Morir a los 27 (36 page)

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Authors: Joseph Gelinek

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Morir a los 27
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—Esto —dijo, haciendo un amplio gesto con la mano, como para abarcar la tienda entera— es… propiedad de mi cuñado. De cuando en cuando le hago a él y a mi hermana el favor de quedarme al cuidado de todo, para que se puedan ir al cine. Si no, entre el trabajo, los cinco hijos que están criando y la delicada salud de mis padres, que están para el arrastre, jamás podrían estar juntos. El problema fundamental es que el dependiente que tienen… bueno, ya le habéis visto, no se entera de gran cosa, y no le quieren dejar solo.

—¡Por eso estabas tan al día en temas musicales! —exclamó Perdomo—. ¡Ahora lo entiendo todo!

—Lo cierto —aclaró Villanueva— es que a mí siempre me ha gustado el rock, y por eso no me costó nada decirle que sí a mi hermana. También es verdad que desde que vengo por aquí, estoy mucho más puesto, claro.

—Te presento a Amanda —dijo Perdomo—, la periodista de la que te hablé y que me está ayudando en la investigación.

El subinspector y la reportera intercambiaron un afectuoso saludo y a continuación Villanueva preguntó, señalando las dos cajas de discos:

—¿Todo este lote es tuyo?

—Todo para mí —afirmó con orgullo Amanda—. He decidido recomponer mi colección de vinilos.

El subinspector movió afirmativamente la cabeza varias veces, mordisqueándose el labio inferior, en un gesto en el que se mezclaban a partes iguales la envidia y el reconocimiento.

—Te llevas la
áreme de la créme
del pop de los setenta. ¡Enhorabuena! —Se rascó la cabeza, como para terminar de alumbrar una idea y luego añadió—: No está mi cuñado, pero no importa. Una dienta de tu categoría merece una atención por parte de La Vitrola. ¿Hay algún disco en la tienda que te…?

—¡El
Sticky Fingers
censurado! —exclamó Amanda, que parecía haber estado esperando el ofrecimiento desde hacía rato—. Me muero por tenerlo. ¡Muchas gracias!

—Eso está hecho —dijo Villanueva.

El subinspector les pidió que le acompañaran hasta la sección de discos prohibidos durante el franquismo y buscó
Sticky Fingers
en la cajonera. Revisó los vinilos de adelante hacia atrás, las carpetas hicieron chak, chak, chak al amontonarse las unas sobre las otras, llegó al final del recorrido, los volvió a revisar en el otro sentido y no encontró lo que buscaba. Repitió la operación un par de veces más, cada vez en un estado de alarma mayor, hurgó incluso en media docena de cajoneras contiguas, pero la versión franquista del mítico disco de los Rolling Stones había volado de la tienda.

—¡Mi cuñado me va a cortar los cataplines! —dijo aterrado Villanueva.

—¡Seguro que ha sido la pelmaza! —exclamó Amanda—. ¡Me dio mala espina desde que la vi! ¡Lástima! Si esa mujer hubiera sabido que el encargado de la tienda es un subinspector de homicidios, no se hubiera animado a robar el disco.

—Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón —dijo Perdomo—, pero ¿qué tiene quien roba a un policía?

—¡Cien años años en comisaría! —sentenció lleno de ira Villanueva.

52

Happiness is a warm gun (demo tape)

Amanda abrió las dos cajas en las que venían embalados los vinilos con el entusiasmo de una niña que acabara de descubrir los regalos de Reyes bajo el árbol de Navidad. Aquellos doscientos discos constituían el núcleo duro de su recién empezada colección, que incluía los álbumes más importantes del pop de la década de los sesenta y setenta: desde
Abbey Road
de los Beatles hasta
Made in Japan
de Deep Purple, pasando por
Thick as a Brick
de Jethro Tull,
Tea for the Tillerman
de Cat Stevens o
Tubular Bells
, de Mike Oldfield. Mientras ayudaba a la periodista a colocar los discos en las baldas, Perdomo observó que el pedido también incluía algunos álbumes de jazz y de clásica. El inspector reconoció, por ejemplo (porque su hijo Gregorio tenía en casa la versión en CD), las
Variaciones Goldberg
, de J. S. Bach, en versión del excéntrico Glenn Gould o los magníficos duetos jazzísticos entre Elis Regina y Antonio Carlos Jobim, del disco
Elis & Tom
.

