Authors: Carmela Ribó
Estos días han ocurrido cosas, la más importante que he terminado tajantemente mi relación con Julia, que ella estaba intentando reanimar después de nuestro último desencuentro. Últimamente estaba inaguantable e intentaba controlarme la vida, lo que nunca había hecho antes. Incluso sexualmente no funcionábamos como antes, porque ella raramente alcanzaba el orgasmo, lo que también nos distanciaba como buenas discípulas que somos desde las lecturas de juventud de Wilhelm Reich, ya sabes, el que dice que «La salud mental de una persona se puede medir por su potencial orgásmico». He desplegado con ella toda mi paciencia, toda mi comprensión y todo mi amor, pero ha sido inútil. Cuanto más cedes, más exigente se vuelve, más dependiente me cree, cuando en realidad la dependiente es ella. Yo, ya sabes, soy bastante autónoma y no necesito a nadie, y a estas alturas ella debería saberlo, pero se obceca y solo ve lo que quiere ver, o toma sus imaginaciones por realidades contrastadas y no hay manera de sacarla del error. Total, el otro día tuvimos una escena un poco excesiva y en un arranque de ira rompió a posta un flexo que traje de Buenos Aires, del despacho de papá, que es una especie de fetiche para mí. Le tomé la campera de la percha, se la di de muy malos modos y la boté a la calle. Luego me arrepentí a medias y casi estuve por llamarla, pero, cuando tenía el celular en la mano, me lo pensé mejor y decidí que ya iba siendo hora de terminar con esta dependencia suya que ni siquiera a ella le hace bien. Bueno, ya antes hemos tenido algunas broncas, pero siento que esta ha sido distinta, definitiva. Nunca había atentado físicamente contra algo mío, ni hecho algo que positivamente sabía que me iba a doler. No creas que todo eso lo ha provocado nuestra amistad, la tuya y la mía quiero decir, y sus estúpidos celos. La verdad es que últimamente teníamos algunas desavenencias porque ella no se adaptaba bien a mis premisas de vida «filosóficas», digámoslo así, y alguna vez hablamos de separarnos un tiempo.
En fin, cuando pase la tormenta, espero que sigamos siendo buenas amigas, ya que no otra cosa más íntima.
Regresando a lo de los hombres que no me registran (he vuelto a leer el párrafo antes de que lo de Julia se entrometiera en mi
mail)
, no siempre fue así, que conste. Hubo también un tiempo en el que, por decirlo con D. H. Lawrence: «Exudaba sexualidad arrebatadora». Esto me trae a la memoria una experiencia que no sé si confiarte. Bueno, por qué no, si ya no nos guardamos secretos? Por qué será que lo que apenas vislumbramos pero que nunca pudimos alcanzar permanece así como una luz celestial en el recuerdo?
Yo tenía un amigo (allá por mis veintiséis, creo), y estaba seriamente ennoviada con Daniel, pero todos sabían que el pobre estaba enamorado de mí. Se quedaba embobado mirándome. Era gentil, protector, confiable… tan perturbadoramente contenido. Yo sentía ese oleaje de feromonas en su presencia, pero guardaba las distancias. Una vez, en una cena de amigos, yo, como siempre, llegué tarde. Todos estaban ya en el patio, escuchaba las risas y la alegría del vino. Entonces entró y se acercó a darme un beso. Me separó unos rulos de la cara y la mano siguió bajando hasta mi seño. (En aquel tiempo usaba el pelo larguísimo. Me decían «Leona»!). Yo le rocé un tatuaje del mismo brazo. Y me cogió sin más contemplaciones alzándome y empujándome de espaldas contra la pared. Cualquiera podría haber entrado, pero no fue así. Algo, una burbuja de tiempo/espacio nos separó del resto. Nunca me dijo nada, ni durante ni después de aquello. Todavía me cuesta pensar que de verdad haya sucedido.
Está eso tan lejano que parece que le sucedió a otra. Debo decir que fue la ocasión en que más cerca estuve de sentir un orgasmo con un hombre, una experiencia que nunca he tenido. Y frígida no soy, te lo puedo asegurar.
Bueno, un día, un dulce día, te encontré a vos, tan lejos y tan cercana. Será posible que algún día nos encontremos? No sé. Ya sabés que tengo previsto un viaje a España. Ahora tengo mayores motivos para no posponerlo.
Un abrazo,
L.
Un día después:
Estimada Concha:
Tan solo esta notita para desahogarme. Hoy estoy de malhumor. De malísimo talante! Y vaya uno a saber exactamente por qué… Esta tarde en la biblio, por una bobada, fui como un basilisco a la dirección y exigí a Mrs. Horton una serie de ridículas concesiones que, desde luego, me fueron concedidas. Pero no me gustó el exabrupto. Debes saber que yo mantengo una merecida fama de buena y diligente profesional en la biblio, en especial entre los niños y jóvenes de la vecindad que la frecuentan, porque tenemos dos buenas salas de lectura y libros recomendados por sus profesores, también clientes nuestros, y por la calefacción, supongo. No pecaré de vanidosa si te digo que soy muy popular entre esta gente joven. Desde luego, además de guiarlos en sus búsquedas bibliográficas y virtuales, también los mimo con algunas golosinas, que compro expresamente para mis parroquianos más asiduos y para cualquiera que entre al Santuario. Lo digo sin vanidad y sin falsa modestia.
