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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (44 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Un navarro de Castilla se apodera de León

La posición de Fernando Sánchez, conde de Castilla y rey de León, es verdaderamente compleja. Para la mayor parte de la nobleza leonesa, es simplemente un enemigo que ha matado al auténtico rey, Bermudo (rey, todo sea dicho, al que esa misma nobleza tampoco había prestado grandes servicios). Pero, al mismo tiempo, Fernando es el esposo de la heredera legítima de la corona, la reina Sancha, de manera que nadie puede oponer razones de peso al nuevo monarca. Fernando sabe qué cartas tiene en la mano y se dirige a la capital de su reino. Pero he aquí que León no quiere recibir al nuevo rey.

La resistencia tiene un nombre: Fernando Flaínez, conde que gobernaba en la ciudad de León y su alfoz. Junto a él aparecen otros nombres decisivos: su hijo Flaíno Fernández y su sobrino Fáfila Pérez, mayordomo que fue del difunto rey Bermudo III (y recordemos que el mayordomo, en la corte leonesa, venía a ser tanto como el ministro principal). Después de la batalla de Tamarón, Flaínez se hace fuerte en las torres de la capital. En torno a estas relevantes personalidades del reino se aglutina la oposición al nuevo rey. El propio obispo de la diócesis, Servando, está con ellos.Y el conde Flaínez, como «tenente» de la ciudad, no se andará con chiquitas: directamente cerrará León y negará la entrada al rey Fernando.

Como la capital se les resistía, Fernando y Sancha se dedicaron a afianzar su posición en el resto de su reino. A eso dedicaron el invierno entre los años 1037 y 1038. Debieron de ser meses de intensa actividad; una actividad sobre todo política, pero apoyada por el despliegue de una fuerza militar suficiente para aplacar rebeldías por su mera exhibición. Sabemos que Fernando estuvo en Galicia. También sabemos que estuvo en Sahagún. Podemos imaginarnos a los nuevos reyes viajando de aquí para allá con sus huestes, en Asturias o en Portugal o en la frontera, negociando con algunos nobles, amenazando a otros. El hecho es que diez meses después de la batalla de Tamarón, sólo quedaba pendiente el problema de la capital, cerrada a cal y canto por Fernando Flaínez.

Fernando 1 supo resolver el problema político que le planteaba la nobleza leonesa, y hay que reconocer que lo hizo con prudencia y tacto; quizá porque pensaba que ya había bastante sangre con la derramada en la batalla de Tamarón, o quizá porque, una vez que el reino era suyo, la vía diplomática era la única aconsejable. Seguramente aquí jugó un papel relevante la reina Sancha, que conocía bien los usos de la corte leonesa y había tomado la medida a los nobles del lugar. El hecho es que el 21 de junio de 1038 el rey Fernando expide un diploma que da fe del acuerdo. Y los que firman ese diploma son el clan Flaínez al completo: el conde Fernando Flaínez, su hermano Pedro Flaínez, su hijo Flaín Fernández y su sobrino Fáfila Pérez. Problema resuelto, pues.

¿Por qué cedió Fernando Flaínez? Porque el rey Fernando le colmó de honores: aseguró al conde que mantendría su estatus, concedió el título condal a su hijo Flaín Fernández y confirmó al clan en el gobierno de la propia ciudad de León y de la comarca del río Esla. Añadamos una nota de familia, factor sin el cual es imposible entender todos estos enjuagues: la madre del conde Flaínez,Justa Fernández, era hermana de la abuela del rey Fernando, Jimena; ambas, damas de la casa de Cea. O sea que el conde Flaínez era tío segundo del rey Fernando. Eso tal vez facilitó la negociación. Asuntos de familia, una vez más.

Vencida la oposición política de la corte leonesa, Fernando no perdió ni un minuto en formalizar su corona. El día siguiente a su entrada en León, 22 de junio, fue consagrado y ungido en la iglesia de Santa María. Ofició la ceremonia el venerable obispo Servando, como mandan los cánones. El hijo de Sancho el Mayor era plenamente aceptado por la corte. El Reino de León abría una nueva etapa.

A partir de este momento, Fernando, un navarro que venía de Castilla, pondrá un cuidado exquisito en parecer ante todo un leonés. Exhibirá el título de imperator —y obtendrá el reconocimiento como tal de los otros reyes cristianos—, confirmará el Fuero de Alfonso, reunirá a la curia regia —los magnates del reino— y observará escrupulosamente el código visigodo que regía la vida en León incluso a la hora de dictar nuevas leyes… Entre otras cosas, concedió a la Iglesia el derecho de asilo, que consiste en que quedaba prohibido matar, herir o ni siquiera sacar violentamente a quienes, perseguidos por la justicia, se hubieran refugiado en un templo. Este derecho de asilo, o asilo en sagrado, formaba parte del repertorio legal visigodo y se justificaba por tres razones: una, el deber de clemencia para con quien pidiera protección; otra, la enmienda de los delincuentes por medio de penitencias públicas, y además, la reverencia debida a los templos. En la práctica, significaba dotar a la Iglesia de potestad para administrar la ley.

