Read Muerto hasta el anochecer Online
Authors: Charlaine Harris
—¡Oh, no, por Dios! —no me habría sentido segura con ningún otro vampiro del bar, me aterraba que fuesen como Liam o Diane. Bill había vuelto sus oscuros ojos hacia mí y parecía estar esperando que yo dijese algo más—. Lo que pasa es que tengo que preguntarles si han visto a Dawn o a Maudette por aquí.
—¿Quieres que te acompañe?
—Sí, por favor —contesté. Mi voz sonaba más asustada de lo que me habría gustado. Había pretendido pedírselo como si sencillamente considerara un placer tenerlo a mi lado.
—Aquel vampiro de ahí es bastante guapo y ya te ha mirado un par de veces —dijo. Casi me pareció que Bill también se estaba mordiendo un poco la lengua.
—Estás de broma —respondí, insegura.
El vampiro en cuestión era, más que guapo, impresionante: rubio con los ojos azules, alto y de espalda ancha. Llevaba botas, vaqueros y un chaleco. Y punto. Un poco como los tipos que aparecen en las portadas de las novelas románticas. Me asustaba de muerte.
—Se llama Eric —dijo Bill.
—¿Cuántos años tiene?
—Muchos. Es lo más antiguo de todo el bar.
—¿Es desagradable?
—Todos somos desagradables, Sookie; demasiado fuertes y violentos.
—Tú no —dije. El bajó la cabeza—. Tú quieres integrarte. No vas a ir por ahí haciendo nada antisocial.
—Justo cuando creo que eres demasiado ingenua para poder desenvolverte tú sola en la vida, haces algún comentario de este calibre, realmente sagaz —señaló, medio riéndose—. Muy bien, vamos a hablar con Eric.
Eric, que sí que me había echado un par de miraditas, estaba sentado con una vampira tan espectacular como él. Ya habían repelido unos cuantos avances humanos. De hecho, un chico hasta se había arrastrado por el suelo para besarle la bota a la vampira, en un intento desesperado de captar su atención. Ella se había quedado mirándole y le había dado un golpecito en el hombro; había hecho un auténtico esfuerzo para no patearle la cara. Al contemplar la escena, los turistas se estremecieron, y una pareja se levantó y se marchó a toda velocidad. Los «colmilleros», sin embargo, parecían encontrar todo aquello de lo más natural.
Al sentirnos llegar, Eric levantó la vista y frunció el ceño hasta que descubrió la identidad de los nuevos intrusos.
—Bill —dijo, con un gesto de asentimiento. Al parecer, los vampiros nunca se dan la mano.
En lugar de dirigirse directamente a la mesa, Bill se mantuvo a una distancia prudencial; y como me llevaba cogida del antebrazo, yo tuve que detenerme también. Parecía que eso era lo que dictaban las normas de cortesía de aquellos seres.
—¿Quién es tu amiga? —preguntó la vampira. Aunque Eric tenía algo de acento, ella hablaba un perfecto inglés americano. Con su cara redonda y sus dulces rasgos podría haber pasado por ser una saludable lechera. Al sonreír, sus colmillos asomaron, arruinando la bucólica estampa.
—Hola, soy Sookie Stackhouse —me presenté, muy educada.
—Mira qué rica —dijo Eric. Deseé fervientemente que estuviera refiriéndose a mi carácter.
—Nada del otro mundo —repliqué.
Eric me miró sorprendido durante un momento. Luego, la vampira y él empezaron a reírse.
—Sookie, ésta es Pam y yo soy Eric —dijo el vampiro rubio. Bill y Pam se saludaron con el gesto de asentimiento con la cabeza habitual entre vampiros.
Hubo una pausa. Yo habría hablado, pero Bill me apretó el brazo.
—A mi amiga Sookie le gustaría haceros un par de preguntas —dijo Bill.
Pam y Eric intercambiaron miradas de aburrimiento.
