Mundos en el abismo (21 page)

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Authors: Juan Miguel Aguilera,Javier Redal

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mundos en el abismo
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—¿Por qué aceptaste venir aquí, entonces? ¿No pudiste negarte?

—¿Negarme? ¿Sabes cómo funcionan las cosas en el Imperio...?

Jonás se encogió de hombros.

—Si un científico quiere trabajar... Si prefiere no morirse de hambre con su doctorado en el bolsillo... Debe aceptar la protección de algún subandhu, de algún Clan importante, que esté dispuesto a ejercer un mecenazgo sobre tus investigaciones... De una forma u otra, pasas a ser propiedad de esa Familia. Pueden venderte, o cambiarte por algún otro lote de científicos, si así lo desean.

—Pero, eso es terrible.

—¿Terrible? Es mucho peor que eso. Fíjate, el Imperio, el Tesoro público, está arruinado. En estos momentos vivimos de las rentas de un pasado glorioso... Estamos devorándonos a nosotros mismos. Consumiendo rápidamente las grasas y calorías engordadas a lo largo de milenios.

—Pero, de algún sitio tendrá que salir el dinero. ¿Cómo paga esta investigación, por ejemplo?

—El Trono subasta competencias para la investigación entre los principales Clanes. El mío se quedó con este apestoso asunto de la destrucción de rickshaws. No pude elegir. Simplemente me dijeron: «Lilith, prepara tu equipaje. Vas a estar fuera un par de años...» ¡Estupendo! ¡Y mi carrera, que se la lleve Putana...!

—Entiendo. No me parece un sistema muy efectivo. ¿Cómo se pagan las guerras?

—El Imperio reparte tierras entre los Clanes que le apoyan. ¿Con qué otra cosa podría pagarles?

Jonás no lo sabía. Y había dejado de interesarle el tema. La carcoma de la feudalización que había obligado al Imperio a abandonar el Límite trescientos años atrás, seguía realizando su labor destructora. Algún día el Imperio se derrumbaría sobre si mismo como una gigantesca viga de madera completamente podrida. De todas formas ése no era ahora su principal problema, y allí se sentía muy incómodo para seguir hablando de política.

Llegaron al extremo del cono. Como Jonás había esperado, éste se cerraba con una compuerta instalada por los imperiales. Lilith la abrió, y los dos científicos pasaron al otro lado.

Se encontraban ahora en el exterior; el Universo entero giraba en torno a ellos. La Galaxia, Akasa-puspa, la nave de fusión, la Vajra, el Imperio, la Hermandad, la Utsarpini, Khan Kharole, su Divina Gracia, los angriff..., y la colmena. Todo danzaba a su alrededor.

Mirando a lo largo del cascarón ahusado del juggernaut, en cuyo extremo se encontraba, uno se sentía como Dios contemplando su creación desde lo alto de Meru, la Montaña Sagrada. O quizás como un microbio subido a la punta de una aguja. Depende de la escala que uno adoptara.

—Ahí tenemos la colmena —dijo Lilith señalando la masa de roca asteroidal —. ¡Vamos! —Y una vez más saltó al vacío sin haberle avisado previamente.

TRES

El asteroide-colmena flotaba frente a ellos, iluminado por la luz combinada del Akasa-puspa y la Galaxia. Parecía increíblemente cercano, apenas tendrían que saltar un par de kilómetros más para alcanzarlo.

Era una estructura ligeramente esférica de unos doscientos metros de diámetro. Visto desde fuera, no presentaba rasgos que indicaran el pequeño pero complejo microcosmos viviente que anidaba en él. Excepto por un detalle; los dos kilómetros y medio de espiga impulsora, con sus negras pantallas solares alineadas sobre él.

El sistema de propulsión era muy común en la Utsarpini: un impulsor de masas que eyectaba materia (cualquier materia) a gran velocidad, tras ser ionizada y acelerada en un campo magnético. La energía necesaria era de origen solar.

Lilith y Jonás sobrevolaron la casi interminable fila de placas fotovoltaicas colocadas sobre la larguísima espina del impulsor, a la manera de grandes velas rectangulares dispuestas sobre una gigantesca lombriz metálica.

Alcanzaron al fin el asteroide, y reptaron sobre su curva hasta encontrar la entrada. Los colmeneros habían colocado una serie de garfios estratégicamente dispuestos para permitir a los humanos asirse a ellos, y desplazarse sobre la irregular superficie.

La entrada-esfínter se dilató, y la pareja de biólogos accedió al interior.

La colmena estaba profundamente excavada formando galerías y pozos, donde se almacenaba la maquinaria, los pertrechos, y los sistemas de soporte vital.

Jonás flotó a lo largo de interminables corredores, siempre guiado por Lilith. De vez en cuando pasaba a su lado un colmenero a toda velocidad, como un meteorito con patas. Los corredores estaban iluminados con una fea luz amarillenta, colocada por los imperiales.

—Al menos podrían haber fijado trozos de roca coloreada, o cristales de gran tamaño —comentó Jonás observando con disgusto las frías paredes de roca—. Hasta las ratas decoran sus nidos. Quizás tengan razón los que piensan que son sólo animales.

