Mundo Anillo (20 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mundo Anillo
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Azul cielo con rayas blancas, azul marino impoluto, el Mundo Anillo se extendía de uno a otro extremo del cielo. Al principio sólo se distinguían los detalles de la envoltura de nubes: tormentas, rayos paralelos, nubes de algodón, todo en miniatura. Aunque cada vez eran más grandes. Luego comenzaron a perfilarse los contornos de los mares... aproximadamente la mitad del Mundo Anillo estaba cubierta de agua...

Nessus estaba en su cápsula de seguridad, bien atado y hecho un ovillo protector. Interlocutor, Teela y Luis Wu se habían atado las redes de seguridad y lo observaban todo con los ojos muy abiertos.

—Más vale que prestes atención —le aconsejó Luis al titerote—. La topografía puede sernos útil más adelante.

Nessus accedió: asomó una plana cabeza de pitón para observar el paisaje cada vez más cercano.

Océanos, las corrientes confluyentes de los afluentes de un río, una cadena de montañas.

No se veían señales de vida. Hubieran tenido que estar a menos de mil quinientos kilómetros de altitud para lograr captar algún signo de civilización. El Mundo Anillo giraba bajo sus ojos, y los detalles se perdían casi antes de que consiguieran identificarlos. Los detalles no tenían importancia; iban deslizándose bajo sus ojos. Caerían en territorio desconocido, aún no vislumbrado.

La velocidad intrínseca aproximada de la nave debía ser de unos trescientos kilómetros por segundo. Suficiente para sacarles del sistema sin mayor dificultad, de no haberse interpuesto el Mundo Anillo.

La tierra iba acercándose, al tiempo que se desplazaba lateralmente, a una velocidad de 1.200 kilómetros por segundo. Se aproximaban a un mar inclinado, en forma de salamandra y cada vez más grande. ¡De pronto, todo el paisaje se encendió en un destello violeta!

Discontinuidad.

10. La superficie del anillo

Un instante de luz, blanco-violeta, brillante como un destello. Ciento cuarenta kilómetros de atmósfera, comprimidos en un solo instante hasta constituir un cono de plasma caliente como una estrella golpearon con fuerza la proa del «Embustero». Luis parpadeó.

Un parpadeo y ya estaban abajo.

Oyó el frustrado lamento de Teela:

—¡Nej! ¡No hemos podido ver nada!

Y la respuesta del titerote:

—Presenciar acontecimientos titánicos resulta siempre peligroso, suele ser penoso y con frecuencia tiene fatales consecuencias. Ya puedes dar gracias al campo estático de diseño esclavista, que no a tu inestable buena suerte.

Luis oyó todas estas cosas, pero las ignoró. Se sentía terriblemente mareado. Intentó encontrar algo en que fijar la vista...

La súbita transición de una terrible caída a tierra firme ya hubiera resultado bastante molesta de por sí, pero la posición del «Embustero» agravaba aún más las cosas. A la nave le faltaban treinta y cinco grados para estar completamente patas arriba. La gravedad de la cabina continuaba funcionando a la perfección, conque el paisaje parecía suspendido sobre la nave cual un sombrero ladeado.

El cielo recordaba el cielo del mediodía en la zona templada de la Tierra. El paisaje era sorprendente: tan liso que parecía brillar, y translúcido, con unas distantes serranías rojizas. Tendrían que salir para poder observarlo más atentamente.

Luis soltó su red de seguridad y se levantó.

Le costaba mantener el equilibrio, pues sus ojos y su oído interno no coincidían en cuanto a la apreciación de lo que era abajo. Se lo tomó con calma. Tranquilo, sin prisas. La emergencia había terminado.

Se volvió y vio a Teela junto a la compuerta. No llevaba su traje de presión. En ese momento se cerraba la puerta interior.

—¡Teela, no seas estúpida, sal de ahí! —bramó Luis.

Demasiado tarde. No podía oírle a través de la puerta herméticamente cerrada. Luis corrió al armario.

Las probetas de aire del ala del «Embustero» se habían evaporado junto con los demás detectores externos de la nave. Tendría que ponerse el traje de presión y una vez fuera valerse de los detectores que llevaba en el pecho para poder comprobar si el aire del Mundo Anillo era respirable.

A menos que Teela se desplomara antes de que él consiguiera salir. En ese caso, ya sabría a qué atenerse.

La puerta exterior se estaba abriendo.

En la cámara de aire dejó de funcionar automáticamente la gravedad interior. Teela Brown cayó al exterior cabeza abajo, se aferró desesperada a un montante de la puerta, permaneció asida el tiempo suficiente para modificar el ángulo de caída. Y aterrizó sobre el trasero y no sobre el cráneo.

Luis se introdujo en su traje de presión, cerró la cremallera, se colocó el casco y cerró las presillas. Afuera y sobre su cabeza, Teela ya se había levantado y se frotaba las partes que habían amortiguado su caída. Aún respiraba, alabado fuera Finagle por su benevolencia.

