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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

Nivel 5 (34 page)

BOOK: Nivel 5
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13 de junio

Mi querida Amiko:

Llego ahora a la parte más difícil de mi historia. Se trata de una parte de la que dudaba encontrar el valor para contarte. Es posible incluso que decida quemar estas páginas si mi resolución se debilitara. Pero es un secreto que ya no puedo guardar sólo para mí.

Así pues, empecé el proceso de purificación. Fermentamos la solución para liberar la hemoglobina de su prisión bacteriana. La centrifugamos para desprendernos de los desechos. La obligamos a pasar por filtros de cerámica de micrones de espesor. La fraccionamos. Todo ello sin resultado alguno.

Como ves, la hemoglobina es extremadamente delicada. No se la puede calentar; no pueden usarse con ella productos químicos fuertes, no se la puede esterilizar ni destilar. Cada vez que intentaba purificar la hemoglobina, terminaba por destruirla. La molécula perdía entonces su delicada estructura, se «desnaturalizaba» y acababa por ser inútil.

Se necesitaba un proceso de purificación mucho más delicado. Así que Brent me sugirió que utilizara mi propio proceso de filtración GEF.

Comprendí que tenía razón. No había motivo alguno para no hacerlo así. Debió de haber sido un falso sentido de la modestia el que impidió que se me ocurriera antes.

El proceso en el que había estado trabajando en Manchester era un tipo de electroforesis modificada de gel, un potencial eléctrico que atraía exactamente a las moléculas con el peso molecular correcto y las hacía pasar por un conjunto de filtros de gel.

Poner en marcha el proceso, sin embargo, llevó su tiempo, un tiempo en el que Brent se mostró cada vez más impaciente. Finalmente pude purificar tres litros de PurBlood mediante el uso del proceso de gel.

El proceso GEF alcanzó un éxito que ni siquiera yo me esperaba. Utilizando dos de los tres litros como muestras, pude demostrar que la mezcla era pura hasta un margen de error de 16 por millón, de modo que en un millón de moléculas no hubiera más de dieciséis partículas extrañas, y probablemente menos.

Eso puede parecer puro, y es lo suficiente para la mayoría de los medicamentos. Pero en este caso no lo era. La FDA había decidido, con su típica actitud caprichosa, que lo seguro serían cien partes por mil millones. Dieciséis partes por millón no lo era. El número 16 me perseguirá mientras viva. En términos científicos eso significa un grado de pureza de 1,6 x 10
-7
.

No me interpretes mal, por favor. Estaba convencido, y aún lo estoy, de que la PurBlood es más pura que eso. Lo que sucedía es que no podía demostrarlo. La diferencia es crucial. Pero, para mí, la distinción fue injusta y artificial.

Quedaba por hacer una prueba de pureza, una última prueba que no llevé a cabo porque me sentí descorazonado por las regulaciones de la FDA. Decidí llevar a cabo esa prueba en secreto. Te ruego me perdones, mi amor, pero el caso es que, una noche, en el laboratorio de baja seguridad, me extraje medio litro de sangre, que luego sustituí con una transfusión de PurBlood.

Quizá fue algo imprudente por mi parte, pero no me ocurrió nada y todas las pruebas médicas que me hice demostraron que era segura. Naturalmente, no podía informar de los resultados de esa prueba, pero eso me dejó satisfecho en el sentido de que PurBlood era un producto seguro.

Así pues, hice algo más. Diluí mi último medio litro de PurBlood en agua destilada, en una proporción de quinientos a uno, y llevé a cabo las pruebas que calculan y registran automáticamente la pureza. El resultado fue, naturalmente, una pureza con un margen de error de 32 por mil millones, lo que entraba perfectamente dentro del límite de seguridad impuesto por la FDA.

Eso fue todo lo que tuve que hacer. Ni siquiera necesité redactar un informe, cambiar las cifras o falsificar los datos. Aquella noche, cuando Scopes revisó los resultados de la prueba, supo enseguida lo que significaban. Al día siguiente me felicitó. Estaba exultante.

La pregunta que ahora me hago, la que tú podrías hacerme, es por qué lo hice.

No fue por dinero. Realmente el dinero nunca me ha preocupado mucho, lo sabes muy bien, querida Amiko. El dinero plantea más problemas de los que vale. Tampoco fue por la fama, que supone una terrorífica molestia. Tampoco por salvar vidas, aunque he racionalizado la situación diciéndome que ésa fue la razón.

Creo que fue quizá por deseo puro y duro. Un ardiente deseo de solucionar este último problema, de dar el paso final hacia la realización definitiva. Es el mismo deseo que condujo a Einstein a sugerir el terrible poder que podría tener el átomo en una carta que dirigió a Roosevelt; el mismo deseo que condujo a Oppenheimer a construir la bomba y a probarla a poco más de cuarenta y cinco kilómetros de aquí; el mismo deseo que indujo a los sacerdotes anasazi a reunirse en esta cámara de piedra y rogar al Pájaro del Trueno que enviara la lluvia. Fue el deseo de conquistar la naturaleza.

