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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (39 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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El Fuero de 1017 quedará confirmado tres años después por otro concilio reunido en la catedral de León. Con él se reorganizaba la vida en el conjunto del reino. En lo que toca a la organización de la vida urbana, el modelo de la ciudad de León se extenderá en los años siguientes a otras villas de la corona. El sistema feudal queda definitivamente consagrado por ley, pero al mismo tiempo, y por primera vez en la Europa medieval, se abre camino a una regulación de las libertades personales, y por eso se considera que este Fuero de León es un documento fundacional en la idea europea de libertad.

Y mientras la cristiandad crece, el califato explota

Volvamos a Córdoba. La última vez que estuvimos allí, habíamos visto a Suleimán, el omeya que encabezaba a los bereberes, convertido en nuevo califa. No faltaremos a la verdad si definimos su paso por el trono como una calamidad cotidiana. Todo le salió mal. El califato era un enfermo incurable.Y eso se verá muy claro por causa de los mismos que habían ganado el poder, los bereberes. Con ellos vamos a asistir al estallido final.

Pensemos en quiénes eran los bereberes: con diferencia y sin discusión, el segmento más primitivo de Al-Ándalus. En España había bereberes desde los primeros tiempos de la invasión, a principios del siglo viii; fue precisamente su sublevación lo que permitió al Reino de Asturias consolidarse en aquellos primeros años. A estas tribus bereberes del periodo inicial las encontraremos instaladas sobre todo entre Cáceres y Salamanca, y también en el valle del Tajo. Pero sobre aquel contingente inicial de bereberes, en el último medio siglo se había añadido un cuantiosísimo número de recién llegados.

Procedentes del norte de África, reclutados por Almanzor entre las tribus guerreras del Magreb, los bereberes no tenían nada que ver con el sustrato hispano de los muladíes, que al fin y al cabo bebía en la tradición romana y goda.También eran completamente ajenos a la tradición cultu ral árabe, vinculada a los centros de civilización del Próximo Oriente. Detestados por árabes y por muladíes —o sea, los hispanos conversos al islam—, los bereberes odiaban a su vez a la aristocracia árabe y se sentían con derecho a imponer su ley por doquier.Y era una bárbara ley.

Con Suleimán en el trono, los bereberes actúan en el califato como una potencia de ocupación en territorio conquistado. Despojan a las viejas elites y se quedan con las mejores tierras. Acentúan la dureza del régimen de esclavitud. Al mismo tiempo, ocupan los puestos más eminentes de la Administración, tarea, por cierto, para la cual demostrarán no estar especialmente bien dotados. Lo que nace así es un sistema berebere superpuesto a una estructura política árabe. El caos es completo. El califa Suleimán no pinta nada, es un títere en manos de sus bereberes. Los cuales, por otra parte, en realidad sólo mandan en la región de Córdoba: el resto del ancho territorio del califato va por libre.

Va por libre, sí, porque Suleimán, para apaciguar las cosas, había optado por conceder amplias cuotas de poder a los distintos poderes locales, a las grandes familias y a las tribus dominantes en cada región. El recurso habría podido funcionar con un poder central fuerte, pero, con un califa débil y sostenido por una minoría tan denostada como la berebere, semejante sistema era una invitación permanente a la insurrección. En Levante, por ejemplo, son las grandes familias locales las que controlan toda la vida política. ¿Quiénes son esas familias? Fundamentalmente, tribus árabes instaladas en los primeros decenios de la conquista y nuevas elites impuestas en tiempos de Almanzor. Las cosas no tardan en calentarse.Y donde el descontento alcanza su punto de ebullición es en el flanco sur del califato: en el Magreb.

Arcila, Ceuta, Tánger: allí explota la rebelión. La encabezan dos hermanos,Alí y al-Qasim. No son dos advenedizos: tienen sangre idrisí.Y uno de ellos, Alí, asegura poseer un documento de Hisham II en el que éste le nombraba califa a él. ¿Era un documento real o una falsificación? Nadie podía saberlo. Pero, en el caos cordobés, aquello ya era lo de menos.

Bien, los idrisíes… ¿Quiénes eran los idrisíes? Eran los descendientes del rey Idrís 1, bisnieto de Alí, el yerno de Mahoma, nada menos. Como parientes de sangre del profeta, tenían derecho a la corona. Idrís había fundado un reino en el actual Marruecos. La dinastía idrisí había desaparecido como tal a finales del siglo x, pero sus descendientes seguían man teniendo el derecho de su linaje.Y entre esos descendientes, están estos dos nuevos personajes que ahora nos ocupan, Alí y al-Qasim.

Como Suleimán —ya lo hemos dicho— trataba de apaciguar el paisaje congraciándose con las grandes familias locales, este idrisí llamado Alí había recibido del califa el cargo de gobernador de Ceuta. Una plaza importantísima. No es sólo una cuestión de dominio territorial: el norte de África era importante para el califato, sobre todo, porque le permitía controlar las caravanas que venían del Sudán. Sin ese recurso, el califato sufriría un serio daño. Por eso era tan importante la posición de Alí. Pero el nombramiento no impedirá que Alí, inmediatamente, conspire contra el califa.

