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Authors: Juan Miguel Aguilera,Javier Redal

Tags: #Ciencia Ficción

Mundos en el abismo (29 page)

BOOK: Mundos en el abismo
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—Atkha, ¿tenemos la nave romaka perfectamente cubierta?

—Sí, mi Comandante. Una orden suya, y vaciaremos sobre ellos todo nuestro arsenal.

—¿Está pensando lo que creo que está pensando, Comandante?

—Sólo como último recurso, Gorani. En un duelo de misiles con la Vijaya llevaríamos todas las de perder, pero no me gusta la idea de dejarme conducir al matadero sin oponer algo de resistencia...

La señal de llamada de la Vijaya le interrumpió.

—Voy a proponerle un trato, comandante —dijo Prhuna reapareciendo en la pantalla.

DOCE

Jonás observó sorprendido al teniente Ban Cha flanqueado por los dos guardias imperiales.

—¿Quiere que le acompañe? ¿A dónde...?

—¿Usted confía en mí, Jonás?

—Sí. —Jonás comprendió de repente que aquélla era una afirmación sincera. Confiaba en aquel hombre, al que consideraba más científico que militar—. Pero ahí fuera se están matando a tiros. ¿Qué podemos hacer nosotros? ¿Qué posibilidades tenemos de avanzar diez metros sin que nos cuezan a balazos?

—Escuche, nuestros respectivos comandantes se encuentran en estos momentos cada uno con un cuchillo apoyado en la garganta del otro. Un movimiento sospechoso de alguna de las partes, y nos veremos inmersos en un baño de sangre...

—Pero yo no...

—Usted me ayudará a convencer a su comandante de las buenas intenciones del mío.

—¿Cómo?

—En su nave no saben nada del gigantesco artefacto que hemos detectado. Cualquier diferencia entre nosotros es ridícula si la comparamos con la importancia que ese descubrimiento puede tener para nuestras dos naciones.

—Yo pienso así. Todo esto es absurdo. En estos momentos deberíamos de estar colaborando en averiguar de qué se trata, y de dónde procede.

—Muy bien. Si yo fuera a su nave con la historia de que hemos hallado un objeto artificial cuyo diámetro ha sido calculado en 450 millones de kilómetros... ¿cree que después de los últimos acontecimientos se mostraría predispuesto a creerme?

Jonás admitió que no. Incluso él mismo no lo creía completamente a pesar de haber repasado los cálculos una y otra vez.

—Muy bien. ¿Qué debemos hacer?

Ban Cha se volvió con alivio hacía los silenciosos guardias imperiales.

—Mis hombres nos servirán de escolta hasta los límites del sector que controlamos. A partir de ahí dependemos de su habilidad diplomática para evitar que los infantes abran fuego contra nosotros.

—¿Han sido puestos sobre aviso...? Quiero decir, ¿los infantes saben que vamos?

Pienso que sí. Mi comandante me ha asegurado que el bloqueo radiofónico ha sido levantado... pero por supuesto, no podemos estar seguros. Los infantes no revelarían su posición contestando.

—¡Estupendo! —dijo biliosamente Jonás—. Será mejor que nos pongamos en marcha. Cuanto más tarde esto en solucionarse, más nerviosos estarán esos hombres, y más dispuestos a apretar el gatillo sin comprobar sí el que viene es amigo o enemigo.

Empezaron a recorrer los sinuosos corredores. Tal y como Ban Cha había dicho, los guardias les dejaron al aproximarse a la zona controlada por los infantes de la Utsarpini. A partir de ahí avanzaron con más cautela.

Siguieron caminando por espacio de medía hora, mientras Jonás voceaba advirtiendo a los invisibles infantes que quienes se movían por allí eran amigos. Para mayor seguridad, Jonás gritaba de vez en cuando frases que conocía en alguna lengua regional de la Utsarpini.

Una corta ráfaga estalló frente a sus pies, señalando una barrera que no debían atravesar.

—¡Tírense al suelo! ¡Túmbense, y separen las piernas! —dijo una voz en un tono nada tranquilizador.

Jonás murmuró una maldición. Los métodos de los militares eran curiosamente similares a ambos lados de la línea divisoria.

—¡Soy el alférez de la Vajra Jonás Chandragupta! —gritó Jonás alzando las manos.

—Le he reconocido, mi oficial. Pero no así al romaka que le acompaña. Le ruego que se tumbe en el suelo, o me veré obligado a liquidarles a ambos. Le pido disculpas por esto, mi oficial.

Por segunda vez en las últimas horas Jonás tuvo que obedecer a regañadientes aquella estúpida orden. Han Cha le imitó, tumbándose a su lado, sobre el destrozado piso lleno de esquirlas y cascotes.

Tres infantes surgieron de sus escondites, y avanzaron hacía ellos con las armas trazando nerviosas curvas, en busca de enemigos emboscados sobre los que disparar.

Rápida y efectivamente comprobaron que Han Cha estaba desarmado.

—Gracias, ya pueden levantarse.

—¿No han recibido la comunicación de la Vajra advirtiéndoles de nuestra llegada? —preguntó Jonás sacudiéndose el polvo.

