Authors: Carmela Ribó
Querida Lauri:
Oye, qué guapa eres, y más aún, atractiva, lo que engloba algo más que guapa. O sea, te encuentro papita y además manteca (¿se dice así?). Tu foto de boda: ¡qué guapa estás y qué serena! Aunque, mirándolo con ojos muy introspectivos, ¿no hay una sombra de tristeza en esa novia a la que no han permitido vestir la clámide marfileña de las chicas atenienses?
¿Qué importa el tiempo? Tú me lo has enseñado. Puedes vestirla ahora. Te imagino así, bellísima, serena, distante, intemporal, graciosa.
Ese paisaje del fondo, en la foto en la que estás reclinada en un embarcadero o algo parecido con el mar detrás, me ha traído a la memoria un lugar donde me sentí feliz hace algunos años, una isla griega llamada Mitilene. Te cuento: me enrolé para un viaje a Grecia con una sociedad de Estudios Clásicos de la que Emilio es socio de honor (su empresa organiza exposiciones y subvenciona publicaciones). La expedición estaba casi enteramente formada por aburridísimos profesores de griego, hombres en su mayoría, con sus cónyuges, por lo que, como puedes imaginar, el tiempo se distribuía a medias entre visitar venerables ruinas atendiendo a doctas explicaciones y andar de tiendas para turistas comprando sandalias, pañuelos, licores y recuerdos de esos que, después, una vez has regresado, te apresuras a regalar a las criadas porque donde quiera que los pones resultan pobres y fuera de lugar.
Bueno, Mitilene es una isla pegadita a Turquía, aunque pertenece a Grecia. Una isla pintoresca, con ruinas doradas, verdes olivos, higueras, cipreses, casitas blancas, aldeítas de pescadores, aire salino, romper de olas, luz cenital tamizada de grises… Ah… El mar penetra por un callejón angosto y forma un mar interior, el golfo de Gera, en cuyas apacibles riberas han crecido muchas villas de recreo. Bueno, me prendé del lugar, y después de un paseo por la playa solitaria a la luz de la luna, decidí que me hubiese gustado vivir allí una existencia tranquila. El lugar se llama Skala Loutrón. Cerca descubrí las ruinas de una casita antigua, apenas dos habitaciones y un porche, que en su día sostuvo un emparrado. Habían caído los pilares de ladrillo que lo soportaban y las parras crecían indómitas por el suelo, con sus pámpanos y sus racimos de uvas. Comí algunas y sabían a fresa. Dentro, nada, un patinillo interior y algunas ventanas a la calle en las que aún se mantenían las maderas pintadas de azul. Pensé: sería feliz si algún día pudiera vivir aquí. Restauraría la casa, tan diminuta, y me sentaría a ver los ocasos sobre el vinoso mar de Homero desde este pequeño promontorio.
No sé por qué te lo cuento. Nunca se lo había contado a nadie.
Respondo ahora a tus preguntas. Ramón es mi preparador físico, mi
fitness coach,
¿se dice así? Viene a casa dos veces por semana y durante una hora hacemos ejercicios de
gym
y luego
footing
por los caminos menos transitados de La Moraleja. Es guapo, joven y musculoso, como te puedes imaginar, pero serio y profesional, nada doñeador, y menos aún con la señora que lo contrata. Tengo entendido que otros colegas suyos realizan otra clase de servicios con las clientas, este no.
Eufemia es la asistenta (antes se decía criada, pero eso ya es políticamente incorrecto en España y parece humillante). Es una chica joven, veinte años, a la que abandonan los novios, y ella cree que es porque se buscan otras más delgadas. Su problema es que tiene una talla de cintura para abajo y otra de cintura para arriba. Una mujer pera, como aquí decimos, y lo intenta corregir en el
gym.
En cuanto tiene un rato libre, la encuentras en el
gym
matándose a ejercicios, pero le cunde poco, porque lo suyo es constitucional.
Ahora tengo que irme. Luego sigo.
Concha.
Cinco horas después:
Aquí estoy de nuevo, Lauri. Te contaba sobre las personas de la casa. Danilo, el mayordomo, es filipino, un hombre de edad indefinida, entre los treinta y los sesenta, imberbe, correctísimo, eficacísimo, un poco gélido, muy controlador (creería que cuando hablo por teléfono me espía de parte de Emilio si no fuera porque a Emilio le importo una mierda –perdona la crudeza–, y si le importara algo, seguramente me habría instalado algún artilugio electrónico para grabarme las conversaciones).
Danilo no se lleva nada bien con Raimundo, que es un sencillo muchacho de pueblo, bueno, no tan muchacho, que ronda ya los treinta. Es el hijo de unos caseros que los padres de Emilio tenían en su finca de Toledo. Aquí hace las veces de chófer, jardinero y muchacho para los recados. Cuando Emilio no lo tiene ocupado, lo utilizo yo para que me lleve o me recoja en Madrid. Es callado, paciente y buena persona. (¡Y mira mucho a Eufemia!).
