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Authors: Juan Miguel Aguilera,Javier Redal

Tags: #Ciencia Ficción

Mundos en el abismo (46 page)

BOOK: Mundos en el abismo
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CINCO

Los dos hombres de la Utsarpini, y la mujer del Imperio estaban llegando al término de su escalada. Los últimos cien metros habían resultado los más peligrosos, pues en ellos aquella especie de tubería ascendía casi vertical, y los anillos que recorrían su superficie apenas dejaban espacio para apoyar las plantas de los pies.

A Jonás le dolían los dedos de los pies, los hombros, los músculos sóleos, y su respiración se había convertido en un jadeo. Sin embargo lo peor eran los brazos. El biólogo se veía obligado a suplir la debilidad de sus piernas con un esfuerzo extra de sus brazos. Cada poco tiempo tenía que detenerse, bajar las doloridas extremidades y agitarías con fuerza.

Podía ver a Chait a unos veinte metros sobre su cabeza, a punto ya de alcanzar la estructura central, pero no se atrevía a mirar hacia abajo para comprobar en qué situación se encontraba Lilith. Temía que el vértigo le hiciera caer el largo kilómetro que le separaba del suelo.

Esos últimos veinte metros se convirtieron en una eternidad, pero finalmente alcanzó la cima. El mercenario le alargó la culata de su ametralladora, para que Jonás se agarrara a ella, y salvara el último tramo. Sólo entonces pudo volverse, y comprobar que la bióloga le seguía casi pegada a sus talones. La ayudó a completar la escalada, tumbándose en el suelo, y dándole la mano. Luego se dejó caer. Le habían fallado las piernas, tenía los músculos gemelos agarrotados y el sóleo parecía atravesado por agujas ardientes. Pero lo peor eran los glúteos. Le dolían horriblemente, y Jonás llegó a temer que jamás pudiera volver a sentarse. Al volverse hacia Lilith comprobó que la bióloga se palpaba cuidadosamente esa misma zona de su cuerpo, mientras su rostro se crispaba en una máscara de dolor.

Mientras tanto Chait, aparentemente en perfecta forma, estaba explorando el lugar donde se encontraban. Era una especie de cornisa de unos setenta centímetros de ancho que rodeaba totalmente el edificio colgante. Dio la vuelta a una esquina, y desapareció de su vista.

Los dos biólogos se armaron de valor, y poniéndose en pie con un esfuerzo de sus doloridos músculos, se dispusieron a seguirle. Pero Chait reapareció en la esquina.

—Venid, he encontrado una puerta de entrada.

Avanzaron por la cornisa.

Jonás cometió el error de mirar a lo lejos. El interior de aquella nave era un mundo de pesadilla. El paisaje parecía retorcerse demoníacamente, las casas colgaban boca abajo... Durante un instante pareció que los setenta centímetros de cornisa se encogían rápidamente, y el biólogo se aplastó desesperadamente contra la pared.

Lilith, en cambio, se movía con confianza; ella ya había visitado numerosas mandalas, y aquello no era tan distinto.

Atravesaron la puerta de doble hoja, que les llevó a un largo y estrecho pasillo al estilo esferita. Es decir, paredes que irradiaban luz, e inmaculados suelos en los que parecía que jamás se había posado una sola mota de polvo.

El corredor desembocó en una sala que se ampliaba en una cúpula de forma troncocónica. Las paredes estaban limpias de cualquier decoración, y Jonás imaginó por un momento que se encontraba en el interior de un gigantesco embudo de metal reluciente.

Una trampilla se abrió en el centro de la cúpula y a través de ella, bañado por un potentísimo chorro de luz, descendió levitando con la suavidad de una pluma una criatura extraña.

Su cuerpo tenía forma de proyectil, y estaba cubierto por una brillante piel grisácea. Su boca se curvaba en una sonrisa sardónica que mostraba una hilera de puntiagudos dientes. Parecía una criatura acuática, pero se movía por el aire.

