Mi primer muerto (29 page)

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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

BOOK: Mi primer muerto
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»Jukka me llamó después del Primero de Mayo y me dijo que había un alijo grande esperando en Estonia. Entre los dos organizamos la famosa travesía del
Marlboro
, pero cometimos el error de decir que íbamos a ver el concierto del coro de la Filarmónica de Estonia, y entonces Antti, Timo y Sirkku se apuntaron también... Lo que nos costó quitárnoslos de encima una vez allí, sobre todo a Antti.

»No hubo ningún problema para entrar el alijo, aunque yo estuve muerta de miedo todo el tiempo. Durante la travesía tuve que achacar mi malestar al mareo, aunque en realidad los vómitos se debían a la angustia que estaba pasando. Jukka también estaba nervioso. Conseguimos entrar la droga sin problemas, pero él se negó a entregársela de una vez a Auvinen, y lo fue haciendo en pequeñas cantidades y a un precio muy superior al que en un principio habían acordado. A mí me daba un poco de miedo. Sabía que Auvinen tenía todo tipo de contactos. Jukka no hacía más que reírse del tipo y decir que él era mucho más inteligente. Llegué a preguntarle si yo podía fiarme de él, porque veía que se llevaba dinero de cada negocio en el que se metía. Me abrazó y me dijo que yo era su mejor amiga, que era especial. Que nunca me traicionaría.

»Solo sé lo que Jukka me contó. ¡Te juro que pensé que sólo era hachís! Me llamó el jueves por la noche y me dijo que estaban pasando cosas y teníamos que ser prudentes. Uno de los pequeños traficantes que trabajaban para Auvinen y para él había sido detenido. Y, claro, ya sabían lo que iba a pasar: los policías estáis siempre dispuestos a hacer tratos con los camellos, con tal de agarrar algún pez gordo. Y cada uno intenta salvar su culo. Jukka intentó colocarle la mercancía a Auvinen a un precio tirado, para deshacerse de ella. Cuando me llamó ese jueves estaba acojonado. El viernes parecía haberse calmado un poco. Auvinen le había comprado lo que quedaba del alijo, ya tenía el dinero, y todo parecía ir bien.

»Pero entonces el sábado, justo cuando íbamos hacia Vuosaari en el coche, oímos por la radio que la policía había detenido a más miembros de la red de distribución de cocaína. Yo me reí y le quité importancia, pensando que aquello no iba con nosotros porque estaba convencida de que nosotros no pasábamos cocaína. Apenas conseguí cambiar unas palabras con Jukka, y luego me di cuenta de que me evitaba. En un momento determinado le pregunté si lo que habíamos oído en la radio tenía que ver con nosotros, y él admitió que así era. Me dijo que si detenían a Auvinen, no tardaría en sucedemos lo mismo a él y a mí.

Tuulia se bebió lo que quedaba de su té. Sus ojos estaban llenos de rabia y angustia y volví a preguntarme qué era lo que realmente había sentido por Jukka.

—Finalmente conseguí que me prometiese que hablaríamos esa noche, cuando los demás se hubiesen ido a dormir. Me quedé despierta hasta las cuatro, dándole vueltas a la manera en que el muy sinvergüenza me había traicionado. Tú no lo entenderás, porque seguro que para ti el hachís y la coca son lo mismo. ¿Quién no se ha fumado un porro en un festival de rock, o durante un viaje a Ámsterdam...? Aunque a mí siempre me ha parecido que, donde se ponga una buena borrachera, que se quite todo lo demás. Pero la coca... es otra cosa. Yo no habría querido verme envuelta en eso, pero confié en Jukka. Lo conocía de toda la vida y nunca me había decepcionado.

