Misterio del collar desaparecido (16 page)

BOOK: Misterio del collar desaparecido
12.37Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Le hemos cogido —replicó el inspector—. La noticia ha llegado hace sólo diez minutos, pero no tiene las perlas ni dice dónde las guardó. Pero hemos sabido por casualidad que el Número Tres de la banda es quien acostumbra a disponer de las joyas robadas... y es probable que ese individuo que hemos detenido haya dejado las perlas en algún lugar convenido para que el Número Tres, sea quien sea, vaya a recogerlas, cuando el asunto esté más olvidado.

—¿Usted no sabe quién es el Número Tres, inspector? —preguntó Fatty.

—No tengo la menor idea —replicó el inspector—. Más o menos teníamos sospechas de los otros cuatro... pero el Número Tres no podemos adivinar quién es. Bueno, Federico, no estoy nada satisfecho de que te hayas mezclado en este asunto cuando te advertí que no lo hicieras porque era peligroso... ahora procura resolver el resto del misterio y de encontrar las perlas antes de que lo haga el Número Tres. Ahora no hay peligro... de manera que adelante, Pesquisidores.

—Sí, inspector —dijo Fatty con aire sumiso—. Haremos cuanto podamos. Tenemos muy poca base sobre la que trabajar. Veremos lo que puede hacerse. ¡Gracias por darnos oportunidad de resolver el misterio de las perlas desaparecidas! ¡Adiós, inspector!

CAPÍTULO XIX
OTRA VEZ EL NÚMERO TRES

Fatty fue directamente a casa de Pip, seguro de que allí encontraría a los otros Pesquisidores esperándole. Estaban en la glorieta haciendo contar a Larry una y otra vez todo lo que había ocurrido.

—¡Aquí está Fatty! —exclamó Bets—. ¿Qué te ha dicho el inspector, Fatty? ¿No se ha enfadado con Goon por haberte dejado en el armario?

—No está muy satisfecho de él... por lo menos no «parecía» muy satisfecho —dijo Fatty—. ¡Ni con nosotros tampoco! Cree que no debiera haberme mezclado en este misterio. ¿Pero cómo «podía» yo dejar de intervenir?

—Supongo que será porque lo consideraba peligroso —dijo Bets—, y anoche lo fue. ¡Oh, Fatty, sé que corriste peligro! ¡Yo lo presentí!

—¡Mi buena y pequeña Bets! —exclamó Fatty dándole un abrazo—. Me alegro mucho que tuvieras un presentimiento respecto a mí..., si tú no hubieras enviado a Pip a despertar a Larry, y Larry no hubiese venido a la exposición de figuras de cera, Dios sabe cuánto tiempo hubiera permanecido encerrado en el armario. ¡A propósito... el misterio no ha terminado todavía!

Todos prestaron atención enseguida.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Daisy.

Fatty les explicó lo de la desaparición de las perlas y el Número Tres.

—El inspector cree que el Número Cinco, que escapó anoche con las perlas, tuvo tiempo de dejarlas en algún lugar seguro antes de que le detuvieran esta mañana. Es probable que trate de enviar un mensaje al Número Tres, el número de la banda que no estuvo allí anoche y que sigue en libertad... ¡y hasta que el Número Tres reciba el mensaje y vaya a recoger las perlas, «cualquiera» puede encontrarlas! ¡Y eso es lo que hemos de hacer nosotros!

—Comprendo —dijo Larry despacio—. ¿Pero cómo diantre podemos encontrarlas si ni siquiera sabemos dónde buscar? Es imposible.

—No hay nada imposible para un buen detective —replicó Fatty—. Convengo contigo en que es un misterio terriblemente difícil de descubrir... pero yo creo que si pudiéramos descubrir al Número Tres como fuese, y le siguiéramos, ¡nos conduciría hasta el collar de perlas!

—¿Qué quieres decir... seguirle? —preguntó Bets.

—Vigilarle, tonta... tenerle siempre a la vista —dijo Pip—. Ver dónde va, o por dónde anda. ¡Seguro que deambulará cerca del lugar donde están las perlas, esperando la oportunidad de recuperarlas.

