Sin decir nada más, se dirigió rápidamente hacia la salida de la cocina. Desapareció a través del umbral metálico.
Jonás le siguió con la vista, y luego permaneció un par de minutos inmovilizado por un torrente de pensamientos, observando el lugar por el que el mercenario había desaparecido. Lilith se aproximó a él.
—Has estado muy convincente, biólogo.
Jonás se volvió hacia ella, y la contempló como si la viera por primera vez.
Tal vez en otras circunstancias —pensó —, habría sido interesante profundizar más en el conocimiento de esta sorprendente mujer romaka
Lilith captó su mirada, pero no supo cómo interpretarla. Se encogió mentalmente de hombros, y dijo:
—Será mejor que nos vayamos preparando para partir. Nos espera un largo e incómodo viaje de regreso hasta el Límite.
—Yo me quedo... —dijo Jonás casi en un susurro.
Al principio Lilith no supo a qué se refería, luego...
—¿Qué has dicho...?
—Me quedo, Lilith. Id preparándoos vosotros para ese viaje, pero yo no iré. Seré uno de los que se queden a acompañar a Chait Rai en su aventura.
—¿Te has vuelto loco...?
—Quizás.
El transbordador humeaba listo para partir. Aparte de las abundantes provisiones, transportaba a los infantes de marina comandados por Konarak, y a algunos científicos del Imperio.
Sólo diez infantes y Jonás Chandragupta habían elegido quedarse con el ksatrya.
Lilith se detuvo a mitad de la pasarela y se volvió hacia Jonás.
—¿Seguro que prefieres quedarte?
Al pie del transbordador, Jonás tenía un aspecto insignificante y desvalido. Se encogió de hombros.
—Ya lo hemos hablado. Quedan demasiadas cosas aquí que todavía no hemos averiguado.
—Volveremos en menos de un año —se apresuró a decir Lilith—. Convenientemente preparados.
—Quizás sí, o quizás no. Un año puede ser mucho tiempo, y la Hermandad no dejará que todos sus privilegios le sean arrebatados sin pelear. Puede que estéis demasiado ocupados como para dedicaros a la exploración.
—Vamos, la Hermandad no es enemigo contra el Imperio.
—Peleando frente a frente, quizás no. Pero no creo que Srila sea tan estúpido como para daros esa oportunidad.
—¿Y qué ganarás quedándote? ¿También buscas la inmortalidad?
—¿Por qué no? No soy un héroe... pero mi curiosidad no ha sido totalmente satisfecha. Y, ¿quién sabe? Quizás encontremos algo que arrojarles a los Hermanos.
—En este planeta se van a poner las cosas muy feas en poco tiempo —dijo Lilith, señalando hacia la impenetrable capa de nubes—. Se prepara una larga edad del hielo. ¿Cómo esperáis sobrevivir?
—Nos las arreglaremos. Recuerda que sabemos cómo entrar en la zona habitable de las Ciudades. Viviremos rodeados de unas comodidades dignas del Emperador. No debes preocuparte por eso.
Lilith suspiró, y levantó la vista hacia la Ciudad en cuyo interior aguardaba Chait Rai.
—Ese hombre está loco. Os llevará a la muerte a todos.
—Te repito que no soy un héroe. No me gusta Chait más que a ti, pero el mercenario es de los que sobreviven...
—¿No puedo decir nada que te convenza?
Jonás negó con la cabeza. Lilith descendió un tramo, y se aproximo a él. Le beso.
—En ese caso, te deseo suerte, yavana. —Se volvió, y subió rápidamente hasta la portezuela del transbordador. Allí se dirigió a Jonás por última vez.
—¿Sabes lo que pienso? Que Hari y tú habéis cambiado los papeles. Por lo que he oído decir, él está ahora amargado y pensativo, fraguando su venganza contra la Hermandad. Creo que piensa escribir un libro denunciando todas sus mentiras.
»En cambio tú... De alguna forma has empezado a tener fe por algo, aunque no sean dioses sino sólo seres supertecnológicos. Pero lo que te impulsa a quedarte es algo muy parecido a la devoción religiosa. Esperas que unas criaturas con poderes divinos te den la inmortalidad, y te ayuden a aclarar todas tus dudas sobre este Universo. ¿Cómo le llamarías tú a eso? —Sonrió después de esta última frase, y sin decir nada más, desapareció en el interior del transbordador.
Jonás también sonrió pensativo. Lentamente, desplazándose inseguro sobre sus atormentadas extremidades, se encaminó hacia la Ciudad.
A su espalda, el transbordador del Imperio se elevó con un prolongado estruendo.
UNOLa naturaleza física se conoce como interminablemente mutable.
BHAGAVAD-GITA (8.4)
Axzel se movía delicadamente entre las plantas que cubrían el asteroide, con la economía de movimientos nacida de la multimilenaria adaptación de los colmeneros a la vida en el vacío. Su comportamiento no hubiera llamado la atención de cualquiera que lo hubiese observado. En apariencia no hacía otra cosa que lo que los hombres esperaban de un animal corriente. Comida, sexo, sueño. En apariencia.