—Sí que la recibimos, mi oficial, y estábamos esperándoles. Pero cabía dentro de lo posible que los romakas hubieran intentado servirse de esto para atravesar nuestra línea, e intentar rescatar a los rehenes.

Les condujeron hasta la salida, les dotaron de trajes de vacío y de un par de pequeños impulsores personales.

Los dos hombres cruzaron el espacio que separaba el juggernaut de la Vajra para ser inmediatamente recibidos en el camarote del Comandante.

TRECE

—Esto es una locura —decía Isvaradeva por enésima vez.

—No hay más remedio que aceptar los hechos, mi Comandante —repitió fatigadamente Jonás.

—A nosotros también nos ha costado entenderlo —añadió Han Cha—. Comandante, usted puede pensar que en el Imperio las maravillas tecnológicas son cosa usual. Bien, lo son, pero esto... ¡me hace sentir como un campesino llevado a una mandala!

Isvaradeva estaba acostumbrado a calibrar el estado de ánimo de las personas por su voz, sus gestos, su forma de moverse y hasta de estar sentados. Era una habilidad muy útil para el que mandaba a muchos hombres.

Y Ban Cha y Jonás estaban sinceramente asustados.

Se levantó y caminó unos pasos, meditando. Jonás había debido ponerse respetuosamente en pie, observó, pero no lo había hecho. Seguía sentado, mirando fijamente al frente. Isvaradeva cruzó las manos tras la espalda.

—Yo no soy un experto en procesos astrofísicos, pero una civilización con un potencial tecnológico suficiente para emprender la construcción de un artefacto así... Bueno, simplemente no nos podría haber pasado desapercibida.

—Ese artefacto puede tener millones de años, y nuestros textos históricos no reseñan nada más que lo sucedido en los últimos cinco mil años. Por otro lado, no existen telescopios de infrarrojos fuera del Imperio.

Isvaradeva seguía mirando las fotografías. Si sólo fuesen los romakas quienes sostuviesen eso... Pero Jonás lo apoyaba. Y no parecía estúpido ni crédulo.

Jonás había estado silencioso durante la exposición de Ban Cha, pero ahora habló. Parecía haber leído los pensamientos del Comandante.

—Mi Comandante —dijo con exagerada formalidad —, los imperiales tienen técnicas muy avanzadas. A veces no puedo comprender cómo funcionan sus aparatos. Pero, sí bien no sé cómo lo hacen, sí sé lo que hacen. Nadie ha falsificado pruebas para mí. Créame, hubiera sido más difícil inventar pruebas falsas, y al mismo tiempo creíbles, que presentar los datos auténticos.

Isvaradeva miró a Han Cha. No parecía irritado con sus dudas.

—Lo que dice Jonás es cierto. Conoce la teoría tan bien como nosotros, únicamente tenemos mejor material.

—Y no han tenido oportunidad de montar un fraude, aun de haberlo querido —añadió Jonás—. No me han negado acceso a ninguno de sus aparatos. Incluso me enseñaron a manejar algunos. Esas fotos que tiene en la mano son las que hice yo.

—Supongo —dijo lentamente el Comandante— que no tengo otro remedio que rendirme ante las evidencias. A partir de ahora tendré que vivir sabiendo que alguien era capaz de construir un artefacto de 450 millones de kilómetros de diámetro.

No era un pensamiento tranquilizador.

—Es necesario averiguar más sobre él —continuó Ban Cha— investigarlo de cerca, tal vez sobrevolarlo. La Vijaya podría cubrir la distancia que nos separa en sólo unas pocas semanas... Pero para ello tendremos que colaborar.

Isvaradeva alzó la mano.

—Esperen un momento. Comprendo su entusiasmo, Han Cha, pero creo que esto excede los límites de nuestra misión...

—No es así, mi Comandante. —Ahora era Jonás el que hablaba. Isvaradeva pestañeó un poco; era la primera vez que un subordinado le contradecía tan abiertamente, pero no dijo nada—. Con todo esto, hemos perdido de vista un hecho: los juggernauts vienen de la Esfera. Vienen y van. Y el misterio de los juggernauts está relacionado con la destrucción de los rickshaws.

—¿Y qué relación puede haber?

Han Cha sacudió la cabeza.

—Eso es lo que no sabemos. Pero una civilización tan avanzada... Ustedes nos acusaron de usar una superarma contra nuestros propios rickshaws, Comandante, y nosotros nos reímos. Quizás reímos demasiado pronto. ¿Quién sabe si los... llamémosles Esferitas... han desarrollado los cintamanis como arma?

Isvaradeva se sintió interesado. ¿O era que estaban todos volviéndose tan paranoicos como Jai Shing?

Sacudió la cabeza. ¡Si esto duraba mucho, estarían todos listos para un manicomio!

—¿Qué propone su Comandante?

—Acabemos con toda esta locura. Confíen en nosotros...

—Por supuesto. Permítanos comunicar con nuestro Alto Mando.

Han Cha sacudió la cabeza.

—No es posible. No hasta que no sepamos de qué se trata. El Imperio debe defender sus intereses en este asunto.

—En ese caso...

