Morir de amor (33 page)

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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

BOOK: Morir de amor
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—Dios mío, tenías que estar más delgada que un palillo —dijo, y volvió a mirarme de arriba abajo. Ahora peso unos cincuenta y seis kilos, pero soy fuerte y tengo mucho músculo, y eso me da un aspecto de pesar entre cuatro y seis kilos menos.

—Pero también tenía que ser fuerte —añadí—. Tenía que tener músculo. No puedes ser musculosa y parecer un palillo. Tenía un margen de unos dos kilos donde había más músculo, pero no era demasiado pesada, así que siempre tenía que equilibrar mi peso.

—¿De verdad valía la pena saltar por todos lados y agitar esos pompones durante los partidos?

Ya se veía que Wyatt no sabía absolutamente nada de la animación deportiva. Le lancé una mirada de indignación.

—Fui a la universidad con una beca de animadora, así que creo que sí, que valió la pena.

—¿Dan becas por eso?

—Les dan becas a unos tíos que corren por todos lados con un trozo de piel de cerdo hinchada, así que ¿por qué no?

Se mostró lo bastante sabio como para abandonar ese camino.

—Volvamos a tus días del instituto. ¿Alguna vez le robaste el novio a alguien?

Le respondí con un bufido de desprecio.

—Tenía mis propios novios, gracias.

—¿Y otros tíos no se sentían atraídos por ti?

—¿Y qué pasa con eso? Yo llevaba tiempo con un novio y no prestaba atención a nadie más.

—¿Quién era ese novio? ¿Jason?

—No, Jason fue mi novio en la universidad. En el instituto era Patrick Haley. Se mató en un accidente de moto a los veinte años. No seguimos en contacto después de que terminamos, así que no sé si salía con alguien especial o no.

—Descartemos a Patrick. ¿Y ahora, dónde vive Cleo Leland?

—En Raleigh-Durham. Es química industrial. Una vez al año quedamos para comer y luego vamos al cine. Está casada y tiene un hijo de cuatro años.

También podía descartar a Cleo. No porque estuviera muerta sino porque era mi gran amiga. Además, era mujer, y Wyatt había dicho que lo más probable es que la persona que intentaba matarme fuera un hombre.

—Tiene que haber alguien —dijo—. Alguien en quien no hayas pensado en años.

Tenía razón. Aquello era una cuestión personal, así que tenía que ser alguien que conocía. Y no conseguía pensar en nadie que quisiera matarme.

De pronto tuve un golpe de inspiración.

—¡Ya lo sé! —chillé.

Él dio un respingo, enseguida alerta.

—¿Quién?

—¡Tiene que ser una de
tus
amigas!

E
l coche dio un viraje brusco. Wyatt lo devolvió al camino y me miró, furioso.

—¿Cómo se te ha ocurrido eso?

—Si no soy yo, tienes que ser tú. Soy una persona agradable, y que yo sepa no tengo enemigos. Sin embargo, ¿cuándo fue el primer ataque? Justo después de que volviéramos de la playa. ¿Cuántas personas saben que me seguiste hasta allí? Después de cómo te portaste el jueves por la noche, cuando mataron a Nicole…

—¿De cómo me porté? —repitió él, con indignación y asombro.

—Le contaste a tus hombres que teníamos una relación, ¿no? Así que supongo que les mentiste y les dijiste que tú y yo salíamos.

—Yo no te maltraté.

—Deja de insistir en los detalles sin importancia. Y, además, sí, me maltrataste. Pero ¿es que no tengo razón en lo que digo? ¿Les dijiste que tú y yo nos veíamos?

—Sí, porque es verdad.

—Eso es discutible.

—Estamos viviendo juntos. Durmiendo juntos. ¿Cómo puede ser discutible que nos estemos viendo o no?

—Porque todavía no hemos empezado a salir juntos y esto es sólo transitorio. ¿
Me harás el favor de no interrumpirme
? Mi pregunta es: ¿con quién te estabas viendo y a quién dejaste abandonada para dedicarte a perseguirme?

Hizo rechinar los dientes unos segundos. Lo supe porque pude oírlos. Y luego dijo:

—¿Qué te hace pensar que me estaba viendo con alguien?

Yo entorné los ojos.

—Por favor, sabes muy bien que estás de muerte. Debes tener una lista de espera llena de mujeres.

—No tengo ninguna mujer… ¿Así que crees que estoy de muerte?

Ahora sí que sonaba contento. Me entraron ganas de darme de cabezazos contra el salpicadero, salvo que me hubiera hecho mucho daño, y ya tenía suficientes males y dolores.

—¡Wyatt! —grité—. ¿Con quién estabas saliendo?

—Con nadie en especial.

