Morir de amor (8 page)

Read Morir de amor Online

Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

BOOK: Morir de amor
4.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

Jason ni siquiera había intentado sacar nuestro matrimonio adelante. Emocionalmente, me había abandonado hacía tiempo, sin que yo me diera cuenta. Sin embargo, una vez que me hice una composición de lugar, corté por lo sano. No me dediqué a llorar en el hombro de todo el mundo y construí para mí misma una vida nueva y muy satisfactoria. Sin embargo, eso no significa que no sufriera daños emocionales muy profundos.

Las heridas sanan. En cualquier caso, yo no soy de las que se conforman sólo con llorar. Aprendí de la experiencia y me fijé nuevos criterios y referencias. Uno de esos criterios fue que si un hombre abandonaba una relación sin intentar aclarar las cosas, no se merecía ningún esfuerzo de mi parte a menos que demostrara que se proponía seriamente pedir una segunda oportunidad.

Wyatt todavía no había demostrado nada. Y no era el tipo de hombre que volviera a rastras. De modo que la idea de que nos juntáramos nuevamente era bastante peregrina.

Empujó la lata de Coca-cola
light
hacia mí.

—Toma un trago. Puede que te ayude a refrescarte.

Qué diablos. De todas maneras, lo más probable era que no lograra conciliar el sueño esa noche. Abrí la lata y tomé un sorbo, y luego fijé mis pensamientos en cuestiones de orden más práctico.

—Supongo que será imposible abrir el gimnasio para que funcione mañana.

—Buena suposición.

—¿Cuánto tiempo pasará antes de que pueda abrir? ¿Un día? ¿Dos días?

—El tiempo varía. Intentaré mover las cosas lo más rápido posible, pero no puedo pasar nada por alto. Probablemente será un par de días. Lo lamento por tus pérdidas financieras, pero…

—No perderé dinero, no es eso. La gran mayoría de los clientes pagan una cuota anual porque es más barato que pagar una mensual. No ofrezco inscripciones por menos de un mes. Es el precio que tengo que pagar por los clientes que no me gustan; ya sé que es una nimiedad en comparación con un asesinato y, sin embargo, como dueña de una empresa, la verdad es dura, pero tengo que cuidar de mi clientela o mi negocio sufrirá las consecuencias.

Me lanzó una mirada de consideración, como si no hubiera esperado verme adoptar una actitud tan práctica. Aquello me irritó, porque había salido conmigo tres veces y, si hubiera prestado atención a algo que no fuera sólo mi cuerpo, se habría dado cuenta de que no soy una cabeza de serrín para nada.

Hasta puede que debiera sorprenderme que me reconociera, porque era evidente que dos años antes no me había mirado por encima de las tetas.

Era un recuerdo desacertado. Porque, claro que me había mirado las tetas. Y las había tocado. Y chupado. Ahora bien, lo de las tetas no es lo mío (las considero más un estorbo que una fuente de placer), pero no había manera de evitar la intimidad del recuerdo, y eso fue lo que me hizo volver a sonrojarme.

—Dios mío —dijo él—, ¿en qué estarás pensando ahora?

—¿Por qué? ¿A qué te refieres? —Como si yo fuera a contarle
a él
en qué estaba pensando.

—Ahora vuelves a sonrojarte.

—¿Ah, sí? Lo siento. Es que tengo una menopausia prematura, y me vienen estos calores. —Cualquier cosa, con tal de recuperar el terreno perdido.

—¿Calores, eh? —preguntó él, mostrando fugazmente unos dientes blancos.

—La menopausia prematura no es para las tiquismiquis.

Él soltó una carcajada y se reclinó en su gran silla de cuero para mirarme un momento. Cuanto más me miraba, más incómoda me sentía. ¿Recordáis lo que he dicho acerca de sus ojos? Me sentía como un ratón observado por un gato… por un gato malo y hambriento. En las horas que habían transcurrido no había pensado ni un solo momento en lo que llevaba puesto, pero de pronto me volví sumamente consciente del
top
rosa que llevaba y que me dejaba el vientre al descubierto, además de los pantalones ceñidos de yoga. Por su manera de mirarme, me sentí como si hubiera una proporción exagerada de mi piel a la vista y que, en ese momento, él recordaba haber visto más de lo que estaba viendo. Peor aún, que estaba pensando en volver a ver más.

Era el efecto que siempre había tenido en mí. Cuando me miraba, yo me volvía muy consciente de mi condición de mujer, y de su condición de hombre, con todos sus atributos y partes. Ya se sabe: meter la lengüeta A en la ranura B. Si me acercaba demasiado a él, lo único en que podía pensar era en lengüetas y ranuras.

Cogió el boli con el que yo había escrito mi lista y lo usó como baqueta para tamborilear sobre la mesa.

—No te gustará lo que te voy a decir.

—No me ha gustado nada de lo que has dicho, de modo que no será nada extraordinario.

