Mirrorshades: Una antología cyberpunk (35 page)

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Authors: Bruce Sterling & Greg Bear & James Patrick Kelly & John Shirley & Lewis Shiner & Marc Laidlaw & Pat Cadigan & Paul di Filippo & Rudy Rucker & Tom Maddox & William Gibson & Mirrors

Tags: #Relato, Ciencia-Ficción

BOOK: Mirrorshades: Una antología cyberpunk
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Stone no es capaz de entenderla y se lo dice.

—Permítame ponerle al tanto. Puede que cambie algunas de sus concepciones. Es consciente del propósito que hay en la Segunda Convención Constitucional, ¿lo es? Se ocultó con frases grandilocuentes como «desencadenar la fuerza del sistema americano y enfrentarse a la competencia extranjera cara a cara, asegurando la victoria para los negocios americanos, la cual abriría el camino para la democracia en todo el mundo». Todo con un tono de gran nobleza. Pero el resultado fue bastante distinto. Los negocios no tienen interés por ningún sistema político en sí. Los negocios cooperan en tanto en cuanto alcanzan sus propios intereses. Y el interés primario de los negocios es el crecimiento y el poder. Una vez establecidas las ZLE, las corporaciones se libraron de toda atadura, se enzarzaron en una lucha primitiva, que aún hoy continúa.

Stone trata de digerir sus palabras. No ha visto lucha abierta en su viaje. Pero, aun así, ha sentido vagamente subterráneas corrientes de tensión en todas partes. Pero seguramente ella está exagerando las cosas. ¿Por qué convierte el mundo civilizado en algo no demasiado diferente a una versión a gran escala de la anarquía de la Chapuza?

Como si leyera en su mente, Citrine añade:

—¿Alguna vez se ha preguntado por qué la Chapuza permanece en ruinas, y oprimida en mitad de la ciudad, señor Stone, con su gente en la miseria?

De pronto, todas las pantallas de Citrine, obedientes a una orden silenciosa, relampaguean con escenas de la vida en la Chapuza. Stone da un paso atrás. Ahí están los sórdidos detalles de su juventud; callejones apestando a orines, con formas cubiertas por harapos que están a medio camino entre el sueño y la muerte, el caos alrededor de la Oficina de Inmigración, la valla coronada con su filo de alambre, cerca del río.

—La Chapuza —continúa Citrine— es un territorio en disputa. Así ha sido durante más de ochenta años. Las corporaciones no se ponen de acuerdo sobre quién la va a desarrollar. Cualquier mejora hecha por una es inmediatamente destruida por el equipo táctico de otra. Ésta es la clase de impasse que prevalece en gran parte del mundo.

»Todo el mundo querría ser llevado a un paraíso terrenal gracias a su bolsillo, del mismo modo que un devoto de Krisna lo quiere ser por su coleta. Pero es este mosaico de pequeños feudos lo que hemos conseguido.

Las ideas de Stone están confusas. Vino esperando ser examinado y para soltar todo lo que sabía. Sin embargo le han dado una conferencia, y se le ha provocado, como si Citrine le estuviera probando para ver si él es un interlocutor adecuado para debatir. «¿He aprobado o he suspendido?»

Citrine contesta la pregunta con sus siguientes palabras:

—Es suficiente por hoy, señor Stone. Váyase y siga pensando. Hablaremos en otra ocasión.

Durante tres semanas Stone se encuentra con Citrine casi a diario. Juntos exploran el confuso conjunto de las preocupaciones de ella. Stone gradualmente se siente más seguro de sí, expresando sus opiniones y observaciones con un tono más firme. No siempre coinciden con las de Citrine, aunque en general siente una sorprendente afinidad con la anciana.

Algunas veces parece como si ella estuviera guiándole, como enseñando a un aprendiz, y ella se siente orgullosa de sus progresos. Otras veces, se mantiene distante y reservada.

Estas últimas semanas han traído otros cambios. Aunque Stone no se ha vuelto a acostar con June desde aquella noche decisiva, ya no la signe viendo bajo la forma de sirena de sus retratos, y ha dejado de pensar en ella de esa manera. Son sólo amigos, y Stone la visita con frecuencia pues disfruta de su compañía, y siempre le agradecerá su papel en su rescate de la Chapuza.

Durante sus entrevistas con Citrine, su mascota se convierte en un espectador habitual. Su enigmática presencia confunde a Stone. No ha encontrado ningún rastro de afecto sentimental en Citrine, y no puede imaginar el porque de su cariño hacia la criatura.

Finalmente, un día Stone pregunta a Citrine por qué la tiene, sus labios se curvan en lo que se podría parecer a una sonrisa.

—Egipto es mi piedra de toque para la verdadera perspectiva de las cosas, señor Stone. Quizás no reconoce su raza —Stone admite su ignorancia—. Este es un
Aegyptopithecus Zeuxis,
señor Stone. Su raza apareció hace varios millones de años. Actualmente es el único ejemplar que existe, un clon o, mejor dicho, una recreación basada en células fósiles.

