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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (45 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Fue un desastre. Los moros ya no eran ni sombra de lo que fueron.Y Pamplona, por su parte, seguía siendo fuerte. La batalla se dio en Tafalla, no lejos de Pamplona, pero cerca también de Sangüesa, área en la que Ramiro tenía mucho interés. Cuenta la crónica que el descalabro de Ramiro y los suyos fue mayúsculo. El aragonés huyó como pudo. Dicen que perdió su caballo. El corcel, del que sólo sabemos que era negro, cayó en manos del noble navarro Sancho Fortúnez, que lo entregó al rey García a modo de obsequio. García, generoso, recompensó a Fortúnez con la villa de Ororbia, al oeste de la capital navarra. Ramiro había perdido.Y sin embargo…

Lo curioso es que, pese a todo, Ramiro no salió malparado del lance. Por razones que desconocemos, pero que hay que atribuir a su inteligencia política, el de Aragón pudo firmar un pacto ventajoso con García. Seguramente era una jugada que tenía preparada desde el principio, previendo una eventual derrota. El caso es que Ramiro, después de Tafalla, suscribe la paz con García y obtiene una línea importantísima de castillos: de oeste a este, Sos, Uncastillo, Luesia, Biel y Agüero, es decir, toda la línea de frente del noroeste de Huesca. De este modo se abría para el flamante Reino de Aragón un territorio vital.

¿Por qué fue García tan generoso? Quizá porque Ramiro, astuto, ya había reconocido las pretensiones imperiales del otro hermano, Fernando, el de León y Castilla, y eso creaba una peligrosa alianza. Quizá porque el de Pamplona prefirió tener a su hermanastro como amigo y no como enemigo. Quizá porque aquella solución le permitía mantener a Ramiro ocupado, custodiando una zona fronteriza de permanente fricción con los musulmanes. O quizá, en fin, porque Ramiro, buen diplomático, hizo valer sus muchos apoyos, y sobre todo el de los monjes cluniacenses, aquellos que en su correspondencia vaticana le llamaban christianissimus rex.

Por cualquiera de esas razones, o por todas a la vez, Ramiro salió con bien de la derrota de Tafalla. A partir de este momento, año 1043, nadie discutirá su posición.Y así aquella audaz jugada permitió convertir una derrota en victoria.Ya puede decirse con toda propiedad que ha nacido el Reino de Aragón. Pero aún tenían que pasarle más cosas a Ramiro.Y él será el protagonista de nuestros siguientes capítulos.

9

EL REY CRUZADO
QUE INVENTÓ ARAGÓN

Aragón suma Sobrarbe y Ribagorza

Debía de estar Ramiro de Aragón haciendo balance de la experiencia de Tafalla, aquella derrota militar que se convirtió en victoria política, cuando llegaron a sus oídos noticias alarmantes. Su hermanastro Gonzalo, conde de Sobrarbe y Ribagorza, había sido asesinado en un puente de Lascorz, en lo que hoy es el norte de la provincia de Huesca, el 26 de junio de 1045.

Noticias alarmantes, sí, pero para un temperamento como el de Ramiro, avisado y ambicioso, aquello representaba una nueva oportunidad. Hasta ese momento, el horizonte territorial de Ramiro se concentraba en el oeste y el sur del río Aragón. Ahora, por el contrario, el eje se desplazaba súbitamente hacia el este.

Recordemos lo fundamental: a la muerte de Sancho el Mayor, su hijo pequeño, Gonzalo, había heredado los condados pirenaicos de Sobrarbe y Ribagorza, incorporados a Navarra por derechos de sangre de la mujer de Sancho, la reina Muniadona. Gonzalo era un niño: se le da por nacido después de 1020, de manera que no marchó a gobernar aquellas tierras, sino que permaneció en Nájera, en la corte navarra. Hasta aquel triste día.

