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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (47 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Volvamos a los puntos de conflicto. Primero: las tierras entre el Cea y el Pisuerga.Aquí ya hemos contado cómo Fernando, conde de Castilla, se enfrenta a Bermudo, rey de León, en la batalla de Tamarón; le ayudará en la tarea su hermano, el rey García de Navarra. Bermudo muere en la batalla y Fernando se encuentra con que no sólo mantiene el dominio sobre las tierras en disputa, sino que además se ha convertido en rey de León por los derechos de su mujer, Sancha, hermana del rey muerto. El panorama cambia de golpe.

Ahora toda la atención pasa al otro punto de conflicto, aquellas tierras de Castilla que Sancho, en su testamento, separó del control del condado castellano para ponerlas bajo el gobierno directo de la corte de Nájera, o sea, del rey de Navarra. ¿Qué tierras? La Bureba, Castilla Vieja, Trasmiera, Encartaciones y los Montes de Oca, o sea, el norte de Burgos, parte de Álava, parte de Vizcaya y parte de Santander. Estas tierras son de García de Navarra por derecho de herencia, pero pertenecen tradicionalmente al condado de Castilla y al Reino de León, es decir, al ámbito de soberanía de Fernando. Dicho de otro modo: en esas tierras castellanas, García ha pasado a ser ahora súbdito de su hermano Fernando, rey de León. ¿Quién tiene mejor derecho?

Esto hay que explicarlo, porque hoy nos resulta dificil entender tanta querella. Hay que tener en cuenta que estamos en un momento en el que los dominios territoriales carecen de cualquier centralización.Y además estamos hablando de unos territorios con carácter propio, con una autonomía muy acusada respecto al poder real. Castilla era un condado. Navarra y León, reinos.Y Castilla estaba subordinada al Reino de León. Sancho el Mayor, en su testamento, podía partir Castilla en dos para transmitir el dominio a sus hijos, pero lo que se dividía no era en realidad el territorio castellano, sino las funciones de gobierno y los consiguientes beneficios. Así, después de la batalla de Tamarón, Castilla queda en una situación complicadísima. Fernando, rey de León, es soberano de toda Castilla, pero es conde sólo en una parte de ella, la que recibió en herencia; García, rey de Navarra, es conde en una parte de Castilla, la que heredó, pero lo es como súbdito del rey de León, o sea, de su hermano Fer nando, porque León es la corona titular del condado de Castilla. ¿Se entiende? ¿No? Es natural, pero eso es lo que pasó.

Los dos hermanos, en un primer momento, llegan a un acuerdo pacífico. La demarcación de límites en 1038, después de la batalla de Tamarón, parece consagrar la situación de hecho que había dejado el testamento de Sancho: Castilla partida en dos, una mitad para cada hermano. Pero eso va a ser flor de un día, y pronto veremos cómo uno y otro, García y Fernando, prodigan los gestos de distancia, incluso de hostilidad, y aquí el que más hace por tensar las cosas es el de Pamplona. El conflicto entre León y Navarra está servido.

Primer gesto ofensivo: cuando García ha de buscar esposa, no lo hace en la corte leonesa, sino que se marcha a Francia, a la casa de Foix, como había hecho su hermanastro Ramiro. Es la primera vez en siglos que un rey de Navarra busca esposa fuera del ámbito de la vieja corona asturleonesa. Signo manifiesto de que García quiere romper lazos con León.

Segundo gesto: en las arras que García entrega a Estefanía de Foix para sellar su compromiso matrimonial, le traspasa derechos sobre numerosos territorios y villas del condado de Castilla, incluidos los más occidentales, esto es, los de más conflicto con el Reino de León: Colindres, Mena, etc. Es evidente que García quiere reafirmar el control navarro sobre esas tierras.

