Misterio del collar desaparecido (13 page)

BOOK: Misterio del collar desaparecido
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Pronto, el pobre y rígido Napoleón no tuvo nada más encima que una especie de calzoncillos sin forma alguna, Los niños lo cogieron en brazos para llevarlo a un armario. Le metieron dentro y cerraron la puerta. Luego Fatty se desnudó a toda prisa guardando sus ropas dentro del armario junto a Napoleón.

Entonces Larry le ayudó a ponerse el traje de Napoleón. Le sentaba muy bien, y sólo tuvo que emplear uno de los imperdibles que le diera Daisy. Al ajustarse la chaqueta las medallas tintinearon.

—¡Fatty! ¡Estás espléndido con ese uniforme! —exclamó Larry con admiración—. ¡De veras te lo digo! Ahora el sombrero... ¡cielos, te sienta como si te lo hubiesen hecho a medida!

Fatty hizo que Larry sostuviera en alto un espejito para verse el rostro. Tenía el mismo tono rosado de las figuras de cera que le rodeaban. Fatty colocó un mechón liso de sus cabellos sobre la frente igual que el Napoleón de cera. Luego puso la mano bajo la chaqueta, se mantuvo completamente inmóvil y miró fijamente ante sí.

Larry no encontraba bastantes palabras para elogiarle.

—¡Nadie, «nadie» podría adivinar que no eres una figura de cera! —dijo—. ¡Estás maravilloso, Fatty! ¡La verdad es que te pareces tú más de cera que el Napoleón que había antes! ¡Ojala pudieses verte! ¡Cielos, es maravilloso!

Fatty estaba satisfecho. Sonrió modestamente ante Larry, aunque no demasiado, por temor a que se le resquebrajase la cera del rostro.

—Sólo tus ojos son distintos a los de las otras figuras de cera —dijo Larry—. Tienen una luz... que no se ve en los otros. Los tuyos brillan.

—¡Bueno, espero que no brillen demasiado! —dijo Fatty—. Ahora será mejor que te vayas, Larry. Son casi las ocho y media, ¿verdad? Puede que los hombres lleguen temprano.

—Bien —replicó Larry... y de pronto se quedó paralizado por el miedo. ¡Parecía como si alguien estuviese abriendo la puerta de la sala!

—¡Vete, deprisa! —le dijo Fatty en un susurro, y Larry salió corriendo abriéndose camino cautelosamente entre las inmóviles figuras hasta llegar a la ventana del fondo de la sala. La abrió con sumas precauciones, saltó al exterior, y volvió a cerrar enseguida. Se ocultó tras un arbusto y estuvo allí sin atreverse a respirar, mientras secaba el sudor de su frente.

Se imaginaba a la banda entrando silenciosamente, y se alegró de no estar en el pellejo de Fatty, allí solo, escondido entre las figuras de cera. ¡Cielos, había salido con el tiempo justo!

Fatty esperaba con gran excitación a que se abriera la puerta de la sala. ¿Quién entraría? ¿El jefe de la banda? ¿Todos los hombres? ¿Conocería a alguno de ellos?

Seguía oyéndose ruido en la puerta. Al parecer quien trataba de abrir tenía dificultades con la llave. Pero al fin giró en la cerradura y la puerta se abrió en silencio. ¡Alguien entró, cerró la puerta... y la cerró con la llave! ¿Por qué la cerraba? Fatty estaba intrigado. ¿Es que los otros no iban a venir?

La persona que acababa de entrar se movía silenciosamente por la sala y la luz del farol de la calle le iluminó. Fatty se llevó una sorpresa tremenda.

¡Era el señor Goon!

«¡Goon! —pensó Fatty, y casi se cae del escalón—. ¡El viejo Ahuyentador! ¡Goon! Pero, ¿entonces es uno de la banda? ¡Goon aquí, con los ladrones! ¿Qué significaba esto?»

Goon comenzó a hacer varias cosas muy peculiares. Se fue acercando a Fatty y detrás de él buscó una figura de cera determinada. Fatty no sabía cuál era, pues no se atrevió a moverse ni a volverse para ver lo que Goon estaba haciendo.

Entonces el señor Goon levantó la figura y jadeando ruidosamente la llevó hasta una gran ventana donde había una enorme cortina. Entonces Fatty pudo ver la figura que llevaba el señor Goon.

¡Era el policía de cera! El señor Goon la colocó detrás de la cortina y luego fue a situarse en el lugar donde había estado la figura de cera.

En aquel instante Fatty lo comprendió todo con la rapidez del rayo, y casi lanza un gemido de desilusión,

«Claro... Goon había leído el mensaje secreto en la lista de ultramarinos a pesar de todo... descubriendo al igual que otros, que aquella noche iba a celebrarse allí una reunión de la banda... y tuvo la misma idea... ¡Ocupar el lugar de una de las figuras de cera y escucharlo todo! ¡Diantre... es más inteligente de lo que yo había pensado!»

