Read Muerto hasta el anochecer Online
Authors: Charlaine Harris
—Hola, Everlee. No, estaba aquí hablando con Sookie, que se acaba de levantar. No, no he oído nada. No, no me ha llamado nadie. ¿Qué? ¿Qué tornado? Anoche estaba despejado. ¿En FourTracks Córner? ¿De verdad?... No puede ser. ¿En serio? ¿Los dos? Ajá, ya. ¿Qué ha dicho Mike Spencer?
Mike Spencer era el juez de instrucción de la parroquia. Empecé a tener un mal presentimiento. Terminé el café y me serví otra taza. Estaba segura de que la iba a necesitar.
La abuela colgó un poco después.
—¡Sookie, no te vas a creer lo que ha pasado! —yo estaba por apostar que sí.
—¿Qué? —dije, tratando de aparentar inocencia.
—¡Pues que a pesar de lo tranquilo que estaba el tiempo anoche, un tornado ha azotado Four Tracks Córner! Volcó la caravana de alquiler que había en un claro del bosque y, al parecer, la pareja que la ocupaba ha muerto. Estaban atrapados bajo la caravana y completamente hechos papilla. Mike dice que nunca ha visto nada igual.
—¿Va a pedir la autopsia de los cadáveres?
—Bueno, creo que tiene que hacerlo, aunque la causa de la muerte parece estar suficientemente clara, según Stella. La caravana ha quedado de lado, el coche está casi encima y hay muchos árboles arrancados alrededor.
—Dios mío —musité, pensando en la fuerza necesaria para recrear ese escenario.
—Cariño, no me dijiste si tu amigo el vampiro fue ayer por el bar.
Di un respingo de culpabilidad y luego me di cuenta de que, a ojos de mi abuela, la conversación había cambiado de tema. Llevaba días preguntándome si había visto a Bill, y ahora, por fin, podía decirle que sí, aunque sin mucho entusiasmo.
Como era de prever, mi abuela se ilusionó como una cría. Revoloteaba por la cocina como si hubiésemos invitado al mismísimo príncipe Carlos.
—Mañana por la noche. ¿Y a qué hora? —preguntó.
—Después de anochecer. Eso es todo lo que puedo decirte.
—Ya estamos con el horario de verano, así que será bastante tarde —reflexionó mi abuela—. Bueno, tendremos tiempo de cenar y recoger antes de empezar la sesión. Y mañana tendremos todo el día para limpiar la casa. ¡Estoy por jurar que no hemos limpiado esa alfombra desde hace por lo menos un año!
—Abuela, estamos hablando de un tipo que duerme bajo tierra todo el día —le recordé—. No creo que se vaya a fijar en la alfombra.
—Bueno, pues si no es por él, lo haré por mí. Quiero sentirme orgullosa —sentenció mi abuela—. Además, señorita, ¿cómo sabes tú dónde duerme?
—Buena pregunta, abuela. No lo sé. Pero tiene que protegerse de la luz y esconderse, así que yo apostaría por eso.
Pronto comprendí que era imposible evitar que mi abuela entrase en una especie de frenesí de orgullo casero. Mientras me arreglaba para ir a trabajar, fue a la tienda, alquiló un aspirador de alfombras y se puso manos a la obra.
De camino al Merlotte's, decidí desviarme un poco al norte y pasé por Four Tracks Córner. Era un cruce tan antiguo como los primeros pobladores de aquella zona. Aunque ahora aparecía asfaltado y señalizado, la tradición popular decía que era una intersección de pistas de caza. Antes o después, habrá casas de estilo ranchero y calles comerciales a cada lado de la calzada, pero, de momento, seguía siendo bosque y aún había caza, según Jason.