—Eso es —dijo Fatty—. El caso... ¿«quién» es el Número Tres y cómo podríamos descubrirle?

Hubo un silencio. Nadie conocía la respuesta.

—¿Qué sabemos del Número Tres? —preguntó Fatty reflexionando—. Sabemos que lleva una bicicleta con bocina, que tiene un ojo azul y otro castaño, y que suele remar en bote. Yo creo, que puesto que le hemos visto dos veces en Peterswood, debe vivir aquí.

Se hizo de nuevo el silencio. Ninguna de las cosas que sabían respecto al hombre de los ojos extraños parecía ser de gran ayuda para encontrarle. De pronto Pip lanzó una exclamación.

—¡Creo que ya sé lo que hemos de hacer!

—¿Qué? —preguntaron todos con interés,

—Bueno, nosotros estamos seguros de que el Número Cinco escondió las perlas en algún sitio, y casi seguros también de que enviará un mensaje al Número Tres... y según cómo... es probable que ya lo haya enviado por si acaso le coge la policía y le llevan a la cárcel. ¿A quién enviaría ese mensaje para que se lo entregase al Número Tres?

—¡Al viejo Johnny, naturalmente! —exclamó Fatty—. Es el que siempre han utilizado cuando debían enviarse mensajes unos a otros. De manera... que si volvemos a vigilar al viejo... más pronto o más tarde veremos acercarse a él al Número Tres.

—Se sentará a su lado... para que el viejo le entregue el mensaje —dijo Larry—. Y si después de esto le seguimos, podremos ver a dónde va. ¡Tal vez nos lleve directamente al collar!

Todos sentíanse mucho más animados y esperanzados.

—Ha sido una buena inspiración, Pip —dijo Fatty—. Me sorprende que no se me haya ocurrido a mí. Muy buena.

A todos los Pesquisidores les encantaba recibir unas palabras de alabanza de su jefe, y por esto Pip se puso rojo de placer.

—Supongo que eso significa que hemos de volver a sentarnos otra vez en la tiendecita de refrescos —dijo Daisy, y Fatty consideró la cuestión.

—Será mejor que sólo uno de nosotros vigile de cerca al Número Tres —dijo—. Si nos viera a los cinco es posible que entrase en sospechas. Yo le seguiré... si no te importa, Pip, puesto que ha sido idea tuya... y vosotros podéis seguirme a una distancia prudente.

—No me importa en absoluto —replicó Pip, generoso—. Estoy seguro de que tú lo harás mucho mejor que yo. ¿Dónde le esperarás? ¿Y hemos de llevar las bicicletas o no?

—Será mejor que las llevemos —dijo Larry—. La última vez que fue a ver al viejo llevaba su bicicleta. Si fuese andando, siempre estamos a tiempo de dejar las nuestras en cualquier parte, y seguir a pie.

—Sí, es una buena idea —exclamó Fatty—. ¿Qué hora es? Casi es hora de comer. El viejo no sale hasta la tarde, de manera que nos encontraremos antes de las dos, al final de mi calle, con las bicicletas.

—Pero, Fatty, ¿tú crees que el viejo irá a sentarse en tu banco, después de tu advertencia y después de haber leído los periódicos de hoy? —preguntó Larry—. ¿No tendrá miedo?

—Sí, es probable que lo tenga —repuso Fatty—. Pero si tiene un mensaje que entregar, creo que se arriesgará. Apuesto a que la banda le paga mucho dinero por hacer de enlace.

Ahora que tenían algo que hacer los Pesquisidores estaban muy contentos. Fueron a comer satisfechos de que hubiera todavía un misterio por resolver. ¡Si lograsen encontrar les perlas antes que Goon!

Naturalmente, el señor Goon estaba también exprimiendo su cerebro para dar con las perlas desaparecidas. También él sabía que si lograba descubrir al Número Tres le conduciría hasta las perlas. ¡Pero aún no se le había llegado a ocurrir que sería una buena idea volver a vigilar al viejo Johnny para ver si el Número Tres iba a recibir el mensaje!

