Read Misterio del collar desaparecido Online
Authors: Enid Blyton
A las nueve, los Cinco Pesquisidores estaban reunidos en el jardín de Pip, comentando una y otra vez los sucesos de la noche anterior. Todos estaban muy indignados con Goon por haber dejado a Fatty dentro del armario.
—Vamos a hacerle creer que Fatty ha desaparecido —dijo Larry con una mueca—. Iremos a esperarle al pueblo, y cada vez que pase le preguntaremos si ha sabido algo de Fatty.
De manera que a las nueve y media, los niños, con excepción de Fatty, naturalmente, estaban cerca de la casa de Goon, esperando que saliera. Larry se había colocado en la esquina, Pip cerca de la casa y Daisy y Bets no andaban muy lejos.
Larry lanzó un silbido cuando vio a Goon que salía con su bicicleta dispuesta a ver al inspector. Estaba muy elegante, porque había cepillado su uniforme y limpiado su casco, su correaje y sus zapatos, y estuvo frotando sus botones para hacerlos brillar. Era la imagen viva de un policía elegante esperando su ascenso.
—¡Oiga, señor Goon! —gritó Pip cuando el señor Goon se disponía a montar en su bicicleta—. ¿Sabe usted dónde está nuestro amigo Federico?
—¿Por qué iba a saberlo yo? —replicó Goon, pero el corazón le dio un vuelco. ¡De manera que el niño había desaparecido!
—Bueno, pensamos que a lo mejor usted lo sabría —dijo Pip—. Supongo que usted no le habrá visto.
El señor Goon no podía decir que no, y montando en su bicicleta se alejó con el rostro sonrojado. Esperaba que aquel niño, Fatty, no le buscase complicaciones ahora que él, Goon, lo estaba haciendo todo tan bien que le felicitarían.
Pasó junto a Daisy y Bets, y Daisy le gritó:
—¡Oh, señor Goon! ¿Ha visto usted a Fatty? ¡Díganoslo, por favor!
—No sé dónde está —repuso Goon, desesperado, y sin detenerse, ¡pero en la esquina estaba Larry!
—¡Señor Goon, señor Goon! ¿Ha visto usted a Fatty? ¿Sabe usted dónde está? ¿Cree usted que puede haber desaparecido? Señor Goon, díganos dónde está. ¿Le ha encerrado usted?
—¡Claro que no! —replicó Goon—. Ya aparecerá. ¡Volverá, como la falsa moneda, ya veréis! ¡Podéis estar bien seguros!
Y siguió su camino muy preocupado. ¿Dónde «podría» estar el niño? ¿Es que acaso el ladrón que se escapó se habría llevado a Fatty? No, no era probable. Pero ¿«dónde estaba» el niño?
El inspector aguardaba al señor Goon en su despacho. Sobre su escritorio había varios informes de lo ocurrido la noche anterior, enviados, no sólo por Goon, sino por otros dos policías que le habían ayudado en la detención, y otros detectives que habían intervenido en el caso.
También tenía informes de lo que habían dicho los tres prisioneros al ser interrogados. Se había realizado un buen trabajo... de eso no había duda..., pero algo preocupaba al inspector.
El señor Goon lo comprendió en cuanto entró en el despacho. Había esperado y deseado encontrar al inspector todo sonrisas y alabanzas. Pero no... su superior tenía un aire solemne y un tanto preocupado. ¿Por qué?
—Bien, Goon —le dijo el inspector—, parece ser que ha realizado un buen trabajo en este caso. Pero es una lástima lo de las perlas, ¿no cree?
El señor Goon tragó saliva.
—¿Las perlas, inspector? ¿Qué les ha ocurrido? Nosotros las cogimos... se las quitamos a uno de la banda.
—Ah... pero comprenda... ésas no son las perlas robadas —repuso el inspector en el mismo tono amable—. No, Goon... ¡es sólo un collar barato que ese individuo pensaba regalar a su novia! ¡Las perlas «auténticas» han desaparecido!
La boca del señor Goon se abría y cerraba como la de un pez. No podía dar crédito a sus oídos.
—Pero, inspector... si cogimos a los ladrones con las manos en la masa. Y el que escapó era el que estaba de guardia en el jardín. Él no tuvo nada que ver con el robo. Fueron los tres que estaban arriba quienes lo hicieron... y a esos los cogimos.
—Sí, les cogieron y, como ya le dije, fue un buen trabajo —dijo el inspector—, pero me temo, Goon, que uno de los ladrones de arriba, al ver que habían sido descubiertos, arrojó las perlas por la ventana al hombre que estaba abajo. Debió guardárselas en el bolsillo, y cuando le detuvieron, supo debatirse con tal violencia que logró escapar... «con» las perlas. Es una lástima, ¿verdad?