Tercer gesto: a la hora de nombrar tenentes para que rijan los territorios castellanos, García prescinde de los señores locales, es decir, de los linajes castellanos, y en su lugar nombra a caballeros pamploneses, gente de su confianza directa. Parece claro que García no sólo quiere reafirmar su poder, sino que, además, pretende poner a su parte de Castilla bajo la órbita de Pamplona y sustraerla a la soberanía de León.

Cuarto gesto: hacia el año 1052, García procede a una serie de reajustes episcopales y va poniendo diócesis bajo control navarro. La diócesis deValpuesta —que databa de los tiempos de la Reconquista inicialdesaparece y se incorpora a la de Nájera-Calahorra. Los dominios de San Millán de la Cogolla se extienden hacia los territorios castellanos limítrofes. Lo mismo ocurre en otro núcleos religiosos. Las intenciones de García son transparentes: quiere navarrizar su porción de Castilla.

Dentro de esa reorganización de centros religiosos —y hay que recordar la importancia política y económica que estos centros tenían en la época—, García hace algo que dispara todas las alarmas: a la altura de 1047 patrocina la reforma de la iglesia de Santa María del Puerto en Santoña. ¿Y por qué dispara las alarmas? No por la reforma eclesiástica en sí, sino porque esa medida significa ampliar el dominio navarro hasta la costa cantábrica, cerrando la salida castellana al mar y, más importante aún, amenazando el acceso de los burgaleses a las ricas salinas de la zona. Privar a Burgos de sal sería tanto como ahogar la economía de la región. García debía saberlo.Y desde luego, quien sí lo sabía era Fernando.

¿Faltaba algo para hacer el conflicto inevitable? Sí, el asunto de las parias. La documentación no dice gran cosa sobre cuándo empieza exactamente el problema, pero parece que, además de todas las querellas que iban surgiendo, Navarra y León entraron también en conflicto por las parias, es decir, los tributos que los reinos moros, para garantizar su seguridad, habían empezado a pagar a los reinos cristianos.Y en particular, las parias del reino moro de Zaragoza harán que Castilla y Navarra peleen entre sí. Realmente, los intereses de unos y otros eran irreconciliables.

La sucesión de todos estos hechos, uno detrás de otro, nos dibuja perfectamente el paisaje. García, el rey de Navarra, estaba intentando incorporar su parte del condado de Castilla a la corona de Pamplona y Nájera, afirmando su poder en la región. Fernando no podía consentirlo. En particular, los nobles de Castilla, agraviados por la navarrización del territorio, se veían en la necesidad imperiosa de recuperar el control perdido. Así fue como Fernando y García llegaron a las manos.

La batalla de Atapuerca

Hoy el sitio de Atapuerca nos resulta conocido, sobre todo, por los grandes hallazgos de restos prehistóricos, pero hasta hace poco el nombre de esta pequeña sierra burgalesa se asociaba a otro episodio: la batalla final entre Fernando y García, los dos hermanos que reinaban, el uno, en León, y el otro, en Pamplona. Fue una batalla decisiva porque allí terminó la hegemonía navarra sobre la cristiandad española, heredada de Sancho el Mayor.Y además terminó de mala manera, con la muerte del rey García.

La tradición cronística, para explicar las hostilidades, recurre a una historia que posiblemente no es falsa, pero que sin duda fue adornada después a efectos narrativos. La historia dice así. Ocurrió que García, en un cierto momento, cayó enfermo y se recluyó en su palacio de Nájera. Su hermano Fernando, conmovido a pesar de la enemistad, acudió a visitarle. Pero he aquí que, una vez en Nájera, Fernando comienza a ver movimientos sospechosos a su alrededor. Es una conjura: García quiere aprovechar la visita de Fernando para apresarle. El rey de León tendrá que salir por pies. Poco después, fue Fernando quien cayó enfermo.Y su hermano García, para hacerse perdonar, acudió a visitarle, si bien con la secreta intención de acelerar su muerte. Pero Fernando no cayó en la trampa y, avisado, mandó encerrar a su hermano García en el castillo de Cea. El rey de Navarra pudo salir de allí gracias a sus hombres de armas, que le liberaron. «Y desde entonces y con gran furia —dice la Crónica Silensebuscó ya abiertamente la guerra, ansioso de sangre de su hermano, y comenzó a devastar todas las fronteras que están a su alcance».

