Rane miró a Tuulia con cara de censura mientras ésta salía. Es de los que opinan que el lugar de la mujer está en casa, con los niños, y las que son como Tuulia le resultan odiosas. Me recalcó con sequedad que favorecer a determinadas personas durante los interrogatorios era poco profesional. Por lo menos eso era lo que le habían enseñado en la academia de policía hacía veinte años.
No me quedó más remedio que tragarme su advertencia sin rechistar, porque en ese momento Piia Wahlroos entró sin llamar a la puerta. Parecía más nerviosa que triste. No paraba de toquetearse el pelo y de darles vueltas a sus anillos, demasiado grandes para mi gusto. Tal vez una señal de que inconscientemente deseaba librarse de ellos, según había leído en una revista femenina, la misma cuyos test de personalidad me habían definido como una mujer «de gran corazón» y «la personificación de los sentimientos maternales».
Piia y Peter Wahlroos llevaban casados más de año y medio. Peter estaba participando en una competición de vela desde hacía seis meses y Piia no iba a encontrarse con él hasta dentro de tres semanas, en Estados Unidos. Pese a lo mal que hablaban de ella los demás, la voz de Piia denotaba tristeza por lo sucedido.
—Dejé que Jyri condujese mi coche hasta Villa Maisetta, porque yo estaba algo nerviosa. Hace varios días que no sé nada de Peter y me he enterado de que por allí está habiendo unas tormentas tremendas, aunque en los periódicos no ha aparecido ninguna información de la etapa desde hace tiempo.
Piia parecía más preocupada por su esposo que por la muerte de Jukka.
—¿Cómo era tu relación con Jukka? —Me pareció que lo mejor era ir directamente al grano, porque andarse con paños calientes no beneficiaba a nadie. Piia se sonrojó en un primer momento, pero su siguiente reacción fue casi de rabia.
—¡Parece que los cotilleos ya han llegado hasta aquí! He estado muy sola desde que Peter se ausentó, porque no tenemos tanto dinero como para que yo esté esperándolo al final de cada etapa, en cada puerto. Jukka es un viejo amigo de Peter, y su hermano menor, Jarmo, también navega en el
Marlboro
. Es normal que Jukka y yo hayamos estado en contacto, para empezar porque compartíamos las noticias que nos iban llegando de los chicos. Y naturalmente que hemos ido a comer juntos y al cine, sin que haya habido nada más entre nosotros... La de explicaciones que habremos tenido que darle a todo el mundo... Hasta Sirkku le ha ido a mi madre con el cuento de que me había acostado con Jukka, ¡y claro que no es cierto!
—Bueno, pero ¿lo intentó él? Perdóname, pero éstas son cuestiones de interés para la investigación, aunque aún no sepa lo que es importante y lo que no —dije atropelladamente, aunque al segundo me arrepentí de haber pedido perdón por hacer bien mi trabajo.
—Bueno, lo intentó. Ayer, por última vez, pero yo no quise.
—¿Y crees que Jukka quería darle al resto de la gente la impresión de que entre vosotros había algo más de lo que en realidad había?
—No lo sé... Aunque exteriormente diera esa impresión, Jukka no era un tipo tan simple. A veces casi le creía cuando me decía que estaba enamorado de mí; pero, conociendo su fama, no llegué a tomármelo en serio. Ayer sí que estaba raro. Me dijo que lo ponía nervioso estar solo y que por eso quería que durmiese con él, a su lado, pero yo no le creí, naturalmente. Ya lo había intentado en otra ocasión y tuve que echarlo de mi casa. Pero ayer... Quién sabe si aún estaría vivo de haber aceptado dormir con él.
Me quedé mirando embobada las lágrimas que resbalaban por las mejillas de Piia; parecían las de una estrella de cine. No dejaban rastro alguno a su paso, no moqueó ni alteró la expresión de la cara. No sé cómo, pero sólo resbalaban artísticamente por su rostro.
—¿Recuerdas con exactitud lo que te dijo Jukka y en qué momento?