¿Quién queda? Ah, sí, Fidelia, la cocinera. Una señora de unos sesenta años, viuda. Antes trabajaba en un restaurante de Madrid, pero sedujo a Emilio con un paté de oca, Emilio llamó al
maître
, se empeñó en felicitar personalmente a la cocinera y el paso siguiente fue enviar a Danilo para que le ofreciera un aumento de sueldo y un contrato ventajoso si se venía a La Moraleja. Naturalmente, no solo perdieron la cocinera, sino el cliente, porque Emilio no volvió a pisar el establecimiento por si le escupían en la comida.
Emilio es así, todo lo arregla tirando de talonario. Porque puedo permitírmelo, como él dice. Sí, es presuntuoso. Al principio, quiero decir cuando nos conocimos, no era así, o prefiero creer que no lo era. Me conoció en una
party
, me envió un gran ramo de rosas al día siguiente (las primeras flores que me regalaban), me vino a recoger con un descapotable a la salida de clase (envidia de mis compañeras, me sentí halagada), era detallista, amable, divertido, tenía experiencia en la vida, mundología, sabía tratar a una mujer, y al propio tiempo se mostraba sencillo y humilde, ¿cómo no enamorarse de él? Luego fue cambiando, y dejé de quererlo mucho antes de saber que tenía amante fija. Bueno, ya me estoy poniendo pesada.
Un abrazo y hasta otra.
Concha.
Un día después:
Querida Lauri:
Esta vez eres tú la que parece ocupada. He abierto el
mail
un par de veces esperando encontrar carta tuya y ya veo que no. Bueno, no hagamos de este intercambio una rutina obligatoria. Cuando no tengamos nada que decir o tiempo para decirlo, es mejor el silencio. ¿De acuerdo?
Así que eres seguidora de Wilhelm Reich. Bueno, yo en mi juventud tuve algo que ver con las teorías del maestro, no por lo del orgón, sino por la sexualidad libre algo jipiosa de cuando visité en Francia algunas comunas marginales donde lo veneraban un poco más que a Jesucristo. No conozco gran cosa de él, pero el hecho de que la justicia quemara sus escritos me parece un abuso improcedente en el siglo XX y muy propio del puritanismo yanqui.
Y, finalmente, lo de contentar mi conciencia de señora rica (no sé si me ha sentado bien, incluso viniendo de ti, mi buena amiga), déjame decirte que tú y yo vivimos bien gracias a que otros, en África o en Asia, viven mal. He escuchado muchas conversaciones cínicas en reuniones sociales, conversaciones de potentados, de industriales, de economistas, de políticos, y eso es lo que se deduce. Quizá yo sea muy egoísta y me conforme con esas labores de señora rica, de bancos de alimentos y de Rastrillo que tú seguramente encontrarás hipócritas, pero es que a otro tipo de renunciación no estoy dispuesta. No me costará dejar los criados, el chófer, la piscina climatizada y todo lo demás, pero seguiré queriendo una casa cálida y algunos caprichos de
gourmet
en la nevera.
Un abrazo, dos besos y otras dos fotos de tu amiga,
Concha (o Caracola).
Un día después:
Querida Concha:
Serán esos dos besos como en el clic del
mouse
o uno en cada mejilla? Es broma, claro.
Debo agradecerte que me hayas mirado con ojos piadosos, quiero decir al envase que me contiene, mi cuerpo, mi apariencia. La verdad es que lo físico no me interesa demasiado. A diferencia de otras (y de vos misma), yo no me fijo ni por asomo en los envases. Nunca lo hice. Por eso veo cosas que muchos ni siquiera vislumbran. Yo «veo» de otro modo a las personas, siento su aura, y me enamora el hálito que es el sustento de una biología. No la biología. Mis percepciones no suelen incluir parámetros estéticos. Y si lo hacen, de seguro son los míos propios y nunca un canon. Casi nunca me leerás decir que alguien es físicamente así o asá. Ni qué hermosura de ojos azules, oh, me hace suspirar y tendré un orgasmo solo de verla, ay ese cabello al viento rubio como los trigos y esa boca perfecta, si esto continúa voy a morir de amor… No me erotiza la belleza. No me seducen los cuerpos o los trapos. Y, eso no es por virtuosa o espiritual. Es que mis sensores no registran ciertas cosas como una información relevante. Como dice una amiga: rara que es una…
Y no soy ni bajita ni gordita ni feíta. Mido 1,65 descalza, y 96, 85, 95, y aunque alguna vez esos números fueron los perfectos, no está tan mal para mis cuarenta y nueve y mi falta de buen gusto para vestirme y acicalarme. Soy linda y sexy? Soy fea y desaliñada? Por qué tendría que definirme tanto? Soy lo que soy.