Como nada había que me lo impidiera, conduje por el desnivelado camino que llevaba al claro en que los Rattray se habían instalado. Paré el coche y miré por el parabrisas, aterrada. La pequeña y vieja caravana yacía aplastada a tres metros de su ubicación original. El abollado coche rojo de los Rattray aún descansaba sobre uno de los extremos de la misma. Había arbustos y escombros esparcidos por todo el claro, y los árboles de detrás de la caravana mostraban signos de haber sido sometidos a una fuerza devastadora: ramas arrancadas, la copa de un pino colgando de un hilo de corteza. Había ropa entre las ramas de los árboles, y hasta una bandeja de horno.
Me bajé muy despacio y miré alrededor. Los daños eran sencillamente increíbles, especialmente sabiendo que no habían sido causados por un tornado; Bill, el vampiro, había dispuesto la escena para justificar la muerte de los Rattray.
Un viejo jeep bajó sorteando los baches hasta llegar
a mí.
—Vaya, vaya. ¡Sookie Stackhouse! —dijo Mike Spencer—. ¿Qué estás haciendo aquí, jovencita? ¿No tienes que trabajar?
—Sí, señor. Es que conocía a los Ratas, a los Rattray. Ha sido horrible —pensé que era un comentario lo suficientemente ambiguo. Entonces vi que el sheriff también estaba allí.
—Una cosa horrible, sí. Por cierto, he oído —dijo el sheriff Bud Dearborn mientras bajaba del jeep— que tú y Mack y Denise no os llamasteis precisamente guapos la semana pasada en el aparcamiento del Merlotte's.
Sentí un frío agudo en algún lugar cerca del hígado cuando los dos hombres se pararon ante mí.
Mike Spencer era, además, director de una de las dos funerarias de Bon Temps. Como él siempre señalaba con mucha presteza, cualquiera podía solicitar los servicios de las Pompas Fúnebres Spencer e Hijos, pero sólo las personas de raza blanca parecían querer hacerlo. Del mismo modo, únicamente la gente de color elegía el Dulce Descanso. Mike era un hombre grueso de mediana edad, con el pelo y el bigote del color del té ralo y una gran afición por las botas de cowboy y las corbatas de lazo, que no podía ponerse cuando estaba de servicio en Spencer e Hijos. En aquel momento llevaba una.
El sheriff Dearborn, que tenía fama de buena persona, era algo mayor que Mike, pero era duro y fibroso desde la punta de su abundante cabello canoso hasta la de sus pesadas botas. Tenía el rostro algo aplastado y agudos ojos castaños. Había sido muy buen amigo de mi padre.
—Sí, señor. Tuvimos un rifirrafe —dije con franqueza, echando mano de mi acento sureño.
—¿Quieres contármelo? —el sheriff sacó un Malboro y lo encendió con un mechero metálico.
Y cometí un error. Debería habérselo dicho sin más. Se suponía que estaba loca, y algunos incluso pensaban que era retrasada. Pero por mi vida que no encontré ninguna razón por la que explicárselo a Bud Dearborn. Ninguna, excepto el sentido común.
—¿Por qué? —pregunté.
Sus pequeños ojos castaños se aguzaron, y su aire amistoso se desvaneció.
—Sookie —dijo, con tono de absoluta decepción. No me lo creí ni por un instante.
—Yo no hice nada de esto —rezongué, señalando aquel desastre.
—Claro que no —admitió—. Pero de todas formas, ellos han muerto a la semana de tener una disputa con alguien. Lo mínimo que puedo hacer es preguntar.
Reconsideré la idea de plantarle cara. Me hacía sentir bien, pero no merecía la pena. Empecé a pensar que podía aprovechar mi reputación de persona con pocas luces. Puede que no tenga estudios o no haya visto mundo, pero no soy ni estúpida ni inculta.
—Es que le estaban haciendo daño a un amigo —confesé, con la cabeza gacha y mirando al suelo.
—¿No te referirás al vampiro que vive en la antigua residencia Compton? —Mike Spencer y Bud Dearborn intercambiaron una mirada.