Pero, y esto es lo que me obsesiona, lo que me ha impulsado a confiarle esto al papel, el éxito de PurBlood no altera el hecho de que hice trampa. Soy muy consciente de ello. Especialmente ahora… ahora que PurBlood ha entrado en la fase de producción masiva, y que me enfrento con otro problema todavía más insoluble que el anterior.

En cualquier caso, querida mía, confío en que puedas comprenderme en el fondo de tu corazón. Una vez me vea libre de este lugar, me haré el firme propósito de no apartarme nunca más de tu lado. Y quizá eso ocurra antes de lo que piensas. Empiezo a sospechar de ciertas personas que hay aquí… Pero sobre eso te escribiré en otra ocasión. Será mejor que termine por hoy.

Nunca sabrás lo bien que me ha sentado el poder contarte este secreto.

30 de junio

Hoy he tardado en llegar hasta aquí. Tuve que seguir un camino secreto. La mujer que limpia mi habitación me ha estado mirando últimamente de forma extraña, y no deseo que me siga. Hablará de ello con Brent, tal como han hecho mi ayudante de laboratorio y el administrador de la red.

Todo ello se debe a que he descubierto la clave. Y ahora debo mantenerme continuamente en alerta.

Uno se da cuenta de quiénes son por la forma en que dejan las cosas sobre sus mesas de despacho. Su propio desorden les delata. Y están contaminados con gérmenes. Hay miles de millones de bacterias y virus ocultos en cada una de las grietas de sus cuerpos. Desearía poder hablar de ello con Brent, pero tengo que continuar como si no sucediera nada, como si todo fuera normal.

Creo que será mejor que no vuelva otra vez aquí.

Carson guardó silencio. El sol descendía sobre el horizonte y su forma se hinchaba en las capas de aire. Los viejos muros de piedra de las ruinas olían a polvo y calor, mezclados con el débil aroma de la corrupción. Uno de los caballos relinchó con impaciencia, y el otro contestó.

Al oír el relincho, Susana se sobresaltó. Rápidamente, introdujo el diario en el recipiente, lo tapó, lo dejó en el interior del
sipapu
, cubrió el agujero con la roca plana y extendió sobre ella arena.

Se enderezó y se limpió los pantalones.

—Será mejor que regresemos —dijo—. Si no llegamos a tiempo para el ensayo de emergencia, nos harán preguntas.

Salieron de la kiva en ruinas, montaron en sus caballos y se dirigieron lentamente hacia Monte Dragón.

—Precisamente Burt —murmuró Susana mientras cabalgaban—. Precisamente él falsificó sus datos.

Carson guardó silencio, sumido en sus propios pensamientos.

—Y luego se utilizó a sí mismo como cobaya —prosiguió ella.

Él se agitó ante la repentina toma de conciencia.

—Supongo que eso quería decir con «pobre alfa» —dijo.

—¿Qué?

—Teece me dijo que Burt repetía «pobre alfa, pobre alfa». Imagino que se refería a sí mismo, como el sujeto alfa de la prueba. — Se encogió de hombros—. Convertirse en alfa es algo que se corresponde con su carácter. Un hombre como Burt no arriesgaría deliberadamente miles de vidas con una sangre insuficientemente probada. Se hallaba sometido a una terrible presión de tiempo para demostrar su segundad. Así que la probó consigo mismo. Eso no es nada insólito. Tampoco es ilegal hacerlo así. — Se volvió hacia Susana—. Debería admirar usted a ese hombre por haber arriesgado su propia vida. Además, fue el último en reír, ya que demostró que la sangre era segura.

Carson guardó silencio. Algo le importunaba en el fondo de su mente; algo que había aflorado mientras leían el diario. Ahora se mantenía en algún lugar, fuera del alcance de su conciencia, como un sueño olvidado.

—Sí, parece que sigue siendo el último en reír, pero encerrado en un manicomio.

—Ése es un comentario muy cruel, incluso para usted —replicó Carson con ceño.

—Quizá —asintió ella. Tras una pausa, añadió—: Es posible que sea porque todo el mundo habla de Burt como si fuera un gran personaje. Es el hombre que inventó el proceso de filtración de GeneDyne, el que sintetizó la PurBlood. Ahora, en cambio, descubrimos que falsificó los datos.

De repente, Carson fue consciente de que el diario encontrado agitaba una bandera de advertencia en su subconsciente.

—Susana, ¿qué sabe del GEF? — Ella le miró—. Del proceso de filtración que inventó Burt cuando trabajaba en Manchester —aclaró—. Acaba usted de mencionarlo. Siempre nos hemos limitado a suponer que el proceso de filtración funciona con la gripe X. Pero ¿y si no funciona?

La mirada de extrañeza de Susana se transformó en burla.

—Hemos comprobado la gripe X una y otra vez, para asegurarnos de que la cepa que surge del filtro es absolutamente pura.