El cuerpo de la criatura estaba rodeado por dos anillos transversales de metal. ¿Levitación magnética? ¿Laghima?

—Bienvenidos a la Tierra —dijo apenas llegó a su altura.

SEIS

Su nombre, dijo, era Oannes DNB—2347856.

—Seguidme —añadió, arqueando su cuerpo en el aire.

Chait Rai hizo un gesto a sus compañeros para que no se movieran. Su voz estaba cargada de sospecha cuando preguntó:

—¿Cómo hablas tan bien la lengua del Imperio?

Oannes se volvió. Su rostro parecía sonreír eternamente. Eso no es ningún misterio. Esta nave dispone de aparatos de comunicación extremadamente sensibles de acuerdo con vuestros parámetros. Hace años que capto las emisiones radiofónicas de Akasa-puspa. Ordenador hizo el resto.

—Entonces, ¿por qué no te pusiste en contacto con nosotros cuando entramos en la Esfera? Oportunidades no te han faltado.

Jonás contemplaba atónito el cuerpo sin brazos ni piernas, con aletas, la cabeza sin cuello de la criatura.

—¿Eres un alienígena, o algo así? Su voz sonaba preocupada; los únicos alienígenas inteligentes que conocía era los peligrosos angriff.

—Por favor —dijo Oannes pacientemente —, seguidme y responderé a todas vuestras preguntas.

Chait accedió, y el grupo siguió a la criatura a través de los corredores de la nave. Oannes levitaba a un metro del suelo, y agitaba sus aletas como si nadara en el aire.

SIETE

Una puerta se abrió frente a Oannes, y éste atravesó el umbral sumergiéndose en la oscuridad interior.

Chait montó su ametralladora y avanzó con precaución. Jonás y Lilith le siguieron al interior de la sala.

No se distinguían las paredes; podrían estar en el centro de una burbuja negra, o parados en el espacio. Pero lo más sorprendente eran los extraños cubos luminosos que flotaban por el aire.

Estaban en una galaxia de estrellas cúbicas. Los había de todos los tamaños y colores, y aunque todos emanaban luz abundante, no conseguían despejar la negrura que cubría la estancia.

Algunos de aquellos cubos contenían gráficos. Otros mostraban tablas de números. Otros parecían libros: mostraban texto en un alfabeto desconocido en una de sus caras mientras las restantes aparecían blancas. Otros estaban llenos de imágenes. Eran tridimensionales como el holotanque que Jonás había visto en la Vijaya, pero lo increíble era que aquí aparecían en profusión. Mostraban la Esfera, Jambudvipa, la babel rota...

Uno de ellos, que originalmente mediría unos diez centímetros de arista, empezó a crecer ante sus ojos hasta alcanzar unos dos metros. Jonás observó las imágenes que se desarrollaban en su interior: Una docena de criaturas semejantes a Oannes saltaban y jugueteaban frente a la quilla de una embarcación, rodeados por un mar verdoso y encrespado.

Oannes se acercó a ellos surgiendo de la oscuridad.

—Soy un delfín —explicó —, un mamífero adaptado a la vida marina, cuya inteligencia y longevidad fueron considerablemente reforzadas por la ingeniería genética de los antiguos humanos Los delfines éramos muy apreciados como pilotos de naves espaciales; nuestro cerebro está mejor diseñado para la orientación tridimensional que el de los humanos. Yo fui adiestrado para pilotar la Konrad Lorenz, esta nave interestelar colectora de hidrógeno. Ahora estáis en la sala de Ordenador. Entre él y yo intentaremos contestar a todas vuestras preguntas.

—Empieza por contestarme a mí —dijo bruscamente Chait Rai —: ¿Por qué has esperado tanto para entrar en contacto con nosotros? A nuestra llegada inundamos la Esfera de mensajes radiofónicos. Y nadie nos contestó.

El delfín se agitó nerviosamente en el aire.