¡Pobre Fatty! Para él fue una gran sorpresa y una gran desilusión saber que el policía lo oiría todo, logrando resolver el misterio al fin y al cabo. Al conocer a la banda... y sus planes... ¡podría arrestarlos enseguida!

Pero no se atrevía a habérselas con toda la banda él solo. No... aquél no podía ser su plan. ¿Entonces cuál era? Fatty se devanaba los sesos y sentíase furioso y desilusionado al pensar que Goon había sido lo bastante inteligente como para que se le ocurriera exactamente la misma idea que a los Pesquisidores.

«Pero para «mí» fue mucho más difícil —pensaba Fatty—. Yo tuve que desnudar a la figura de Napoleón y volver a vestirme yo. Goon sólo ha tenido que colocarse en el lugar del policía de cera. ¡Siempre le encontramos un gran parecido con Goon! ¡Maldición! Todo se ha estropeado.»

Fatty hubiera dado cualquier cosa por volverse y ver qué aspecto tenía Goon, inmóvil detrás de él. Goon respiraba pesadamente, como siempre que estaba excitado. ¡Fatty se preguntó si se acordaría de respirar más quedo cuando entrase la banda! Luego Goon tosió ligeramente para aclarar su garganta.

«Claro, piensa que aquí no hay nadie más —pensó Fatty—. Así que no importa que haga ruido. Yo también quiero toser... pero no me atrevo, porque Goon sospecharía enseguida. Qué susto se llevaría si oyera toser a una de las figuras. ¡Quisiera saber si se asustaría lo bastante como para salir corriendo de aquí enseguida! ¡No, no creo que lo hiciera!»

El señor Goon cambió los pies de posición y sorbió. Luego sacó su pañuelo para sonarse.

¡Inmediatamente Fatty quiso sonarse también! Era terrible desear sonarse cuando no se atrevía a hacer el menor movimiento. ¡Fatty aborrecía infinitamente al señor Goon en aquellos momentos! ¡Lo estropeaba todo! Disfrutaba tosiendo y sonándose: ¡Esperando el gran momento... y soñando en ascender!

Entonces se oyeron voces fuera. Introdujeron una llave en la cerradura y la puerta se abrió.

«¡Oh! —pensó Fatty—. El señor Goon tiene un duplicado de la llave. Ha trazado bien sus planes. ¡Y ha cerrado la puerta con llave después de entrar para que no sospechasen, como lo hubiesen hecho de encontrar la puerta abierta!»

Entraron cuatro hombres, y Fatty aguzó la vista para ver sus caras, pero todos llevaban sombreros de fieltro calados hasta las orejas. No llevaban luz, ni linternas. Al parecer les bastaba con la escasa claridad procedente del exterior.

Cogieron sillas y se sentaron. Aguardaron un poco sin decir nada. Fatty se preguntó el porqué, y bien pronto lo supo.

—¿Dónde está el Número Tres? —dijo uno de los hombres, impaciente—. Debiera estar aquí. ¿No le avisaste, Número Cinco?

—Sí, le envié un mensaje —dijo otro de los hombres—. En un cigarrillo que le di al viejo Johnny. No tardará.

Volvieron a esperar en silencio. Uno de los hombres sacó un reloj para consultarlo.

—No podemos esperar más —dijo—. Hay que actuar esta noche.

—¿Esta noche? —exclamó otro de los hombres—. ¿Dónde? Esta vez actuamos todos, ¿no?

—Todos nosotros —dijo el primero—. Excepto el Número Tres, puesto que no está aquí. Esta noche hemos de robar las perlas Castleton.

—¡Cáspita! —exclamaron dos de los hombres—. ¡Buen bocado!

—Muy bueno —replicó el primero—. Ahora escuchad... éstos son los planes. Tú, Número Dos, tienes que conducir, y tú...

Fatty y el señor Goon escuchaban y observaban intensamente. El señor Goon se acordó de no respirar fuerte, y en cuanto a Fatty, no se atrevía ni a respirar. Oyeron todos los detalles del nuevo robo que debía llevarse a cabo aquella noche. Pero por más que lo intentó, Fatty no pudo ver con claridad el rostro de aquellos hombres.

Empezó a pensar intensamente. Los hombres no tardarían en marcharse. Una vez se hubieran ido tendría que buscar un teléfono para decirle al inspector todo lo que sabía... y el robo podría evitarse. Entonces recordó al señor Goon. ¡Maldición! Goon sería el encargado de hacerlo y no Fatty.