—Íbamos a acostarnos, los demás ya estaban durmiendo, y los únicos que quedábamos éramos nosotros, Antti y Tuulia. Jukka me pidió que subiera con él al segundo piso, y bueno... nos besamos y esas cosas, yo había bebido un poco más de lo que acostumbro, pero llegado un momento empezó a parecerme que Jukka iba demasiado rápido y lo corté con rudeza. Entonces él se puso a rogarme de una forma extraña, a decir que esa noche no quería dormir solo porque estaba nervioso. Le dije que tenía a Jyri y a Antti al otro lado del pasillo.
—¿Y entonces?
—Jukka se rió de una manera peculiar y dijo «Jyri y Antti, menuda protección». Me cabreé mucho, así que volví al piso de abajo.
—¿Tienes idea de qué era lo que lo ponía tan nervioso? ¿Te dio Jukka alguna explicación?
—No. Creí que se trataba de un nuevo truco para llevarme a la cama.
Dejé que Piia se marchase y salí un momento al pasillo, donde el resto del grupo seguía esperando, Timo y Sirkku abrazadísimos y Jyri medio tumbado, con la cabeza descansando en el regazo de Tuulia. Les pedí que a principios de la semana entrante no se fueran de la ciudad, por si necesitábamos interrogarlos de nuevo. Tras los típicos comentarios del estilo «oye, pues parece que todavía no van a detenernos», la mayoría se marchó, pero aún faltaba por declarar Antti Sarkela. Tal vez porque había tenido más tiempo que los demás para darse cuenta de la situación, su rostro flaco había palidecido y parecía lleno de surcos. No parecía un joven de treinta años, sino un viejo. Por un momento llegué a pensar que iba a confesarse culpable del asesinato, de lo alterado que estaba. Pero Antti contestó con calma a mis preguntas de rutina. Y sin embargo yo tenía la sensación de estar tocando un bajo cuya cuerda superior estuviese afinada una tercera más aguda de lo normal.
Antti y Jukka se conocían prácticamente de toda la vida y habían sido compañeros de juegos ya antes de ir a la escuela. Siempre habían estado en la misma clase, incluso durante su primer año de universidad, en la Facultad de Ciencias Exactas. Pero después de su servicio militar, Jukka había decidido cambiarse a ingeniería. Antti hizo el servicio social en Rovaniemi y a su regreso se mudó a vivir con Jukka al piso que éste tenía en la calle Iso Roobertinkatu. Cuando entraron en escena los noviazgos serios, Antti se fue a vivir con Sarianna, mientras que Jaana se pasaba media vida en casa de Jukka, aunque, según yo recordaba, nunca con la intención de mudarse para siempre. En ese momento Antti vivía en un piso compartido con otros estudiantes, en el suburbio de Korso.
Antti había tenido la oportunidad de examinar el cadáver de Jukka por encima. Había hecho el servicio civil trabajando de celador sin titulación en un hospital, así que como mínimo era capaz de discernir si alguien estaba muerto o no.
—Hacía mucho tiempo que no nos reíamos tanto como el otro día, cuando íbamos por la autopista este. Creo que no había vuelto a ver a Jukka de tan buen humor desde que éramos críos. Llevábamos la radio puesta y en las noticias empezaron a hablar sobre la detención de unos traficantes de drogas. Para hacer el ganso, Jukka se puso a jugar a los mafiosos y a competir con Jyri, que se suponía que era el traidor. Tuulia se sumó al cachondeo también, y fue como si de repente nos hubiésemos quitado veinte años de encima. Jukka era así, de los que se ponen a jugar a los piratas cuando van en barco y eso. Tuvimos un buen ensayo, con buenos resultados. Me gustaba mucho cantar con él, era un tipo con mucha precisión, el más musical de todos nosotros.
Antti pareció vacilar por un momento.
—Luego, cuando fuimos a calentar la sauna, me di cuenta de que algo no funcionaba. Creí que era a causa de Piia. Al fin y al cabo, no sé qué era lo que Jukka deseaba. Conocemos a Peter desde hace años, porque es el mejor amigo de su hermano menor. Yo no veía con buenos ojos los manejos que se traía con Piia y se lo dije. Pero no creo que fuera eso lo que lo puso tan nervioso.