—Sí, señor —me sorprendió escuchar dónde vivía Bill, pero ellos no se enteraron. Tras años de escuchar cosas que no quería oír, había desarrollado cierta habilidad para controlar mi expresión facial. La antigua casa Compton estaba justo al otro extremo del bosque que había junto a mi casa, al mismo lado de la carretera. Entre ambas casas sólo se alzaba el cementerio. «¡Qué a mano para Bill!», pensé, y sonreí.
—Sookie Stackhouse, ¿tu abuela deja que te relaciones con ese vampiro? —inquirió Spencer, con muy poca prudencia.
—Puede preguntárselo a ella —contesté, maliciosa; con muchas ganas de ver lo que mi abuela diría a cualquiera que sugiriese que no estaba cuidando bien de mí—. La cosa es que los Rattray estaban tratando de drenar a Bill.
—Así que estaban drenando al vampiro ¿Y tú los detuviste? —interrumpió el sheriff.
—Sí —dije, tratando de parecer resuelta.
—El drenaje de vampiros
es
ilegal —musitó.
—¿No es un asesinato matar a un vampiro que no te ha atacado? —pregunté.
Puede que forzase demasiado mi pose de ingenuidad.
—Sabes de sobra que lo es, aunque yo no esté de acuerdo con esa ley. Pero sigue siendo la ley y la aplicaré —dijo el sheriff con frialdad.
—¿Así que el vampiro los dejó ir como si nada, sin intentar vengarse? ¿Sin decirles siquiera que les gustaría verlos muertos? —preguntó con ironía Mike Spencer.
—Eso es —les sonreí y miré la hora en mi reloj. Al ver la esfera, recordé la sangre, mi sangre, brotando fuera de mi cuerpo por culpa de los Rattray. Tuve que mirar a través de esa sangre para poder ver la hora—. Si me disculpan, tengo que irme a trabajar —dije—. Buen día, señor Spencer, sheriff...
—Adiós, Sookie —contestó el sheriff Dearborn. Parecía tener muchas más preguntas que hacerme, pero no sabía cómo formularlas. Se veía a las claras que no estaba muy convencido por la puesta en escena y no parecía muy probable que ningún radar hubiese registrado un tornado en parte alguna. De cualquier modo, ahí estaban la caravana, el coche y los árboles, y los Rattray habían aparecido muertos debajo. ¿Qué otra cosa más podría decirse sino que el tornado había acabado con sus vidas? Me imaginé que ya habrían enviado los cadáveres al forense. En estas circunstancias, ¿cuánto podría desvelar una autopsia?
La mente humana es una cosa sorprendente. El sheriff Dearborn debía de saber que los vampiros poseen una fuerza extraordinaria, pero no podía imaginarse hasta qué punto: suficiente para volcar una caravana y aplastarla por completo. Incluso a mí me costaba creerlo, y sabía perfectamente que ningún tornado había golpeado Four Tracks Córner aquella noche.
Todo el bar bullía con la reciente noticia. El asesinato de Maudette había pasado a segundo plano ante la muerte de Mack y Denise. Descubrí a Sam mirándome un par de veces, y pensé en la noche anterior. Me pregunté cuánto sabía, pero me daba miedo preguntarle por si no había visto nada. Había cosas de la noche anterior que aún no había sido capaz de recomponer en mi cabeza, pero me sentía tan afortunada por estar viva que ni siquiera quería pensar en ello.
Mi sonrisa nunca había sido tan marcada como aquella noche. Nunca había devuelto los cambios con tanta energía ni había servido los pedidos con tal exactitud. Ni siquiera Rene, con su pelo alborotado, logró que me detuviera a participar en sus largas peroratas cada vez que pasaba cerca de la mesa que él compartía con Hoyt y otro par de colegas.