Éstas fueron, entre otras muchas, las cosas que empezó a hacer Fernando Sánchez, Fernando de Castilla, Fernando 1 de León, cuando se instaló en el trono. No debió ser, de todas maneras, un camino de rosas. La crónica nos informa de que, además de devolver a León su esplendor, el nuevo rey tuvo que «domar el feroz talante de algunos de los magnates», lo cual nos devuelve al permanente problema del viejo reino cristiano del norte: el poder feudal. Pero Fernando tenía la determinación que a otros reyes les había faltado.Y también de esa prueba salió victorioso.

Se ha discutido mucho sobre el estatuto político que a partir de este momento cobró Castilla, solar del nuevo rey. Con frecuencia se da a Fernando por primer rey de Castilla y se consigna su nombre como origen de la transformación del condado castellano en reino. Sin duda la llegada de Fernando al trono significó, en términos históricos, un crecimiento de la influencia castellana, pero no hay que sacar las cosas de quicio. Fernando era rey por León, no por Castilla, que seguía siendo un condado subordinado al trono leonés. Es verdad que Castilla exhibe en estos momentos una innegable pujanza, pero eso se debe más bien a razones de tipo social y cultural.

Región siempre de frontera, abierta a mil influencias de este a oeste y de norte a sur, la Castilla de este momento es un caldero en ebullición. Por todas partes aparecen nuevas ciudades y villas, numerosos grupos de colonos se instalan en un territorio que sigue ofreciendo amplios espacios vacíos, los monjes cluniacenses multiplican las fundaciones, los puertos de Cantabria yVizcaya abren vías de comercio hacia Europa…

Y esta Castilla se va a convertir en el siguiente foco de conflicto para el rey Fernando. El testamento de Sancho el Mayor había dejado una Castilla demediada; buena parte de ella había pasado a la corona navarra. El asunto, al principio, no pareció importunar a nadie, pero el control de las activas tierras castellanas no tardará en despertar las ambiciones de unos y otros. García, el rey de Navarra, quiere ampliar sus territorios castellanos; Fernando, el de León, quiere recuperar la extensión original del condado de Castilla. Así asistiremos a un nuevo duelo fratricida.

Para esto, en todo caso, aún faltan algunos años.Y mientras tanto, en el Pirineo está ocurriendo algo que debe atraer inmediatamente nuestra atención. Ramiro, el hijo bastardo de Sancho el Mayor, se ha propuesto crear un reino a partir del condado de Aragón.Y lo va a conseguir.

Ramiro inventa el Reino de Aragón

Esta historia podría contarse así: una derrota en el campo de batalla iba a convertirse en una victoria política gracias a la inteligencia y la determinación de un hombre. Ese hombre era el hijo bastardo de Sancho el Mayor, Ramiro de Aragón.

Aragón, territorio de la Marca Hispánica de Carlomagno, regido primeramente por un caballero llamado Aureolo, sometido después a la autoridad de poderosos linajes locales, los Galindos y los Aznares, había pasado a principios del siglo x a la corona navarra, cuando la heredera del condado, Andregoto Galíndez, fue prometida en matrimonio al heredero de Pamplona, García Sánchez 1. Es un episodio que ya hemos contado aquí. Desde entonces, el viejo condado había llevado una vida subordinada a la corona navarra. Pero ahora todo iba a cambiar: ahora Aragón pasaba a las manos de Ramiro.

Ramiro, recordemos, era el hijo primogénito, pero bastardo, de Sancho el Mayor. Como hijo de rey, tuvo título de regulas y fue criado en la corte. Pero, por su condición ilegítima, quedó excluido de la sucesión a la corona. En el testamento de Sancho, a Ramiro se le asignó el territorio aragonés. Al parecer, ya había desempeñado funciones de gobierno en el viejo condado antes de la muerte del rey. Ramiro era un hombre ambicioso. Cuando murió su padre, no dejó de hacer algún movimiento tentativo para quedarse con la corona: el heredero, García, estaba fuera de Pamplona y era uno de esos momentos en los que cualquier giro era posible. El movimiento no prosperó, pero Ramiro había dejado claro que tenía sus propios proyectos.

Entre esos proyectos, como no podía ser de otro modo, figuraba el de casarse. Lo hizo con una dama francesa de la casa vecina del norte, Ermesenda Gilberga de Bigorra, hija de Bernardo Roger, conde de Carcasona y de Foix, y de su esposa Gersenda de Bigorra. El condado de Bigorra era un trozo de la Gascuña, donde hoy están Lourdes y Tarbes, que había adquirido autonomía tras sucesivos repartos de herencias nobiliarias. Ermesenda debió de encontrar un tanto más áspero el ambiente de sus vecinos del sur, pero, después de todo, nadie hace ascos a un trono.

Y a propósito de tronos, ¿cuándo fue exactamente rey Ramiro? No lo sabemos con precisión. Cuando heredó Aragón, lo hizo en condición de baile o bailío, es decir, de delegado del poder regio; él no se titula nunca «rey», sino «hijo del rey Sancho». Pero desde el primer momento actuó con entera independencia y, en la práctica, como un rey dispuesto a construir un reino:Aragón.

