afirmaron que el doctor Ephraim Goodweather estaba siendo buscado como «una persona de interés» para el esclarecimiento de la desaparición de los cadáveres del vuelo 753.

Eph se quedó petrificado. Pensó que Kelly o Zack podían verlo.

—¡Cabrones! —masculló para sus adentros.

Setrakian apagó la televisión.

—Lo único bueno de esto es que consideran que eres una amenaza, y eso significa que todavía hay tiempo. Aún hay esperanzas… una oportunidad.

Nora dijo:

—Parece como si tuviera un plan —dijo Nora.

—No es un plan, sino una estrategia.

—Cuéntenos —le instó Eph.

—Los vampiros tienen sus propias leyes; son antiguas y rudimentarias. Una de ellas es que un vampiro no puede atravesar una masa de agua en movimiento sin ayuda humana.

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