Authors: David Brin
Alrededor de ellos había ahora un remolino de formas más pequeñas, casi invisible, pero que excluía la cómoda negrura del espacio en una bruma rosada.
Jacob se preguntó cómo describiría un escritor esta escena. A pesar de todos sus defectos, LaRoque tenía fama por su facilidad de expresión. Jacob había leído algunos de sus artículos y había disfrutado de la fluida prosa, aunque se hubiera reído de sus conclusiones. Aquí había una escena que exigía un poeta, fuera cual fuera su ideología.
Lamentó que LaRoque no estuviera presente... por más de un motivo.
—Nuestros instrumentos han detectado una anómala fuente de luz polarizada. Ahí es donde empezaremos nuestra búsqueda.
Culla se acercó al borde de la cubierta y contempló con determinación un punto que le señaló uno de los tripulantes.
Jacob le preguntó a la comandante qué estaba haciendo.
—Culla puede detectar el color con más precisión que nosotros —dijo deSilva—. Puede ver diferencias en la longitud de ondas hasta casi un angstrom. También es capaz de retener la fase de luz que ve. Un fenómeno de interferencia, supongo. Pero eso le hace ideal para detectar la luz coherente que producen esas bestias láser. Casi siempre es el primero en verlas.
Las mandíbulas de Culla chascaron una vez. Señaló.
—Eshtá allí —dijo—. Hay muchosh puntosh de luz. Esh un rebaño grande, y creo que también hay pashtoresh.
DeSilva sonrió, y la nave apresuró su maniobra.
En el centro del filamento, la Nave Solar se movía como un pez capturado en un rápido. La corriente era eléctrica, y la marea que agitaba la esfera era un plasma magnetizado de increíble complejidad.
Protuberancias e hilillos de gas ionizado surcaban de un lado a otro, retorcidos por las fuerzas que creaba a su mismo paso. Flujos de materia brillante aparecían y desaparecían súbitamente, mientras el efecto Doppler tomaba las líneas de emisión del gas y luego las sacaba de la coincidencia con la línea espectral que se usaba como observación.
La nave se bamboleaba a través de los turbulentos vientos de la cromosfera, absorbiendo las fuerzas de plasma con sutiles cambios de sus propios campos magnéticos, navegando con velas hechas de matemáticas casi corpóreas. Los rayos que se enroscaban y crecían en esos campos de fuerza (permitiendo que la tensión de los remolinos en conflicto cayera en una dirección y luego en la otra), ayudaban a recortar las sacudidas de la tormenta.
Esos mismos escudos mantenían fuera la mayor parte del ululante calor, diversificando el resto en formas tolerables. El que pasaba era absorbido en una cámara para alimentar el Láser Refrigerador, el riñón que filtraba el flujo de rayos que apartaba incluso el plasma en su camino.
Sin embargo, todo esto no eran más que invenciones de los terrícolas. Lo que hacía que la nave fuera grácil y segura era la ciencia de los galácticos. Los campos gravitatorios repelían el amoroso y aplastante tirón del sol, de forma que la nave caía o volaba a voluntad.
Las fuerzas resonantes en el centro del filamento eran absorbidas o neutralizadas, y la duración misma era alterada por tempo-compresión.
En relación con un punto fijo del sol (si es que eso existía), se movía a lo largo del arco magnético a miles de kilómetros por hora.
Pero en relación a las nubes que la rodeaban, la nave parecía abrirse paso lentamente, persiguiendo un objetivo apenas entrevisto.
Jacob contemplaba el abismo con un ojo y observaba a Culla con el otro. El alto alienígena era el vigía de la nave. Se encontraba junto al timonel, con los ojos brillantes, señalando la oscuridad.
Las direcciones de Culla eran sólo un poco mejores que las que daban los instrumentos de la nave, pero a Jacob le costaba trabajo leerlos, así que apreciaba tener a alguien que dijera a los pasajeros y la tripulación dónde mirar.
Durante una hora contemplaron motas que brillaban en la distante bruma. Las motas eran extremadamente débiles, en las líneas azules y grises que deSilva había ordenado abrir, pero de vez en cuando un estallido de luz verdosa corría de una a otra, como un faro que de repente alcanza a un barco y luego pasa de largo.
Ahora los destellos se producían con más frecuencia. Había al menos un centenar de objetos, todos del mismo tamaño aproximado.
Jacob observó el Medidor de Proximidad. Setecientos kilómetros.
A los doscientos, su forma se hizo clara. Cada una de las «ovejas magnéticas» era un toro geométrico. A esta distancia la colonia parecía una gran colección de diminutos anillos de boda azules. Cada anillito estaba alineado de la misma forma, a lo largo del arco filamentoso.
—Se alinean a lo largo del campo magnético donde es más intenso —dijo deSilva—. Y giran sobre su eje para generar una corriente eléctrica. Dios sabe cómo llegan de una región activa a otra cuando los campos cambian. Todavía estamos intentando averiguar qué los mantiene juntos.