El señor Goon estaba perplejo. Cierto que habían detenido a tres de la banda... pero las perlas habían desaparecido. Él había esperado para coger a los hombres con las manos en la masa, porque estaba seguro de poder recuperarlas cuando los detuviera..., y ahora resultaba que al fin y al cabo el robo había tenido éxito. Uno de la banda se las había llevado y no cabía duda de que se desharía de ellas con toda rapidez.
—Es... es muy lamentable, inspector —dijo el pobre señor Goon.
—Bueno... oigamos su relato —prosiguió el inspector—. Usted sólo tuvo tiempo de enviar un informe muy breve... ¿qué es todo eso de pasar como si fuera una figura de cera?
El señor Goon estaba orgulloso de su hazaña y se la contó con profusión de detalles al interesado inspector, pero al llegar al punto en que había estornudado cuando los hombres detuvieron a Fatty, en lugar de cogerle a él, el inspector Jenks se irguió en su asiento.
—¿Es que trata usted de decirme que Federico Trotteville estaba allí? —exclamó—. ¿Y también posando? ¿En lugar de quién?
—De Napoleón, inspector —repuso Goon—. Entrometiéndose como de costumbre. Ese niño siempre tiene que meter la nariz en todo. Bien, inspector, cuando los hombres se marcharon para llevar a cabo el robo, yo salí tras ellos, fui hasta una cabina telefónica y...
—Espere un poco, espere un poco —dijo el inspector—. ¿Y qué le ocurrió a Federico?
—¿A él? ¡Oh!, pues... poca casa —dijo Goon tratando de acabar cuanto antes con aquello—. Sólo le ataron un poco y le encerraron dentro de un armario. No le hicieron ningún daño. Naturalmente que si hubieran sido rudos con él, yo hubiera intervenido enseguida, inspector.
—Naturalmente —dijo el inspector muy serio—. Bien, supongo que usted iría a desatarle y le sacaría del armario antes de correr al teléfono.
El señor Goon se puso como la grana.
—Pues... a decir verdad, inspector, no me pareció que tuviera tiempo para ello... y además, inspector, el asunto de anoche era peligroso y no creí que ese niño debiera intervenir. Ese niño es la peste para meterse en todas partes, y...
—Goon —dijo el inspector y el policía se detuvo en seco para mirar a su superior, que se había puesto muy serio—. Goon, ¿quiere decir que dejó a ese niño atado y amordazado en el armario? No puedo creerlo en usted. ¿A qué hora le soltó?
El señor Goon tragó saliva, nervioso.
—Volví a eso de medianoche, inspector... abrí la puerta del armario, y el armario estaba vacío.
—¡Cielo Santo! —exclamó el inspector, sobresaltado— ¿Y sabe usted qué le ha ocurrido a Federico?
—No, inspector —replicó Goon, y el inspector cogió uno de sus cinco teléfonos.
—Tengo que telefonear a su casa para ver si está bien —dijo.
El señor Goon estaba más abatido que nunca.
—Es que... parece ser que ha desaparecido, inspector —dijo, y el inspector dejó el teléfono sin dejar de mirar a Goon.
—¿Desaparecido? ¿Qué quiere usted decir? Esto es muy serio.
—Pues... todo lo que sé es que los otros niños... esos que van siempre con él... no han dejado de preguntarme si sabía dónde estaba su amigo —dijo el señor Goon, desesperado—. ¡Y si ellos no lo saben... pues, puede estar en cualquier parte!
—Debo ocuparme enseguida de este asunto —exclamó el inspector—. Me pondré en contacto con sus padres. Ahora termine su historia deprisa, para que pueda ocuparme del asunto de la desaparición de Federico Trotteville enseguida.
De manera que el señor Goon tuvo que acortar su maravillosa historia y relatar brevemente el resto de los acontecimientos de la noche anterior. ¡Las perlas habían desaparecido a pesar de todo! ¡Qué chasco! Y ahora había desaparecido ese maldito niño y el alboroto que se armaría. En su interior, el señor Goon opinaba que lo mejor sería que Fatty hubiese desaparecido para siempre. ¡Oh!, ¿por qué no le había sacado del armario la noche anterior? Él sabía que debió hacerlo... ¡pero le pareció un buen medio para librarse de aquel niño entrometido!
¿Dónde estaría Fatty? El señor Goon reflexionó profundamente sobre la cuestión mientras recorría la calle del pueblo. ¿Acaso el ladrón que se escapó habría regresado a la exposición, y cogiendo a Fatty como su prisionero se lo había llevado para conservarlo como rehén, o por alguna otra razón? Al señor Goon le entró frío sólo de pensarlo. Si tal cosa ocurría, tendría que soportar el desprecio de todos por no haber libertado a Fatty cuando pudo hacerlo.
Tan absorto estaba en sus pensamientos que no vio un perro pequeño que corría detrás de su bicicleta hasta el punto de hacerle perder el equilibrio y aterrizar en la carretera. El perro correteaba alborozado a su alrededor ladrando desaforadamente.