»Ella es su antepasado, y el mío, señor Stone. Antes de los homínidos, era la representante de la humanidad en la tierra. Cuando la acaricio, contemplo lo poco que hemos avanzado.

Stone se gira y se marcha ofendido, infinitamente asqueado por la antigüedad de la bestia, lo cual es percibido por la señora.

Esta es la última vez que verá a Alice Citrine.

Es de noche.

Stone descansa solo en la cama, repasando instantáneas de la historia pre-ZLE que se había pasado por alto, en la pantalla de su terminal.

De pronto se escucha un fuerte crujido como la descarga simultánea de millares de arcos de electricidad estática. En ese segundo exacto, suceden dos cosas:

Stone siente un instante de vértigo.

Sus ojos se apagan.

Aparte de ese shock, una explosión por encima de su cabeza hace balancearse toda la estructura de la Torre Citrine.

Stone se pone de pie inmediatamente, vestido sólo con los calzoncillos, descalzo como en la Chapuza. No puede creer que esté ciego otra vez. Pero así es. De vuelta al oscuro mundo del olor y el sonido y el tacto.

Las alarmas se disparan por todas partes. Stone corre hacia la habitación principal con ahora su inútil panorama de la ciudad. Se acerca a la puerta pero no puede abrirla. Alcanza el control manual pero vacila.

¿Qué puede hacer mientras esté ciego? Se caería, molestaría a los demás. Mejor permanecer aquí y esperar a ver qué pasa.

Stone piensa en June, luego casi puede oler su perfume. Seguramente bajará de un momento a otro para decirle qué está pasando. Eso es, esperará a June.

Stone recorre nervioso la habitación, pasan tres minutos. No puede creer que haya perdido la vista. Sin embargo, de algún modo, sabía que esto ocurriría.

Las alarmas se han parado, permitiendo a Stone escuchar casi subliminalmente pasos en el corredor, dirigiéndose hacia su puerta. ¿June, por fin?

No, algo anda mal. El sentido de la vida de Stone niega que el visitante sea alguien que él conozca.

Los sentidos de la Chapuza de Stone vuelven a tomar el mando. Deja de especular sobre qué está pasando; todo es precipitación y miedo.

Las cortinas en la habitación están sujetas con cordones de terciopelo. Stone saca uno a toda prisa, y se sitúa a un lado de la puerta de la entrada.

La onda de choque que alcanza a la puerta casi derriba a Stone. Cuando recupera su equilibrio, siente el sabor a sangre, y al instante un hombre se precipita dentro, dejándolo a él a su espalda.

Stone se coloca detrás del tipo corpulento, salta como un rayo y rodea su cintura con las piernas, pasándole el cordón alrededor del cuello.

El hombre deja caer la pistola y se lanza contra la pared. Stone siente cómo se le rompen algunas costillas, pero aprieta el cordón, tensando sus músculos al máximo.

Ambos se mueven por la habitación rompiendo muebles y vasos, enganchados en algo parecido a una obscena postura de apareamiento.

Finalmente, después de una eternidad, el hombre se derrumba, aterrizando pesadamente encima de Stone.

Stone no deja de apretar, hasta que está seguro de que el hombre ha dejado de respirar.

Su atacante está muerto.

Stone vive.

Se remueve para salir de debajo de la masa inerte, tembloroso y herido.

Cuando logra salir, escucha a gente acercándose, hablando.

Jerrold Scarfe es el primero en entrar, llamando a Stone por su nombre. Cuando ve a Stone, Scarfe grita:

—Poned esa camilla allí.

Los hombres colocan a Stone en la camilla y comienzan a sacarlo.

Scarfe camina a su lado e inicia una conversación surrealista.

—Descubrieron quién era, señor Stone. Ese maldito cabrón se nos coló. Nos atacaron con una emisión electromagnética dirigida que acabó con toda nuestra electrónica, incluyendo su vista. Puede que haya perdido unas pocas células cerebrales cuando estalló, pero nada que no pueda arreglarse. Tras la EMD lanzaron un misil al piso de Citrine. Me temo que murió inmediatamente.

Stone siente como si lo hubieran partido en mil pedazos, tanto física como mentalmente. ¿Por qué Scarfe le estaba contando esto? ¿Y qué pasaba con June?

Stone balbucea su nombre.

—Está muerta, señor Stone. Cuando los asaltantes designados para atraparla comenzaron a trabajar en ella, se suicidó con una cápsula de toxinas implantada.

Todas las lilas se mustian cuando el invierno se acerca.

El equipo de la camilla ha llegado a la zona médica. Stone es colocado en una cama y manos limpias comienzan a curar sus heridas.

—Señor Stone —continúa Scarfe—. Debo insistir en que escuche esto. Es necesario y sólo le llevará un minuto.

Stone ha comenzado a odiar esta voz insistente. Pero no puede cerrar los oídos o caer en una bendita inconsciencia, por lo que está forzado a escuchar el cassette de Scarfe.

Se trata de Alice Citrine.

—Sangre de mi sangre —comienza ella—, más cercano a mí que un hijo. Eres el único en quien he confiado.

El malestar desaparece de Stone mientras todo se ordena y descubre quién es él.