—¿Cómo te diste cuenta de que estaba nervioso?
—No sabría describirlo. Cuando conoces bien a otra persona intuyes sus cambios de humor. Jukka solía a armar follón en plan infantil cuando estaba nervioso. Es verdad que estaba un poco pasado de rosca durante los ensayos y que puteó a Jyri lo suyo, porque el chaval no se sabía su parte, y también le dijo no sé cuántas veces a Mirja que bajase el volumen.
—¿Te parece que estaba más nervioso que asustado?
—Sí. Por la noche, cuando ya habíamos bebido un poco, todo pareció normalizarse bastante. Hablamos de música, del próximo concierto y de los proyectos del coro. Mirja se había ido a pescar y se formó un pequeño revuelo cuando empezó a gritar que un lucio había picado y que necesitaba que alguien la ayudase. Un lucio de lo más hermoso, ¿quieres verlo? —Antti dio una patadita a su bolsa—. Nadie lo quería, así que me lo llevo para el gato. Bueno, si es que se digna aparecer...
—Tú dormías junto a la habitación de Jukka, ¿no oíste nada durante la noche?
—Me desperté al principio, con las idas y venidas de Jyri. Pensé que iba al baño a vomitar, porque había vuelto a beber demasiado. Más tarde me desperté de nuevo, ya había luz. Fue por un ruido. He intentado por todos los medios recordar cómo era, una especie de golpe, en cualquier caso. Teníamos la ventana abierta y los pájaros estaban armando un escándalo de miedo. A lo mejor fue una puerta que se cerró por la corriente, qué sé yo.
—¿Quién mató a Jukka?
—No lo sé —contestó Antti, visiblemente irritado—, pero me alegro de que Peter esté en la otra punta del mundo, porque es el tipo de hombre capaz de matar por celos, realmente posesivo.
—Ya nos enteraremos de dónde está. Ahora puedes ir a buscar a tu gato.
En cuanto Antti se marchó, me derrumbé en la silla con la cabeza entre las manos. Rane seguía garabateando, incansable, sus anotaciones. Esperaba que durante el interrogatorio se llegase a dilucidar si se había tratado de un accidente, un homicidio o un asesinato. La opción del suicidio era muy improbable, pero también había que contemplar esa posibilidad.
Había que hablar con los padres de Jukka y aclarar los movimientos de Jarmo Peltonen. Luego habría que obtener una orden para proceder al registro de la vivienda de Jukka, e ir a su trabajo a entrevistar a los compañeros. Había que enterarse de si tenía más amigos. Ninguno de los del coro había mencionado que Jukka tuviese novia fija, pero podía ser que hubiese alguna o, tratándose de Jukka, que fuesen varias.
Teníamos que investigar la situación económica de Jukka. La verdad es que su coche era sorprendentemente caro, teniendo en cuenta que un tipo tan joven como él no habría terminado aún de pagar el crédito de sus estudios. ¿Qué clase de sueldo tendría? Tal vez la solución del caso estuviera en su trabajo.
No debía centrarme demasiado en los miembros del coro. Muchos de ellos tenían otra vida al margen de su afición musical, y lo mismo podría decirse de Jukka. Nunca había que pensar que uno iba a encontrar pruebas ya en los primeros interrogatorios, y menos aún que se pudiese obtener una confesión de buenas a primeras. Lo extraño era que todos se habían comportado con una calma sorprendente, como si la muerte de un colega fuese para ellos algo habitual. Tal vez uno de ellos fuese el mejor actor de todos, ¿o es que eran todos inocentes? ¿Por qué iba a elegir un extraño, precisamente, una villa llena de gente como escenario para un asesinato? Además, a ningún ladrón se le ocurría meterse en líos, en plena temporada alta, con las casas de verano llenas de gente.
