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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

Nivel 5 (35 page)

BOOK: Nivel 5
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—¡Edwin! — exclamó sonriente—. Gracias por haber venido.

Bannister reconoció enseguida el cabello sin peinar, las pecas, el aspecto juvenil y la vieja chaqueta sobre la camiseta negra. De modo que, después de todo, sí ha venido.

—Me alegra verle, Brent —dijo Bannister, y tomó asiento en un sillón. Miró alrededor, en busca de un camarero. — ¿Café? — preguntó Scopes, que no le había ofrecido la mano.

—Sí, por favor.

—Aquí nos servimos nosotros mismos —dijo Scopes—. Está sobre la estantería.

Bannister volvió a ponerse en pie, y regresó con una taza de café.

Permanecieron sentados por un momento, en silencio, y a Bannister se le ocurrió que Scopes debía de estar escuchando música. Tomó un sorbo de café y le pareció sorprendentemente bueno.

La música terminó. Scopes lanzó un suspiro de satisfacción, dobló cuidadosamente el periódico y lo dejó junto a un maletín abierto que tenía al lado de su sillón. Se quitó los guantes de lectura, levemente manchados por la tinta de la impresión, y los dejó sobre el papel.


La Ofrenda musical
de Bach —dijo—. ¿La conoce?

—Algo —contestó Bannister.

Confiaba en que Scopes no hiciera otra pregunta al respecto, ya que no sabía prácticamente nada de música.

—Uno de los cánones de la
Ofrenda
se titula «Quaerendo Invenietis» (Si buscas, descubrirás). Fue el guiño de Bach al oyente para que tratara de averiguar el intrincado código canónico que había utilizado para escribir la música.

Bannister se limitó a asentir con un gesto.

—A menudo pienso en eso como una metáfora para la genética. Se ve el organismo ya terminado, como el ser humano, y se pregunta uno qué intrincado código genético se utilizó para crear algo tan maravilloso. Y luego uno se pregunta, naturalmente, si se tuviera que cambiar un diminuto fragmento de ese intrincado código, ¿cómo se traduciría en forma de carne y huesos? Del mismo modo que cambiar una sola nota de un canon puede terminar a veces por transformar toda la melodía.

Bannister sacó una grabadora del bolsillo de la chaqueta y se la mostró a Scopes, que hizo un gesto de asentimiento. Bannister puso en marcha el aparato y se arrellanó en el sillón, con las manos entrelazadas.

—Edwin, mi empresa se encuentra en una situación complicada.

—¿Cómo es eso?

Bannister ya sabía que la entrevista iba a ser enjundiosa. Cualquier cosa que arrancara a Scopes de su guarida tenía que serlo.

—Ya está enterado de los ataques que Charles Levine ha dirigido contra la GeneDyne. Confiaba en que la gente lo reconociera por lo que es, pero cuesta conseguirlo. Al escudarse bajo las faldas protectoras de la Universidad de Harvard, consigue una credibilidad que no me habría parecido posible. — Scopes meneó la cabeza con pesar—. Conozco al doctor Levine desde hace más de veinte años. De hecho, en otros tiempos fuimos buenos amigos. Me duele ver lo que le ha sucedido. Me refiero a todas esas afirmaciones sobre su padre, que luego ha resultado ser oficial de las SS. No juzgo a un hombre por tratar de proteger la memoria de su padre, pero ¿por qué ha tenido que aprovecharse de una historia tan ofensiva? Eso sólo demuestra que considera la verdad como algo secundario con respecto a sus propios fines. Demuestra que hay que analizar cada una de las palabras que pronuncia. De eso ya se ha encargado la prensa. Todos, excepto el
Globe
, y sólo gracias a usted.

—Nunca publicamos nada sin verificar previamente los hechos.

—Lo sé, y es algo que aprecio. Y estoy convencido de que la gente de Boston también lo aprecia, sobre todo si tenemos en cuenta que GeneDyne es una de las empresas que más empleo crea en todo el estado.

Bannister inclinó la cabeza.

—En cualquier caso, Edwin, no puedo permanecer sentado y permitir que sigan produciéndose esos ataques tan difamatorios. Pero para eso necesito su ayuda.

—Brent, sabe que no puedo ayudarle —dijo Bannister.

—Desde luego, desde luego. —Brent hizo un movimiento con la mano descartando esa posibilidad—. Mire, ésta es la situación. Es evidente que trabajamos en un proyecto secreto en Monte Dragón. Es secreto porque nos enfrentamos con una competencia despiadada. Estamos en un negocio en el que el ganador se lo lleva todo, ya sabe. La primera empresa que patenta un medicamento gana miles de millones, mientras que el resto tiene que tragarse sus inversiones en investigación y desarrollo.

Bannister volvió a asentir con la cabeza.

—Edwin, quiero asegurarle, como alguien cuyo buen juicio respeto, que en Monte Dragón no se está llevando a cabo nada insólitamente peligroso. Tiene usted mi palabra. Disponemos de las únicas instalaciones de Nivel 5 que existen en el mundo, y nuestra seguridad es la mejor de cualquier empresa farmacéutica del mundo. Eso son hechos comprobados. Pero ni siquiera le pido que se fíe de mi palabra.