—Como... ¿Cuánto nos miden los colmillos?, y ¿en qué tipo de ataúd dormimos? —preguntó Pam. Su tono era desdeñoso. Seguro que ésa era la clase de preguntas que los turistas formulaban una y otra vez.
—No, señora —contesté. Esperaba que Bill no me arrancara el brazo de un pellizco. Estaba intentando ser amable y considerada.
La vampira me miró con expresión de asombro. ¿Se podía saber qué era tan extraordinario? Empezaba a cansarme de aquello. Antes de que Bill pudiera agraciarme con otra de sus dolorosas pistas, abrí el bolso y saqué las fotos.
—Me gustaría saber si han visto a alguna de estas dos mujeres por aquí —no pensaba enseñarle la foto de Jason a aquella vampira. Sería como poner un cuenco de cremosa leche delante de un gato.
Miraron las fotos. La cara de Bill carecía de todo tipo de expresión. Eric levantó la vista.
—He estado con ésta —dijo, resuelto, señalando la foto de Dawn—. Le gustaba el dolor.
Pam estaba sorprendida de que Eric me hubiese contestado, sus cejas la delataban. De algún modo, se sintió obligada a seguir su ejemplo.
—Las he visto a las dos, pero nunca he estado con ninguna de ellas. Esta —puso el dedo sobre la foto de Maudette— era una criatura patética.
—Muchas gracias, no les robaré más tiempo —dije, e intenté volverme para alejarme, pero Bill aún aprisionaba mi brazo.
—Bill, ¿estás muy unido a tu amiga? —preguntó Eric.
Tardé algún tiempo en percatarme del significado de la frase. Eric el Macizo estaba pidiendo permiso para «atacar».
—Es mía —dijo Bill. Esta vez no rugía, como había hecho con los asquerosos vampiros de Monroe. Sin embargo, había una rotunda firmeza en su voz.
Eric inclinó su dorada cabeza y me volvió a echar un vistazo. Por lo menos, él empezó por mi cara.
Bill pareció relajarse. Dedicó una ligera reverencia a Eric, incluyendo en el gesto a Pam; dio un par de pasos hacia atrás, y finalmente permitió que pudiera dar la espalda a la pareja.
—¿De qué va todo esto? —susurré, furiosa. Gracias a Bill, me iba a salir un precioso moratón.
—Son siglos mayores que yo —dijo Bill, muy metido en su papel de vampiro.
—¿Así es como se establece la jerarquía dentro de la «manada»? ¿Va por orden de edad?
—La manada... —dijo Bill, pensativo—. No es una mala forma de decirlo —por la manera en que retorcía la sonrisa, estaba a punto de echarse a reír.
—Si tú hubieras estado interesada, habría estado obligado a dejarte ir con Eric —dijo, una vez volvimos a nuestros sitios y dimos un trago a nuestras bebidas.
—No —dije, con brusquedad.
—¿Por qué no has dicho nada cuando todos esos «colmilleros» han venido a intentar alejarme de ti?
Desde luego, no estábamos en la misma onda. A lo mejor, los rudimentos sociales eran algo que se les escapaba a los vampiros. Iba a tener que explicar matices tan sutiles que apenas soportaban una explicación. Dejé escapar un sonido de pura exasperación bastante poco femenino, la verdad.
—Vale —le dije, bruscamente—. ¡Escúchame, Bill! Cuando viniste a mi casa, te tuve que invitar yo. A venir a este bar te he invitado yo. Nunca me has pedido salir. Y acechar en el camino de entrada a mi casa no cuenta. Pedirme que vaya a tu casa con una lista de contratistas tampoco cuenta. Así que siempre he sido yo la que te lo ha pedido. ¿Cómo te voy a decir que te tienes que quedar conmigo? Si esas chicas —o, para el caso, aquel tipo— te dejan chuparles la sangre, no creo que tenga ningún derecho a interponerme en su camino.