—No tiene que ser nadie «en especial». Sólo tiene que ser alguien con quien salías. Porque hay mujeres que tienen expectativas que no son realistas, ¿sabes? Después de la primera cita, ya están mirando vestidos de novia. Así que dime quién fue la última mujer con la que saliste y que creyó que quizás había algo serio entre vosotros, y luego se quedó de una pieza cuando tú me seguiste a la playa. ¿Habías salido con alguien ese jueves por la noche cuando mataron a Nicole? —Hay que observar con qué sutileza deslicé la pregunta, porque me picaba la curiosidad.

Habíamos llegado a su casa y él redujo la velocidad para girar en la entrada.

—No, esa noche había estado dando clases de defensa personal a un grupo de mujeres —dijo, ausente, lo cual me pareció bien—. No creo que tu teoría aguante porque han pasado… Dios mío, casi dos meses desde la última vez que salí con alguien. Como puedes ver, mi vida social no es tan agitada como, al parecer, crees.

—Esta última persona con la que estuviste. ¿Saliste con ella más de una vez?

—Un par de veces, sí —dijo. Entramos en el garaje.

—¿Te acostaste con ella?

Me miró con un dejo de impaciencia.

—Ya entiendo a dónde quieres llegar con este interrogatorio. No, no me acosté con ella, y, créeme, no congeniamos.

—Puede que tú no, pero ella sí.

—No —insistió él—. Ella tampoco. En lugar de indagar en mi pasado, deberías pensar en el tuyo. Sueles flirtear, y no sería raro que algún hombre haya pensado que la cosa iba en serio.

—¡Yo no suelo flirtear! Deja de tratar de ponerme una etiqueta.

Rodeó el coche y me abrió la puerta. Entonces se inclinó para cogerme en sus brazos y evitar que mis músculos doloridos y tiesos hicieran el esfuerzo de salir, y me dejó suavemente en el suelo.

—Te gusta flirtear. No puedes evitarlo. Lo llevas en los genes.

Wyatt tenía una sarta de palabras que empezaban con efe para describirme, y empezaba a hartarme de oírlas. Sí, a veces flirteo, pero eso no me convierte en una coqueta. Tampoco era una finolis. No me veo a mí misma como una persona superficial, y en boca de Wyatt sonaba como la mujer más frívola del mundo… otra palabra con efe.

—Y ahora haces pucheros —dijo, rozándome el labio inferior con el pulgar. Quizás el labio se había caído un poco, imperceptiblemente. Wyatt se inclinó y me besó, un beso cálido que por algún motivo me hizo derretirme, quizá porque sabía que no era un beso con segundas intenciones, y él también lo sabía, lo cual significaba que me besaba sólo por besarme, no para acostarse conmigo.

—¿A qué venía eso? —le pregunté, un poco irritada. Tenía que ocultar el hecho de que me acababa de derretir, y él levantó la cabeza.

—Porque has tenido un mal día —dijo, y volvió a besarme. Yo suspiré y me relajé en sus brazos porque, sí, había tenido un día muy malo. Esta vez, cuando acabamos de besarnos, él me estrechó y dejó descansar la barbilla en mi cabeza—. Déjanos a nosotros el trabajo de la policía —dijo—. A menos que de pronto te acuerdes de algún enemigo mortal que te haya amenazado de muerte, en cuyo caso, tendré mucho interés en saberlo.

Me aparté y lo miré con el ceño fruncido.

—Con lo cual quieres decir que soy una rubia tan tonta que no me acordaría de algo así enseguida.

Él contestó con un suspiro.

—Yo no he dicho eso. No lo diría, porque no eres tonta. Eres muchas cosas, pero tonta no es una de ellas.

—¿Ah, sí? ¿Y qué tipo de cosas soy? —Me sentía agresiva porque estaba herida y tenía miedo y, necesitaba desquitarme con alguien, ¿no? Wyatt era un tío de una pieza, y sabría cómo manejar el asunto.

—Frustrante —dijo, y casi le di una patada por decir otra palabra que empezaba con efe—. Molestosa. Testaruda. Hábil. Utilizas el numerito de la rubia tonta cuando sabes que conseguirás lo que quieres, y supongo que sueles conseguirlo. Tus procesos mentales me asustan, y mucho. Eres imprudente. Divertida. Sexy. Adorable. —Me tocó la mejilla con una mano muy suave—. Decididamente adorable, y esto no es transitorio.

Jolín, yo no era la única «hábil», ¿verdad? Casi me había dado un monumental ataque de nervios. Y él me había ganado con los últimos tres adjetivos. Así que me encontraba adorable, ¿eh? Era bueno saberlo, por lo que decidí ignorar aquello de que no era transitorio. Wyatt se inclinó, me volvió a besar, y luego dijo:

—Tú también estás de muerte.

Yo lo miré pestañeando.

—Eso sólo lo dicen las chicas. Los tíos no deberían decirlo.

—¿Por qué no? —dijo, enderezándose.