Ay, amiga… cuando yo agarro la bajada hablando de mis queridos usuarios es casi tan nefasto como hablar de perfumes… Vos ya lo sabés bien. Anotá en tu recuerdo que este es un paso riesgoso y que por estas sendas no debe andar tu curiosidad.
A la salida, fui a comprar unas cositas, del todo innecesarias, me temo… Algo más dulcificada me sentí cuando en la perfumería (es de una familia argentina, antigua conocida), el chiquillo que te da a probar los perfumes me llamó «diva». Y me reí bastante del tratamiento, así que empecé a mejorar un alguito.
El berrinche, ya pasará, no es nada serio.
A estos días los llamo mis días en el fondo del mar. Los uso para irme lejos de todos, para dormir y no soñar con nada. Cuando regreso de mi retiro oceánico estoy reconstruida. Soy (seré) otra vez la amiga dulce y suave que todos conocen. La otra se queda allá en el fondo hablando sola. Pensarás que estoy mal de la cabeza. Nada de eso, Conchita.
Bueno. Basta por hoy. Tengo cita con el médico. Un beso,
L.
Un día después:
Querida Laura:
Un descanso para escribirte y dejar que se hunda el mundo. ¿Puedes imaginar que a pesar de la servidumbre hay días que me siento explotada como una tailandesa en su máquina de tricotar? Llevo una mañana de locura. La Navidad lo trastoca todo. Los de la empresa de los árboles de navidad nos han instalado un abeto que no cabía en el salón, y eso que mide setenta metros cuadrados (no sufras: un abeto trasplantable, en una gran maceta, que luego devolverán a la sierra).
He pasado media mañana dando instrucciones a Danilo y a Eufemia, que decoraban el árbol con ristras de bombillas, espumillón nevado y bolitas de colores, y la otra media con Fidelia, la cocinera, confeccionando los menús de dos cenas de ringorrango que debemos dar (y también tendré que asistir a las correspondientes cenas fuera de casa, una lata). Y ahora te escribo atropelladamente porque quiero que cuando te levantes encuentres mi carta aguardándote.
¿Sabes qué me gustaría? Salir por esa puerta y perderme de aquí. Pasar la Navidad ilocalizable, quizá en Túnez o en Egipto o más allá. Tengo aquí, en mi gabinete, en el secreter donde te escribo, una cajita taraceada con maderas de olor, hueso y marfil que adquirí hace años en el bazar de Damasco, en un anticuario. Eran años extravagantes en los que me dio por alcoholarme los ojos al estilo de las favoritas de los harenes, una tontada.
Aguarda un momento. Me levanto a poner otro disco de Sinatra y sigo. Sinatra, ¡ay! lo escucho continuamente.
El kohol es un polvillo de antracita, negro, que guardan en una especie de redomita de madera que cabe en la mano. La redomita tiene un palito muy pulido que sirve de tapón y como aplicador. Al sacarlo, va impregnado de kohol. Se lo aplican, transversal, en el ojo abierto, lo cierran, como abrazando el palito con los párpados, y lo sacan lateralmente. El resultado es que, al salir, tiñe de negro el interior de los párpados, lo que da a la mirada una profundidad y una fuerza notables. Embellece los ojos y los hace apasionados. Además, el kohol es un antiséptico potente. En esos países también lo usan a veces los hombres supuestamente por esa razón (en realidad, son muy coquetos, como todos). Son países donde el tracoma hace estragos. Hay muchos ciegos.
Por cierto, ¿qué te dijo el médico?
Esta tarde voy a ser perezosa. Aprovecharé que no hace demasiado frío para salir de tiendas y quizá al Fnac, unos grandes almacenes de música, vídeos y libros. Tengo que preparar los regalos de Navidad, menuda lata, especialmente hay que acertar con los criados, aquilatando mucho el precio de cada cosa para evitar agravios comparativos. En cierto modo estoy deseando que llegue Nochebuena, porque al día siguiente nos vamos a Baqueira Beret y los dejamos en Madrid hasta después de Año Nuevo, así nosotros descansamos de ellos y ellos descansan de nosotros.
Aquí la ciudad está muy iluminada, no tanto como otros años, desde luego, debido a los recortes en el presupuesto municipal, pero la gente se echa igualmente a la calle para ir de escaparates o de compras. A mí la Navidad y ese consumismo desaforado me resultan un poco cargantes, incluso deprimentes, pero eso es lo que hay.
Danilo me ha requerido ya dos veces, tengo que dejarte. ¡Ay, qué hartura de vida!