—Eric es mucho más guapo que yo —dijo Bill—. También es más poderoso, y, por lo que tengo entendido, el sexo con él es una experiencia inolvidable. Es tan viejo que sólo necesita tomar un sorbo para mantener su fuerza, así que ya casi nunca mata. Por lo tanto, para tratarse de un vampiro, es un buen tipo. Todavía podrías irte con él. Sigue mirándote. Si no estuvieras conmigo, probaría su glamour contigo.
—Yo no quiero irme con Eric —dije con tenacidad.
—Ni yo con ninguno de los «colmilleros» —replicó él.
Permanecimos en silencio un minuto o dos.
—Así que estamos bien así —dije yo, de manera un tanto críptica.
—Sí.
Estuvimos algo más de tiempo pensando en ello.
—¿Te apetece tomar algo más? —me preguntó.
—Sí, a no ser que tengas que volver ya.
—No, así está bien.
Bill se levantó para ir a la barra. En ese momento, Pam, la amiga de Eric, se marchó, y el rubio vampiro se dedicó a mirarme tan fijamente que parecía estar contándome las pestañas. Intenté mantener la mirada baja en señal de modestia. Sentía una poderosa ráfaga de energía a mi alrededor, y tuve la incómoda sensación de que Eric estaba intentando influirme. Aventuré una mirada fugaz hacia él, que me miraba con expectación. ¿Qué se suponía que estaba esperando?; ¿que me quitara el vestido allí mismo?, ¿que me pusiera a ladrar como un perro?, ¿que le diese una patada a Bill en las canillas? Menuda mierda.
Bill regresó con las bebidas.
—Se va a dar cuenta de que no soy normal —le dije muy seria. Bill no necesitó más explicaciones.
—Está rompiendo el código al intentar usar su glamour contigo, justo cuando le acabo de decir que eres mía —contestó. Parecía bastante cabreado. Su voz no se elevaba cada vez más, como hacía la mía cuando me enfadaba, sino que adquiría un tono cada vez más frío.
—Parece que se lo vas diciendo a todo el mundo —me limité a añadir en un susurro.
—Es una tradición vampírica —volvió a explicarme—. Si te proclamo mía, nadie más puede tratar de alimentarse de ti.
—Alimentarse de mí... ¡Me encanta cómo suena! —repuse con hosquedad. Durante un par de segundos la cara de Bill reflejó auténtica exasperación.
—Estoy intentando protegerte —dijo con un tono de voz bastante menos neutro de lo habitual.
—Alguna vez se te ha pasado por la cabeza que yo... —me detuve. Cerré los ojos y conté hasta diez. Cuando volví a abrirlos; Bill me estaba mirando sin pestañear. Casi podía oír los engranajes de su mente rechinando.
—¿Que tú... no necesitas protección? —sugirió en voz baja—. ¿Que eres tú la que me está protegiendo?
No dije nada. Sé cuándo hay que callarse.
Pero él me cogió por detrás de la cabeza con una sola mano y, girándola, me obligó a mirarlo. Empezaba a irritarme su costumbre de tratarme como a una marioneta.
Sus ojos se clavaron en mí con tanta intensidad que pensé que me iba a perforar el cerebro.
Fruncí los labios y soplé en su cara.
—Buuu —dije. Me sentía muy incómoda. Me puse a mirar a la gente del bar y dejé caer la guardia; «escuché».
—¡Qué aburrimiento! —le dije—. Esta gente es un auténtico rollo.
—¿Sí? ¿En qué están pensando, Sookie? —era un alivio escuchar su voz, por muy extraña que sonara.
—En sexo, sexo y más sexo —y era cierto. Todas y cada una de las personas que había en el bar tenían lo mismo en mente. Hasta los turistas, que en general no consideraban acostarse con un vampiro, se recreaban imaginando escenas de sexo entre «colmilleros» y vampiros.
—¿Y tú en qué estás pensando, Sookie?
—En sexo no —respondí con rapidez. Era cierto, acababa de recibir una desagradable sorpresa.
—¿Y entonces?