»Esperé y esperé, pero la gente no hacía más que ir y venir por la casa. Jukka fue al embarcadero. Iba a levantarme cuando oí que Sirkku salía en su busca. En un primer momento pensé que se trataba de un truco de Jukka para evitarme a toda costa. Así que, cuando oí que Sirkku regresaba a la casa, yo ya estaba rabiosa. Me costó dios y ayuda no ponerme a gritar nada más verlo en el embarcadero. Se había sentado a contemplar el amanecer y tenía los pies metidos en el agua, como si todo lo que estaba pasando no fuera con él. Le pregunté por qué no me había contado la verdad y él se rió de mí. “No me digas que en serio te creíste que por el hachís pagaban tan bien”, me dijo. ¡Qué iba a saber yo, si no conozco el mercado! Había estado riéndose a mi costa, siempre, como hacía con todos los demás. Yo no era nada especial en su vida... Intenté darle una patada, y él me agarró por una pierna e intentó tirarme al mar. Fue entonces cuando cogí el hacha y lo golpeé con ella en la cabeza. Lo hice sin pensar. Oí un crujido extraño y Jukka cayó directamente al agua. Vi una pequeña nube de sangre en el agua, junto a su cabeza.

Tuulia miraba a lo lejos por la ventana, más allá del paisaje que estaba a la vista. Comprendí que en ese momento lo tenía todo ante sus ojos, que lo había visto ya muchas veces y que seguiría viéndolo el resto de su vida.

—¿Y entonces?

Tuulia pareció despertar de un largo letargo.

—Enjuagué el hacha. Estaba llena de sangre. Jukka flotaba en el agua, bocabajo. «¡Deja ya de hacer el payaso!», le dije. Se movió un poco, debió de ser por las pequeñas olas, y yo eché a correr. Creo que tiré el hacha cuando me escondí detrás de la sauna. No lo recuerdo. Tenía muy mal cuerpo. Fui al váter que hay allí y vomité. Luego me lavé la cara y al salir reparé en el hacha. La metí de una patada bajo la sauna y me fui a dormir. Estaba segura de que se trataba de una de las payasadas de Jukka. A la mañana siguiente estuve todo el tiempo esperando a que apareciese bajando la escalera, y que me hiciese una mueca... Subí a llamar a su puerta y todo, convencida de que se encontraba dentro de su cuarto, durmiendo, y de que lo que había sucedido esa madrugada no era sino un mal sueño. Pero, en lugar de él, fue Jyri quien apareció. En cuanto le vi la cara, supe que Jukka no me había gastado ninguna broma...

—Tendrías que haber confesado en ese momento. Sólo habría sido homicidio...

—No me hubieras creído. Como tampoco me crees ahora.

—¿Qué importancia tiene a estas alturas que yo te crea o no? Te has pasado todos estos días contándome cuentos... Has sabido embaucarme muy bien, y yo me he dejado. Al final va a ser que mis padres han hecho un buen trabajo con mi educación, porque he estado viéndote como la Tuulia que quería ver. Viniste a mi casa para enterarte de cuánto sabía, cuando yo pensaba que lo hacías porque querías que fuésemos amigas. Hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien.

—No quería embaucarte —dijo Tuulia con voz apagada, manoseando su taza—. Tú me gustas de verdad. Y sé que te gusto. —En su mirada había una súplica—. Has venido a detenerme, pero no entiendo por qué estás aquí sola. A lo mejor en el fondo desearías que yo me escapase. Dame un día de ventaja. Seguiré el plan de Jukka y desapareceré del país. Tengo todo su dinero. Me dio tiempo a cogerlo junto con su agenda antes de que llegase la policía. Dame una oportunidad. —Los ojos de Tuulia estaban llenos de temor y de súplica. Desvié la vista de ellos; no me atrevía a mirarla. Su plan era muy sencillo de ejecutar. ¿Deseaba yo realmente mandarla a la cárcel?

—¿Qué le has hecho a Antti?

—¿A Antti? Yo no le he hecho nada. No tengo ni idea de dónde está. ¿No creerás que yo soy capaz de hacerle algo? —Su voz se había vuelto extraña de repente—. Me parece que no vas a permitir que me escape.

—No. Estás detenida. Recoge tus cosas, nos vamos a Pasila, a que prestes declaración.

Me levanté de la mesa. Para qué prolongar más aquella tortura.

