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Authors: Eiji Yoshikawa

Musashi (101 page)

BOOK: Musashi
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—Eso no basta. Esta noche no nos iremos de aquí a menos que nos garantices que le tendrás bajo custodia hasta el encuentro.

Kojirō giró sobre sus talones, sacó el pecho y se acercó más a Musashi, el cual había estado mirando fijamente su espalda. Sus miradas se trabaron, como las de dos fieras salvajes que se vigilan mutuamente. Había algo inevitable en la manera en que sus personalidades juveniles se enfrentaban, un reconocimiento de la capacidad del otro y, tal vez, una pizca de temor.

—¿Consientes en que el encuentro se realice como he propuesto, Musashi?

—Acepto.

—Muy bien.

—Sin embargo, me opongo a tu participación.

—¿No estás dispuesto a quedar bajo mi custodia?

—Me ofende lo que eso significa. En mis combates con Seijūrō y Denshichirō no he dado la menor muestra de cobardía. ¿Por qué creen sus seguidores que huiría antes de enfrentarme a ellos?

—Bien dicho, Musashi. No lo olvidaré. Ahora, dejando aparte mi garantía, ¿decidirás el lugar y la hora?

—Estoy de acuerdo con cualquier lugar y hora que ellos elijan.

—Ésa también es una respuesta gallarda. ¿Dónde estarás hasta el momento de la lucha?

—No tengo ninguna dirección.

—Si tus adversarios no saben dónde estás, ¿cómo pueden enviarte un mensaje escrito?

—Decidid ahora mismo la hora y el lugar. Estaré aquí.

Kojirō asintió. Tras consultar con Jūrōzaemon y varios más, regresó al lado de Musashi y le dijo:

—Quieren que la hora sea las cinco de la madrugada de pasado mañana.

—Acepto.

—El lugar será el pino de ancha copa al pie de la colina de Ichijōji, en el camino hacia el monte Hiei. El representante nominal de la casa de Yoshioka será Genjirō, el hijo mayor de Yoshioka Genzaemon, tío de Seijūrō y Denshichirō. Genjirō es ahora el nuevo jefe de la casa de Yoshioka, y el encuentro se realizará en su nombre, pero todavía es un niño, porque se estipula que varios discípulos de Yoshioka le acompañarán para actuar como segundos. Te lo digo para evitar cualquier malentendido.

Tras el intercambio formal de promesas, Kojirō llamó a la puerta de la cabaña. Los trabajadores del aserradero se apresuraron a abrirla y se asomaron.

—Debe de haber por aquí algo de madera que no os haga falta —les dijo Kojirō con aspereza—. Quiero colocar un anuncio. Buscadme una tabla apropiada y clavadla a un poste de seis pies de largo.

Mientras alisaban la tabla, Kojirō envió a un hombre en busca de pincel y tinta. Una vez reunidos los materiales, escribió la hora, el lugar y otros detalles con mano de experto calígrafo. Tal como sucediera antes, el anuncio se hacía público, pues eso era una garantía mejor que un intercambio de promesas en privado. Incumplir el compromiso significaría quedar públicamente en ridículo.

Musashi observó a los hombres de Yoshioka que levantaban el letrero en el lugar más transitado de la vecindad. Se dio la vuelta, imperturbable, y se dirigió con rapidez a los terrenos de equitación de Yanagi.

Jōtarō estaba a solas en la oscuridad y se sentía nervioso. Sus ojos y oídos estaban alerta, pero sólo de vez en cuando veía la luz de un palanquín u oía los ecos huidizos de las canciones que entonaban los hombres camino de su casa. Temiendo que Musashi pudiera haber sido herido o incluso muerto, finalmente perdió la paciencia y echó a correr hacia Yanagimachi.

Antes de que hubiera recorrido cien varas, oyó la voz de Musashi a través de la oscuridad.

—¡Eh! ¿Qué es esto?

—¡Ah, estás aquí! —exclamó, aliviado, el muchacho—. Tardabas tanto que decidí ir a dar un vistazo.