—Es demasiado femenino. Tu tendrías que decir algo más estilo macho como: «Te protegería de las balas con mi propio cuerpo». ¿Ves la diferencia?

Wyatt hizo un esfuerzo por no sonreír.

—Te entiendo. Venga, entremos.

Suspiré pensando en los dos pudines de pan que me quedaban por preparar. No tenía demasiadas ganas, pero una promesa es una promesa. No, el personal de la comisaría no sabía que iba a prepararlos, pero se los había prometido mentalmente, y ya está.

Wyatt sacó las rosquillas y la leche condensada del asiento trasero, abrió el maletero y agarró una bolsa de arpillera con unos hilos verdes que colgaban. Cerró el maletero, y frunció el ceño al mirar la bolsa de arpillera.

—¿Qué es eso? —le pregunté.

—Te dije que te traería un arbusto. Aquí lo tienes.

Me quedé mirando la planta moribunda. Los hilos verdes debían de ser sus pobres ramitas.

—¿Qué haré con un arbusto?

—Dijiste que no había ni una sola planta en toda la casa y que eso la hacía inhabitable o algo así. Así que aquí tienes tu planta.

—¡Eso no es una planta de interior! Es un arbusto. ¿Me has comprado un arbusto?

—Una planta es una planta. Ponía dentro de la casa y será una planta de interior.

—Eres un despistado —dije, seca, y fui a coger el arbusto de sus manos—. ¿Lo has tenido en el maletero todo el día, con este calor? Lo has cocido. Puede que no sobreviva. Aunque quizá pueda revivirlo si lo cuido, con unos cuantos mimos y amor. Abre la puerta, ¿quieres? Habrás comprado algo de comida para plantas, ¿no?

Él abrió la puerta antes de contestar, con cierta cautela:

—¿Las plantas comen?

Lo miré, incrédula.

—Claro que las plantas comen. Si algo está vivo, come. —Luego miré la planta que tenía en la mano y sacudí la cabeza—. Aunque puede que esta pobre criatura ya no vuelva a comer.

Mi brazo herido comenzó a cansarse con el peso de la planta, aunque la sostenía sobre todo con el brazo derecho y la mantenía en equilibrio con la mano derecha. Se la podría haber pasado a Wyatt, pero no confiaba en él. Ya se había delatado como un maltratador de plantas.

Mientras él entraba mis bolsas, puse la planta en el fregadero y la rocié con un poco de agua fría, intentando revivirla.

—Necesito un cubo —dije—. Algo que no suelas usar, porque le haré unos cuantos agujeros.

Wyatt fue a buscar el cubo azul de la fregona al lavadero, pero se detuvo al oír mis últimas palabras.

—¿Por qué querrías arruinar un cubo que está en perfecto estado?

—Porque tú has maltratado esta planta hasta el punto de que puede que no sobreviva. Necesita agua, pero las raíces no deben estar en contacto con el agua. Así que… tiene que hacerse un drenaje. A menos que tengas una bonita maceta con los agujeros ya hechos, cosa que dudo ya que no hay ni una sola planta en toda la casa, tendré que hacerlos yo.

—¿Ves? Por eso los hombres no tienen plantas en la casa. Demasiados problemas y demasiado complicadas.

—Hacen que una casa se vea bonita, se sienta bonita y conservan el aire fresco. Creo que jamás podría vivir en una casa sin plantas.

Wyatt suspiró.

—Vale, vale. Haré unos agujeros en el cubo.

Mi héroe.

Con un destornillador largo hizo unos agujeros en el cubo y, al cabo de un rato, la pobre planta estuvo instalada en la pila del lavadero, con la bola de raíces mojadas y drenándose. Esperaba que por la mañana hubiera revivido un poco. Después, encendí los dos hornos de la cocina de Wyatt y empecé a juntar lo que necesitaba para preparar los púdines de pan.

Él me cogió por los hombros y me obligó suavemente a sentarme.

—Siéntate —dijo, lo cual era del todo innecesario porque ya me había obligado a sentarme—. Yo haré los púdines. Tú dime lo que hay que hacer.

—¿Por qué? Nunca me prestas atención. —Era imposible resistirse a la tentación de decirlo.

—Haré un esfuerzo —dijo, seco—. Por esta vez.

No se puede negar que el gesto tenía grandeza. Lo menos que podía hacer, teniendo en cuenta todo lo que había pasado, era prometer solemnemente que a partir de ese día prestaría atención a lo que le dijera.

Así que supervisé la preparación del pudín de pan, que es muy sencillo. Pero mientras desmigajaba las rosquillas, Wyatt me dijo:

—Explícame una cosa. Esa gente de la que hablaba tu madre. ¿El tipo había querido hacer algo agradable por su mujer y ella intentó matarlo? ¿Cómo se explica que todas estuvierais de parte de la mujer?

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