—¡Qué maravilla! —exclamó Amanda cuando terminaron de ordenar los álbumes—. ¿Te das cuenta de que con sólo mirar el lomo de un vinilo, ya sabe uno de qué disco se trata? En cambio, los CD son muchísimo más difíciles de distinguir. Mira —dijo poniendo un dedo sobre el canto oscuro de uno de los álbumes—, éste sólo puede ser
Dark Side of the Moon
; se reconoce perfectamente el haz de luz blanca atravesando el prisma. ¿Y este otro? ¡Lo distinguiría entre un millón, porque se aprecian los marcos de los cuadros de
Pictures at an Exhibition
, de Emerson, Lake & Palmer! ¡Ay, Perdomo, cómo me hubiera gustado estrenar la colección contigo y escuchar una cara entera de
Aqualung
con un martini entre las manos! Pero lo primero es lo primero, así que echemos un vistazo a esa grabación que encontrasteis en la suite real del Ritz.

Perdomo extrajo del bolsillo de la americana una bolsa de plástico, que contenía una cinta cásete, metida en su correspondiente caja, y un CD de audio, que entregó a la periodista para que lo reprodujera en el equipo estéreo.

—¿No sería mejor escuchar directamente la cinta? —sugirió ella—. Igual que tengo plato para los vinilos, también dispongo de pletina para cásete.

—Sin problema —dijo Perdomo extrayendo la cinta de la bolsa de pruebas—. La Policía Científica ya ha terminado de examinarla y no hay peligro de que, al manipularla, pongamos en peligro la investigación. Lo que hay en el CD no es más que una copia digital del contenido de la cásete.

Al ir a sacar la cinta de su caja, Amanda observó que había palabras escritas en la cartulina interior.

—¡Parece la caligrafía de John Lennon! —exclamó la periodista—. Luego nos ocuparemos de eso.

Acto seguido introdujo la casete en el reproductor, pulsó la tecla
play
y se escuchó la voz quejumbrosa y nasal del ex Beatle, acompañado tan sólo por su guitarra acústica:

She's not a girl who misses much

Do do do do do do, oh yeah.

Por la cara que puso Amanda, Perdomo se percató de que ésta había reconocido inmediatamente la canción.

—¡Es
Happiness is a warm gun
! —afirmó la periodista—. En lo que parece una
demo tape
.

—¿Una qué? —preguntó Perdomo desconcertado.


Demo tape
—insistió la periodista—. Los músicos de pop, cuando tienen la canción ya estructurada, suelen llevar a cabo una grabación casera, para que los demás miembros del grupo puedan hacerse una idea más cabal del tema.

Perdomo quiso hacer una pregunta, pero Amanda le ordenó con un gesto tajante que permaneciera en silencio y escuchara un pasaje:

I need a fix 'cause I'm going down

Down to the bits that I left uptown.

—¿Sabes lo que está diciendo? —le preguntó la reportera, muy excitada—. Dice: «¡Necesito un pico, porque voy de bajada!».

—¿Heroína? —inquirió Perdomo. La periodista hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Dicen que Lennon estuvo enganchado
al jaco
durante un tiempo.

A medida que la casete avanzaba, Amanda iba haciendo todo tipo de comentarios a vuelapluma.

—El du dúa de la parte final que hacen los demás Beatles no es un coro cualquiera —aseguró—. Están cantando
«Bang, bang, shoot, sboot
». No está mal para un hombre cuyo destino final sería morir acribillado a balazos, ¿no?

Cuando la canción llegó a su fin, Perdomo se enteró por boca de Amanda, y en apenas tres minutos, de un sinfín de detalles acerca de aquel mítico tema.

1. Se trataba de la canción más significativa del llamado
Álbum Blanco
de los Beatles. Aunque
Happiness is a warm gun
estaba compuesta por Lennon, el propio Paul McCartney había reconocido que aquél era el
track
que más le gustaba del doble LP.

2. A Lennon se le había ocurrido la canción después de hojear una revista de armamento que le había facilitado George Martin, el productor de los Beatles. Al músico le pareció un delirante despropósito que pudiera asociarse la felicidad con un objeto diseñado para matar gente, pues el título de la canción no era otra cosa que el pie de foto de la portada, en la que se veía un revólver.