—Me preguntaba qué probabilidades tenemos de irnos de aquí sin problemas.
—¿Por qué ibas a estar pensando en eso?
—Uno de los turistas es un policía de paisano. Ha ido al baño porque sabe que hay un vampiro mordiéndole el cuello a una «colmillera». Ya ha dado parte a la comisaría por radio.
—Larguémonos —dijo, sin levantar la voz. A toda prisa, salimos del reservado y nos dirigimos hacia la puerta. Pam había desaparecido pero al pasar por la mesa de Eric, Bill le hizo alguna señal. Con la misma presteza, el vampiro irguió su majestuosa silueta y, dando unas zancadas mucho más largas que las nuestras, fue el primero en franquear la entrada principal, donde tomó del brazo a la vampira que hacía de «gorila» y la condujo hacia el exterior con nosotros.
Cuando estábamos a punto de cruzar la puerta, recordé que Sombra Larga, el camarero, había respondido con amabilidad a mis preguntas, así que me giré hacia él y señalé la puerta con el dedo varias veces para que entendiera la señal. Se mostró tan alarmado como pueda estarlo un vampiro y, mientras Bill tiraba de mí hacia fuera, vi que soltaba el paño que tenía entre las manos.
En el exterior, Eric aguardaba junto a su coche: un Corvette, ¡cómo no!
—Va a haber una redada —le dijo Bill.
—¿Cómo lo sabes?
Bill se atascó con la respuesta.
—Por mí —contesté, sacándolo del aprieto.
Los enormes ojos azules de Eric resplandecieron en la oscuridad del aparcamiento. Iba a tener que explicarlo.
—Lo he leído en la mente de un policía —musité. Miré de reojo a Eric para ver cómo se lo tomaba. El me miraba del mismo modo que los vampiros de Monroe. Pensativo. Hambriento.
—Interesante —dijo—. Una vez estuve con una médium. Fue increíble.
—¿A ella también se lo pareció? —me salió una voz más agria de lo que pretendía.
Pude oír cómo Bill contenía el aliento.
—Al principio, sí —respondió Eric entre risas, con aire ambiguo.
Escuchamos sirenas a lo lejos y, sin mediar palabra, Eric y la portera se metieron en el coche y desaparecieron en la negrura de la noche. De algún modo, el vehículo resultaba más silencioso de lo normal. Bill y yo nos abrochamos los cinturones de seguridad a toda prisa y logramos abandonar el recinto del aparcamiento justo cuando la policía entraba en él. Traían el furgón de vampiros, un transporte especial con barrotes de plata conducido por dos agentes de condición no muerta; se bajaron y llegaron a la entrada del bar a tal velocidad que mi vista de humana sólo consiguió distinguir un par de borrosos bultos.
Nos habíamos alejado unas manzanas cuando Bill paró de repente en el aparcamiento de otro oscuro centro comercial.
—¿Qué...? —comencé, pero no pude decir nada más. Bill había desabrochado mi cinturón, reclinado mi asiento y me estaba agarrando mucho antes de que pudiera terminar. Temiendo que estuviera enfadado, intenté echarlo hacia atrás, pero era como intentar arrancar un árbol a empujones. Entonces sus labios encontraron los míos y descubrí lo que quería.
Eso sí que era besar. Puede que tuviéramos algún que otro problema de comunicación, pero así nos entendíamos perfectamente. Nos dejamos llevar durante cinco deliciosos minutos; sentía oleadas de sensaciones agradables recorrer mi cuerpo. A pesar de lo incómodo de estar en el asiento delantero de un coche, conseguí encontrarme a gusto. Era tan fuerte y considerado... Mordí suavemente su piel. El emitió una especie de aullido.
—¡Sookie! —dijo, con la voz entrecortada.
Me aparté un poco, apenas un centímetro.
—Si vuelves a hacer eso, voy a tener que tomarte, quieras o no —me dijo. Y no me cupo duda de que hablaba en serio.