—Por favor, por favor... Yo sólo intentaba pasar inadvertido, pero me habéis demostrado que sois demasiado peligrosos para teneros por enemigos; he decidido convertirme en vuestro aliado. Por favor, mirad a vuestro alrededor, esta sala ha sido preparada para vosotros. Os daré toda la información que me pidáis.

Jonás tocó suavemente uno de los cubos. El cubo se apartó, sin la menor resistencia. Retiró rápidamente la mano.

—Sí te estorba —dijo Oannes— toca el vértice superior izquierdo y se cerrará. O apártalo con la mano.

—Ventanas —susurró Lilith—. Esto es un ordenador con un monitor holográfico, que proyecta ventanas tridimensionales. ¡Lo que ocurre es que estamos dentro! ¿Qué vendrá después de esto?

—¿La televisión védica? —ironizó Jonás. Tocó uno de aquellos cubos. Notó resistencia bajo sus dedos, una suave vibración—. Sorprendente. No sólo visión y sonido, sino tacto.

Llevado por un impulso, apretó un cubo entre sus manos. Se redujo instantáneamente de tamaño. Jonás dijo, sin poder ocultar su excitación:

—La última palabra en interfaces: la mano.

—O la aleta —dijo Lilith señalando a Oannes—. Supongamos que quiero escribir. ¿Qué hago?

—Este ordenador reconocerá el habla. ¿Estoy en lo cierto? —preguntó Jonás a Oannes.

—Sí, pero también puedes tener un teclado —fue la respuesta—. Ordenador, un teclado virtual para nuestro visitante.

Una caja rectangular flotante apareció ante el sorprendido mercenario. Su cara superior, de color azul, estaba cubierta de letras y números encerrados en cuadraditos blancos.

—No existe, pero puedes escribir con ella. Toca las teclas. Ah, Ordenador: Cambia las letras por los caracteres de la lengua del Imperio.

Jonás preguntó:

—¿Puede tu ordenador hacer gráficos en cuatro dimensiones? —cosa que sorprendió a sus compañeros.

—Dejemos que el ordenador mismo conteste. Ordenador, ayuda. Haz ahora tu pregunta.

Jonás se aclaró la garganta. Su voz temblaba ligeramente.

—Ordenador, ¿puedes crear ventanas de más de tres dimensiones?

—Sí —la voz tenía un agradable tono. Jonás siguió.

—¿Cómo Kamsa podríamos verla?

—Ponme un ejemplo de número de dimensiones.

—Te lo pongo fácil. Cuatro dimensiones.

—Un tesseract tiene ocho hipercaras cúbicas. Girándolo en la cuarta dimensión, podrás verlas de una en una.

—Ingenioso... ¿Y en cinco dimensiones?

—Un hipertesseract tiene dieciséis hiperhipercaras tesserácticas. Girand...

—Ya basta, ya basta. Me marea pensarlo. ¿Hay un límite a las dimensiones que puedas representar?

—Sí.

—Menos mal. ¿Cuántas?

—1.048.576 dimensiones. ¿Quieres que te muestre un ejemplo? —Jonás creyó advertir un leve tono de ironía en la voz del ordenador.

Chait Rai resopló furioso junto a él.

—¿A qué viene perder el tiempo con todo esto? ¿Acaso estamos en una excursión de fin de semana? —Se volvió hacia Oannes—. Escucha, pez, dijiste que nos ayudarías. ¿Lo harás también contra aquellos que destruyeron la Vijaya? ¿Qué sabes al respecto?

—Sé que habéis traído hasta aquí vuestros conflictos. Y que habéis destruido una babel.

—¿Nuestros conflictos? ¿De dónde vienes tú, entonces?

—De la Galaxia. De vuestro pasado.

El delfín debía saber interpretar las expresiones faciales humanas, porque ante la mirada de asombro de Jonás añadió:

—Nuestras naves exploradoras fueron lanzadas por toda la Galaxia. Miles de naves semejantes a ésta. Normalmente los pilotos eran delfines como yo, conectados mentalmente con un poderoso ordenador. Los pasajeros eran humanos. La totalidad de los humanos de la Tierra...