Lo que hasta entonces había sido una cadena de escaramuzas más políticas que militares, pasó a un grado mayor de tensión. Hay choques armados en distintos puntos de la frontera castellana. Dice la crónica que Fernando mandó emisarios a García «proponiéndole que cada uno viviera en paz dentro de su reino y desistiese de decidir la cuestión por las armas, pues ambos eran hermanos y cada uno debía morar pacíficamente en su casa», y añade la crónica que el navarro los rechazó. La crónica, evidentemente, es partidista y parece destinada a justificar lo que pasó después. En todo caso, lo cierto es que la escalada de tensión alcanzó un punto irreversible.Y García, el de Navarra, invadió Castilla.

García instaló su campamento en el valle de Atapuerca, a la vera de la ruta que lleva, casi en línea recta, desde Nájera hasta Burgos, siguiendo el Camino de Santiago. Un ancho llano muy apto para mover ejércitos con comodidad y sin riesgo: allí acamparon las huestes del rey navarro. ¿Qué huestes? Los hombres de guerra de Navarra, desde luego. Pero no sólo ellos: apunta la crónica que con García combatió un nutrido grupo de musulmanes. Sin duda, hombres aportados por la taifa de Zaragoza, tributaria del rey navarro.

Vayamos acostumbrándonos a esta situación, que a partir de ahora va a ser muy frecuente: con el islam español descompuesto en distintos reinos —o sea, las taifas— y la cristiandad española dividida a su vez en diferentes centros políticos, el mapa bélico va a hacerse sumamente plural. Los cristianos combaten entre sí, los moros combaten entre sí, los reinos moros ayudarán a tal o cual reino cristiano y los reinos cristianos se aliarán con tal o cual reino moro. ¿Por qué? Por las alianzas políticas derivadas del sistema de parias, esos tributos que los moros habían empezado a pagar a los cristianos para garantizar su seguridad.

Vale la pena insistir en este asunto, porque es crucial. En este momento, mediados del siglo xi, los reinos cristianos siguen siendo económicamente pobres, al menos con relación al vecino moro del sur, pero se han convertido en pequeñas potencias militares.Y por eso ahora, en el valle de Atapuerca, año de 1054, había un contingente moro entre las huestes de García: era parte del impuesto que los moros de Tudela y Zaragoza pagaban al rey de Navarra.Y ahora, volvamos al escenario del combarte.

El escenario: el valle de Atapuerca, tres leguas al este de Burgos. Una breve serranía, con cerros dispuestos en media luna, separa al valle de la capital castellana: la sierra de Atapuerca, precisamente. Tras esos cerros se despliega el ejército navarro. Es una buena posición para hacer frente a cualquier ataque y, sobre todo, lo es para lanzar la ofensiva sobre Burgos, ya sea por el sur, a través de Ibeas de Juarros, ya por el norte, por Rubena, o incluso por los dos lados a la vez, en tenaza sobre la capital castellana.

En la guerra, lo mismo en esta época que en cualquier otra, hacerse con una posición ventajosa es tener media batalla ganada.Y la posición de García es buena. Pero Fernando intentará obtener una posición mejor. ¿Cómo? Con una maniobra de libro: ocupando posiciones más elevadas que las del enemigo para atacar cuesta abajo, duplicando así la potencia de la ofensiva. Durante la noche, los hombres de Fernando, los guerreros de Castilla y de León, suben a los cerros que se extienden frente al despliegue navarro y se afirman en las cumbres. No es mucho, unos cincuenta metros de elevación. Pero es suficiente para dominar el campo enemigo.