Luis entró en la compuerta. No se molestó en verificar el aire del traje. Sólo lo usaría el tiempo necesario para que los instrumentos le indicasen si el aire exterior era respirable.

Recordó la inclinación de la nave justo a tiempo para agarrarse a un montante mientras la cámara de la compuerta daba media vuelta, se quedó un instante colgando cogido por las manos y saltó.

Sus pies se deslizaron bajo su cuerpo en cuanto tocaron el suelo. Aterrizó sobre los músculos glúteos.

El liso material grisáceo translúcido sobre el que había caído la nave era terriblemente resbaladizo. Luis intentó ponerse en pie, luego desistió. Se quedó sentado y examinó los indicadores que llevaba en el pecho.

A través del casco le llegó la voz rasposa de Interlocutor:

—Luis.

—Sí.

—¿Se puede respirar el aire?

—Sí. Está bastante enrarecido. Aproximadamente el equivalente a unos mil quinientos metros sobre el nivel del mar, en unidades terrestres.

—¿Podemos salir?

—Naturalmente, pero coged una cuerda y atadla a la compuerta. De lo contrario, jamás conseguiremos volver a entrar. Mucho ojo cuando saltes. La superficie prácticamente no crea el menor roce.

La resbaladiza superficie no parecía preocupar en absoluto a Teela. Permanecía de pie en una extraña posición, con los brazos cruzados, esperando a que Luis se quitara el casco.

—Quiero decirte un par de cosas —anunció Luis a Teela. Y le soltó un desagradable sermón.

Le habló de la poca fiabilidad del espectroanálisis de una atmósfera realizado a dos años luz de distancia. Le habló de sutiles venenos, de combinaciones de metales y de polvos extraños, residuos orgánicos y catalizadores, que pueden contaminar una atmósfera respirable, y que sólo pueden detectarse analizando una muestra del propio aire. Le habló de negligencia criminal y de estupidez culpable; le habló de la insensatez de ofrecerse voluntariamente como conejillo de Indias. Todo ello antes de que los extraterrestres tuvieran tiempo de cruzar la compuerta.

Interlocutor se descolgó por la cuerda, aterrizó sobre sus pies y avanzó un par de pasos, con la cautela de un gato y haciendo equilibrios como una bailarina. Nessus bajó agarrándose a la cuerda con los dientes de ambas bocas. Aterrizó en posición de trípode.

Ninguno de los dos dio señales de haber advertido la expresión compungida de Teela. Permanecieron bajo el fuselaje ladeado del «Embustero» y miraron a su alrededor.

Estaban en una hondonada poco profunda. El suelo era de un gris translúcido y perfectamente plano y liso, como una enorme mesa recubierta de vidrio. Más allá, a un centenar de metros de la nave, se alzaba un círculo de suaves pendientes de lava negra. A Luis le pareció que la lava fluía bajo sus ojos. Decidió que aún debía de estar caliente por efecto del impacto del «Embustero».

Luis intentó ponerse en pie. Se levantó poco a poco hasta conseguir una posición de precario equilibrio, incapaz de moverse.

Interlocutor-de-Animales desenfundó su linterna de rayos láser y disparó a un punto próximo a sus pies. Todos observaron el punto de luz verde... en silencio. No se oyó el crujido del material sólido al explotar y vaporizarse. En el lugar del impacto no se formó vapor ni humo. Cuando Interlocutor apartó el dedo del disparador, la luz desapareció de modo instantáneo; el lugar del impacto no quedó incandescente, ni se veía ningún tipo de señal.

Interlocutor emitió su veredicto:

—Estamos en una hondonada excavada por nuestra propia nave al chocar. El material base del anillo debe de haber detenido nuestra caída. ¿Tú qué opinas, Nessus?

—Es un material desconocido —respondió el titerote—. No parece retener el calor. Sin embargo, no es una variante del fuselaje de Productos Generales, ni tampoco un campo estático de diseño esclavista.

—Necesitaremos protección para escalar las paredes —dijo Luis. No le interesaba particularmente el material base del anillo. No en esos momentos—. Más vale que os quedéis aquí, mientras yo intento subir.

A fin de cuentas, era el único que llevaba un traje de presión antitérmico.

—Voy contigo —dijo Teela. Avanzó sin esfuerzo y se colocó junto a Luis. Él se apoyó pesadamente en ella y fue avanzando a trompicones, pero sin caerse, hasta la pendiente de lava negra.

La lava no era difícil de escalar, pese a su inclinación.

—Gracias —dijo Luis, y comenzó a subir. No tardó mucho en advertir que Teela le seguía. No dijo nada. Cuanto antes aprendiera a mirar primero y saltar después, mayores serían sus expectativas de vida.

Habían subido unos diez metros cuando Teela soltó un chillido y comenzó a bailotear. Dio media vuelta al instante y echó a rodar pendiente abajo. En cuanto tocó el suelo del anillo comenzó a deslizarse como sobre patines de hielo. Continuó deslizándose y resbalando, hasta que consiguió dar media vuelta con las manos en las caderas. Entonces ella le miró con ojos llenos de decepción, agravio y rencor.