—Eso no ha sido muy inteligente. Podríamos habernos perdido de vista mutuamente.

—¿Había muchos hombres de Yoshioka al otro lado del portal?

—Sí, bastantes.

—¿No te capturaron? —Jōtarō miró inquisitivamente el rostro de Musashi—. ¿No ha ocurrido nada?

—En efecto.

—¿Adonde vas? La casa del señor Karasumaru se encuentra en esta dirección. Apuesto a que estás muy deseoso de ver a Otsū, ¿no es cierto?

—Sí, ansío verla.

—A esta hora de la noche se llevará una enorme sorpresa.

Siguió un silencio incómodo.

—Oye, Jōtarō, ¿recuerdas aquella pequeña posada donde nos encontramos por primera vez? ¿Cómo se llamaba el pueblo?

—La casa del señor Karasumaru es mucho más agradable que esa vieja posada.

—Estoy seguro de que no hay comparación posible.

—Todo está cerrado durante la noche, pero si vamos a la puerta de servicio nos dejarán entrar, y cuando vean que te he traído, es posible que el mismo señor Karasumaru salga a saludarte. Ah, por cierto, ¿qué le pasa a ese monje loco, Takuan? Me ha tratado muy mal. Me dijo que lo mejor que podía hacer era dejarle en paz, y no quiso decirme dónde estabas, aunque lo sabía perfectamente.

Musashi no hizo ningún comentario. Jōtarō charlaba mientras caminaban.

—Ahí es —dijo el muchacho, señalando la puerta trasera. Musashi se detuvo pero no dijo nada—. ¿Ves esa luz por encima de la valla? Es el ala norte, donde se aloja Otsū. Debe de estar esperándome.

Hizo un rápido movimiento hacia la puerta, pero Musashi le agarró con fuerza la muñeca.

—Todavía no. No voy a entrar en la casa. Quiero que le des a Otsū un mensaje de mi parte.

—¿No vas a entrar? ¿No has venido aquí para eso?

—No. Sólo quería cerciorarme de que llegabas sano y salvo.

—¡Tienes que entrar! ¡No puedes marcharte ahora!

El chico tiró frenéticamente de la manga de Musashi.

—No levantes la voz y escucha.

—¡No quiero escucharte! Me prometiste que vendrías conmigo.

—Y he venido, ¿no es cierto?

—No te he invitado a mirar la puerta, sino a visitar a Otsū.

—Tranquilízate... Es muy posible que esté muerto dentro de muy poco tiempo.

—Eso no es nada nuevo. Siempre dices que un samurai debe estar preparado para morir en cualquier momento.

—Es cierto, y creo que oírte repetir mis palabras es una buena lección para mí. Pero esta vez no es como las demás. Ya sé que no tengo una posibilidad entre diez de sobrevivir, y por eso creo que no debería ver a Otsū.

—Eso no tiene sentido.

—No lo entenderías ahora aunque te lo explicara. Ya lo comprenderás cuando seas mayor.

—¿Me estás diciendo la verdad? ¿Crees de veras que vas a morir?

—Así es, pero no puedo decirle tal cosa a Otsū, no puedo hacerlo cuando está enferma. Dile que sea fuerte y elija un camino que la conduzca a su felicidad futura. Ése es el mensaje que debes transmitirle. No quiero que le hables de la posibilidad de que me maten.

—¡Se lo diré! ¡Se lo diré todo! ¿Cómo podría mentirle a Otsū? Oh, por favor, por favor, ven conmigo.

Musashi le apartó.

—No me estás escuchando.

Jōtarō no podía retener las lágrimas.

—Pero..., pero lo siento mucho por ella. Si le digo que te has negado a verla, empeorará, estoy seguro.

—Por eso tienes que darle mi mensaje. Dile que vernos no nos hará ningún bien mientras todavía esté adiestrándome como guerrero. He elegido un camino de disciplina, el cual requiere que supere mis sentimientos y lleve una vida estoica llena de penurias. Si no lo hago así, nunca encontraré la luz que busco. Piénsalo, Jōtarō. También tú tendrás que seguir ese camino, pues de lo contrario nunca llegarás a ser un guerrero digno.