La colmena estaba tallada en el pétreo corazón del asteroide, una roca de un verde negruzco, con minúsculos granos cristalinos. Los corredores estaban desprovistos de todo adorno. Globos de luz. Anónimas tuberías que discurrían por las paredes/suelos/techos, (Jonás ignoraba las convenciones), barandillas y asideros para la cero-g. De lo que no carecía era de sensaciones para el olfato. La colmena entera bullía de olores raros: a creosota, a jabón, a almendras amargas, a gasolina rancia, a acroleína, y otros más extraños que desafiaban a la pituitaria del más experto sabueso.

Jonás se preguntaba cómo les parecería a ellos el olor a ácido butírico que desprenden los mamíferos. Si tenían olfato, pues este sentido, en el vacío, les era más bien inútil.

Finalmente alcanzaron el núcleo del asteroide, una serie de cámaras blindadas con varias capas de material protector: allí se guarecían los colmeneros en caso de tormenta solar, y allí criaban a sus hijos.

Los retoños eran muy sensibles al vacío y a las radiaciones, puesto que carecían de cutícula protectora. A medida que crecían, ésta se desarrollaba, pero aún eran vulnerables, especialmente durante las mudas. Sólo los adultos podían soportar exposiciones al espacio casi indefinidas.

Eh el núcleo también se encontraba la despensa, y los almacenes de alimento.

Lilith hizo girar una manivela que les permitiría acceder al almacén principal. Jonás miró alrededor nervioso. Un grupo cada vez mayor de colmeneros les rodeaban observándolos con sus inescrutables rostros. Su armadura contra el vacío les daba un aspecto siniestro, como el de un guerrero de algún planeta yavana. La punta de su máscara se prolongaba hacia delante como el hocico de un cerdo. Sin embargo, los dos orificios cónicos al extremo de este "hocico", no eran para oler, eran dos auténticos ojos de infrarrojo. Todos aquellos ojos se clavaban ahora en la pareja de científicos. Los tentáculos de su espalda se agitaban espasmódicamente.

—Lilith... ¿crees que se molestarán si entramos aquí?

La científico miró alrededor.

—No te preocupes, son inofensivos. —Y entró en la cámara.

Jonás dirigió a los colmeneros una mirada de disculpa, y siguió a Lilith.

En el interior, el olor a rancio se sobreponía a cualquier otro aroma captado por Jonás en la colmena. Era una cámara casi cuadrangular, de unos cien metros cúbicos de capacidad. El hedor provenía de una serie de balas de color negruzco que se amontonaban llenando el noventa por ciento del espacio de la cámara.

—Ahí tienes tu juggernaut —dijo Lilith señalando las balas. Jonás se aproximó a la más cercana. Era un cubo, de aproximadamente un metro de lado. Estaba compactada con la ayuda de alambres.

Tomó un poco del material que contenían. Este desmigó entre sus dedos en innumerables escamas que flotaron en torno a él.

—¿Qué es esto?

—Liofilizado —explicó Lilith—. Los colmeneros conservan las proteínas desecando los tejidos de juggernaut al vacío.

—¿Por qué has esperado hasta ahora para decírmelo? Podríamos habernos ahorrado el viaje.

—Quería que te convencieras por ti mismo. ¿Qué más podía hacer? Te relaté detalladamente nuestros intentos de infección. Tú mismo viste las películas... Además, quería que vinieses aquí para conocer a un personaje muy singular: el exobiólogo Ab Yusuf Rhon.

—¿Ab Yusuf Rhon?

—¿No lo conoces? En el Imperio es muy famoso. Ven, te gustará. En cierta forma es muy parecido a ti.

CUATRO

Entraron en otra de las cámaras del núcleo aclimatadas para humanos. Esta le recordó la enfermería de la Vajra. Era un hospital en miniatura, concentrado en una pequeña habitación semiesférica de no más de veinte metros cúbicos de capacidad.

El centro de la cámara estaba ocupado por una mesa de disección, sobre la que destacaba un objeto rojizo. Cuatro hombres embutidos en batas de laboratorio trabajaban sobre este "objeto" bajo la potente luz de una batería de focos situada en el techo de piedra.

El contraste entre la heterogeneidad de la roca, y la aséptica pulcritud del resto de utensilios que los humanos habían añadido a la estancia, le daba a ésta un aspecto tétricamente surrealista.

Uno de los cuatro hombres levantó la vista, y sonrió al ver a Lilith. Era más alto que los demás y enfermizamente delgado. Tenía el aspecto de olvidarse habitualmente de comer durante varios días. Su rostro, surcado por una cantidad increíble de arrugas, estaba enmarcado por una aureola de revueltos cabellos blancos, que se movían como tentáculos bajo la ingravidez. Evidentemente, aquel hombre no hacía uso de las técnicas de cirugía estética imperiales. Jonás tampoco pudo apreciarle ningún tipo de maquillaje corporal.

—¡Lilith, cariño! ¡Cuánto tiempo! Había empezado a considerar la posibilidad de que os hubierais largado sin mi.