Alí, en efecto, declara que Suleimán es un usurpador y reclama el califato para sí. En su estela se levantan todos los odios acumulados contra los bereberes.Tanto la aristocracia árabe como los viejos clientes de Almanzor apoyan al nuevo pretendiente. Pero hay más: incluso los propios bereberes se dividieron sobre la cuestión, y no fueron pocos los que reconocieron a Alí como legítimo califa. La suerte de Suleimán estaba echada.

Es el año 1016. Mediada la primavera, Alí desembarca en Málaga. Rápidamente obtiene el control sobre toda la región e instala allí su base. Desde Málaga marcha contra la capital. El 1 de julio, Alí ben Hamud alNasir entra en Córdoba. Suleimán es asesinado.Ya hay nuevo califa en Córdoba, Alí. Pero tampoco ésta será una solución duradera.

No lo será, no, porque todo lo que sucede en Córdoba en los años siguientes es realmente demencial. Podemos resumirlo a muy grandes rasgos. Recién llegado al trono Alí, aparece en escena un nuevo pretendiente, Abderramán, descendiente del califa Abderramán III. La aristocracia árabe, en particular en el área de Valencia, anima a Abderramán para que reclame el trono.Alí, que se ve acosado, busca apoyo en los bereberes, con lo cual vuelve a reproducirse el proceso de la guerra civil. En abril de 1018, Alí es asesinado y Abderramán es proclamado califa. Pero, mientras tanto, el hermano de Alí, aquel al-Qasim del que antes hablábamos, el otro idrisí, se había proclamado califa también, de manera que en aquel momento había dos califas: Abderramán y al-Qasim. Abderramán morirá igualmente asesinado y al-Qasim quedará como único califa. Era marzo de 1018. Pero enseguida un sobrino de al-Qasim, llamadoYahya, reclama para sí el trono y…

Podemos detener aquí el relato detallado, porque no nos va a llevar a ninguna parte. En una atmósfera de guerra civil permanente, los califas se suceden uno tras otro:Yahya entre 1021 y 1023, de nuevo al-Qasim en 1023, Abderramán V en 1023, Muhammad III en 1024, otra vez Yahya en 1025, Hisham III en 1027. El califato estaba roto sin remedio. Este Hisham será el último califa.

Que el baile de nombres no nos oculte lo esencial: el califato se rompió porque el sistema político andalusí tenía serios defectos de construcción. La pluralidad del poder de hecho —todas esas tribus y familias que cortaban el bacalao— no encajaba en modo alguno en el molde del poder absoluto —tanto político como religioso— del califa. La solución de Almanzor, un régimen militar con división práctica de poderes, sólo podía funcionar en un entorno de guerra permanente y, a la larga, no había hecho otra cosa que agudizar las tensiones. Ahora todo había terminado.

La España musulmana se transforma: el paisaje de Al-Ándalus se fragmenta en los Reinos de Taifas. Eso variará radicalmente la posición de los reinos cristianos. Habrá que empezar a contar nuestra historia de otra manera.

¿Y qué es un reino de taifas?

Con el califato destrozado, la España mora se transforma. Aquel conjunto político, siempre problemático, había logrado unificarse y marchar a un mismo paso durante trescientos años, primero como emirato, como califato después. Ahora el conjunto se rompía y lo que aparecía sobre el paisaje era algo completamente distinto: un mapa confeccionado a pedazos, cuyas distintas partes rara vez se pondrán de acuerdo. Han nacido los Reinos de Taifas. Pero ¿qué es una taifa, un reino de taifas?

Acabamos de ver en Córdoba a un idrisí, Alí, convertido en califa.Y hemos visto también cómo este Alí era asesinado, con lo cual la guerra volvía a empezar. En un entorno de formidable confusión, con varios bandos haciéndose la guerra, llega un momento en que dos idrisíes se disputan el trono: un hijo de Alí que se llamaYahya y un hermano de Alí que se llama al-Qasim. O sea, sobrino contra tío. A partir de esta oposición comienzan a configurarse los Reinos de Taifas.

Primer paso: el hijo del idrisí Alí,Yahya, es derrotado en las guerras civiles por el califato, pero no renuncia al título de califa. Se retira a Málaga y allí se hace fuerte.AYahya se le plantea entonces un dilema: seguir dando la batalla para recobrar Córdoba o contentarse con los territorios que tiene bajo su control.Yahya hace cuentas y constata que no tiene fuerza suficiente. En consecuencia, renuncia a recuperar el dominio sobre todo el territorio de Al-Ándalus: le basta con su reino malagueño, que se extiende desde las serranías hasta el mar. Nace así el primer reino taifa: Málaga.