Se volvió, sacó del maletín una carpeta y la dejó delante de Bannister.

—En esta carpeta encontrará todo el registro de seguridad de GeneDyne. Se trata de una información que no suele darse a conocer, pero quiero que disponga de esa información para su artículo, y sólo le pido que recuerde una cosa: que no ha procedido de mí.

Bannister miró la carpeta sin tocarla.

—Gracias, Brent. Sin embargo, sabe que no puedo aceptar su palabra de que no esté trabajando con virus peligrosos. El doctor Levine le acusa…

Scopes emitió una risita.

—Lo sé. El virus del juicio final. — Se inclinó hacia adelante—. Y ésa es precisamente la razón por la que le he pedido que viniera. ¿Desea saber cuál es ese virus tan terrible, tan inconcebiblemente mortal? ¿El que, según el doctor Levine, puede acabar con el mundo?

Bannister asintió; sus muchos años de profesión le permitieron ocultar su avidez. Scopes le miraba y sonreía maliciosamente.

—Esto, desde luego, se lo digo extraoficialmente, Edwin.

—Yo preferiría… —repuso Bannister.

Scopes se inclinó y apagó la grabadora.

—Hay una empresa japonesa que trabaja en estos momentos en una investigación muy similar. En este tipo de investigación sobre la línea germinal se encuentran en realidad más avanzados que nosotros. El ganador se lo lleva todo, Edwin, y estamos hablando de unos ingresos anuales de quince mil millones de dólares. Detestaría ver que los japoneses aumentan nuestro déficit comercial con nosotros, así como tener que cerrar la GeneDyne de Boston, sólo porque Edwin Bannister, del
Globe
, reveló con qué virus estamos trabajando.

—Comprendo —dijo Bannister, y tragó saliva. En ocasiones, era necesario trabajar extraoficialmente.

—Pues bien, el virus en cuestión es el de la gripe.

—¿Pero qué…?

La sonrisa de Scopes se hizo más amplia.

—Trabajamos con el virus de la gripe, el único virus que hay en Monte Dragón. Eso es lo que Levine llama el virus del juicio final.

Scopes se reclinó sobre el sillón, con una amplia sonrisa. Bannister sintió el repentino y desesperado vacío de un artículo de portada que desaparecía entre sus manos.

—¿Sólo el virus de la gripe?

—En efecto. Tiene mi más solemne palabra. Sólo quiero que escriba con la clara conciencia de que GeneDyne no trabaja con virus peligrosos.

—Pero ¿por qué la gripe?

Scopes le miró, sorprendido.

—¿No le parece evidente? Cada año se pierden miles de millones de dólares de absentismo laboral debido a la gripe. Trabajamos para encontrar una cura definitiva para la gripe. No como esas vacunas que se tienen que poner cada año, y que no funcionan en la mitad de las ocasiones. Aquí hablamos de una vacuna permanente, que sólo será necesario tomar una vez.

—Dios mío —musitó Bannister.

—Sólo piense en lo que supondría para el precio de nuestras acciones si tuviéramos éxito. Quienes posean acciones de GeneDyne se enriquecerán. Sobre todo si tenemos en cuenta lo baratas que están últimamente, gracias a nuestro amigo Levine. No se hará rico mañana, pero sí en unos meses, cuando anunciemos el descubrimiento y lo sometamos a las pruebas de la FDA. — Scopes sonrió y bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Y vamos a tener éxito.

Luego, se inclinó y volvió a poner en marcha la grabadora.

Bannister no dijo nada. Trataba de imaginar una cifra como quince mil millones.

—Hemos emprendido acciones legales contra el doctor Levine y sus afirmaciones difamatorias —prosiguió diciendo—. De momento ha hecho usted un trabajo excelente al informar de nuestras demandas contra el doctor Levine y Harvard. Pero tengo noticias en ese sentido. Puedo decirle, por ejemplo, que Harvard ha retirado el fuero universitario a la fundación de Levine. Hasta el momento no lo han dado a conocer, pero no tardará en hacerse público. Pensé que esa noticia podría interesarle. Naturalmente, retiraremos la demanda contra Harvard.

—Comprendo —dijo Bannister, y pensó rápidamente: Tiene que haber una forma de salvar esto, después de todo.

—El Comité sobre Cátedras Titulares está revisando el contrato de Levine. En todo contrato universitario existe una cláusula que permite revocar la concesión de una cátedra titular en casos de «inmoralidad manifiesta». — Scopes emitió una leve risita—. Parece algo de la era victoriana, pero arruinará a Levine, se lo aseguro.

—Comprendo.