Aquella tarde cuatro de los cinco Pesquisidores se hallaban sentados en la confitería frente al banco donde solía sentarse el viejo. Fatty no estaba con ellos, sino apoyado contra un árbol no muy lejos de allí, al parecer absorto en la lectura de un periódico, y teniendo junto a él su bicicleta, en espera de la llegada del viejo. ¡Él esperaba que acudiera!

Las bicicletas pertenecientes a los otros hallábanse amontonadas a un lado de la tienda de refrescos. Los niños estaban tomando helados y vigilando el banco de enfrente con el mismo interés que Fatty.

Alguien se acercó renqueando y dobló la esquina. ¡Hurra! Era el viejo completo, con sus sorbetones, su pipa y su tos. Tomó asiento en el banco lanzando un ligero gemido, exactamente igual a como lo hiciera Fatty cuando se disfrazó.

Luego se inclinó sobre su bastón y pareció que iba a dormirse. Los niños aguardaron mientras sus helados se derretían en las copas. ¿Habría recibido el viejo Johnny un mensaje del Número Cinco para entregárselo al Número Tres?

Un ruido les sobresaltó violentamente. ¡Era el ruido de una bocina! Fatty también pegó un respingo, y alzando la cabeza del periódico, vio un hombre montado en bicicleta que bajaba por la calle Alta, y en vez de timbre llevaba bocina.

El hombre fue hasta el banco, tocó la bocina, y desmontó de la bicicleta que dejó apoyada en la acera, yendo luego a sentarse en el banco cerca del viejo.

El anciano ni siquiera levantó la vista. ¿Entonces cómo sabía si era o no el Número Tres? Era sordo y no oía si se le hablaba en voz baja. Fatty se exprimía el cerebro pensando.

«¡Claro! —pensó de pronto—. Esa bocina tan fuerte avisa siempre al viejo la llegada del Número Tres cuando viene a sentarse a su lado en el banco. ¡Claro! Vaya, eso es ser listo.»

El viejo no hacía el menor caso del otro hombre. Fatty los observaba atentamente, pero no pudo sorprender ningún movimiento de los labios del viejo, ni que le entregase ningún papel con el mensaje.

Durante algunos momentos los dos hombres permanecieron sentados juntos, y luego el viejo Johnny, sentándose más erguido comenzó a trazar dibujos en el polvo con el extremo de su bastón. Fatty observó más atentamente para ver si el viejo hablaba, pero no pudo ver qué moviese siquiera los labios... ¡a menos que pudiese hablar como los ventrílocuos!

Al cabo de un par de minutos el otro hombre se levantó, alejándose en su bicicleta y haciendo sonar su bocina... pero en dirección a la tienda de refrescos. Los cuatro niños estaban muy excitados. ¿Para qué iría allí?

Bets lanzó una ligera exclamación al verle entrar, y Pip le propinó un puntapié por debajo de la mesa, temeroso de que los descubriera. Bets, luego de mirar al hombre, se dispuso a terminar su helado haciendo bastante ruido con la cucharilla.

—Una caja de fósforos —dijo el hombre poniendo una moneda sobre el mostrador.

Ninguno quiso mirarle por temor a despertar sus sospechas.

Se marchó encendiendo un cigarrillo.

—¡«Tiene los ojos extraños»! —exclamó Bets—. ¡Es él! ¡ Lleva bocina en su bicicleta y tiene los ojos extraños! ¡Ooh... esto se pone emocionante!

Fatty, junto al árbol, vio entrar y salir de la tienda a aquel hombre, y doblando el periódico rápidamente, montó en su bicicleta cuando pasó junto a él. Le siguió a una distancia prudente, preguntándose si habría recibido el mensaje, y si iba a llevarle hasta las perlas tan misteriosamente desaparecidas.

—Vamos —dijo Larry saliendo rápidamente de la tienda—. Nosotros hemos de seguirle también.

El hombre se dirigía a la feria. Estuvo paseando un poco y luego fue a la exposición de figuras de cera, pero sólo asomó la cabeza y volvió a salir.

Fatty también asomó la cabeza, pero aparte de que estaba lleno de gente que admiraba las figuras de cera, no había nada nuevo que ver. Napoleón estaba vestido y ocupaba de nuevo su lugar, y el muchacho pelirrojo estaba contando una historia extraordinaria de cómo aquella noche, Napoleón se había ido de su sitio, desnudado y acostado dentro de un armario.