Y bien, ¿qué eran Sobrarbe y Ribagorza? ¿Qué había allí? ¿Por qué mataron al conde? La verdad es que todas las circunstancias que rodean a la vida de Sobrarbe y Ribagorza en este periodo son bastante oscuras. Conocemos bien sus problemas con los vecinos musulmanes del sur, conjurados gracias a la ayuda castellana y navarra, y también los conflictos territoriales con los condados catalanes vecinos, en especial el de Pallars, que reclamaba parte de Ribagorza. Pero sabemos muy poco sobre cómo se vivía en esta zona del Pirineo, su estructura política, los nombres más importantes del condado…

Ahora bien, si sabemos tan poco es, probablemente, porque hay poco que saber. Estamos hablando de territorios muy pequeños, estructurados sobre plazas fuertes y fundaciones monacales aisladas, con comunicaciones difíciles, en suelos poco gratos para el cultivo y lejos de las grandes vías de paso. No nos equivocaremos si imaginamos estos condados como pequeños señoríos de carácter rural, sujetos a ásperas disputas por territorios exiguos. Quizás fue en una de esas disputas donde perdió la vida el desdichado Gonzalo.

Dice la tradición —concretamente la Crónica de San Juan de la Peña, y no hay más fuente que ella— que Gonzalo visitaba sus dominios cuando tuvo un tropiezo con un vasallo gascón llamado Ramonet. Ocurrió en el puente de Morillo de Monclús, en Lascorz, en el límite entre Ribagorza y Sobrarbe. El tal Ramonet, por las razones que fuere, quería mal a Gonzalo. Tan mal que, viendo de espaldas al conde, le tiró una lanza y lo mató.Y así moría Gonzalo Sánchez de Sobrarbe y Ribagorza, efímero conde, con sólo dieciocho años de edad. Hoy todavía existe un monumento con grandes lanzas en el límite de los dos condados, en recuerdo de tan luctuosos hechos.

Esto es lo que dice la crónica. Hoy los historiadores lo dudan. ¿Por qué? Porque no está documentado que Gonzalo abandonara en ningún momento la corte de Nájera, capital de la corona navarra. De hecho, sobre Gonzalo apenas hay nada documentado: llevó una vida realmente opaca. Se especula con que, además de muy joven, era un tipo de salud quebradiza, quizá enfermo desde su nacimiento. Algunos incluso dudan de que conociera las tierras que su padre le había dejado en herencia.Y en ese caso, Gonzalo no habría muerto asesinado por el malvado gascón Ramonet, sino de una manera mucho más prosaica, enfermo en Nájera.

Muerto de un lanzazo en Lascorz o enfermo en Nájera, el hecho es que el condado de Sobrarbe y Ribagorza quedó vacío una vez más. Los nobles de la zona, seguramente como en la ocasión anterior, treinta años atrás, temieron que los vecinos de Pallars aprovechasen la situación para plantar allí sus reales. La última vez, cuando murió el conde Guillermo, los ribagorzanos se acordaron de que la mujer de Sancho el Mayor, la castellana Muniadona, tenía sangre ribagorzana, y acudieron a Pamplona pidiendo auxilio. Esta vez ocurrirá lo mismo.Y quien acuda en socorro de Sobrarbe y Ribagorza será Ramiro, el de Aragón.

Atención, porque aquí se plantea un problema dinástico de primera importancia: la mujer de Sancho tenía sangre ribagorzana, sí, y por eso los hijos de Pamplona podían intervenir allí; pero Ramiro no era hijo de esa mujer, sino de otra anterior y, por tanto, nada le unía a Ribagorza. ¿Por qué, entonces, actuó? El asunto es muy importante, porque nos da pistas para calibrar el estado de las relaciones entre Ramiro de Aragón y García de Navarra. En realidad, quien tenía derechos sobre Ribagorza era García, hijo de Muniadona. Pero, en la tesitura, García prefirió —o simplemente permitió, que eso no lo sabemos— que fuera su hermanastro Ramiro el que solucionara el problema absorbiendo los dos condados e incorporándolos a su flamante corona aragonesa. ¿Por qué?