3. El tema era de una complejidad estructural insólita para la época. Constaba de cinco secciones muy diferentes entre sí, en las que abundaban los cambios de compás. A final de la canción, cuando Lennon canta
«When I hold you in my arms
», había incluso un ejemplo de polirritmia: mientras la batería va haciendo tresillos, el resto de los instrumentos y las voces de fondo emplean figuras rítmicas binarias.

4. La letra de la canción contenía imágenes surrealistas, que Lennon había escrito después de un viaje de LSD.

Perdomo había escuchado atentamente a la periodista, mientras ésta volcaba toda esta información en sus oídos, y se había quedado, literalmente, sin habla.

—No puedo creer —dijo cuando se sobrepuso a su sorpresa— que el pacifista por antonomasia, el hombre que se opuso a la guerra de Vietnam y que cantaba aquello de
Give peace a chance
tenga una canción dedicada a las armas.

Amanda le sacó de su error.

—La pistola de Lennon, en la canción, es todo menos un arma de fuego,
my dear
. Es lo que yo llamo el poder transformador de los genios, o si lo prefieres expresado de manera más pedante, su capacidad metafórica. Primero, el
gun
es, claramente, una jeringuilla llena de droga. Un poco más adelante hay un verso que dice: «Cuando siento mi dedo en tu gatillo, sé que nada malo puede ocurrirme».

—¿Y ese gatillo…?

—No es ningún gato pequeño,
my love
, sino un conejito. Es la cosita de Yoko.

Amanda rebobinó por completo la grabación, extrajo la casete de la pletina y la estudió concienzudamente. Era una TDK D-C60 con las etiquetas, que un día fueron de color blanco, tan ajadas y amarillentas como un viejo pergamino de biblioteca. En la cara A, y escrito a mano con bolígrafo rojo, figuraba, el título original de la canción:

happiness is a warm gun in your hand

—No tengo la menor duda de que se trata de la caligrafía de John Lennon —afirmó Amanda—, pero para estar completamente seguros, vamos a compararla con un texto que esté autentificado. ¿Me esperas un minuto?

La periodista desapareció en dirección a su alcoba y Perdomo permaneció a solas durante unos momentos, con la casete de Winston en la mano. Instintivamente, la golpeó varias veces contra la palma de la mano, recordando lo que era una práctica habitual en otros tiempos, para desbloquear las bobinas y evitar que la cinta se saliera de su carril en plena reproducción. El policía sonrió al acordarse de las horas que había dedicado, en su adolescencia, a tratar de meter otra vez la delgada tira de plástico dentro de la carcasa, con ayuda de un bolígrafo ensartado en una de las bobinas.

La voz de Amanda le sacó de sus recuerdos de juventud.

—Esto es un texto original de John Lennon, que figura en una de sus biografías más famosas —dijo mostrándole un libro, abierto por la mitad, que incluía numerosas fotografías relacionadas con el ex Beatle.

Una de ellas reproducía una nota fechada en abril de 1980, en la que el ex Beatle se quejaba a un asistente de que la cerradura del portal del Edificio Dakota no funcionaba. «La gente sabe que vivo aquí», le recordaba Lennon a su ayudante, para urgirle a que tomara medidas que garantizaran su plena seguridad.

—Está escrita menos de seis meses antes de que Chapman le descerrajara cuatro tiros —le explicó Amanda—. Lennon no tenía guardaespaldas, igual que Winston, ¿no? En el caso de Lennon es aún más extraño porque, en los años ochenta, Nueva York tenía una tasa de criminalidad que era de las más altas del mundo.

Perdomo colocó la pequeña casete sobre la página del libro, para comparar las dos caligrafías, y comprobó que eran exactas.

—Todo hace suponer —conjeturó Amanda— que Winston compró esta cinta en alguna subasta rockera. Los ingleses las llaman
memorabilia auctions
, y en ellas puedes encontrarte desde una cazadora de Elvis Presley al molde de los dientes que empleó Michael Jackson en
Thriller
. Todo lo que tiene que ver con Lennon alcanza siempre precios astronómicos en estas pujas, así que no quiero ni imaginar lo que debió de pagar Winston para conseguir esta cásete. No me extraña que la guardara en la caja fuerte del hotel.

—¿Qué me puedes decir de todas esas palabras escritas en el interior de la cartulina que forra por dentro la caja de plástico? —le preguntó el inspector.

Amanda extrajo la cartulina, en la que era habitual escribir los títulos de las canciones grabadas en la cásete, y se dio cuenta de que Lennon había garabateado en ella varias palabras sin sentido:

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