Y para vos soy invisible, inasible e impensable. No?
Ay, Conchita, no creas que me desprecio, antes bien, me aprecio muchísimo. Lo que pasa es que tengo una historia de contrariedades con mi cuerpo. Por su forma, que nunca inspiró otra cosa más que piropos groseros y una constante obscenidad que, ya te dije, fue algo muy frustrante. Lo desprecié durante muchos años. Yo me he sentido turbia, subterráneamente deseada hasta por los más íntimos. Y baboseada por la lujuria de cualquiera. Cómo no estar enojada? Quién me pudo mirar la mirada de miel? Y a qué varón le importa lo culta o inteligente o laboriosa que una mujer pueda ser, si la blusa se ciñe por defecto un poco más, y la falda tiende a subirse en el reverso? Yo no soy feminista, pero ganas de serlo, y muy militante, no me han faltado!
Es verdad, todavía le guardo un cierto desapego, lo disfrazo de informalidad con ropas ordinarias para no echar más leñas, caracola. Porque, aunque ya no está tan fresco, sigue exudando eso, hoy no encuentro el vocablo.
Andando el tiempo, aprendí a entender y aceptar ciertas cosas.
Y también a mirarme con compasión, pues, aunque tarde, acepté cómo era. Me gustan mis fealdades porque me liberaron, me gustan mis años porque la atracción se reduce a algunos treintañeros, que seguro imaginan unas destrezas del todo sublimadas! Por fin los años me deslucen y dan un poco de algo como una reparadora invisibilidad.
Un abrazo,
Lauri.
Un día después:
¿Invisibilidad, Laura? No puedes hablar en serio. Eres una mujer bien vistosa. Seguro que tienes mucho éxito.
Sirvan estas líneas para demostrarte que estoy aquí y espero tus correos. Hoy no puedo escribir más porque tengo que bajar a Madrid a una reunión de pelmazos. Ya te contaré. O mejor no te cuento, porque de seguro te vas a aburrir.
Un beso y unas cuantas fotos para compensar la brevedad de la carta,
Concha.
Un día después:
Querida doña ocupadísima:
Vos no entenderías, caracola, por mucho que me explaye, cuánto hubiera querido ser como un ángel (pelirrojo, por cierto, como las vírgenes de Botticelli), un ángel dulce y algo desvaído, y flacucho también, con lisuras de tabla santa. Para que santamente alguien, alguna vez, me viera y me mirara a mí, genuinamente a mí.
Siempre he buscado compensar las cosas y he leído para tener algo que decir que fuera, si no brillante, al menos culto o interesante. Sí, uso muchos disfraces. Y elogio la sencillez y el recato por más razones de las que confieso.
También envidio en cierto modo a las mujeres árabes, porque ellas pueden ir bajo el amparo de las
abahayas
. (Lo sé, Conchita: yo solo eso les envidio, pobrecitas…).
Pero no creas que todo es ruina y escombros! Todavía no he podido vetar (del todo, al menos) las reglas cautelares: un tacón más alto que otros días, dos dedos más de escote y ya vuelve la burra al trigo, como me enseñó un amigo.
Tus fotos, las nuevas! Gracias por ellas. He pasado largo rato contemplándolas (las llevé en un
pendrive
para agrandarlas en la pantalla de la compu en la biblio). Será posible que fueras medio pelirrojita? Te teñías el pelo entonces o era tu color natural? Creo que natural, porque tu piel es pálida y sonrosada. Como verás, te he puesto bajo el microscopio, y te encuentro… no te lo voy a decir. Pero observo esa lindura por fuera y aprecio tu intelecto, tu sensibilidad. Sos una rara espécimen sincrética. Las amigas que yo he conocido son una cosa, o la otra. O ninguna de las dos… Mis parabienes, Conchita! (Tenía el propósito de no hacerte halagos, por no malacostumbrarte y porque es algo sabido que perturba el entendimiento, pero…).
He buscado Mitilene en Google y en el atlas de la biblio. Qué delicioso lugar! Y muy literario. Supongo que sabes que en tiempos clásicos de llamaba Lesbos. Allí vivió la poetisa Safo de Lesbos, con su academia o internado de señoritas. Safo, la inventora del amor o la descubridora del amor. La conoces, claro. Fue su presencia lo que te llevó a la isla? He vuelto a leer algunos poemas suyos. Después de ella, del siglo VII a. C. nada menos, nadie ha aportado a la literatura amorosa nada que no esté en Safo, ni siquiera Petrarca.
Gracias por compartirlo conmigo. Quién sabe si yo algún día también visitaré el lugar y pensaré: mi amiga Conchita estuvo aquí y se sentó en esta piedra para contemplar el ocaso.