—Vengan con nosotros. Cuando sepamos con lo que estamos tratando, entonces ambos lo comunicaremos a nuestras respectivas naciones.

—La Vajra no podrá igualar velocidades con ustedes. Y como podrán suponer, yo no estoy dispuesto a abandonar mi nave...

—Sí, sí. Ya contábamos con eso. El comandante Prhuna le propone otra cosa. Usted, junto con la Vajra y su tripulación esperarán aquí. Sus infantes de marina vendrán con nosotros.

—¿Como rehenes?

—No; para sustituir a nuestros soldados... que se quedarán con ustedes...

Isvaradeva lo entendió todo de pronto. Le estaban proponiendo que intercambiaran sus fuerzas de choque. Como rehenes, y para evitar que alguna de las dos partes intentara traicionar a la otra.

—No me gusta... Eso contraviene todas las ordenanzas...

—Estamos en una situación límite. El Reglamento jamás podría predecir una secuencia de acontecimientos como la presente. ¿Qué otro camino se le ocurre, Comandante? Yo sólo veo dos. Uno nos conduce a la violencia, y a la destrucción de una de las dos naves. El otro nos da una esperanza de entendimiento...

Isvaradeva dejó las fotos sobre su mesa y caminó indeciso por su camarote. ¿Qué debía hacer? Recordó los veleros que se dirigían hacia allí. ¿Era su obligación aguantar como pudiera, hacer tiempo hasta que aquellas naves les alcanzaran? Si Kharole lo había utilizado como un cebo sin consultárselo antes... ¿estaba él obligado moralmente a actuar como tal?

Su cabeza era un torbellino. Las preguntas sin respuesta se sucedían en torturadora procesión.

¡Cuánto se habría reído de él su padre! Traicionado por Kharole, que ahora era Su Majestad Imperial Khan Kharole, y aún se preguntaba sobre la mejor manera de servirle. Pero, ¿qué determinación tomar? ¿Y si aquellas naves no eran de Kharole? Simplemente carecía de datos suficientes. Ante esto, sólo podía decidirse por aquello que resultara menos peligroso para su nave.

Únicamente veía una solución. Se volvió hacía los dos hombres.

—De acuerdo —dijo —, lo haremos como proponen. ¡Y que Krishna, Jesús y Mahoma nos ayuden...! Hablaré con el Comandante Prhuna. Caballeros, pueden retirarse.

Había recuperado su tono de oficial en la última frase. Jonás se acordó de cuadrarse antes de salir.

En el corredor le asaltó un pensamiento paradójico. Se sentía más seguro yendo a enfrentarse a los misterios de la Esfera, que aguardando la llegada de la flota.

CATORCE

El trasvase de personal se llevó a cabo sin demasiados problemas. Los infantes de la Utsarpini abordaron los transbordadores imperiales enviados a recogerles. Los infantes imperiales abordaron los transbordadores de la Utsarpini. Los oficiales de uno y otro grupo, buscando sus alojamientos y despistándose inevitablemente en los corredores, entre los refunfuños de los marinos que veían su trabajo interrumpido por aquellos pelmazos. Luego vendría la dificultad de acomodarse a diferente horario de comida y de sueño, a diferentes códigos para nombrar cubiertas y corredores, a diferentes toques de silbato, y hasta diferencias dialectales.

Al menos, la estación en el juggernaut ya había sido desmantelada, y sus aparatos trasladados a la Vijaya. Se decidió que los heridos graves quedaran en su nave, pero que los heridos leves fueran con sus compañeros sanos. De común acuerdo, los muertos quedarían sepultados en el cascarón del juggernaut. Hari Pramantha, en calidad de capellán, celebró un funeral magnífico en honor de los valientes muertos de ambos bandos. En su sermón habló elocuentemente sobre la heroicidad del bhakta que obedece los mandatos del Señor, y leyó en el Bhagavad-gita las exhortaciones a la batalla de Krishna al príncipe Arjuna. Evitó comparar a Arjuna y a sus seguidores con cualquiera de los bandos, Imperio o utsarpini, de modo que ambos pudieran identificarse con los vencedores.

Unas horas después, Job Isvaradeva contemplaba desde el puente a la Vijaya. La nave se alejaba lentamente bajo el impulso auxiliar; pronto desapareció tras la mole del juggernaut; como precaución suplementaria, Job había ordenado que la Vajra se resguardase tras él. Cuando estuviese a una distancia segura, ardería el brillante fuego de fusión.

La Vijaya se fue reduciendo poco a poco de tamaño.

—Treinta minutos para la ignición —dijo alguien en el puente.

Y, cincuenta minutos más tarde, un nuevo sol artificial añadió su resplandor a los miles de soles de Akasa-puspa.

IX. LA ESFERA

Tierra, agua, fuego, aire, éter, mente, inteligencia y ego falso. Todos estos ocho, juntos, constituyen Mis energías materiales separadas.

BHAGAVAD-GITA (7.4)

CERO

—Ordenador, te voy a hacer una pregunta. Quiero que medites sobre ella, y que me des una respuesta.

—Adelante.

—Pregunta: ¿Qué podría acabar con la raza humana en el Universo?

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