—Dale un respiro —dijo, con tono seco, a modo de consejo—. Esto no tiene nada que ver con nosotros.

—Eso no lo he supuesto en ningún momento. Y no existe ningún «nosotros». —Y es que no podía permitirle ni un centímetro, ni el beneficio de la duda, ni un respiro. No quería tratar con él. Quería volver a ver al inspector MacInnes.

Era evidente que Wyatt llegó a la conclusión de que intentar razonar conmigo era una causa perdida. No suele ser así. Normalmente, soy muy razonable… excepto cuando tiene que ver con él. Por algún motivo, él no recogió ese guantazo verbal.

—Intentamos controlar toda la información que se entrega a la prensa sobre un asesinato, pero a veces es imposible. Para llevar a cabo una investigación, tenemos que hablar con la gente y preguntar si alguien vio a un hombre conduciendo un sedán de cuatro puertas de color oscuro por los alrededores de la escena del crimen. Eso ya está en marcha. Ahora bien, hemos mantenido a los reporteros lejos de la escena del crimen, pero se encuentran justo al otro lado de la cinta amarilla con sus teleobjetivos y sus cámaras.

—¿Y? —No entendía a qué quería llegar.

—No hay que ser un genio para sumar dos más dos y saber que tú podrías haber sido testigo. Estábamos en tu gimnasio, tú estabas con nosotros, salimos del lugar en mi coche…

—Pensando en esa escena, lo más probable es que crean que yo soy sospechosa.

A él le tembló la comisura de los labios, como si recordara el forcejeo antes de que yo subiera al coche.

—No, habrán pensado que estabas muy desconcertada con lo que ocurrió. —Volvió a tamborilear con el boli en la mesa—. No puedo evitar que te mencionen. Si se vio a un sospechoso, es evidente que hay un testigo. Tu identidad es igualmente evidente. Mañana estará en los periódicos.

—¿Y eso, por qué habría de ser un pro…? —Ay, me mencionarían en los periódicos como testigo de un asesinato. El que más se preocuparía sería el asesino en persona. ¿Qué hacen los asesinos para protegerse? Lo que hacen es matar a quien quiera que los amenace. Eso es lo que hacen.

Me lo quedé mirando, horrorizada.

—Mierda.

—Sí —dijo él—, es exactamente la misma conclusión a la que he llegado yo.

M
il cosas me pasaban por la cabeza. Bueno, al menos seis o siete, en cualquier caso, porque mil es mucho. Intentad contar vuestros propios pensamientos, y veréis cuánto se tarda en llegar a mil. Más allá de eso, ninguno de mis pensamientos era bueno.

—Pero ¡si ni siquiera soy una buena testigo! —chillé—. No podría identificarlo ni aunque me fuera la vida en ello. —Una vez más, no era un pensamiento muy adecuado, porque podía cumplirse.

—Eso él no lo sabe.

—Puede que haya sido su novio. Suele ser el novio o el marido, ¿no? Puede que haya sido un crimen pasional y que él no sea un verdadero asesino, así que confesará cuando le echéis el guante. —Aquello no era imposible, ¿no? ¿O acaso era demasiado pedir?

—Puede que sí —dijo él, pero su expresión no era tan esperanzadora.

—¿Y qué pasaría si no era el novio? ¿Qué pasaría si se trataba de un asunto de drogas o algo así? —Me levanté y empecé a pasearme por su despacho, que no era lo bastante amplio como para pasear en serio; había demasiados obstáculos, como archivadores y montones de libros. Más que pasear, me moví esquivando las cosas—. No puedo salir del país. Ni siquiera me dejas salir de la ciudad, lo cual en estas circunstancias es una situación bastante desagradable, ¿no te parece?

Tampoco podía impedírmelo, pensé, no sin antes detenerme o guardarme bajo custodia y, ya que yo no podría identificar al asesino, no creo que pudiera justificarlo ante un juez. Entonces, ¿por qué me había dicho que no saliera de la ciudad? ¿Y por qué me decía eso cuando la respuesta más evidente y más inteligente habría sido salir de ahí escurriendo el bulto?

Ignoró mi comentario en este sentido.

—Lo más probable es que estés en lo cierto y que la señorita Goodwin haya sido asesinada por un motivo personal. Con suerte, lo habremos solucionado en un par de días.

—En un par de días —repetí yo. En un par de días podían ocurrir muchas cosas. Para empezar, yo podía morir. No tenía ninguna intención de quedarme para ver cómo eso ocurría. A pesar de lo que me había dicho el teniente Bloodsworth, pensaba irme de la ciudad. Al diablo con su permiso, que además seguramente no necesitaba. Cuando descubriera que yo me había ido, sería demasiado tarde. Le pediría a Siana que se pusiera en contacto con él y le dijera que si me necesitaba, contactara con ella porque, desde luego, le diría a mi familia dónde estaba. En cualquier caso, era posible que Cuerpos Colosales tuviera que cerrar un par de días, así que me tomaría un pequeño descanso. Hacía tiempo que no cedía a los caprichos de la chica playera que hay en mí, así que ya era hora.