—¡Lárgate! —le gritó el señor Goon, furioso, reconociendo de pronto a «Buster»—. ¿Quieres largarte?
Se volvió para ver quién iba con «Buster»... y quedó boquiabierto. Tan asombrado estaba que continuó sentado en la carretera mientras «Buster» ladraba a su alrededor.
Allí estaba Fatty sonriéndole. ¡«Fatty»! El señor Goon le miró sin pestañear. Él había dicho al inspector que Fatty había desaparecido... y el inspector se acaloró preocupándose mucho... y ahora tenía ante sí al niño lleno de vida y picardía, como siempre.
—¿Dónde has estado? —le preguntó el señor Goon al fin, apartando a «Buster».
—En casa —replicó Fatty—. ¿Por qué?
—¿«En casa»? —exclamó el señor Goon—. ¿Qué has estado en tu casa? Pues los otros no cesaban de preguntarme dónde estabas, ¿entiendes? Y yo di parte de tu desaparición al inspector. Ahora empezará a buscarte.
—Pero, señor Goon, ¿por qué? —preguntó Fatty con aire inocente— Estoy aquí. Y anoche también estuve en casa. De todas formas, fue usted muy malo dejándome dentro del armario. Eso no lo olvidaré así como así. Se lo prometo.
El señor Goon se levantó.
—¿Cómo saliste del armario? —quiso saber—. Te habían atado. No irás a decirme que te desataste y abriste la puerta del armario tú sólito.
—Usted nunca lo sabrá —replicó Fatty—. Bueno, hasta la vista, señor Goon... y haga el favor de telefonear al inspector para decirle que no me busque. ¡Estaré en casa por si me necesita!
Y se alejó con «Buster» mientras el pobre señor Goon regresaba a casa en su bicicleta con la cabeza convertida en una devanadera. ¡Aquel niño! Primero le encierran, luego desaparece, después vuelve a aparecer... y nadie sabe ni cómo ni por qué. El señor Goon no lograba sacar pies ni cabeza de aquel asunto.
No le gustó tener que llamar al inspector y decirle que acababa de ver a Fatty.
—Pero ¿«dónde» ha estado? —preguntó el inspector, extrañado—. ¿Dónde estuvo anoche?
—En... en su casa, inspector —dijo el pobre señor Goon—. Fueron los otros niños los que me confundieron... preguntándome dónde estaba, y eso es todo, inspector.
El inspector colgó el aparato con impaciencia. ¡La verdad es que Goon parecía idiota algunas veces! El inspector permaneció mirando el teléfono, reflexionando profundamente. Había recibido informes de todas clases acerca de aquel caso... pero ninguno de una persona que al parecer sabía bastante del asunto... y ése era el señorito Federico Trotteville. El inspector hizo otra llamada telefónica, Fatty le contestó.
—Quiero que vengas aquí en tu bicicleta esta misma mañana y que respondas a algunas preguntas, Federico —le dijo el inspector—. Ven enseguida.
De manera que, llevando a «Buster» en su cesta, Fatty dirigióse a la ciudad vecina, preguntándose con algo de temor qué es lo que quería saber el inspector. ¿Pensaría tal vez que había intervenido demasiado en aquel misterio? Habíales advertido a los Pesquisidores que no se metieran porque podría ser peligroso.
El inspector estuvo amable, pero nada más, mientras escuchaba todo el relato de Fatty con gran interés, sobre todo al enterarse de los distintos disfraces utilizados por Fatty.
—Muy interesante —le dijo—. Veo que posees un don especial para eso. Pero no te extralimites. Bueno... supongo que estarás enterado de las detenciones.
—Sólo sé lo que han publicado esta mañana los periódicos, inspector —dijo Fatty—. Sabía que era inútil preguntar nada al señor Goon. Al fin y al cabo estoy un poco decepcionado porque haya sido él quien se ocupara de este misterio mientras yo permanecía encerrado en el armario.
—Debió dejarte salir —dijo el inspector, tajante—. No obró bien. Es algo que no esperaba de un policía. Bien... Federico, como ya sabes se han llevado a cabo tres detenciones... pero el hombre que estaba de guardia en el jardín logró escapar. Y, ¡desgraciadamente parece que ha escapado con las perlas!
—¡Pero si los periódicos dicen que fueron encontradas en el bolsillo de uno de los detenidos! —exclamó Fatty.
—Tenemos noticias más frescas —replicó el inspector Jenks—. Esas perlas eran baratas... las había comprado uno de los hombres para regalárselas a su esposa... o probablemente las robaría en otra parte. Sólo valen unas cuantas libras. Las perlas auténticas han desaparecido.
—Ya —dijo Fatty alegrándose considerablemente—. De manera que el misterio no ha terminado todavía. Hemos de encontrar las perlas. ¿Cree usted que podrá encontrar al hombre que escapó? Tal vez hablase y dijera dónde escondió las perlas.