¿Qué era Aragón? El Aragón de aquel momento era un núcleo bastante pequeño. Abarcaba desde los valles de Ansó y Hecho, en el oeste, hasta el valle del alto Gállego en el este. Jaca era su capital casi desde los tiempos fundacionales, cuando nació como parte de la Marca Hispánica de Carlomagno. Podemos representarnos el territorio como el cruce de dos ejes: de norte a sur, desde el Pirineo hasta el llano del río Aragón, sobre las villas de Acumuer, Jaca y Atarés; y el otro eje, de este a oeste, lo dibujaba el lecho del río Aragón, el llano de jaca, una brecha horizontal que era el único lugar del condado verdaderamente apto para cultivos de cierta rentabilidad. Al sur, el valladar natural de la sierra de San Juan de la Peña daba cierta seguridad al conjunto.

Lo que Ramiro había heredado era exactamente ese conjunto, con el añadido del valle del Roncal. En definitiva, una colección de valles: Roncal, Hecho, Aragües, Ainsa… Y la tarea que Ramiro se propuso fue convertir ese mosaico de valles y plazas fuertes —algunas de ellas, minúsculas— en un territorio vertebrado y lo suficientemente integrado como para sustentar un poder independiente. Basta echar un vistazo al mapa para comprobar lo dificil del desafio. Las comunicaciones entre un valle y otro son muy complicadas; el desarrollo natural de la población, condicionado por la orografia, camina hacia el sur, siguiendo el curso de los ríos. El Aragón originario era una tierra que sólo podía moverse en vertical, de norte a sur. Pero al sur, en el llano, estaban los moros.

Los primeros movimientos repobladores de Ramiro dejan claras sus intenciones: en el este de su condado, hacia Senegüé, sobre el curso del alto Gállego, rumbo sur hacia Sabiñánigo, y más al este aún, junto al Sobrabe, en Javierre de Ara. Son las áreas que separan sus territorios de los condados vecinos de Ribagorza y Sobrarbe. ¿Qué había allí? Al parecer, sólo colonos privados, muy pocos, quizá simplemente unos centenares, tratando de sobrevivir bajo el cobijo de las montañas. Lo que Ramiro está haciendo es llenar huecos: ocupar el territorio.A eso dedicará tenazmente sus primeros años. Lo hará por el procedimiento habitual, el mismo que hemos visto en el resto de la España reconquistada: confirmar presu ras de colonos, encomendar el gobierno de los territorios a nobles de su confianza, entregar a los monjes la tarea de estructurar la sociedad a partir de sus fundaciones… A los monjes, sí: los cluniacenses, que despliegan en Aragón un trabajo importante y que no tardarán en llamar a Ramiro christianissimus rex, según se lee en los documentos de la cancillería del papa.

A la altura del año 1043, la situación del Aragón de Ramiro es propiamente explosiva. El inteligente bastardo de Sancho el Mayor ha sabido convertir su pequeño territorio pirenaico en un núcleo fuerte, bien organizado y donde nadie discute su poder. Pero la pujanza de este pequeño Reino de Aragón queda comprimida por la geografia.Al oeste se encuentra Navarra; al sur y al este, los Banu Hud musulmanes, dueños de la Hoya de Huesca y del pre-Pirineo desde Lérida hasta Tudela. El conflicto es inevitable. Ramiro sólo tiene dos opciones o atacar o defenderse. Si opta por defenderse, se expone a sufrir una ofensiva en dos frentes. Si ataca a uno de sus enemigos, se arriesga a que el otro aproveche la situación para atacar a su vez. Ramiro tiene que tomar una decisión.Y lo hará.

¿Cuál fue esa decisión de Ramiro de Aragón? Atacar a su hermanastro García, el de Navarra. ¿Por qué? Probablemente, porque esperaba sacar ventaja en cualquier caso, incluso si salía derrotado. Ramiro de Aragón dio demasiadas muestras de inteligencia a lo largo de toda su vida como para presumirle una decisión precipitada o imprudente. Él sabía sobradamente que Pamplona era más fuerte. Pero también conocía sus bazas: el testamento de Sancho le había otorgado ciertas tierras en Navarra, García debía de andar más ocupado por los movimientos de su hermano Fernando en León… Sobre todo, atacar a García era la única opción posible.

¿La única opción? Si quería expandir sus tierras, sí. Con ojos de hoy puede pensarse que habría sido más lógico pactar con García y contra los moros, para ganar esas tierras hacia el sur. Ahora bien, las relaciones de Ramiro con García eran, al parecer, horribles, y los musulmanes, aunque divididos en los núcleos de poder de Tudela, Zaragoza y Barbastro, eran más y más fuertes, incluso para un ejército de las dimensiones del navarro. Acariciar un pacto con García era un ejercicio imposible.Y por otra parte, ¿qué ganaba Ramiro buscándose un pleito permanente con sus vecinos del sur? Era más práctico intentar la jugada contraria: pactar refuerzos con sus vecinos musulmanes, naturalmente interesados en neutralizar al poderoso pamplonés, y atacar las tierras de García.Y eso es lo que hizo Ramiro.

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