Cuando suena el timbre de nuevo, Pitu Gallo aprovecha para recordarle sus planes. Se impacienta, lleva más de media hora solo en la barra y quiere saber si sigue en pie lo de las putas o no. Aparece por la puerta una chavala joven, un rostro no del todo desconocido para ambos, que le presta a Ayerdi la excusa para pedirle un momento de paciencia a su amigo. «Dale cinco minutos de conversación a esa chati y nos vamos», le dice.
Pero la chati en cuestión ha venido a hablar con Enrique, y parece tener prisa. Tanta que ni siquiera acepta la copa que le ofrece Gallo, aunque tampoco lo despacha. Deja que aquel desconocido bajito le cuente que es periodista deportivo y tres o cuatro cosas más hasta que Enrique la llama a un aparte y, conseguido lo que venía a buscar, se despide de él con una sonrisa pícara y sale.
Viendo que ya no le quedan muchos más recursos y atosigado por unas dependencias que son lo último que necesita, Ayerdi deja un momento sola a Estrella Sánchez con su whisky y se va hacia Gallo. «Pide la cuenta, métete una raya y nos vamos. Es un minuto. Salimos juntos, deposito a esta mujer en la puerta de su casa antes de que se quede en coma en este puto garito y acudo a Valeri Serra, ¿de acuerdo?» Aunque a regañadientes, su colega hace un gesto afirmativo con la cabeza y se dirige al dueño del local para la liquidación. Al cabo de unos minutos, Ayerdi lo ve enfilar los lavabos para proceder y se va hacia Estrella: «Vamos a salir, preciosa, y tú vas a acompañarnos, ¿vale?» La mujer empieza a murmurar sonidos ininteligibles alternados con gemidos y sonoros sorbetones. Intenta zafarse de la mano con la que Ayerdi le ha agarrado el brazo y tira de ella para que baje del taburete, «Joder, guapa, pon algo de tu parte». En ese momento vuelve a sonar el timbre.
De lo que sucede a continuación no se da cuenta hasta que se hace el silencio de nuevo. La chavala que acaba de irse vuelve a entrar, pero esta vez con un tipo agarrándola del cuello. Enrique, desde la otra punta de la barra se da la vuelta y, cuando empieza a andar hacia allá, el desconocido saca una pistola, le pega un tiro en la cabeza, desde atrás, a Amalia de Pablos, que seguía ensimismada, y otro a Estrella Sánchez, en todo el pecho. A Álex Ayerdi no le ha dado tiempo ni de reaccionar y ya tiene a la mujer en los brazos. Un «¡nooooooooo!» de Enrique potente y ronco se impone a la música ambiental y a los alaridos agudos de la joven chica que lucha por desasirse del de la pistola. Éste mira a un lado y a otro, le grita algo a la chavala rubia y, seguramente para hacerla callar, como quien aprieta el botón de
off
de un juguete molesto, la empuja al suelo y le dispara también.
Salen a la vez Pitu Gallo y el asesino. El primero, del baño, y el segundo, a la calle.
Era eso, claro. A Estrella Sánchez la habían matado no por error, sino para no errar. Cuando Slovo Ras entró en el Paradís la mañana del 30 de abril, esperaba encontrarse a una mujer en la barra, sólo una, al menos de las características que manejaba él. Alguien, probablemente Enrique, le dijo que allí estaría Amalia de Pablos esperándolo inocentemente, y debió de describírsela. Pero cuando el rumano entró en el local agarrando a la pobre Sara Pop, su llave de acceso, en la barra había, no una, sino dos mujeres que respondían a la descripción recibida. Fue nombrar Eva Sacaluga la coincidencia de rasgos entre las tres y aparecer ante mí por fin la imagen de Estrella Sánchez que no había podido recuperar durante mi búsqueda. No es que se pareciera a Amalia, como tampoco se le parecía exactamente la Sacaluga, pero sí tenían la misma pinta y representaban el mismo tipo de mujer, ese que Tito Ros denomina «las viejas roqueras»: melena suelta, atuendo informal caro, aspecto de haber pisado muchos conciertos y estar volviendo, guapas, altas, delgadas, grandes… Juntas seguramente debían de resultar bastante diferentes, pero no para alguien que espera encontrar sólo una. Así que el sicario optó por la vía más fácil y le pegó un tiro a cada una, asegurándose el éxito. Si Eva hubiera estado en el Paradís aquella mañana, también habría recibido su ración.
