Authors: David Brin
Ella puso los ojos en blanco.
—¿Quién sabe? Tal vez. Es algo a tener en cuenta. Pero lo que sí sé es que no vamos a hacer nada hasta que el doctor Kepler esté recuperado y pueda oírnos.
La doctora Martine frunció el ceño.
—¡Ya se lo he dicho antes! ¡Dwayne estuvo de acuerdo en que había que enviar otra expedición inmediatamente!
— ¡Y yo esperaré a oírselo en persona! —respondió deSilva, acalorada.
—Bien, aquí estoy, Helene.
Dwayne Kepler se encontraba en la puerta, apoyado contra el quicio. Junto a él, agarrándolo por el brazo, el médico jefe Laird. Los dos miraron a la doctora Martine.
—¡Dwayne! ¿Qué está haciendo levantado? ¿Quiere sufrir un infarto? —Martine avanzó hacia él, furiosa y preocupada, pero Kepler le hizo un gesto para que no se moviera.
—Me encuentro bien, Millie. Acabo de adulterar la receta que me dio, eso es todo. En dosis menores es igual de útil, y sé que no pretendía nada malo. ¡Pero no me servía de nada quedarme fuera de combate de esa forma!
Kepler se echó a reír débilmente.
—En cualquier caso, me alegro de no haber estado demasiado drogado para oír su brillante discurso. Lo escuché casi todo desde la puerta.
Martine se ruborizó.
Jacob se sintió aliviado al comprobar que Kepler no mencionaba su participación en aquello. Después de aterrizar y trabajar en el laboratorio, pareció una pérdida de tiempo no seguir adelante y analizar las muestras de los medicamentos de Kepler que había robado a bordo de la Bradbury.
Por fortuna, nadie había preguntado de dónde había sacado las muestras. Aunque cuando consultó al cirujano de la base le dijo que algunas de las dosis parecían un poco elevadas, todas las drogas, excepto una, resultaron ser normales para el tratamiento de estados maníacos suaves.
La droga desconocida todavía rondaba por la mente de Jacob: un misterio más que resolver. ¿Qué tipo de problema físico requería grandes dosis de un poderoso anticoagulante? El doctor Laird se irritó. ¿Por qué Martine había prescrito Warfarin?
—¿Está seguro de que se encuentra bien? —preguntó deSilva.
Ayudó al médico a guiarle hasta una silla.
—Me encuentro bien —respondió Kepler—. Además, hay cosas que no pueden esperar.
»Primero, no estoy tan convencido de la teoría de Millie según la cual los Espectros saludarán a Pil Bubbacub o a Kant Fagin con más entusiasmo del que nos han mostrado a los demás. ¡Pero sí sé que no voy a aceptar ninguna responsabilidad por llevarlos a una inmersión! El motivo es que si murieran no sería a manos de los solarianos... sino por culpa de los seres humanos. Tendría que haber otra inmersión ahora mismo, sin nuestros distinguidos amigos extraterrestres, desde luego... y debería marchar inmediatamente hacia la misma región, como sugirió Millie.
DeSilva sacudió la cabeza con énfasis.
— ¡No estoy de acuerdo, señor! O bien los Espectros mataron a Jeff, o algo le pasó a su nave. Y creo que fue lo segundo, por mucho que odie admitirlo... Tendríamos que comprobarlo todo antes de...
—Oh, no hay ninguna duda de que fue la nave —interrumpió Kepler—. Los Espectros no mataron a nadie.
—¿Cómo dice? —gritó LaRoque—. ¿Está ciego? ¿Cómo puede negar lo evidente?
—Dwayne —dijo Martine suavemente—. Ahora está demasiado cansado para pensar en esto.
Kepler la apartó.
—Discúlpeme, doctor Kepler —dijo Jacob—. ¿No mencionó algo sobre el peligro procedente de los seres humanos? La comandante deSilva probablemente piensa que se refería a que un error en la preparación de la nave de Jeff causó su muerte. ¿Está hablando de otra cosa?