Puede que García pensara que Sobrarbe y Ribagorza estaban demasiado lejos de Nájera (y en efecto, lo estaban), pero muy cerca de Aragón. Por tanto, a Ramiro le sería más fácil mantener a los dos condados dentro del núcleo de influencia navarro. Puede, también, que García viera en el lance una oportunidad para dar a su peligroso hermanastro más tierras y más lejos y, de esta manera, matar dos pájaros de un tiro: desplazaba las ambiciones de Ramiro hacia el este y, de paso, obtenía su agradecimiento y aseguraba su fidelidad. Sea lo que fuere, el hecho es que será Ramiro quien comparezca en la región para hacerse cargo del poder.

Como de costumbre, Ramiro no perderá el tiempo. Gonzalo apenas había gobernado de manera efectiva aquellas tierras, pero Ramiro era un hombre de otro carácter. En Aragón había impulsado el descenso hacia el sur. Ahora hará exactamente lo mismo. Los ríos Cinca, Ésera y Noguera Ribagorzana marcan el camino. Se repueblan Santa María del Buil, Castejón de Sos, Perarrúa… Después vendrán Falces y Benabarre, cada vez más cerca de Barbastro y Alquézar, donde los moros tienen sus plazas fuertes. Aquellas comarcas, paralizadas durante siglos, conocían ahora una nueva vida.Y la marcha no se detendrá.

A mediados del siglo xi, después de veinte años de gobierno de Ramiro, el condado de Aragón ya era realmente un reino y, además, de dimensiones notables. La linea de frontera había bajado, por el oeste, hasta lo que luego se conoció como comarca de las Cinco Villas, con aquella línea de castillos entregada por García, desde Sos hasta Agüero. Por el centro, el descenso había llegado hasta la sierra de Guara. Por el este, con la aportación de Sobrarbe y Ribagorza, la repoblación llegaría hasta los valles que hoy llenan los embalses de Mediano y Grado. En dos décadas Aragón había multiplicado su tamaño por cuatro.

Al paso de este crecimiento, nuevas tierras se abren para la repoblación. Los condados pirenaicos no estaban tan poblados como los cantábricos, de manera que la ocupación es más lenta y, además, cuenta con una notable aportación extranjera.Ya hemos contado aquí, por ejemplo, lo importante que fue la llegada de gentes de origen franco para una ciudad como jaca. La línea ahora cambiaba: ya no la marcaba el Camino de Santiago, sino el horizonte nuevo de Aragón. Un horizonte que, como había ocurrido siglos atrás en León, también tenía el nombre de un río, esta vez, el Ebro.

Pero el valle del Ebro estaba en poder de los musulmanes, y no entregarían fácilmente la pieza. La expansión aragonesa parecía condenada a estrellarse contra el muro de los moros.Y en ese muro había una pieza fundamental: Barbastro, la fortaleza que vigilaba la Hoya de Huesca. Barbastro protagonizará, pocos años más tarde, un episodio crucial: la primera cruzada de la historia, que no fue en Tierra Santa, sino aquí, en estas tierras aragonesas, bajo el impulso del reino inaugurado por Ramiro.

El propio Ramiro entregará su vida ante los muros de Graus, a un paso de la codiciada Barbastro. Pero esto ya lo contaremos en su momento. Por ahora, quedémonos con lo fundamental: desde el valle del Roncal en Navarra hasta el Pirineo de Lérida, un nuevo poder había despertado; ese poder era Aragón, cuya fuerza será decisiva en la construcción de la España que hoy conocemos.

Y en Cataluña, Ermesenda: una mujer de armas tomar

Toda la España cristiana, después del año 1035, se reconfiguraba a partir de la herencia de Sancho. Los hijos de Sancho el Mayor ponían los cimientos de la España de los cinco reinos. Pero había una parte de la España cristiana donde no había llegado la herencia de Sancho el Mayor: los condados catalanes, cada vez más aglutinados en torno al liderazgo de Barcelona. Por supuesto, también aquí la influencia del gran rey navarro se había hecho sentir. Consta que Sancho ejerció una suerte de protección sobre el conde Berenguer, y que éste, por su parte, aceptó la hegemonía de Sancho entre los monarcas cristianos. Pero en el condado de Barcelona no había sangre navarra gobernando, ni la figura dominante era aquel hombre. Al revés, aquí la figura dominante era una mujer.