—Todavía no sabemos cómo lo hizo, pero lo cierto es que algunos matices en sus alegaciones, por lo demás falsas, demostraron que ha utilizado métodos ilegales, por no decir poco éticos, para conseguir información confidencial de GeneDyne. — Scopes deslizó otra carpeta hacia Bannister—. Aquí encontrará los detalles. Estoy seguro de que usted mismo encontrará otros a su manera. Evidentemente, mi nombre no debe aparecer relacionado con nada de esto. Sólo se lo comunico porque es usted el periodista cuya ética más respeto, y porque deseo contribuir a que se escriba un artículo equilibrado y justo. Deje que sean los demás periódicos los que publiquen las diatribas de Levine sin ocuparse de comprobarlas. Sé que el
Globe
será más cuidadoso.

—Siempre comprobamos los hechos —dijo Bannister.

Scopes asintió.

—Cuento con usted para enderezar las cosas.

Bannister se envaró ligeramente.

—Brent, sólo puede contar con que publicaremos un artículo que presente una exposición objetiva y exacta de los hechos.

—Precisamente —asintió Scopes—. Por eso seré honesto con usted: existe una acusación de Levine que, debo admitirlo, es parcialmente cierta.

—¿De qué se trata?

—Recientemente se produjo una muerte en Monte Dragón. Procuramos no airear el hecho hasta que pueda ser notificado a la familia, pero Levine lo ha descubierto de algún modo. — Scopes se detuvo y su expresión se hizo seria ante el recuerdo—. Una de nuestras mejores científicas resultó muerta en un accidente. Como verá en la primera carpeta que le he entregado, no se observaron ciertos procedimientos de seguridad. Lo notificamos inmediatamente a las autoridades competentes, que enviaron inspectores a Monte Dragón. Se trata de una simple formalidad, claro está, y el laboratorio permanece abierto.

Scopes hizo una breve pausa.

—Conocía bien a esa mujer. Era…, ¿cómo decirlo?, una mujer peculiar. Totalmente entregada a su trabajo. Quizá fuera de trato difícil, pero como científica era brillante, y resulta difícil ser una mujer brillante en el mundo de la ciencia, incluso hoy día. Pasó por momentos muy duros hasta que entró en GeneDyne. Con su muerte he perdido a una buena amiga, además de una gran científica. — Miró fugazmente a Bannister y bajó el tono antes de añadir—: El presidente ejecutivo es el último responsable, y esto es algo con lo que tendré que aprender a vivir el resto de mi vida.

Bannister lo miró, conmovido. — ¿Cómo ocurrió…?

—Murió a causa de una herida en la cabeza —dijo Scopes, y consultó su reloj—. Se me hace tarde. ¿Desea hacer alguna otra pregunta, Edwin?

Bannister recogió la grabadora.

—Por el momento, no.

—Bien. En ese caso espero que sepa disculparme. De todos modos, llámeme si tiene otras preguntas que hacer.

Bannister observó a la delgada y ligera figura de Scopes abandonar el salón, caminando con los pies abiertos, como un pato, sosteniendo un maletín demasiado grande para él. Un tipo extraño. Que también valía una extraña cantidad de dinero.

Mientras Bannister desandaba el camino, a lo largo de los promontorios que daban al Atlántico, volvió a pensar en los quince mil millones de dólares, y en lo que ese anuncio podría hacer para que el valor de las acciones de GeneDyne subiera como la espuma. Se preguntó cuáles serían las operaciones de compraventa que se estaban realizando en ese momento. Decidió comprobarlo. No haría ningún daño llamar por teléfono a su hermano e invertir su dinero en algo un poco más excitante que los bonos libres de impuestos.

Carson levantó la mirada y la dirigió a través del visor hacia el reloj de la pared del laboratorio. El indicador electrónico ámbar señalaba las 22.45.

Apenas una hora antes, el Tanque de la Fiebre había estado lleno de sonidos frenéticos cuando la sirena de alerta dejó oír sus chillidos, anunciando el ejercicio, y los cuerpos enfundados en sus trajes descendieron por las trampillas a los pasillos inferiores. Ahora, el laboratorio volvía a estar desierto y casi prematuramente tranquilo. El único sonido audible era el susurro del oxígeno en el traje de Carson y el débil zumbido del sistema de flujo negativo del aire. Los chimpancés, agotados por el ejercicio, habían cesado finalmente de aullar y gritar y habían caído en un sueño inquieto. Fuera de su propio laboratorio, brillantemente iluminado, el pasillo mostraba un rojo apagado, y los estrechos espacios del Tanque de la Fiebre estaban llenos de sombras.

Como el Tanque de la Fiebre era descontaminado cada noche laboral y también el fin de semana, Carson raras veces se quedaba a trabajar hasta tan tarde. Aunque la iluminación nocturna de tonalidad rojiza era horripilante y un tanto desorientadora, la prefería a lo sucedido poco antes. Las alertas a plena potencia de la fase uno, que habían empezado a suplantar las menos graves de las fases dos y tres desde la muerte de Brandon-Smith, daban verdadero dolor de cabeza. Ahora, Nye supervisaba personalmente los simulacros de emergencia, y lo dirigía todo desde la subestación de seguridad, situada en el nivel más bajo del Tanque de la Fiebre. Su voz brusca no había dejado de sonar, irritante, en el casco de Carson durante todo el ejercicio.

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