El muchacho no decía nada, aunque seguía sollozando. Musashi le rodeó con un brazo y le estrechó contra él.

—Uno nunca sabe cuándo terminará el Camino del Samurai. Cuando yo muera, debes buscarte un buen maestro. Ahora no puedo ver a Otsū, porque sé que, a la larga, será más feliz si no nos vemos. Y cuando encuentre la felicidad, comprenderá lo que siento ahora. Esa luz..., ¿estás seguro de que es la de su habitación? Debe de sentirse sola. Anda, vete a dormir.

Jōtarō empezaba a comprender el dilema de Musashi, pero había un rastro de malhumor en su actitud, allí en pie de espaldas a su maestro. Comprendía que no podía insistir más a Musashi.

Alzó el rostro arrasado en lágrimas y se aferró al último rayo de esperanza.

—Cuando hayas terminado tus estudios, ¿verás a Otsū y harás las paces con ella? Lo harás, ¿verdad? Cuando creas que has estudiado lo suficiente.

—Sí, cuando llegue ese día.

—¿Cuándo será?

—Es difícil saberlo.

—¿Dos años, quizá? —Musashi no le respondió—. ¿Tres años?

—El camino de la disciplina no tiene final.

—¿No volverás a ver a Otsū durante el resto de tu vida?

—Si el talento con que nací es adecuado, puede que algún día alcance mi objetivo. De lo contrario, es posible que siga siendo tan estúpido como lo soy ahora. Pero ahora me enfrento a la posibilidad de morir pronto. ¿Cómo puede un hombre con esa perspectiva hacer promesas que afectan al futuro de una mujer tan joven como Otsū?

Había dicho más de lo que pretendía. Jōtarō parecía confuso, pero entonces dijo en tono triunfante:

—No tienes que prometerle nada a Otsū. Lo único que te pido es que la veas.

—Mira, no es tan sencillo. Otsū y yo somos jóvenes. Me desagrada tener que admitirlo, pero si nos encontramos, me temo que sus lágrimas me derrotarían. No podría mantenerme fiel a mi decisión.

Musashi ya no era el joven impetuoso que desdeñó a Otsū en el puente Hanada. Era menos egocéntrico y temerario, más paciente y mucho más gentil. El encanto de Yoshino podría haber reavivado los fuegos de la pasión, si él no hubiera rechazado el amor de manera muy similar a la del fuego que no quiere tratos con el agua. No obstante, cuando la mujer era Otsū, Musashi desconfiaba de su capacidad de autodominio. Sabía que no debía pensar en ella sin considerar el efecto que podría tener en su vida.

Jōtarō oyó la voz de su maestro muy cerca de su oído.

—¿Lo comprendes ahora?

El muchacho se enjugó las lágrimas de los ojos, pero cuando apartó la mano de su rostro y miró a su alrededor, no vio más que una bruma oscura.

—¡Sensei! —exclamó.

Corrió hacia el extremo del largo muro de tierra, pero sabía que sus gritos no harían volver a Musashi. Apoyó la cara en el muro y las lágrimas brotaron de nuevo. Se sentía completamente derrotado, vencido una vez más por el razonamiento adulto. Lloró hasta que se le tensó la garganta y no emitió más sonidos, pero los sollozos convulsos siguieron agitando sus hombros.

Vio a una mujer al otro lado de la puerta de servicio y pensó que debía de ser alguna de las muchachas de la cocina que regresaba de un recado tardío. Se preguntó sí le habría oído llorar.

La oscura figura alzó su velo y caminó lentamente hacia él.

—¿Jōtarō? ¿Eres tú, Jōtarō?

—¡Otsū! ¿Qué haces aquí? Estás enferma.