Una mujer: Ermesenda de Carcasona, hija de Rogelio I de Cominges, elViejo, conde de Carcasona, y de Adelaida de Gévaudan. O sea, la más rancia aristocracia de la Francia carolingia. Ermesenda, que había nacido en el año 972, abandonó su casa con veinte años para casarse con Ramón Borrell, conde de Barcelona. Ramón acababa de suceder a su padre en el condado. Era el 30 de septiembre de 992. Barcelona se recuperaba lentamente de las terribles heridas infligidas porAlmanzor.Y a aquellas tierras, todavía heridas, llegó la joven condesa Ermesenda.

Dicen las crónicas que Ermesenda era mujer «de singular hermosura y ánimo varonil». O sea, guapa y con carácter. Estamos acostumbrados a imaginar a la mujer medieval como un mueble, un objeto secundario en el escenario doméstico. Es un juicio muy equivocado. En La gran aventura del Reino de Asturias ya pudimos ver la importancia enorme de las mujeres en las tareas de la repoblación, que siempre fue el verdadero nervio de la Reconquista. Por eso aparecen tantos nombres de mujeres en la crónica. Ese relieve correspondía a todas las capas sociales, y así nos encontramos con campesinas tan cruciales como Muniadona, la mujer de Lebato, y a reinas tan decisivas como la navarra doña Toda, que literalmente revolucionó el árbol genealógico de la cristiandad española. Pues bien, Ermesenda era una de estas mujeres de armas tomar.

Lo de «armas tomar» no es sólo una frase hecha, porque parece que la condesa, en efecto, las tomó: dicen que gustaba de acompañar a su marido Ramón en sus campañas guerreras, cabalgando a su lado. Pero por lo que más brilló, al menos a juzgar por la documentación, fue por su afición a presidir juicios e impartir justicia, tarea a la que solía entregarse a menudo por las frecuentes ausencias del conde.

Hay un caso muy citado que vale la pena traer aquí. A la altura del año 1000, estando Ramón fuera de Barcelona por alguna cabalgada, llega ante el tribunal una mujer llorando y clamando. Se llama Madrona y ha estado cautiva en Córdoba, víctima de cualquiera de las razias de Alman zor.Y al llegar de vuelta a Barcelona, la pobre Madrona se ha encontrado con que su padre ha muerto y su hermano ha dilapidado la parte de la herencia que a ella le correspondía: unas viñas, un terruño… Ermesenda, solemne, consigna las viñas malvendidas de nuevo a Madrona, «en nombre de Dios y veneración de mi señor Ramón, conde», según dice la condesa.

El conde Ramón Borrell murió en 1017. Dejaba un heredero, Berenguer, de doce años. Entonces Ermesenda asume la regencia y lo hace en un momento particularmente delicado, porque los condados catalanes están viviendo —ya lo hemos contado aquí— un agudo proceso de feudalización. La posición de Ermesenda es dificil. Como condesa, ha de defender la autoridad pública frente al poder privado de los señores; pero para defender tal cosa necesita fuerza armada, y ésta se halla en manos de los señores, que, además, no aceptarán con facilidad el liderazgo de una mujer. En un gesto de provocación, uno de esos señores, el conde Hugo de Ampurias, reclama unas tierras a Ermesenda y lo hace proponiendo que el pleito se dirima en un combate singular. La condesa, evidentemente, no podía combatir. Podía haber encomendado el combate a alguno de sus caballeros, pero tampoco lo hizo. Invocando la ley gótica, le responde a Hugo que los negocios no se pueden discutir por la fuerza, sino por el derecho.

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