Pensé que ella no sólo se parecía a Amalia. Era la hora de comer y me encaminé hacia casa sin demasiada convicción. Sentía que debería estar muy cabreado, rabioso incluso, pero no conseguía encontrarme la emoción por ningún pliegue del pecho. Al contrario, una sensación de paz no del todo agradable me iba ocupando poco a poco, el mismo tipo de serenidad incómoda y agria que queda después del vómito; ya está, se ha expulsado, pero ese sabor, la acidez que permanece. Mi conversación con Eva Sacaluga había servido para poner palabras a mis temores.
—Tú no estabas en la fiesta del White Horses por casualidad, ¿verdad? —le había dicho—. ¿Qué coño pintabas allí? No, claro. Tú habías ido para buscarme, no sé cuánto tiempo llevabas detrás de mí, seguramente desde que aparecí por casa de la Susín. Sí, lo recuerdo bien, también ella y su socia representaron su papel a la perfección. Aquel pajarito de Sandra Pita nombrando a Arcadi Gasch i Llobera y a Ulrike como por casualidad… Entre vosotras no existe la casualidad, tenéis el azar calculado al segundo. Era la manera que tenía la puta de la Susín de ponerme sobre la pista. Tenía que encontrarme con el empresario y con Ulrike para que todo me condujera hacia el Paradís, es decir, hacia Enrique, concentrar en él todas las maldades ocurridas, la responsabilidad. La pobre Sara Pop, y esto sí es pura casualidad, os lo había puesto en bandeja apareciendo allí justo en el momento menos indicado. Pero debisteis de pensar que un merluzo como yo iba a ser incapaz de dar con la amiga de Sarita, así que tú te encargaste de ponérmela en bandeja, sólo te faltó metérmela en la cama, algo que, dicho sea de paso, no descarto hacer yo solo. Pero no contabais con que yo, un bobo candoroso, diera con Gustavo Culodeoro y la cosa pasara del asesinato de un camello a su amante molesta, a la copia y distribución de pornografía infantil. Palabras mayores. Así que me enviasteis a Laura. ¿De verdad pensasteis que yo me iba a tragar la escenita de Loba Laura derramando lágrimas desconsoladas al descubrir que Enrique era el asesino de Amalia? Vosotras seguramente conocéis mucho mejor que yo a la pequeña hija de puta, así que lamento que me tuvierais en tan poca consideración como para pensar que yo creería que esa chica es capaz de tener sentimientos. Conste que con esto no quiero decir que ella estuviera metida en los planes de la Susín para Amalia, no me importa, pero vuestros manejos le fueron de perilla a su ambición, e imagino que no puso demasiados reparos a la hora de echaros un cable, ¿me equivoco? Las lágrimas de Laura, fue justo ese momento en el que empecé a darme cuenta de lo que había pasado. ¿Quieres que te lo cuente? La Susín creyó que Amalia, en su parada de Collserola, le había descubierto el pastel. O lo creyó Enrique, o quien sea que se dedique a filmar ese tipo de cosas que luego ella aprovecha. Y cundió el pánico. Más cuando a la noche siguiente Amalia le dijo a su sucesora que lo dejaba todo. En cuanto a la elección de Slovo Ras para liquidarla, con quien no dudo que podáis tener tratos diversos, es difícil de creer que sea obra de Enrique. Por muy elegante que fuera el camello, ese tipo de cosas las gestiona la gente acostumbrada a gestionar, tú ya me entiendes. Pero os equivocasteis mucho. Os equivocasteis dos veces. La primera, al pensar que Amalia de Pablos era consciente de lo que había presenciado, o había estado a punto de presenciar. La quitasteis de en medio innecesariamente. Y, sobre todo, os equivocasteis pensando que yo era peligroso, que merecía todo ese esfuerzo que habéis hecho por guiarme. Ni soy un investigador, ni todo este material tengo posibilidades, ni ganas, de publicarlo en ningún sitio. Pero os agradezco la atención.
Eva Sacaluga me había mirado incrédula y sonriente durante toda mi perorata y, al final casi rio.
—No tienes ni puta idea de lo que dices.