Podría haber sido peor, se dijo Luis. Habría podido resbalar y caer, quemándose las manos desnudas... y aun en ese caso no se arrepentiría de su proceder. Siguió escalando, mientras procuraba reprimir desagradables sensaciones de culpa.

El banco de lava debía de tener unos doce metros de altura. Una vez arriba acababa en una arena blanca muy limpia.

Habían caído en un desierto. Luis escudriñó los alrededores y no logró vislumbrar ni una mancha verde de vegetación ni un poco de azul-agua. Desde luego, estaban de suerte. El «Embustero» también hubiera podido caer sobre una ciudad.

¡O sobre varias ciudades! La nave había abierto una gran hondonada...

Se extendía varios kilómetros sobre la blanca arena. A lo lejos, más allá del extremo de la hondonada, comenzaba otra. La nave había rebotado varias veces. La hondonada donde había aterrizado el «Embustero» se prolongaba hasta convertirse en poco más que una línea de puntos, un rastro... Luis siguió ese rastro con la vista y se encontró mirando hacia el infinito.

El Mundo Anillo no tenía horizonte. No había una línea curva que separase la tierra del cielo. Tierra y cielo más bien parecían fundirse en una región en la cual detalles del tamaño de los continentes hubieran quedado reducidos a simples puntos, donde todos los colores se integraban gradualmente en el azul del cielo. Sus ojos parecían pegados al punto de fuga. Al fin consiguió parpadear.

Como la neblina que se perdía en el vacío en el monte Lookitthat hacía varias décadas y a varios siglos luz de ahí... como las profundidades no distorsionadas del espacio, tal como había podido verlas un minero del cinturón de asteroides en una nave individual..., el horizonte del Mundo Anillo podía apoderarse fácilmente del ojo y la mente de un hombre antes de que éste advirtiera el peligro.

Luis se volvió hacia la hondonada:

—¡El mundo es plano! —gritó. Los demás le miraron—. Hemos dejado un buen rastro en nuestra caída. No veo ningún ser viviente por los alrededores, conque estamos de suerte. La tierra salió despedida en los lugares donde chocamos; puedo distinguir una serie de pequeños cráteres, meteoritos secundarios, a lo largo de nuestro recorrido. —Se volvió—. En las demás direcciones... —y se quedó con la palabra en la boca.

—¿Luis?

—¡Nej! Nunca había visto una montaña tan grande.

—¡Luis!

Había hablado en voz demasiado baja.

—¡Una montaña! —gritó—. ¡Ya me diréis cuando la veáis! Los ingenieros que construyeron el Mundo Anillo quisieron tener una gran montaña en su mundo, una montaña excesivamente grande para ser útil. Demasiado alta para plantar café o árboles, incluso excesiva para el esquí. ¡Es magnífica!

Era magnífica. Una montaña, más o menos cónica, perfectamente aislada, no integrada en ninguna cordillera. Parecía un volcán, un falso volcán, pues bajo el Mundo Anillo no había magma capaz de formar volcanes. Su base se perdía en la bruma. En las laderas próximas a la cumbre se distinguía claramente lo que debía ser aire enrarecido, y la cumbre misma presentaba el resplandor de la nieve: nieve sucia, no tenía el fuerte brillo de la nieve limpia. Tal vez fuesen nieves eternas.

En los contornos del pico se divisaba una claridad cristalina. ¿Tal vez asomaba fuera de la atmósfera? Una montaña verdadera de esas dimensiones se hundiría bajo su propio peso; pero esta montaña no debía ser más que un molde hueco hecho del material base del anillo.

—Creo que voy a hacer buenas migas con los ingenieros del Mundo Anillo —se dijo Luis Wu. No había ningún motivo lógico para que un mundo construido a medida incluyera una montaña como ésa. Sin embargo, todo mundo debía poseer al menos una montaña imposible de escalar.

Los demás le esperaban bajo la curva del fuselaje. La andanada de preguntas que le lanzaron podían resumirse en una:

—¿Algún rastro de civilización?

—No.

Le hicieron describir todo lo que había visto. Fijaron cuatro puntos cardinales. Llamaron giro la dirección que marcaba el rastro trazado por el «Embustero» al caer. Y antigiro la dirección contraria, hacia la montaña. Babor y estribor quedarían respectivamente a la izquierda y la derecha de una persona situada mirando en la dirección de giro.

—¿Pudiste distinguir alguno de los muros exteriores del anillo, a babor o estribor?

—No. Y no logro entenderlo. Debían estar allí.

—Mala suerte —dijo Nessus.

—Imposible. Allí arriba puede verse a miles de kilómetros de distancia.

—No es imposible. Sólo una desafortunada coincidencia.

Y luego otra vez:

—¿No viste nada más allá del desierto?

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