—¡Cuentista! —le dijeron unos niños que le escuchaban—. ¡Qué tontería!

—Y lo que es más —prosiguió el muchacho pelirrojo disfrutando inmensamente—, ese policía de cera que veis ahí, ¿le veis? Pues bien, fue a esconderse detrás de esa cortina. ¡Pasan unas cosas!

A Fatty le hubiera gustado oír algo más, pero el hombre a quien seguía se había ido, y él tuvo que irse también para no perderle. El hombre había dejado su bicicleta junto al seto y puesto un candado en la rueda de atrás, de manera que Fatty comprendió que su intención era quedarse un rato por allí.

Los otros Pesquisidores se acercaron y Fatty les guiñó un ojo.

—¡Parece como si fuera a pasar un par de horas en la feria! —les dijo.

El hombre iba de un lado a otro sin rumbo fijo. Ni siquiera montó en el tiovivo, ni probó suerte en el tiro de anillas, ni subió a los autos-choque... se limitó a deambular. De vez en cuando se detenía ante la exposición de figuras de cera y asomaba la cabeza, pero no entraba. Fatty se preguntó si esperaría a alguien que debía reunirse con él allí.

«¡Yo no creo que sepa dónde están las perlas! —pensó Fatty—. ¡O seguramente hubiera ido enseguida a buscarlas! ¡Vaya, cuánta gente hay hoy en la feria!»

Era evidente que aquel hombre pensaba lo mismo. Y le hizo una pregunta al hombre del tiro de anillas.

—¡Cuánta gente hay hoy! ¿Qué ocurre?

—¡Han venido de Shepsale, es una especie de excursión! —explicó el hombre—. Se marchan a las cuatro y entonces esto se vaciará un poco. ¡Aunque a nosotros nos conviene!

El hombre asintió, y luego dirigióse a donde había dejado su bicicleta y le quitó el candado. Fatty le siguió. Era evidente que el hombre había desistido de hacer lo que se proponía debido a la aglomeración de gente. Probablemente volvería. Fatty debía seguirle. Pensaba dejar a los otros en la feria, porque estaba seguro de que él y el hombre volverían más pronto o más tarde, cuando los viajeros se hubiesen ido.

Tuvo tiempo de dar un rápido mensaje a Larry, y luego corrió a montar en su bicicleta para seguir a aquel hombre todo lo cerca que se atrevió. Doblaron la esquina y el hombre hizo sonar su bocina, mec-mec.

¡Y en dirección contraria llegaba Goon en «su» bicicleta! Casi chocaron. Goon, que había oído la bocina, fijó su vista en el acto en aquel hombre. ¿Sería el Número Tres? ¡Debía serlo! Al parecer era el único hombre en varios kilómetros a la redonda que llevaba bocina en su bicicleta en lugar de timbre, por alguna razón particular que Goon no pudo adivinar.

Goon decidió inmediatamente seguir al Número Tres sin perderle de vista. Visiones de collares de perlas aparecieron ante sus ojos. Goon estaba seguro de que el Número Tres sabía dónde estaban las perlas. Y salió en persecución del Número Tres.

Y tras él fue Fatty, contrariado y furioso. ¿Es que Goon iba a llegar primero «otra vez»? Goon oyó que iba alguien detrás de él y se volvió frunciendo el ceño.

«¡Otra vez aquel niño gordo! También él perseguía al Número Tres. ¡Bah! —se dijo Goon para sus adentros—, ¡ese sapo entrometido!»

CAPÍTULO XX
UN PASEO LARGO. Y UNA IDEA

Other books

Falling For A Redneck by Eve Langlais
Rocky Mountain Miracle by Christine Feehan
Chinese Handcuffs by Chris Crutcher
Marking Melody by Butler, R.E.
An Improper Proposal by Cabot, Patricia
The Enchanted Land by Jude Deveraux
A Passion for Killing by Barbara Nadel
The Porridge Incident by Herschel Cozine
Born of Fire by Edwards, Hailey