Puede que tuviera razón, pero de lo que no me cabía ninguna duda era de que, de mis tres amigas, dos habían muerto por azar y otra por equivocación. Tampoco tenía posibilidad alguna de demostrarlo, y además, ¿para qué? Bastante iba a tener en lo sucesivo con eliminar la costra de miseria y asco que llevaba pegada a la piel. Y la sorpresa. Lo más sorprendente, al final, era la impunidad. La frialdad con la que Eva me había escuchado, cómo no le importó nombrar el bosque, utilizar sus datos para darme una solemne bofetada en todo el amor propio. Eva de mis desvelos dejando en pelotas su verdadero aspecto sin pudor: soy la bestia, te lo enseño y aún me queda cuerpo para una carcajada. La impunidad, qué sorprendente.
Elegí como compañía para el camino a casa a la portentosa Ulrike, la viva, que cada vez me parecía menos cuerpo y más cabeza.
Claro que sí, bombón, claro que sí, tenías toda la razón cuando dijiste que la gorda Susín y Enrique son de los malos. Ahí está la clave del asunto, y tú la manejabas no sé si por casualidad o inconscientemente: la gorda Susín y Enrique. Y, entre ellos, Eva Sacaluga, la que yo creí mi cómplice y semejante y a quien todavía no puedo quitarme de la cabeza ni consigo que me ofenda tanto como su jefa Susín. Pero fíjate, preciosidad, atemorizada Ulrike, cómo se parecen ambas: «No se pueden ofrecer soluciones complejas a la gente normal», ha dicho Eva. Y ésta es de Curra Susín: «Podríamos haber gestionado la discreción.» ¿Has visto? También recuerdo cómo, refiriéndose a Sara Pop, sentenció, serena, la gorda, sabiéndolo: «Era una chica sin futuro.» Gestora de futuros. Y: «Las cosas tienen que cuadrar», ha dicho mi amiguita Sacaluga. ¿Has visto, mujer? Así son los malos, ¿no? Así son quienes deciden cómo es y debe ser la realidad y, si no cuadra, la dibujan. ¿Te referías a eso, Ulrike? Y lo peor es que quizá tienen razón en lo de las soluciones complejas, a lo mejor la gente normal, aquella que cree que los modelos son inocentes, casuales, y que el circo que consume acude a clínicas para tratarse el colesterol, no les perdonaría a sus organizadores sociales que les robaran de un plumazo todas las inocencias. Tus malos. El problema no es la existencia de tus malos, divina, sino que salpiquen. Los malos, como los anormales, resultan imprescindibles por definición, por la salud de sus contrarios. Por eso, el camino termina, debe terminar en Enrique, el oscuro, el propietario de un
after-hours
, el traficante, el armado. Más no, más no se entendería, y debe evitarse a toda costa. Serían ya molestias excesivas. Imagínate, Collserola como plato de violaciones de menores filmadas, la Susín proporcionando material a su grupo de privilegiados, nada, sólo a tres, seguramente solamente a tres de los tres mil que la visitan, tres son suficientes, toda una inmensidad inmunda. Pero tres son la excusa para ir más allá. Puesta esa máquina en funcionamiento, ¿por qué quedarse corto? Muertos tres, muerto un millar. Es sólo cosa de sentarse a esperar. La máquina funciona.
Yo me conformaría, Ulrike, con saber que ese colchón aparece en las filmaciones que ya no existen. Sólo eso. No soy policía, ni creo que periodista, ni soy un vengador enmascarado. Soy una persona normal, y ahora lamento saber todo esto.
CRISTINA FALLARÁS
, (Zaragoza, 1968) es periodista y escritora. Estudió Ciencias de la Información en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde sigue residiendo. Ha ejercido como periodista en diversos medios (prensa, radio y TV). Entre otros El Mundo (jefa de redacción y columnista); El Periódico de Cataluña (colaboradora en series de entrevistas); ADN (subdirectora); Cadena Ser (guionista); RNE (creadora y subdirectora del programa matinal Día a la Vista/R4); Antena3 Televisión y Cuatro televisión. Asimismo participó en el proyecto de periodístico del diario online Factual, donde creó la redacción y ejerció de subdirectora. Actualmente trabaja de asesora en temas de comunicación online para el sector editorial y de los medios de comunicación.
Sus libros publicados hasta la fecha son
La otra Enciclopedia Catalana
(2002);
Rupturas
(2003);
No acaba la noche
(2006) y
Así murió el poeta Guadalupe
(2009), finalista del Premio internacional Dashiel Hammett de novela negra, y
Las niñas perdidas
(2011) ha merecido el premio L'H Confidencial 2011. Su última obra publicada es la nouvelle
Últimos días en el puesto del este
(2011), ganadora del Premio Ciudad de Barbastro de novela corta.