—¿Porqué...? —preguntó Lilith—. ¿Por qué decidisteis emigrar a Akasa-puspa?

—No emigraron a Akasa-puspa —dijo entonces Jonás— Akasa-puspa se les vino encima.

Lilith y Chait Rai se volvieron asombrados hacia el biólogo.

—¿De dónde has sacado...?

—¿Cómo puedes...?

Jonás levantó las manos pidiendo silencio a sus compañeros.

—Cuando usé aquel psicoproyector... ¿recuerdas, Chait?, vi a Akasa-puspa en el cielo, demasiado lejos, demasiado pequeño... Bueno, fue entonces cuando de alguna forma supe la verdad... No lo sé, pero es posible que aquella máquina me la insertara en alguna remota zona de mi cerebro...

—Pero, ¿de qué estás hablando? —preguntó Lilith.

Jonás se volvió hacia el delfín.

—¿Estoy en lo cierto?

—Estás en lo cierto —confirmó Oannes.

—Escuchad —Jonás se dirigía ahora hacia sus dos compañeros —, sabíamos que el sol amarillo de la Esfera no podía pertenecer a Akasa-puspa, pero no comprendíamos cómo pudo la Esfera haber cruzado el vacío que separa nuestro cúmulo estelar de la Galaxia. ¿Recordáis aquello de Mahoma y la montaña? La Esfera no se movió, fue Akasa-puspa quien viajó hasta el lugar de la Galaxia donde se encontraba la Esfera, y la atrapó.

—¿Eso te parece menos increíble que lo contrario? —protestó el mercenario.

—No, espera, Chait —dijo Lilith —; lo que está diciendo Jonás tiene sentido. Sabemos que los cúmulos globulares orbitan el núcleo galáctico, de la misma forma que un satélite órbita a un planeta, pero...

—Los brazos espirales son prácticamente vacíos —completó el delfín—. El cúmulo globular que vosotros llamáis Akasa-puspa atraviesa un sector de uno de los brazos espirales cada mil millones de años aproximadamente. Al hacerlo pierde estrellas por evaporación, pero también gana algunas otras atrapadas por la gravedad de alguno de sus soles...

Lilith se volvió hacia Jonás, furiosa.

—¿Sabías eso todo el tiempo, y no nos habías dicho nada?

—No, no lo sabía... Quiero decir, no estaba seguro, sólo era una idea absurda insertada en mi mente... Pero ahora...

El delfín revoloteó frente a ellos.

—Permitidme que os muestre algo...

Otro cubo se deslizó hacia ellos. En su interior brillaba la imagen de un planeta azul y blanco, visto desde alguna luna. Formaba un creciente con los cuernos hacia abajo, y un cegador sol amarillo comenzó a emerger tras su curva. Jonás oyó el boqueo de asombro de Chait Rai. Lilith permaneció impasible; estaba acostumbrada a los sofisticados aparatos del Imperio.

—Al principio fue la Tierra —dijo la voz de Ordenador.

El espacio aparecía singularmente desnudo, pero no vacío, como el cielo de Martyaloka. Había estrellas, pero pocas y apagadas, apenas cabezas de alfiler de un frío color blanco sobre un fondo negro. Jonás lo halló casi desagradable, acostumbrado al cálido fondo multiestrellado de Akasa-puspa.

—La historia de la Tierra es larga y oscura. Pero sólo adquiere interés a partir de los primeros viajes espaciales. En esta ocasión prescindiré de la historia, pero puedo aseguraros una cosa: los que llamáis "bhutani" son, en efecto, nativos de este planeta.

El cubo mostraba ahora un vehículo espacial en forma de cilindro puntiagudo, despegando sobre una columna de llamas naranja.

—La ingenua idea primitiva era construir ciudades bajo cúpula en otros planetas. Esto era una estupidez, ya que la gravedad exige un alto precio en energía. De hecho, apenas se construyeron. La colonización del espacio, no de los planetas, fue factible incluso en las primeras etapas.

BOOK: Mundos en el abismo
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