Hacia el borde de la multitud, unos cuantos toros se bamboleaban lentamente mientras giraban. La avanzadilla.
De repente, por un instante, un brusco brillo rojo bañó la nave.
Luego regresó el tono ocre. El piloto miró a Jacob.
—Acabamos de atravesar la cola láser de uno de estos toros. Un disparo ocasional como ése no causa ningún daño —dijo—. ¡Pero si nos acercáramos desde atrás y por debajo del rebaño principal, podríamos tener problemas!
Un amasijo de oscuro plasma, más frío o moviéndose mucho más rápido que el gas circundante, pasó delante de la nave, bloqueando su visibilidad.
—¿Para qué sirve ese láser? —preguntó Jacob.
DeSilva se encogió de hombros.
—¿Estabilidad dinámica? ¿Propulsión? Posiblemente lo usan para enfriarse, como nosotros. Supongo que incluso podría haber materia sólida en su composición, si esto fuera cierto.
»Sea cual sea su función, es lo suficientemente poderoso para lanzar luz verde a través de esas pantallas sintonizadas en rojo. Ése fue el único motivo por el que los descubrimos. Aunque grandes, son como polen sacudido por el viento. Sin la ayuda del láser, podríamos buscar durante un millón de años y no encontrar ningún toroide. Son invisibles en el hidrógeno alfa, así que para observarlos mejor abrimos un par de bandas en el azul y el verde. ¡Naturalmente no podremos abrir la longitud de onda a la que está sintonizada ese láser! Las líneas que elegimos son tranquilas y ópticamente densas, así que todo lo que vea verde o azul procede de una bestia. Tendría que ser un cambio desagradable.
—Cualquier cosa mejor que este condenado rojo.
La nave atravesó la materia oscura y de repente casi estuvieron entre las criaturas.
Jacob tragó saliva y cerró los ojos momentáneamente. Cuando volvió a mirar, descubrió que no podía deglutir. Después de tres días de increíbles panoramas, lo que vio le dejó indefenso ante un poderoso temblor de emoción.
Si un grupo de peces es un «banco» por su disciplina, y varios leones comprenden una «carnada», por su actitud, Jacob decidió que el grupo de seres solares sólo podía ser considerado una «bengala». Tan intenso era su brillo que sus miembros parecían resplandecer contra el negro espacio.
Los toroides más cercanos brillaban con los colores de una primavera terrestre. Sólo a lo lejos se desvanecían los colores. Un verde claro titilaba bajo sus ejes, donde la luz láser se esparcía en el plasma.
Alrededor de ellos chispeaba un halo difuso de luz blanca.
—Radiación sincrotrónica —dijo un tripulante—. ¡Sí que deben estar girando! ¡Detecto un gran flujo a 100KeV!
El toroide más cercano, cuatrocientos metros de diámetro y más de dos mil de largo, giraba locamente. Alrededor de su borde, formas geométricas volaban como las perlas de un collar, cambiando, de modo que los diamantes azul intenso se convertían en sinuosas bandas púrpura, circundando un brillante anillo esmeralda, todo en cuestión de segundos.
La capitana de la Nave Solar se encontraba junto a la cámara del Piloto, contemplando indicadores y medidores, y alerta a todos los detalles. Mirarla era como mirar a una versión suavizada del espectáculo ante la nave, pues los colores flexibles e iridiscentes del toroide más cercano bañaban su rostro y su uniforme blanco y quedaban domados y difuminados cuando llegaban a los ojos de Jacob.
Primero débilmente y luego con más brillantez a medida que el verde y el azul se mezclaban y expulsaban el rosa, los colores chispeaban cada vez que ella alzaba la cabeza y sonreía.
De repente, el azul aumentó cuando un estallido de exuberancia del toroide coincidió con una intrincada muestra de pautas, como el agitar de unos ganglios en el borde de la bestia-anillo.
La ejecución fue inaudita. Las arterias brotaron en verde y se entrelazaron con venas absorbidas por un azul casto y pulsante. Las venas latieron en contrapunto, luego crecieron como ávidas enredaderas, retirándose para revelar nubes de diminutos triángulos: chorros de polen bidimensional que se esparcieron en una multitud de colisiones minúsculas de tres puntos alrededor del cuerpo no-euclidiano del toro. De inmediato el motivo se hizo isósceles, y el borde en forma de donut se convirtió en una confusión de lados y de ángulos.
La exhibición alcanzó un clima de intensidad, luego remitió. Las pautas del borde se hicieron menos brillantes y el toro retrocedió, encontrando un lugar donde girar entre sus compañeros mientras el rojo empezaba a regresar, apartando verdes y azules de la cubierta de la nave y de los rostros de los observadores.