El pobre señor Goon no sentíase muy feliz precisamente en aquel momento. Tenía ganas de estornudar. Sentía aproximarse el estornudo, tenía intención de salir. ¡Acchhís!

CAPÍTULO XVI
EL SEÑOR GOON JUEGA UNA MALA PASADA

No fue un estornudo muy grande porque el señor Goon había tratado valientemente de contenerlo, y le salió bastante suave, pero fue lo suficiente para sobresaltar a los hombres y también a Fatty que casi se muere del susto.

Los hombres se pusieron en pie de un salto y miraron a su alrededor.

—¿Qué ha sido eso? ¡Aquí hay alguien! ¡Nos están espiando!

Fatty estaba muy asustado. Los ojos de aquellos hombres brillaban bajo sus sombreros y el que había hablado lo hizo en tono salvaje. El niño estaba completamente inmóvil. ¡El muy tonto y estúpido Goon descubriéndose de aquella manera!

—¡Aquí hay alguien! ¿Quién es? ¡Salga enseguida! —gritó uno de los hombres. Ni Goon ni Fatty hicieron movimiento alguno y todas las figuras de cera contemplaron impávidos el grupo de hombres.

—Es que uno se pone nervioso aquí dentro con todas esas figuras mirándonos —dijo el primero—. ¡Pero una es de verdad! ¡De eso no cabe duda! Vamos... pronto lo averiguaremos. Tengo una linterna.

A Fatty le latía muy deprisa el corazón. Esperaba con todas sus fuerzas que los hombres descubrieran a Goon antes que a él, pero por desgracia Fatty estaba en primera fila y Goon detrás.

Uno de los hombres llevaba una linterna muy potente, y acercándose a Nelson iluminó su rostro. Nelson continuó mirando impertérrito ante sí.

—Éste es de cera —dijo el hombre pasando a iluminar el siguiente que era un soldado muy alto.

El soldado no hizo el menor movimiento. Era evidente que era de cera, pues tenía una pequeña señal en una mejilla que se la hicieron dándole un golpe cuando le trasladaban de un sitio a otro.

Una tras otra fueron iluminadas las figuras de cera, y una tras otra contemplaron sin pestañear el vacío por encima de la cabeza del hombre de la linterna. Fatty comenzó a temblar. ¿Sería capaz de sostener la mirada sin pestañear? Eso esperaba.

Le llegó el turno. La linterna le dio de lleno en el rostro repentinamente y no pudo evitar un parpadeo instantáneo. Sus ojos se cerraron y abrieron automáticamente, aunque él hizo todo lo posible por evitarlo. Esperaba que el hombre no se hubiera fijado. Pero había algo en los ojos brillantes y llenos de vida de Fatty, que llamaron la atención del hombre enseguida, igual que el parpadeo, y cogiéndole del brazo notó que era cálido y blando.

—¡Aquí está! —exclamó—. ¡Aquí está el espía! ¡Estaba mirándonos y escuchándolo todo!

El pobre Fatty fue arrastrado del escalón y llevado hasta el centro de la sala. Estaba asustado, pero quiso hacer frente a los hechos con valentía.

—¿Quién eres? —le dijo el primer hombre iluminándole el rostro con la linterna.

—Napoleón —dijo Fatty tratando de salvar la situación— ¡Sólo lo hice por bromear!

—Es un niño —dijo uno de los hombres quitándole el sombrero de Napoleón—. ¿Cuántos años tienes?

—Catorce —repuso Fatty.

Los hombres le miraron.

—¿Qué vas a hacer con él? —dijo uno—. No podemos llevarle en el coche con nosotros... sería demasiado arriesgado. Y no podemos llevarle a ninguna parte porque si no hacemos a tiempo nuestro trabajo, fracasaremos. Lo que necesita es un buen interrogatorio y una buena zurra y lo tendrá... pero no ahora. Es hora de que nos marchemos.

—Volveremos más tarde con el botín —dijo otro de los hombres—. Le ataremos y amordazaremos, y le esconderemos dentro de ese armario que hay ahí. Así no podrá delatarnos. Ya nos ocuparemos de él cuando volvamos. No puede saber nada del trabajo de esta noche, excepto lo que acaba de oír, así que no puede haber advertido a nadie.

—Bien —replicó el otro hombre, y entonces lo empezó a pasar mal el pobre Fatty. Le enrollaron en una cortina, con las manos y los pies atados, y le pusieron un gran pañuelo alrededor de su boca. Luego le metieron dentro del armario con Napoleón y cerraron la puerta con llave.

Su único consuelo era pensar que el señor Goon seguía allí inmóvil sin despertar sospechas, y en cuanto se marchasen los hombres, estaba seguro de que Goon acudiría a rescatarle y desatarle. Y entonces, él, Fatty, tomaría parte en la investigación al fin y al cabo.

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