Un abrazo,
C.
Un día después:
Querida Concha:
Por Beacon Street también tenemos una inusual actividad, con muchos revuelos y preparativos, porque este año tengo más invitados que otras veces. Vendrán, además de Julia (hemos hecho las paces dejando claro que ya seremos solo amigas), mis amigas Susan, Jennifer y Claudia, esta última quizá con su hijo Thomas (diez años) si no le toca con el padre (están divorciados). A todos habrá que atenderlos, darles conversación y otras delicadezas que he preparado especialmente.
Acorde con la casa, mis muebles son antiguos, casi todos procedentes de algún remate, y algunos, no te asombres, rescatados de la basura justo a tiempo antes de que pasaran los camiones municipales para llevarlos al trituradero.
Lo de la Navidad será divertido. Sé que lo van a disfrutar: he dispuesto mesitas con inciensos, ceniceros, fuentes con frutas, bebidas y otras exquisiteces. También la cadena de música con el control a mano y la infaltable presencia de algún DVD por si quieren ver una peli antes de dormir.
En la madrugada tendré que improvisar un campamento en la sala, una gran cama redonda para «las nenas» y el pequeño. Yo solía disfrutar de estos campamentos, pero ahora prefiero la quietud de mi alcoba para leer y quizá escuchar alguna melodía (casi siempre árabe), antes de conciliar el sueño. Mi Santuario, desde luego, permanece inviolable. Jamás he compartido mi alcoba, porque es el lugar en donde hago las meditaciones, y cuido especialmente esa energía. Por algo es el Santuario! Además, ya te he contado que necesito un espacio de soledad. Sobre todo, si voy a estar en medio de tantas personas, no importa que sean amigas muy queridas. Ciertamente, necesito una casa más grande, pero, por otra parte, me dolería desprenderme de esta, porque data de los años veinte del pasado siglo y perteneció a un famoso cantante, por lo que estoy segura de que estas paredes están impregnadas de mucha vida.
Podría ampliarla un poco hacia el jardín trasero, que tengo hecho una jungla, pero la Intendencia de Brooklyn ha promovido leyes que prohíben demoler e incluso reformar de modo sustancial las casas antiguas, porque se consideran patrimonio nacional. Hay también algunas mansiones que por su volumen no están sujetas a ordenanzas tan estrictas. En ellas se permite parcelar los jardines, siempre que dejen la estructura edilicia intacta. Imagínate: talar esos árboles venerables! Yo paso a veces y les hablo, les digo cuán hermosos son a pesar del descuido en que los tienen. Me quedo un rato, con alguna excusa, admirándolos, soñando cómo se verían los jardines y las fachadas en sus tiempos de gloria. Siempre imagino que algo de la energía que vivió allí permanece y hasta quizá una pálida mano descorra los ajados visillos con disimulo, para ver quién se atreve a perturbar la soledad, el silencio de la casona…
Llaman al timbre. Te envío lo escrito por si fuera un estrangulador.
L.
Dos horas después:
No era el estrangulador (Boston cae muy lejos). Eran solamente unas vecinitas, varias niñas, en busca de los dulces que hago para ellas en Navidad. Había olvidado que venían hoy. Las he instalado junto a doña Estufa y les he ofrecido tarta y chocolate caliente. Ves como en el fondo soy una madraza? En fin, termino la carta y prosigo la faena. Imagina cómo ando de ocupada ordenando el proverbial desorden de mi casa, puliendo los adornos, renovando flores y sacando vajillas del fondo de la despensa, esos preparativos de anfitriona. Ahora nieva lentamente y, aunque ha subido un poco la temperatura, sigue siendo una tarde helada. El silencio en la calle es tan vasto, tan reparador, que es un verdadero alivio después de una espantosa mañana de compras en el centro. Y qué furor consumista por doquier! Si hasta se montan puestos en las plazas, y eso que no ha parado de nevar desde el mediodía. Como es tradicional, algunos comercios trabajarán toda la noche, sobre todo en los
shoppings
. Cuánta insensatez para un día vacío que se llena de actitudes estereotipadas y falsas emociones, porque ya no reviste más sentido que el de activar la economía. Yo intento hacer una cena sencilla, sin aspavientos de fuegos artificiales (que contaminan la atmósfera y el paisaje sonoro!), y sin mayor motivo que el de estar juntos, festejando que nos queremos buenamente. Ni siquiera armé el famoso arbolito navideño. Lo hice durante toda la infancia, pero ya no tiene sentido perder el tiempo con ritos que no significan nada para mí, y me temo que lo mismo sucede con la mayoría de las personas. Al menos por estos parajes. Supongo que en España, todavía tan católica, las cosas serán algo distintas, aunque me temo ha de ser un ritual ya bastante vacío. El mundo de la cristiandad va quedándose sin adeptos practicantes, lo cual, quiero pensar, presagia otros tiempos en la visión espiritual de Occidente…