—Sólo quiero saber una cosa —dijo Kepler lentamente—. ¿Mostró la telemetría que la nave de Jeff fue destruida por un colapso de su campo de estasis?
El operador de la consola que había hablado antes dio un paso al frente.
—Bueno... sí, señor. ¿Cómo lo sabía?
—No lo sabía. —Kepler sonrió—. Pero lo había supuesto, después de pensar en un sabotaje.
—¿Qué? —gritaron casi al unísono Martine, deSilva y LaRoque.
Y de repente Jacob lo vio.
—¿Quiere decir durante la visita...? —se volvió a mirar a LaRoque. Martine siguió su mirada y boqueó.
LaRoque dio un paso atrás, como si lo hubieran golpeado.
—¡Está loco! —gritó—. ¡Y usted también! —Señaló a Kepler con un dedo—. ¿Cómo pude sabotear los motores cuando me encontré mareado todo el tiempo que estuve en ese sitio de locos?
—Mire, LaRoque —dijo Jacob—. No he dicho nada, y estoy seguro de que el doctor Kepler tan sólo está especulando. —Miró dubitativo a Kepler.
Éste sacudió la cabeza.
—Estoy hablando en serio. LaRoque pasó una hora junto al Generador de Gravedad de Jeff, sin nadie cerca. Comprobamos el Generador de Gravedad en busca de algún daño que pudiera haber sido causado por alguien que usara las manos desnudas, y no encontramos nada. No se me ocurrió hasta después de comprobar la cámara del señor LaRoque.
»¡ Entonces descubrí que uno de sus aparatitos es un pequeño aturdidor sónico! —Sacó la grabadora de uno de sus bolsillos—. ¡Fue así como se dio el beso de Judas!
LaRoque se ruborizó.
—El aturdidor es un aparato de defensa normal en los periodistas.
Incluso lo había olvidado. ¡Y nunca podría haber dañado a una máquina tan grande!
»¡Todo esto no tiene sentido! ¡Este lunático arcaico-religioso y terra-chauvinista que casi ha destruido toda oportunidad de encontrarnos con nuestros Tutores como amigos, se atreve a acusarme de un crimen para el que no hay ningún motivo! ¡Asesinó a ese pobre mono, y desea echar la culpa a otro!
—Cállese, LaRoque —dijo deSilva. Se volvió hacia Kepler—. ¿Es consciente de lo que dice, señor? Un ciudadano no podría cometer un asesinato simplemente porque no le gusta un individuo. Sólo una Personalidad Condicional podría matar sin causa. ¿Se le ocurre alguna razón por la que el señor LaRoque pudiera haber hecho algo tan drástico?
—No lo sé. —Kepler se encogió de hombros. Miró a LaRoque—. Un ciudadano que tiene justificaciones para matar sigue sintiendo remordimientos después. No parece que el señor LaRoque lamente nada, así que o bien es inocente, o es un buen actor... ¡o quizá después de todo es un Condicional!
— ¡En el espacio! —gritó Martine—. Eso es imposible, Dwayne. Y lo sabe. Todos los espaciopuertos están repletos de receptores-C. ¡Y todas las naves están también equipadas con detectores! ¡Debería pedir disculpas al señor LaRoque!
Kepler hizo una mueca.
—¿Disculpas? LaRoque mintió sobre su «mareo» en el bucle gravitatorio. Envié un masergama a la Tierra. Quería que su periódico me enviara un dosier sobre él. Se alegraron mucho de complacerme.
»¡ Parece que el señor LaRoque es un astronauta entrenado! ¡Fue separado del servicio por «razones médicas»... una frase que se utiliza a menudo cuando los test-C de una persona llegan a niveles condicionales y se ve obligado a renunciar a un trabajo sensible!