—¿Qué opinas, tenemos motivos para suponer que uno de éstos haya matado a Peltonen? —le pregunté a Rane, que como respuesta se encogió de hombros.
—No sabes lo feliz que me hace librarme de este muerto. Qué gente más rara... Dan la impresión de ser incapaces de separarse unos de otros. Mi favorita es la chica esa gordita... la Rasikangas. Un trozo de hielo, la tía, igualita que mi suegra. Le sobra sangre fría para partirle la cabeza al primero que se le ponga por delante, eso te lo aseguro.
—Pero ¿y el motivo?
—Ya darás con él, no te preocupes. Esa chiquita tan espabilada, la tal Rajala, ¿no ha comentado que una vez se le echó en brazos a Peltonen? A ver si va a resultar que la cosa tuvo consecuencias desagradables que nadie más sabe, y la chica ha estado quién sabe cuánto tiempo incubando la venganza.
—Es una pena no poder contar con tu imaginación en este caso, porque eres brillante. Conocía a Jukka y no quisiera ocuparme de esto, ¡me resulta espantoso! No puedo ser objetiva.
—Tómatelo con calma. Conocías a Peltonen y conoces al resto de la tropa: sácale provecho a eso. Da la impresión de que te tratan como a una de los suyos, y no como a un policía corriente. A lo mejor es que no acaban de tomarte en serio, pero, créeme, esta vez es una ventaja para ti.
Durante el verano, Rane había visto en varias ocasiones que mi profesión de policía no siempre era tomada en serio. Para mi sorpresa, estaba intentando subirme la moral.
—Yo que tú hablaría con la Rasikangas, porque me juego lo que sea a que sabe más de lo que cuenta. Parece un poco ajena a los rollos del grupo... y se le da bien observar lo que hacen los demás. Y no le pierdas ojo a ese Lasinen. A lo mejor estaba tan curda que ni siquiera se acuerda de haberle pegado un porrazo a Peltonen.
—¡Vale, tito Rane! Que tengas buenas vacaciones.
Después de los ánimos que me había dado, podía deseárselo con toda la sinceridad del mundo.
¿Qué es el hombre?
Fuego fatuo incansable, fuego fatuo incansable
Lunes por la mañana. Me miré satisfecha en el espejo. La falda ajustada azul marino del uniforme y la camisa, que me había costado lo indecible planchar, tenían un aspecto impecable. Con el pelo recogido en un apretado moño y el maquillaje en tonos tirando a oscuros, parecía mayor. Por suerte, la ropa, el peinado y el maquillaje me permitían controlar la imagen que deseaba dar. Con la falda reglamentaria parecía madura y formal, mientras que en vaqueros y zapatillas de deporte siempre acababa soltando palabrotas y corriendo. Me retoqué los labios y sentí como si estuviese creándome una máscara tras la que esconderme. Y así estaba bien. A las diez en punto tenía que verme cara a cara con el padre de Jukka —el ingeniero Heikki Peltonen—, y antes de eso tenía que familiarizarme con los resultados de las pruebas del laboratorio y el informe de la autopsia.
Heikki Peltonen me llamó el domingo por la noche, bastante tarde. Me pareció mala señal que el oficial de guardia le hubiese dado mi número en lugar del de Kinnunen. Los agentes de guardia y Antti, que había regresado a Vuosaari, les habían contado a los padres de Jukka lo que había sucedido. La madre, Maisa, se había derrumbado al oír la noticia, pero Heikki Peltonen había exigido encontrarse conmigo, con la policía encargada de la investigación de la muerte —evitó con determinación utilizar la palabra «asesinato»— de su hijo. Parecía muy irritado por el hecho de que los agentes hubiesen puesto un cerco en el embarcadero y estuviesen buscando entre la vegetación de la playa la posible arma utilizada. Aquella irritación fría era probablemente su manera de reaccionar al impacto de la muerte de su hijo. La gente que acaba de perder a un ser querido se comporta con frecuencia de manera irracional, y Heikki Peltonen pertenecía a una generación de hombres educada para aguantar lo que fuera sin derramar una lágrima.