La Galaxia entera se desplegaba ante sus ojos, entre los enormes tallos de las plantas captadoras de energía. Parecía haber sido inmovilizada en pleno giro, como si contemplara un fotograma suelto de la casi interminable película cósmica.
Axzel se detuvo sobre una hoja de veinte metros de ancho, sujetándose con su rabo al pecíolo del órgano fotosintético. Allí disfrutaría de la concentración de calor y luz. Además, aquella hoja, similar en apariencia a cualquier otra, tenía la orientación adecuada para su propósito.
—Zuival —llamó. No necesitaba identificarse; la señal radial llevaba todo lo necesario.
—Aquí estoy —fue la respuesta que obtuvo, tras una imperceptible demora de un tercio de segundo.
Para cualquiera que lo hubiera oído (suponiendo que una nave humana hubiera podido recibir el estrecho haz) no hubiera sonado distinto al ininteligible "ruido blanco" de los colmeneros. Ininteligible para cualquiera no dotado del complejo, aunque pequeño, sistema nervioso de un colmenero. El exceso de información es difícil de distinguir de su ausencia.
El haz radial portaba señales que iban más allá de las simples palabras: las emociones, los movimientos del cuerpo y las impresiones sensoriales. Era lo más cercano a la telepatía permitido por las leyes físicas. Axzel podía comunicarse con Zuival como si estuviera a su lado.
—¿Qué opinas de la presente situación? Te dije que podríamos forzar a un arreglo entre el Imperio y la Utsarpini con un pequeño estímulo de grado menos seis —dijo Axzel.
La respuesta estaba teñida de ironía. Como la comunicación no era puramente verbal, venía acompañada con una imagen ridícula: un colmenero que abría el enorme fruto de una planta asteroidal con idea de comérselo... y en pocos instantes, la sabrosa pulpa quedaba deshidratada en el vacío. La imagen era doblemente absurda, ya que ni la Naturaleza ni los ingenieros genéticos que crearon a los colmeneros pensaron en dotar a sus esófagos de una cámara de descompresión, que les permitiese comer en el espacio.
—Yo no calificaría a alterar la trayectoria y velocidad de un cintamani para que atacara a un rickshaw de un millón de toneladas, como un "pequeño estímulo", excepto tal vez a escala cósmica. No obstante, tú predijiste que se produciría espontáneamente.
Axzel expresó embarazo (la imagen mental fue la de un colmenero sorprendido por una erupción solar durante una muda de su gruesa piel de quitina).
—Salvando el margen de error...
—Todos estamos hartos de oír de tus "márgenes de error". No acabas de entender que tus ecuaciones no pueden predecir la evolución política: estos márgenes de error crecen exponencialmente, hasta que el comportamiento del conglomerado humano se vuelve aparentemente caótico. ¿Cuánto tiempo llevas perfeccionando tu modelo?
—Desde la anterior dinastía imperial —reconoció Axzel —; pero el hecho de que un sistema determinista presente ocasionalmente un comportamiento caótico no implica que sea siempre impredecible. El caos puede invertirse y recuperar la información perdida, como sabes...
La respuesta de Zuival estaba tan carente de contenido como un carraspeo.
—Y además —contraatacó Axzel —, ¿crees que tu sistema es mejor?
—Por supuesto. Está basado en la realimentación negativa: un proceso autocorrector, por tosco que sea, es mejor que uno determinista exactísimo, pero sin posibilidad de control.
—¿Y eso es mejor? Hace poco sostenías que la creación de un Imperio sería la solución de nuestros problemas. ¡Y mira la situación! —"Hace poco" había sido cinco mil años atrás—. Autocorrección, dices. Desde luego: todo poder central fuerte produce contrapoderes periféricos. Un buen ejemplo de realimentacion.
Zuival hizo el equivalente telepático de encogerse de hombros.
Axzel y él lo habían discutido miles de veces. Axzel continuó:
—Las recriminaciones mutuas son inútiles. Yo podría recordar tu anterior movimiento: la Hermandad. «La religión es una de las principales fuerzas unificadoras», decías. Según nuestros informes, hay listadas diecisiete mil novecientas treinta y seis sectas heréticas en todo Akasa-puspa.
—Expresión del nacionalismo planetario: pocas de ellas se han extendido.
—Debilitador de todos modos. Y no necesito recordarte lo que eso significa.
Axzel recibió la amenazadora imagen de una nube de miles de millones de Máquinas Von Neumann, cabalgando sobre estatorreactores, y surgiendo de improviso tras el Horizonte Estelar.
—A veces pienso que sería mejor si tuviéramos instintos agresivos —meditó Axzel—. Eso nos evitaría recurrir a estas filigranas. Podríamos hacerles frente a las Máquinas ahora mismo.