»Eso tal vez no demuestre nada, pero significa que LaRoque tenía demasiada experiencia con las naves espaciales como para "asustarse de muerte" en el bucle de gravedad de Jeffrey. Ojalá lo hubiera sabido a tiempo para avisar a Jeff.
LaRoque protestó y Martine puso objeciones, pero Jacob se dio cuenta de que las opiniones en la sala se volvían contra ellos. DeSilva miró a LaRoque con un frío salvajismo que sorprendió un poco a Jacob.
—Espere un momento. —Alzó una mano—. ¿Por qué no comprobamos si hay aquí en Mercurio algún condicional sin transmisor?
Sugiero que todos enviemos a la Tierra nuestras pautas retinales para comprobarlas. Si el señor LaRoque no está catalogado como condicional, entonces el doctor Kepler tendrá que demostrar por qué un ciudadano pudo pensar que tenía motivos para matar.
— ¡Muy bien, pues hagámoslo ahora, por el amor de Kukulkán! —chilló LaRoque—. ¡Pero únicamente con la condición de que no sea yo solo! Por primera vez, Kepler empezó a parecer inseguro. En su beneficio, deSilva ordenó que toda la base quedara reducida a la gravedad de Mercurio. El Centro de Control respondió que la conversión tardaría unos cinco minutos. La comandante anunció por el intercomunicador que los visitantes y los miembros de la base pasarían por las pruebas de identificación, y luego se marchó para supervisar los preparativos.
El personal presente en la Sala de Telemetría empezó a dirigirse hacia los ascensores. LaRoque se mantuvo cerca de Kepler y Martine, como para demostrar su ansiedad por rebatir los cargos en su contra, la barbilla alzada en una expresión de martirio.
Los tres, junto con Jacob y dos miembros del personal, esperaban uno de los ascensores cuando sucedió el cambio de gravedad. Pareció que el suelo empezaba a hundirse de repente.
Todos estaban acostumbrados a los cambios de gravedad: muchas partes de la Base Kermes no tenían la gravedad terrestre. Pero normalmente la transición era a través de una compuerta de estasis controlada, algo que no era más agradable que esto, pero que la familiaridad hacía menos desconcertante. Jacob deglutió con dificultad, y uno de los miembros del personal se tambaleó ligeramente.
Con un súbito movimiento violento, LaRoque se lanzó hacia la cámara que Kepler tenía en la mano. Martine abrió la boca y Kepler gruñó, sorprendido. El miembro del personal recibió un puñetazo en la cara al intentar agarrar a LaRoque, que giró como un acróbata y empezó a correr pasillo abajo, alzando su cámara recuperada. Jacob y el otro operario le dieron caza, instintivamente.
Jacob sintió un destello de dolor en el hombro. Algo en su mente habló mientras esquivaba otro rayo aturdidor. «Vale —dijo—. Este es mi trabajo. Ahora yo me hago cargo.»
Se encontraba de pie en un pasillo, esperando. Había sido divertido, pero ahora era un auténtico infierno. El pasillo se oscureció durante un instante. Él abrió la boca y extendió la mano para afianzarse a la áspera pared mientras su visión se aclaraba.
Estaba solo en un corredor de servicio, con el hombro dolorido y los restos de una profunda y casi complaciente sensación de satisfacción que se disipaba como un sueño. Miró cuidadosamente a su alrededor, y luego suspiró.
—De modo que te hiciste cargo y pensaste que podías arreglártelas sin mí, ¿eh? —gruñó. El hombro le tintineaba como si acabara de despertar.
Jacob no tenía ni idea de cómo su otra mitad se había liberado, ni por qué había intentado encargarse de las cosas sin la ayuda de la personalidad principal. Pero debió encontrarse con problemas para renunciar ahora.
Una sensación de resentimiento respondió a aquella idea. El señor Hyde era muy sensible en lo referente a sus limitaciones, pero por fin se produjo la capitulación.
¿Eso es todo? Regresaron los recuerdos completos de los últimos diez minutos. Se echó a reír. Su yo amoral se había visto enfrentado a una barrera infranqueable.