—Pura sí, pero ¿es la misma cepa que introdujimos al principio del proceso?

—¿Cómo podría el proceso de filtración cambiar la cepa? Eso es imposible.

—Piense en cómo funciona el GEF —dijo Carson—. Se establece un campo eléctrico que atrae a las moléculas proteínicas pesadas a través de un filtro de gel. ¿Correcto? El campo se corresponde exactamente con el peso de la molécula que se desea obtener. Las otras moléculas quedan atrapadas en el gel, mientras que la que se desea conseguir atraviesa el filtro.

—¿Y qué?

—¿Y si el campo eléctrico debilitado, o el propio gel, causara cambios sutiles en la estructura proteínica? ¿Y si lo que surge al otro lado resulta diferente de lo que ha entrado? El peso molecular sería el mismo, pero la estructura se habría visto sutilmente alterada. Una prueba química directa no podría detectarlo. Lo único que se necesita para crear una nueva cepa es el mínimo cambio en la superficie proteínica de una partícula viral.

—No es posible —dijo ella—. El GEF es un proceso patentado y debidamente comprobado. Ya lo han utilizado para sintetizar otros productos. Si hubiera algo erróneo, se habría sabido hace tiempo.

Carson tiró de las riendas de
Roscoe
y se detuvo.

—¿Alguna de las pruebas de pureza realizadas ha tenido en cuenta esa posibilidad? ¿Esa posibilidad específica? — Ella guardó silencio—. Susana, es lo único que no hemos probado todavía.

Ella le miró durante un largo rato.

—Está bien —dijo finalmente—. Comprobémoslo.

El Instituto Dark Harbor era una casona victoriana, grande y laberíntica, encaramada sobre un remoto promontorio por encima del Atlántico. El instituto contaba con ciento veinte miembros honorarios en su plantilla, aunque apenas residían allí más de una docena de ellos. La responsabilidad de los que acudían al instituto consistía únicamente en pensar. Las aptitudes para pertenecer a él eran igualmente sencillas: ser un genio.

Los miembros estaban encantados con la laberíntica mansión victoriana, que ciento veinte años de tormentas sobre Maine habían dejado sin un solo ángulo recto. Les gustaba especialmente el anonimato, pues ni siquiera los vecinos más cercanos del instituto, la mayoría de ellos visitantes de verano, tenían la más vaga idea de quiénes eran los hombres y las mujeres de gafas que iban y venían de modo tan impredecible.

Edwin Bannister, director gerente asociado del Boston
Globe
salió de la posada donde había pasado la noche y dirigió la colocación de sus maletas en la parte trasera de su Range Rover, con la cabeza todavía palpitante a causa de los efectos del horrible burdeos que le habían servido durante la cena. Dio una propina al mozo, rodeó el Rover y al hacerlo observó el pequeño pueblo de Dark Harbor, con sus barcas de pesca, el campanario y el aire salado. Muy pintoresco. Demasiado pintoresco. Prefería Boston y el ambiente lleno de humo de la taberna Black Key.

Se sentó al volante y consultó el mapa trazado a mano que le habían transmitido por fax desde el periódico. Había ocho kilómetros hasta el instituto. A pesar de todas las seguridades que se le habían dado, aún dudaba de que su anfitrión estuviera realmente allí.

Bannister aceleró para cruzar un semáforo en ámbar y tomó por la carretera comarcal 24. El vehículo brincó sobre un bache, luego sobre otro, y finalmente dejó atrás el pequeño pueblo. La estrecha carretera avanzaba hacia el este, en dirección al mar, y pasaba después a lo largo de una serie de altos riscos sobre el Atlántico. Bajó la ventanilla. Desde allá abajo llegaba el tronar de la marejada, los graznidos de las gaviotas, el quejumbroso sonido metálico de la boya de señalización.

La carretera atravesó un bosquecillo de píceas y salió a un alto prado cubierto de arbustos de arándanos. Una valla alargada cruzaba el prado, con su rústica extensión interrumpida por una puerta de madera y una caseta rodeada de guijarros. Bannister se detuvo ante la entrada y bajó la ventanilla.

—Bannister, del
Globe
—dijo sin molestarse en mirar al guarda.

—Sí, señor.

La puerta se abrió con un zumbido y Bannister observó con regocijo que los rústicos troncos de la puerta estaban sostenidos sobre barras de acero negro. Ningún coche bomba sobresaltará a los aquí reunidos, pensó.

El vestíbulo de la mansión, revestido de paneles de roble, parecía vacío, y Bannister se dirigió hacia el salón. Había un fuego encendido en la enorme chimenea, y una serie de ventanales daban al mar, y centelleaban bajo la luz de la mañana. Desde el fondo llegaba una apagada música.

En un extremo alejado distinguió a un hombre sentado en un sillón de cuero, que tomaba café y leía un periódico. El hombre llevaba guantes blancos. El periódico crujía entre los guantes al pasar las páginas. Levantó la mirada.

BOOK: Nivel 5
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