—Eso ha sido un saludo —dijo por fin Helene deSilva—. Hay escépticos en la Tierra que todavía piensan que los magnetóvoros no son más que una forma de aberración magnética. Que vengan y lo vean con sus propios ojos. Somos testigos de una forma de vida. Está claro que el Creador acepta pocos límites al alcance de su trabajo.
Tocó suavemente el hombro del piloto. Éste dirigió las manos a los controles y la nave empezó a retirarse.
Jacob estuvo de acuerdo con Helene, aunque su lógica no era científica. No tenía dudas de que los toroides estaban vivos. La exhibición de la criatura, fuera un saludo o simplemente una respuesta territorial a la presencia de la nave, había sido signo de algo vital, e incluso inteligente.
La anacrónica referencia a una deidad suprema pareció extrañamente adecuada a la belleza del momento.
La comandante volvió a hablar por su micrófono, mientras la bengala de magnetóvoros quedaba atrás y la cubierta giraba.
—Ahora vamos a cazar fantasmas. Recuerden que no estamos aquí para estudiar a los magnetóvoros sino a sus depredadores. La tripulación mantendrá vigilancia constante en busca de cualquier signo de esas criaturas esquivas. Ya que antes han sido avistadas incluso por accidente, sería de agradecer que todo el mundo ayudara. Por favor, infórmenme de cualquier acontecimiento extraordinario.
DeSilva y Culla mantuvieron una reunión. El alienígena asintió lentamente, y un ocasional destello blanco entre sus grandes encías traicionó su excitación. Por fin, se dirigió a la curvatura de la cúpula central.
DeSilva explicó que había enviado a Culla al otro lado de la cubierta, a la zona invertida, donde normalmente sólo había instrumentos, para que actuara como vigía por si los seres láser aparecían desde el nadir, donde los detectores colocados en el borde no podrían detectarlos.
—Hemos tenido varios avistamientos en el cénit —repitió deSilva—.
Y a menudo han sido los casos más interesantes, como cuando vimos las formas antropoides.
—¿Y esas formas desaparecieron siempre antes de que la nave pudiera girar? —preguntó Jacob.
—O las bestias giraron con nosotros para ponerse encima. ¡Fue irritante! Pero eso nos dio la primera pista de que podría haber fenómenos psi en funcionamiento. Después de todo, sean cuales sean sus motivos, ¿cómo podrían conocer nuestro modo de colocar instrumentos en el borde de un disco y seguir nuestros movimientos con tanta precisión, sin saber lo que pretendemos hacer?
Jacob frunció el ceño, pensativo.
—¿Pero por qué no colocar unas cuantas cámaras aquí arriba? No sería un gran problema.
—No, desde luego —coincidió deSilva—. Pero los equipos de apoyo e inmersión no quieren perturbar la simetría original de la nave.
Tendríamos que poner otro conducto a través de la cubierta hasta el ordenador grabador principal, y Culla nos aseguró que esto eliminaría cualquier pequeña habilidad que pudiéramos tener para maniobrar con un fallo de estasis... aunque esa habilidad es probablemente nula en cualquier caso. Recuerde lo que le pasó al pobre Jeff.
»La nave de Jeffrey, la pequeña que visitó usted en Mercurio, fue diseñada desde el principio para llevar grabadoras apuntando al cénit y al nadir. La suya era la única con esta modificación. Tendremos que arreglárnoslas con los instrumentos del borde, nuestros ojos, y unas cuantas cámaras de mano.
—Y los experimentos psi —recalcó Jacob.
DeSilva asintió, sin expresión ninguna.
—Sí, todos esperamos hacer un contacto amistoso, desde luego.
—Discúlpeme, capitana.
El piloto alzó la cabeza de sus instrumentos. Llevaba un micrófono en la oreja.
—Culla dice que hay una diferencia de color en la zona superior norte del rebaño. Podría ser un parto.
DeSilva asintió.
—Muy bien. Avance en una tangente norte hasta el flujo de campo. Elévese con el rebaño mientras lo hace y no se acerque demasiado para no asustarlos.
La nave empezó a asumir un nuevo ángulo. El sol salió por la izquierda hasta que se convirtió en una pared que se extendía hacia arriba y hacia adelante, hasta el infinito. Una débil luminosidad se apartó de ellos, hacia la fotosfera de debajo. El chispeante rastro siguió en paralelo la alineación del rebaño de toroides.
—Es el rastro de superionización que dejó nuestro Láser Refrigerador cuando apuntábamos hacia allá —explico deSilva—. Debe de tener un par de kilómetros de largo.
—¿Tan fuerte es el láser?
—Bueno, tenemos que desprendernos de un montón de calor. Y la idea es calentar una pequeña parte del sol, de lo contrario el refrigerador no funcionaría. Por cierto, ése es otro motivo por el que tenemos tanto cuidado de que el rebaño no quede delante o detrás nuestro.
Jacob se sintió momentáneamente asombrado.
—¿Cuándo estaremos a la vista de... qué fue lo que dijo que era?
¿Un parto?