La respuesta de Zuival estaba cargada de horror: un colmenero comiendo carne cruda, blandiendo un hacha de hierro meteórico, y, lo que era peor, caminando por la superficie de un planeta.
—No sólo es primitivo, sino inútil. Los humanos viven confinados en la superficie de los planetas, e incluso los que viven en mandalas dependen de los planetas. ¿Nos serviría de algo el instinto territorial? Los humanos tienen agresividad de sobra, por otro lado.
—Nuestro problema —recordó Axzel— sigue siendo la canalización de estos impulsos. Sostienes que la Hermandad podría ser la solución. Pero están desarrollando una intensa tecnofobia. Si siguen así, ¿qué crees que harán cuando lleguen las Máquinas? ¿Recitarles fragmentos del Bhagavad-gita, o lanzarles exorcismos?
—Ya estoy decepcionado con ella —admitió Zuival —; pero hay cierta secta, una ramificación de los jainistas (los digambara o los svetagambara, no recuerdo), que tiene posibilidades. Ética puritana... exaltación del trabajo... predestinación. Podría convertirse en una ideología dinámica. A decir verdad, yo no confiaría mucho en esta alianza Imperio— Utsarpini.
—Mejor que la Hermandad, sin duda —se defendió Axzel.
Axzel contempló la inmensa rueda de la Galaxia. A través de su canal de comunicación, supo que Zuival estaba haciendo lo mismo. Era como ver a través de los ojos de su hermano alejado miles de kilómetros de donde se encontraba. Cerró los suyos, y dirigió hacia la Galaxia sus órganos detectores de infrarrojos situados al extremo de su hocico. La Galaxia adquirió entonces un aspecto enfermizo. Su cerebro reinterpretaba la información referente a las zonas de distinta temperatura en la masa de estrellas, asignándoles nuevos y extraños colores: verdes, violáceos, sepia, terracota...
Transmitió esta imagen a Zuival. La Galaxia era un gigantesco ser vivo, una criatura atacada por una enfermedad que, como la gangrena, se extendía irremisiblemente por sus miembros. En ella, un número incalculable de Máquinas se afanaban creciendo, viajando, expandiéndose, en unas actividades que los colmeneros apenas podían comprender.
Una enfermedad creada por el más diminuto de los seres que naciera en el rincón más apartado de uno de sus brazos espirales.
—Me pregunto lo que estarán haciendo. ¿No hay cambios? —preguntó Zuival.
Según mi información, no. Pero ya sabes que está algo atrasada —dijo Axzel, con humor. Quince mil años luz implicaban una inevitable demora. Únicamente hay cambios cuantitativos. ¡Esas cosas crecen deprisa!.
—De todos modos no creo que nos afecte, aun cuando decidan venir aquí. Nuestros soles son pobres en elementos pesados. Debemos parecer un bocado poco atractivo. Y quince mil años luz es una distancia a respetar. Aunque poseyeran, como nosotros, el impulso T; la barrera de la luz seguiría siendo tan infranqueable aquí, como en cualquier otro lugar del Universo. Eso es una limitación; tendrás que admitirlo.
Zuival bostezó. El reflejo seguía existiendo, aunque era una reliquia del pasado. Los fuertes esfínteres de su garganta les impedía desperdiciar valiosos gases.
—¿Qué sabemos nosotros de sus motivaciones? Son mutantes. A lo mejor les apetecen elementos ligeros le recriminó Tampoco podemos detenernos a Considerar la Posibilidad de que quizás jamás vengan, porque no se atreven a franquear el vacío que nos separa... Demasiado conveniente para ser cierto. Nuestro deber es preparar a los humanos para que esa posible llegada no los coja desprevenidos. Debemos hacerlo por su bien... y por el nuestro.
Era una discusión inútil y ambos lo sabían. Decidieron ignorarla.
—Desde luego, pero yo no apostaría nada por la supervivencia de la Utsarpini tras la muerte de Kharole. Ni siquiera con toda la tecnología que puedan obtener de la Esfera.
—¿Lo dices en sentido literal?
—¿El qué?
—Lo de apostar. Te apuesto un turno de mil años de vigilancia de la Vía Láctea a que la Utsarpini no sobrevive esos mil años.
—Aceptado.
Ambos volvieron a mirar a la Galaxia. Zuival preguntó:
—¿Cuándo crees que vendrán? —Era una pregunta retórica y Axzel no sintió necesidad de contestar.
Los próximos cien mil años prometían ser muy interesantes.
FIN
Las vocales se pronuncian como en castellano, excepto que existen vocales largas y cortas; las largas son como las acentuadas en castellano. La letra rz es una vocal. Las consonantes se pronuncian casi como en castellano, con estas excepciones:
1) Cuando van seguidas de h (ejemplos: kh, gh, ch, jh, th, dh, ph, bh) son aspiradas, es decir, se pronuncian emitiendo el aire con cierta fuerza. La sh se pronuncia como en sha.
2) La g se pronuncia como la g de goma.