Pierre LaRoque se hallaba en una habitación al fondo del pasillo.
Entre el caos que siguió a su captura de la cámara-aturdidor, sólo Jacob pudo seguirlo, y egoístamente había recabado la tarea para sí.
Había jugado al gato y el ratón, dejándole pensar que había eludido toda persecución. Una vez incluso esquivó a un pelotón de personal de la base que se acercó demasiado.
Ahora LaRoque se estaba poniendo un traje espacial en un vestuario situado a unos veinte metros de una escotilla. Llevaba cinco minutos allí dentro y tardaría al menos otros diez en terminar. Ésa era la barrera infranqueable. El señor Hyde no podía esperar. Sólo era un conjunto de impulsos, no una personalidad, y Jacob tenía toda la paciencia del mundo. Lo había planeado así.
Jacob reprimió su disgusto, pero no sin sentir un retortijón. No hacía mucho que aquel impulso había sido una parte diaria de él. Podía comprender el dolor que la espera causaba a la pequeña personalidad artificial que demandaba gratificación instantánea.
Pasaron los minutos. Jacob observó el suelo en silencio. Incluso en su plena consciencia empezó a sentirse impaciente. Hizo falta un serio esfuerzo para mantener la mano apartada del pomo de la puerta.
El pomo empezó a girar. Jacob dio un paso atrás, con las manos a los costados.
La burbuja vidriosa de un casco asomó en la abertura cuando se abrió la puerta. LaRoque miró a la izquierda y luego a la derecha. Siseó al ver a Jacob. La puerta se abrió del todo y el hombre avanzó con una barra de material plástico en la mano.
Jacob alzó una mano.
—¡Alto, LaRoque! Quiero hablar con usted. De todas formas no puede marcharse.
—No quiero lastimarle, Demwa. ¡Corra! —La voz de LaRoque resonaba nerviosa en el altavoz que llevaba en el pecho. Blandió amenazante la barra de plástico.
Jacob sacudió la cabeza.
—Lo siento. Estropeé la compuerta del pasillo antes de esperarle aquí. Tendrá que hacer un largo paseo con ese traje espacial antes de encontrar la siguiente.
La cara de LaRoque reflejó el impacto.
—¿Por qué? ¡No he hecho nada! ¡Sobre todo a usted!
—Ya lo veremos. Mientras tanto, hablemos. No hay mucho tiempo.
—¡Hablaré! —gritó LaRoque—. ¡Hablaré con esto! —Avanzó blandiendo la barra.
Jacob adoptó una pose defensiva e intentó alzar ambas manos para agarrar a LaRoque por la muñeca. Pero se había olvidado del hombro aturdido. Su mano izquierda aleteó débilmente, a mitad de camino de su posición asignada. La derecha se disparó para bloquear la barra, y en cambio recibió un golpe. Desesperado, se lanzó hacia adelante y encogió la cabeza mientras la barra silbaba apenas unos centímetros por encima.
El movimiento, al menos, fue perfecto. La gravedad inferior le sirvió de ayuda cuando se alzó y se giró sin esfuerzo, agachándose. Pero su mano derecha estaba ahora entumecida, mientras automáticamente ignoraba el dolor de una fea magulladura. Dentro de su traje, LaRoque giró con más facilidad de lo que Jacob esperaba. ¿Qué había dicho Kepler sobre la experiencia de astronauta de LaRoque? No había tiempo.
Aquí viene otra vez.
La barra bajó con un peligroso arco. LaRoque la sujetaba con las dos manos, como si fuera un palo de kendo: era fácil de bloquear, pero para eso le harían falta las manos. Jacob se agachó y dio un cabezazo a LaRoque en el vientre. Siguió empujando hasta que los dos chocaron contra la pared del corredor. LaRoque dejó escapar un gemido y soltó la barra.
Jacob la alejó de una patada y se echó atrás.