A Rene le gustaba ir de cajún
4
de vez en cuando, aunque su acento siempre era impostado. Su familia había dejado que se perdiera toda su herencia cultural. Todas las mujeres con las que se había casado habían sido recias y salvajes. Su breve matrimonio con Arlene había tenido lugar cuando ella era joven y no tenía hijos, y ella me había dicho que en aquella época había hecho cosas que ahora, sólo de pensarlas, le ponían los pelos de punta. Ella había madurado desde entonces, pero Rene no. Para mi sorpresa, era indudable que Arlene le tenía cariño.
Esa noche en el bar reinaba una gran excitación a causa de los inusuales sucesos que se habían producido en Bon Temps. Una mujer había sido asesinada en circunstancias misteriosas; por lo general, todos los casos de asesinato se resolvían con facilidad en el pueblo. Además, una pareja había muerto de forma violenta como consecuencia de un capricho de la naturaleza. Atribuí lo que pasó a continuación a esa excitación. Este es un bar local, por el que se pasan pocos forasteros, por lo que nunca había tenido muchos problemas por recibir atenciones no deseadas. Pero aquella noche uno de los hombres sentados a la mesa de Rene y Hoyt, un rubio corpulento con la cara ancha y enrojecida, subió la mano por la pata de mi short cuando les llevaba una cerveza.
Eso no cuela en el Merlotte's.
Estaba pensando en estamparle la bandeja en la cara, cuando sentí que había quitado la mano. Alguien estaba justo detrás de mí. Volví la cabeza y vi a Rene, que se había levantado de su silla sin que yo me hubiera dado cuenta. Seguí su brazo con la mirada y vi que su mano apretaba fuertemente la del rubio. La roja cara de este último estaba adquiriendo diversas tonalidades.
—¡Eh, tío, suelta! —protestó el rubio—. No ha sido nada.
—Aquí no se toca a las camareras. Esas son las normas —puede que Rene sea bajo y enjuto, pero cualquiera del bar habría apostado por él en caso de pelea.
—Vale, vale.
—Pídele disculpas a la señorita.
—¿A la pirada de Sookie? —preguntó, con estupor. Al parecer ya había estado en el bar antes.
Rene debió de apretar aún más la mano del rubio. Se le saltaron las lágrimas.
—Lo siento, Sookie, ¿de acuerdo?
Asentí con tanta dignidad como fui capaz. Rene soltó bruscamente la mano del hombre e hizo un gesto con el pulgar para indicarle que se fuera a paseo. El rubio no tardó ni un segundo en largarse acompañado de su amigo.
—Rene, deberías haberme dejado a mí encargarme de la situación —le dije en voz baja cuando los clientes parecían haber retomado sus conversaciones. Habíamos alimentado la máquina de los rumores para otros dos días—. Pero muchas gracias de todos modos.
—No quiero que nadie le ande tocando las narices a la amiga de Arlene —dijo Rene, con naturalidad—. Este es un sitio agradable, y así queremos que continúe. Además, a veces me recuerdas a Cindy, ¿sabes?
Cindy era la hermana de Rene. Se había mudado a Baton Rouge uno o dos años antes. Era rubia y tenía los ojos azules; más allá de eso no veía ningún otro tipo de similitud, pero no quería parecer descortés.
—¿Ves mucho a Cindy? —pregunté. Hoyt y el otro tipo discutían sobre puntuaciones y estadísticas de los Shreveport Captains
5
.
—Bueno, de vez en cuando —contestó Rene, meneando la cabeza como si quisiera decir que le gustaría verla más a menudo—. Trabaja en la cafetería de un hospital.
Le di una palmada en el hombro.
—Tengo que trabajar.
Cuando llegué a la barra para recoger otro pedido, Sam me miró arqueando las cejas. Abrí mucho los ojos para mostrarle lo sorprendida que estaba con la actuación de Rene, y Sam se encogió ligeramente de hombros, como para indicar que el comportamiento humano es impredecible.
Pero cuando pasé al otro lado de la barra para coger más servilletas, descubrí que había sacado el bate de béisbol que siempre guarda bajo la caja registradora para los casos de emergencia.