—Escuchas esto tras mi muerte... Esto significa que todo lo que he construido es tuyo ahora. Toda la gente ha sido pagada para protegerte. Ahora depende de ti retener su lealtad. Espero que nuestras conversaciones te hayan servido. Si no, necesitarás más suerte de la que te pueda desear.

»Por favor, olvida tu abandono en la Chapuza. Sólo fue porque la buena educación es tan importante... y sinceramente creo que has recibido la mejor. Siempre te estuve observando.

Scarfe detiene el cassette.

—¿Cuáles son sus órdenes, señor Stone?

Stone piensa con agonizante lentitud mientras gente que no ve lo traslada.

—Simplemente, limpie este follón, Scarfe, simplemente limpie todo este enorme lío.

Pero, mientras habla, sabe que no es cosa de Scarfe.

Es cosa suya.

[1]
En inglés Bungle, aproximación irónica hacia Jungle, la «jungla» de asfalto por excelencia que es Nueva York, y más en concreto el barrio del Bronx, donde está situada la acción. (N. de los T.)

ESTRELLA ROJA, ÓRBITA INVERNAL

- Bruce Sterling y William Gibson -

Los relatos en colaboración conforman una tradición en la ciencia ficción. Y este tipo de trabajo en colaboración también ha florecido en el ciberpunk, cuando escritores que ya trabajaban juntos en concepciones y teorías de la ciencia ficción dieron el paso lógico siguiente: la creación literaria conjunta. En cierto sentido, la colaboración, al combinar diferentes voces, permite a la corriente hablar con su propia voz.

Mirrorshades concluye con dos colaboraciones. La siguiente historia, de 1983, es el único trabajo conjunto de William Gibson y Bruce Sterling, quienes son vistos generalmente como figuras centrales del ciberpunk. «Estrella Roja, Órbita Invernal» muestra el punto de vista global del ciberpunk, y también su amor por los detalles perfectamente acabados e investigados de cerca.

William Gibson escribió «El continuo de Gernsback», que abre esta colección.

Bruce Sterling publicó su primera novela en 1977. Ha escrito tres novelas y un buen número de historias. Su trabajo cubre un amplio abanico en el campo de la ciencia ficción, desde sátiras al estilo cómic a fantasías históricas. Quizás es más conocido por su serie de los «Shapers», que incluye la novela Schismatrix, y por su sentido de la ironía, lo cual le lleva a hablar de sí mismo en tercera persona.

Vive en Austin, Texas.

El coronel Korolev se dobló despacio en su arnés, soñando con el invierno y la gravedad. Era joven de nuevo, un cadete, y espoleaba a su caballo por las estepas de Kazakhstan, a finales de noviembre, hacia los rojos y polvorientos paisajes de Marte.

«Esto no está bien», pensó.

Y se despertó en el museo soviético del Triunfo del Espacio, por los ruidos de Romanenko y la esposa del hombre del KGB. Volvían a hacerlo, tras la pantalla trasera del Salyut, haciendo crujir y resonar rítmicamente las cintas de seguridad y la litera acolchada. Galopando en la nieve.

Liberándose del arnés, Korolev ejecutó un entrenado puntapié que le impulsó hasta el retrete. Sacándose su viejo mono, ajustó el equipo de aseo a sus riñones y limpió el vapor condensado del espejo de acero. Su artrítica mano se había inflamado mientras dormía, su muñeca tenía el tamaño de un hueso de pájaro, a causa de la pérdida de calcio. Habían pasado veinte años desde la última vez que sintió la gravedad. Había envejecido en órbita.

Se afeitó con una maquinilla succionadora. Una telilla de venas rotas se extendía por su mejilla y su sien izquierdas; otro recuerdo de la explosión que lo había desfigurado.

Cuando salió, encontró que los adúlteros habían terminado. Romanenko se ajustaba la ropa. La mujer del oficial político, Valentina, llevaba un mono de color marrón oscuro, con las mangas remangadas; sus blancos brazos brillaban por el sudor del ejercicio. La corriente de un ventilador hacía vibrar su pelo color ceniza. Sus ojos eran del azul más puro, como las flores del maíz, quizás un poco demasiado juntos, y le miraban, a medias pidiendo disculpas, a medias cómplices.

—Mire lo que le hemos traído, coronel.

Le pasó una botellita de coñac de líneas aéreas.

Sorprendido, Korolev parpadeó ante el emblema de Air France grabado en el tapón de plástico.

—Vino con el último Soyuz. Dentro de un pepino, dijo mi marido —ella se rió—. Me lo dio a mí.

—Decidimos que se la íbamos a dar a usted, coronel —dijo Romanenko, riendo abiertamente—. Después de todo, nos pueden trasladar en cualquier momento.

Korolev ignoró la mirada disimulada y avergonzada hacia sus atrofiadas piernas y sus pálidos y torcidos pies.

Abrió la botella, y su rico aroma le provocó una cosquilleante oleada de sangre a sus mejillas. La levantó con cuidado y bebió unos pocos milímetros del coñac. Quemaba como ácido.

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