Segundo paso: con Yahya huido a Málaga, su rival, su tío al-Qasim, entra en Córdoba para proclamarse califa. Sin embargo, será una presencia efimera: en la ciudad estalla una revuelta popular, seguramente promovida por la aristocracia árabe, y al-Qasim tiene que retirarse. Intenta reorganizar a sus fuerzas en Sevilla, pero allí se encuentra con una sorpresa: Sevilla le cierra sus puertas. ¿Qué ocurre? Ocurre que los hispalenses ya han decidido gobernarse por sí solos. El presidente del consejo municipal,Abul-Qasim Muhammad Ismail ben Abbad, se hace con el poder en la ciudad y su comarca.Al-Qasim, el idrisí, se queda con un palmo de narices.Y así nace el segundo reino taifa, Sevilla.

En Córdoba, mientras tanto, la aristocracia árabe intenta encontrar entre la abundante progenie de los abderramanes y muhamades un candidato que pueda ocupar el puesto de califa. Todos sus intentos serán vanos: candidatos había, por supuesto, pero ninguno con dotes suficientes. Hubo un AbderramánV que reinó sólo mes y medio y fue asesinado en una revuelta popular. Acto seguido, las masas cordobesas proclamaron a otro califa, Muhammad III, llamado y con acierto— «el miedoso». Cuando Muhammad subió al trono,Yahya, el de Málaga, se enteró, y lanzó a sus tropas contra Córdoba. Muhammad, aterrado, se disfrazó de mujer y salió de la ciudad; en su fuga murió envenenado por uno de su séquito.

Sin cabeza en Córdoba y bajo la amenaza deYahya, los eslavos y los árabes de la capital llaman en su socorro a otros jefes locales:Jayran de Almería, Muchahid de Denla. Ambos eran militares de origen eslavo. Los dos acuden a la llamada y libran a Córdoba de caer bajo los bereberes; ya hemos dicho queYahya no tenía fuerza suficiente para mayores empresas. ¿Hay así nuevos líderes en Córdoba? No:Jayran y Muchahid sólo eran je fes guerreros y no tenían títulos para ocupar el califato. Por otra parte, no tardaron en ver que la ciudad era un auténtico avispero. En consecuencia, se limitan a cumplir su misión y, acto seguido, se retiran a sus dominios en Levante, donde gobernarán con plena independencia. Así nacerán, en Denia y Almería, otros dos reinos taifas más.

El mismo proceso empieza a aparecer por doquier en todas las koras —así se llamaba a las provincias— de las tierras andalusíes. El número de taifas se multiplica: a las ya mencionadas se añaden Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Granada, Huelva, Morón, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza. Con frecuencia no se tratará de independencias formales, declaraciones expresas como la del consejo municipal de Sevilla, sino que serán independencias de hecho. Los jefes locales crean su propio bando, cortan lazos y se acabó. Cuando sea derrocado el último califa, Hisham III, el proceso se oficializará. Córdoba se proclama república independiente. El resto de las coras andalusíes, también.

¿Quiénes mandan en las taifas? En general, los mismos clanes, tribus, familias, bandos o facciones que ya cortaban el bacalao con anterioridad. «Taifa» quiere decir precisamente eso: bando, facción. Zaragoza la encontramos en manos de los tuyibíes, una tribu delYemen que llevaba mandando en la región más de un siglo, desde el descalabro Banu-Qasi. EnValencia encontramos a los amiríes, los descendientes de Almanzor, instalados allí desde medio siglo atrás. En Granada están los ziríes, procedentes del Magreb. En Málaga y en Algeciras, los hamudíes, que son la tribu de la familia idrisí: aquella de Alí yYahya y al-Qasim. Los birzalíes mandan en Carmona y los aftasíes en Badajoz. En Sevilla dominan los abadíes, de rancio linaje árabe. Denla y Almería, como hemos visto, están en manos de clanes militares eslavos.Y así sucesivamente.

Este paisaje caótico demuestra ante todo una cosa: en sus trescientos años de existencia, el islam español había sido incapaz de crear un sistema político cohesionado. En los nuevos reinos encontramos a las mismas tribus que ocupaban la cúspide de la pirámide social desde los lejanos días de la invasión, en una distribución territorial de poder tan sólo modificada por los nuevos grupos de influencia bereberes, amiríes o eslavos. En el plano de la estructura social, en realidad, nada cambia. La masa de población mozárabe o muladí sigue obedeciendo a los mismos amos, los esclavos siguen siendo esclavos y los siervos, siervos. Los señores, sin embargo, ya no obedecen al califa: cada cual tratará de asegurar su soberanía sobre su propio y limitado territorio.

Limitado, sí: porque lo que define a este nuevo paisaje musulmán es que los fragmentos resultantes de la descomposición son muy débiles. Los reinos cristianos perciben inmediatamente la fragilidad de estas nuevas entidades políticas y no tardan en aprovechar la situación. Pocos años atrás, la aplastante potencia militar de Almanzor había obligado a los reinos cristianos a pagar tributos a Córdoba a cambio de su libertad. Ahora la tortilla dará completamente la vuelta y serán los reinos cristianos los que obliguen a las taifas a pagarles tributos si quieren ver sus fronteras tranquilas. Nace el sistema de las «parias», que va a definir el paisaje político de la Reconquista durante todo el siglo siguiente.

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