—¿Has hecho los ejercicios? —preguntó la biólogo con su habitual frialdad.

—¿Qué? Ah, no; aún no.

—Pues hazlos. Corre por ahí un rato. No tengo ganas de cargar con más casos de osteoporosis.

Ab Yusuf Rhon se dispuso a correr por la cámara.

—¡Aquí no, estúpido! —bromeó Lilith—. En el juggernaut. Allí encontrarás espacios lo suficientemente grandes. Corre por las paredes; haz un poco de motorista en el muro de la muerte. Pero muévete bien. Llevas demasiados meses a cero g. He encontrado un exceso de calcio en tus análisis de orina.

El exobiólogo simuló estar asombrado.

—Increíble —dijo—. Miss Iceberg preocupándose por mi.

Jonás observaba a la pareja de imperiales asombrado, comprendiendo sólo a medias la conversación entre ambos. Finalmente, Lilith reparó en él, y le presentó al exobiólogo.

Lilith había tenido razón. A los cinco minutos de conversar con el científico imperial se sintió como si fueran camaradas de toda la vida. Jonás reconoció inmediatamente en aquel hombre el mismo afán de saber, la misma curiosidad insaciable, que lo dominaba a él.

Hablaron del estado de la Ciencia en el Imperio, y lo compararon con la Utsarpini. Por mucho que esto sorprendiera a Jonás, los científicos de la Utsarpini disfrutaban de más libertad que los imperiales. También hablaron de los juggernauts, de los rickshaws y del Cúmulo. Al igual que él Yusuf era un ferviente defensor de la idea de que la raza humana, y la fauna emparentada con ella, había colonizado Akasa-puspa desde la Galaxia. Les habló de los libros que había publicado sobre el tema en Vaikunthaloka, y cómo esto provocó las iras de la Hermandad.

—¿Cuál es aquí tu campo de interés, Yusuf? —preguntó Jonás. Había hablado demasiado sobre sí mismo, y ya era hora de conocer más datos sobre el exobiólogo.

—En estos momentos, única y exclusivamente los colmeneros. ¿Te sorprende...?

—No, ¿por qué?

—Yusuf ha dado por imposibles a los cintamanis. —explicó Lilith.

—Por supuesto —dijo Yusuf, enrojeciendo de ira—. ¿Qué diablos esperan que haga yo con todo ese galimatías? Si tu tractor se contagia de la gripe, ¿a quién debes llamar? ¿Al médico o al mecánico? Y luego el fracaso de Lilith al intentar activar los... ¿cómo les llamáis ahora?

—Cintamanis.

—Cintamanis... ¡ah! Algún día tendremos la clave de todo esto, pero dudo que para entonces nos quede algún rickshaw del Sistema Cadena. Mientras tanto yo aprovecharé las confusas circunstancias que me han traído hasta aquí, y efectuaré la única investigación seria de los colmeneros.

—¿La única?

—Si, fíjate que he dicho "la única" y no "la primera".

—No te entiendo. —Aquello era nuevo para Jonás.

El exobiólogo juntó los dedos y miró hacia el abovedado techo de piedra.

—Hace años empecé a interesarme por los colmeneros. Los colmeneros son, a su manera, unas adaptaciones al vacío tan sorprendentes como el resto de la espacio-fauna del sector... Intenté reunir toda la información posible sobre estas criaturas, pensaba que dado lo asombroso de una ecología basada en la vida en el espacio, la documentación seria abundante.

—¿Y te equivocabas...?

—Sí. Apenas logré reunir cuatro generalidades... Parecía que nadie se había interesado jamás por estos seres.

—¿Nadie?

—Encontré muy pocos datos, como ya te he dicho.

—Eso no es tan extraño. El interés del Imperio por la Ciencia ha tenido fluctuaciones. Creo que hacia la época en la que el Imperio abandonó el sector, lo que estaba realmente de moda era la Religión...

—Si, también pensé en eso. Pero incluso en las épocas más oscuras, siempre ha habido individuos aislados interesándose por la Ciencia. Pero en este caso era como si alguien hubiese intentado conscientemente borrar todas las huellas.

»En los primeros siglos de colonización, cuando el Imperio controlaba el sector, los recién llegados vieron la solución a muchos de sus problemas: adiestrar a los colmeneros como cazadores de juggernauts. Proporcionarles armas y equipo. Comprar la proteína como valiosa fuente de alimento para las mandalas del sector, como fertilizante, o como materia prima para sintetizar productos.

»¿Cómo es posible que entonces nadie sintiera siquiera un ápice de curiosidad? Los tenían al alcance de la mano, ¿por qué nadie intentó saber más sobre ellos?

—Al retirarse el Imperio —intervino Lilith —, las mandalas fueron presa fácil de los angriff que exterminaron a la mayor parte de los colonos del Límite.

—Si —corroboró Jonás—. Cuando las tropas de Kharole reconquistaron la zona, se sorprendieron al comprobar que los colmeneros seguían vivos. De algún modo se las arreglaron para sobrevivir, conservando la maquinaria que poseían en funcionamiento hasta el regreso de los humanos. ¿Es posible que durante el interregno se perdiera la información?

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