Cuando llegara a casa dormiría unas cuantas horas, si lo conseguía. Si no lo conseguía, haría las maletas. Estaría lista para partir en cuanto me devolvieran el coche.

—No puedo prescindir de ninguno de los hombres que está de turno, ni podría justificarlo ya que no hay una amenaza a la que se pueda dar crédito, sin mencionar el hecho de que no eres exactamente una testigo, ya que no puedes identificar a nadie. —Wyatt se reclinó en su silla y me lanzó una mirada amenazadora—. Entregaré un comunicado a la prensa declarando que hay unos testigos anónimos que vieron a un hombre abandonando la escena. Eso debería desviar la atención de tu persona.

—Oye, eso estaría bien —dije, recuperando mi chispa. Si había más de un testigo, entonces matarme a mí no serviría de nada, ¿no? Tampoco tenía la intención de quedarme para descubrir si daba resultado. Pensándolo bien, unos cuantos días en la playa sin hacer nada me sentarían perfecto. Tenía un estupendo biquini color turquesa que había comprado el año pasado y que no había tenido la ocasión de ponerme. Tiffany, así llamaba a la chica playera que hay en mí, casi se puso a ronronear de emoción.

Me incorporé, cogí la libreta antes de que él pudiera impedírmelo y arranqué la primera página. ¿Acaso se pensaba que iba a olvidar la lista de transgresiones? Mientras plegaba cuidadosamente la página, dije:

—Ahora estoy preparada para volver a casa. En realidad, teniente Bloodsworth me podrías haber contado todo esto en el gimnasio, ¿no crees? No tenías por qué maltratarme delante de todos y arrastrarme hasta aquí sólo para demostrar que eres un poli muy macho. —Emití unos ruidos guturales, al estilo de Tim Allen, algo de lo cual ahora me arrepiento.

Él se limitó a mirarme como si aquello le divirtiera y me hizo un gesto con el dedo.

—Entrégamela.

—A ver si te enteras —dije, con un bufido—. Aunque la rompieras, ¿crees que olvidaría lo que he escrito en la lista?

—No se trata de eso. Entrégamela.

En lugar de entregársela, guardé la lista en mi bolso y cerré la cremallera.

—Entonces, ¿de qué se trata? Porque parece que hay algo que no entiendo.

Él se incorporó con una elegancia suave y poderosa que me recordó que estaba ante todo un atleta.

—Se trata —dijo, rodeando la mesa y quitándome el bolso muy calmadamente—, de que probablemente los hombres de tu vida te dejen salirte con la tuya si cometes un asesinato, hablando en términos figurados, porque eres tan condenadamente guapa, pero yo no voy a elegir ese camino. Estás en mi territorio y te he dicho que me entregues la lista, así que si te niegas, tendré que quitártela. De
eso
se trata.

Lo miré mientras abría mi bolso y sacaba la lista, que se metió en el bolsillo del pantalón. Yo podría habérmela jugado en otra lucha poco decorosa pero, aunque hubiera salido vencedora, lo cual no era demasiado probable, quitarle la lista habría significado meter la mano en su bolsillo, y yo no nací ayer. Era una batalla que más me valía no dar. Al contrario, me encogí de hombros.

—Entonces haré una lista cuando llegue a casa, donde, por cierto, me habría gustado estar hace una hora. También deberías mirarte ese problema que tienes de convertir cualquier cosa en algo personal, teniente Bloodsworth. —No paraba de llamarle teniente Bloodsworth en lugar de Wyatt porque sabía que eso lo irritaba mucho—. En tu trabajo, podría ser un verdadero problema.

—Lo que hay entre nosotros dos es decididamente personal —respondió, y me devolvió el bolso.

—No. No me interesa. Lo siento. ¿Puedo irme a casa, por favor? —Quizá si no paraba de decirlo, se cansaría de oírlo. Acabé mi frase con un gran bostezo, y juro que no fue fingido. Me tapé con la mano, pero era uno de esos bostezos rompemandíbulas que se apoderó de mí y no paraba nunca. Tenía lágrimas en los ojos cuando acabé—. Lo siento —repetí, y me froté los ojos.

Él sonrió. Esos malditos ojos.

—Tú sigue diciendo que no te interesa y quizá cuando tengas noventa años, te lo creerás. Venga, te llevaré a casa antes de que te derrumbes —añadió y, sin darme tiempo a responder a su primera frase, me puso la mano en la cintura y fue conmigo hasta la puerta.

Other books

Hound Dog True by Linda Urban
Toward the Sunrise by Elizabeth Camden
Siege by Simon Kernick
London Falling by Audrey Carlan
Hell Calling by Enrique Laso
Treasure Uncovered (Bellingwood #3) by Diane Greenwood Muir
Thug in Me by Karen Williams
The Deep End by Joy Fielding