—Estaba preocupada por ti. ¿Por qué te marchaste sin decir nada a nadie? ¿Dónde has estado durante todo este tiempo? Las luces estaban encendidas y la puerta cerrada, pero tú seguías sin regresar. No puedes imaginar lo preocupada que estaba.

—Estás loca. ¿Y si tienes fiebre otra vez? ¡Vuelve a la cama ahora mismo!

—¿Por qué estabas llorando?

—Te lo diré luego.

—Quiero saberlo ahora. Algo tiene que haberte ocurrido para que estés así. Fuiste en pos de Takuan, ¿no es cierto?

—Humm, sí.

—¿Has averiguado dónde está Musashi?

—Takuan es maligno. ¡Le odio!

—¿No te lo dijo él?

—Pues no.

—Me estás ocultando algo.

—¡Ah, eres imposible! —se quejó Jōtarō—. Tú y ese estúpido maestro mío. No puedo decirte nada antes de que te acuestes y te ponga una toalla fría en la cabeza. Si no regresas a la casa ahora mismo, te llevaré a rastras.

La cogió de la muñeca con una mano y golpeó la puerta con la otra, gritando, enfurecido:

—¡Abrid! La chica enferma está aquí. ¡Si no os dais prisa se va a congelar!

Un brindis por el mañana

Matahachi se detuvo en el camino empedrado y se enjugó el sudor de la frente. Había ido corriendo desde la avenida Gojō hasta la colina Sannen. Tenía el rostro muy enrojecido, pero eso se debía más al sake que al excesivo ejercicio físico. Se agachó para cruzar el portal ruinoso y dio la vuelta hasta llegar a la casita que estaba más allá de la huerta.

—¡Madre! —llamó con insistencia. Entonces miró al interior de la casa y musitó—: ¿Estará durmiendo otra vez?

Tras detenerse ante el pozo para lavarse los pies y las manos, entró en la casa.

Osugi dejó de roncar, abrió un ojo y se incorporó.

—¿Por qué armas tanto escándalo? —preguntó malhumorada.

—Ah, ¿por fin estás despierta?

—¿Qué quieres decir con eso?

—Basta que me siente un momento para que empieces a despotricar por lo perezoso que soy e insistas en que vaya en busca de Musashi.

—Tendrás que perdonarme por ser vieja —replicó ella indignada—. Mi salud me exige que duerma, pero mi espíritu está perfectamente. No me encuentro bien desde la noche en que Otsū se escapó. Y todavía me duele la muñeca, a causa del apretón de Takuan.

—¿Por qué cada vez que me siento bien empiezas a quejarte de algo?

Osugi le miró furibunda.

—No suelo quejarme, a pesar de mi edad, ¿Has averiguado algo sobre Otsū o Musashi?

—Las únicas personas en la ciudad que no se han enterado de la noticia son las ancianas que se pasan el día durmiendo.

—¡Noticias! ¿Qué noticias? —Osugi se apresuró a arrodillarse y se acercó más a su hijo arrastrándose por el suelo.

—Musashi va a librar un tercer combate con la escuela Yoshioka.

—¿Cuándo? ¿Dónde?

—En Yanagimachi hay un anuncio con todos los detalles. Será en la aldea de Ichijōji mañana a primera hora.

—¡Yanagimachi! Ése es el barrio autorizado. —Osugi entrecerró los ojos—. ¿Por qué haraganeabas en pleno día en semejante lugar?

—No estaba haraganeando —dijo Matahachi, poniéndose a la defensiva—. Siempre interpretas mal las cosas. Fui allí porque es un buen sitio para recoger noticias.

—Bueno, no importa, sólo bromeaba. Me satisface que hayas sentado la cabeza y no vuelvas a la mala vida que llevabas. Pero ¿he oído bien? ¿Has dicho mañana por la mañana?

—Sí, a las cinco.

Osugi se quedó un momento pensativa.

—¿No me dijiste que conoces a alguien de la escuela Yoshioka?

—Sí, pero no los he conocido en unas circunstancias muy favorables. ¿Por qué?

—Quiero que me lleves a la escuela ahora mismo. Prepárate.

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