Al alba, las huestes de Fernando se lanzan contra los navarros. Fernando no ha querido dar tiempo a que su rival reaccione. Obligados a atender distintos puntos de ataque a la vez, los navarros pierden toda capacidad de maniobra. Pero toda la atención se concentra en un único punto: el que ocupa García, el rey de Pamplona, donde la flor de los guerreros leoneses pugna por atrapar al jefe enemigo. «Cogedlo vivo», dicen que dijo Fernando a sus caballeros, al parecer por ruego de su esposa, la reina Sancha de León. Pero no fue así. Con el frente navarro roto, los guerreros del rey de León llegan hasta García y le dan muerte. Los hombres de Fernando han matado a su hermano. La batalla ha terminado.

¿Quién mató a García? Ésta es una cuestión disputada, porque no sabemos exactamente quién empuñó el arma. Unas versiones dicen que fueron los caballeros leoneses del séquito de Fernando. ¿Por qué? Porque García, al fin y al cabo, comandó con Fernando el ejército que en su día mató al rey leonés Bermudo.Y ya que no podían matar a Fernando, que era ahora su rey, mataron a García. Otras versiones dicen que no fueron los leoneses, sino ciertos caballeros castellanos que se la tenían jurada al rey de Navarra por las humillaciones infligidas a su orgullo (recordemos que García había entregado el gobierno de su parte de Castilla a caballeros navarros, en detrimento de los castellanos).Y otra versión, en fin, dice que quienes empuñaron el arma letal fueron unos caballeros navarros que, agobiados por los impuestos de García, habían tenido que abandonar sus tierras y refugiarse en Castilla, y ahora se tomaban la venganza.

Sea como fuere, lo cierto es que el rey García de Pamplona y Nájera murió en la batalla de Atapuerca. Fernando de León y de Castilla acumulaba ya dos cadáveres: su cuñado Bermudo y su hermano García. No es extraño que la crónica tratara de suavizar al máximo la siniestra fama que empezaba a acompañar al personaje. Piadoso, hizo que condujeran el cadáver de García a la iglesia de Santa María de Nájera, fundada por el difunto, y donde fue enterrado.

El hijo del difunto García, Sancho, fue proclamado rey en el mismo sitio de Atapuerca: tenía sólo catorce años. Pamplona, vencida, tuvo que aceptar la superioridad leonesa. Castilla volvió a ser lo que era: un condado íntegramente puesto bajo la soberanía del Reino de León. Las fronteras navarras volvieron al límite del Ebro. El asunto de las parias seguiría dando problemas. Ahora Fernando 1 de León era el poder más visible de la cristiandad. Pero es el momento de que nuestro relato abandone el escenario castellano, porque otros sucesos nos llaman: Ramiro 1 de Aragón está moviendo pieza al sur del Pirineo.

Entre Cataluña y Aragón

Dos hombres y un destino, podríamos decir. En Aragón, Ramiro; en Barcelona, Ramón Berenguer. Uno y otro estaban construyendo su propio ámbito de poder. Como era inevitable, los proyectos de uno y otro chocarán. No habrá guerra entre ambos, pero sí una pugna de estrategias políticas. De esa pugna, al cabo del tiempo, nacerán Aragón y Cataluña tal y como hoy los conocemos.

Hasta ese momento, el escenario pirenaico —la vieja Marca Hispánica— había sido una especie de mosaico de condados relativamente independientes; siempre gravitando bajo la órbita de los más fuertes (del Imperio carolingio, de Navarra, de Barcelona), sí, pero con personalidad política propia. Ahora, por el contrario, vamos a asistir a un largo y lento proceso de unificación territorial. Los poderes que emergen en la zona van a intentar, y con éxito, configurar centros políticos que absorben cuanto hay a su alrededor.Y en este momento, mediados del siglo xi, esos poderes son dos: el Aragón de Ramiro y la Barcelona de Ramón Berenguer elViejo.Vamos a ver lo que pasó.

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