Tuulia fue más rápida que yo. Cogió de la encimera de la cocina el cuchillo con el que hacía un momento había cortado el pepino. Me agarró por detrás y me lo acercó al cuello, dispuesta a cortármelo, de ser necesario. Sentía la presión y la fuerza de las frías manos de Tuulia y el hielo del cuchillo en la arteria del cuello, los latidos desenfrenados de nuestros corazones. El tiempo pareció detenerse. Tuulia olía a limón.

—Te presentas aquí sola y desarmada. —Jadeó—. Si no piensas hacerme el favor que te he pedido, voy a tener que obligarte. Ve despacio hasta el dormitorio. —Tuulia me obligó a cruzar el recibidor.

—No hagas tonterías. No tienes ninguna posibilidad. ¿No te das cuenta de que hemos reforzado la vigilancia en todas las fronteras?

—¡Cállate! Hay mil formas de salir de este país. En cuanto te ate, te daré un pequeño golpe en la cabeza, mucho más flojo que el que le di a Jukka, no te preocupes. Cuando te despiertes, yo ya estaré bien lejos.

Intenté estabilizar mi respiración. No iba a ganar nada precipitándome. Lentamente, Tuulia movió el cuchillo, hasta que lo sentí entre los omoplatos.

—Abre el armario que tienes delante. Muy bien. En el estante de abajo hay dos cuerdas de saltar. Agáchate doblando las rodillas... Así. Ahora dámelas. Gracias. Ahora vamos a ir hasta la cama. Acuéstate boca abajo. Te estoy apuntando con el cuchillo, recuerda. Como intentes hacer algo, morirás. He leído en alguna parte que la segunda vez es más fácil. —Había un deje de histeria en la voz de Tuulia. Reconocía aquel sonido, era el gruñido desesperado de un animal atrapado. La creí capaz de cualquier cosa.

Me incliné para tumbarme en la cama. Por el rabillo del ojo vi que a Tuulia le temblaba descontroladamente la mano con la que sujetaba el cuchillo, y en lugar de tumbarme le di una patada en el muslo.

En un instante sucedieron muchas cosas. El cuchillo cayó al suelo describiendo una parábola, Tuulia cayó contra la ventana a medio abrir. Y en ese momento Koivu y Kinnunen entraron precipitadamente en la habitación.

Naturalmente, ni se me había pasado por la cabeza ir sola a detener a una asesina y me había llevado doble refuerzo. Como jefe de mi división, Kinnunen había querido estar presente en la detención. Koivu se había quedado todo el tiempo en la escalera esperando y Kinnunen había ido a pedirle la llave al portero. Con ella habían entrado mientras Tuulia y yo estábamos hablando. Yo había insistido en hacerlo, porque estaba segura de que se mostraría más abierta conmigo que ante la presencia de otros policías. Me había costado lo indecible convencer a mi jefe de la sensatez de aquel plan.

Kinnunen apuntó a las piernas de Tuulia con su arma reglamentaria. Yo no tenía idea de que la llevase consigo y me pareció que Tuulia ni se había dado cuenta de su existencia, porque intentó desesperadamente recuperar el cuchillo. Vi a Kinnunen apretar el gatillo y tuve la visión, a cámara lenta, lentísima, de cómo la bala iba a parar al hombro de Tuulia en lugar de a las piernas, de cómo ella caía hacia tras por el impacto, atravesaba el cristal de la ventana y caía a la calle. Sólo había una distancia de cinco metros. Tuulia hubiese podido salir mucho mejor parada, pero cayó sobre el capó del coche de un vecino que se iba en ese momento, y de ahí fue a parar entre las ruedas del vehículo.

Alguien gritó. Me precipité escaleras abajo y corrí al lado de Tuulia. Estaba retorcida en una postura muy extraña y le salía sangre por las comisuras de los labios. Quien fuera seguía gritando, y sus lágrimas caían sobre Tuulia. Hasta que Koivu me sacudió por los hombros, no me di cuenta de que ese alguien era yo.

—¡Maria! No es necesario hacerle el boca a boca. La ambulancia ya está al llegar. —Koivu me limpió cuidadosamente la sangre de Tuulia de la boca mientras Kinnunen intentaba tranquilizar al conductor del coche. No dejaban de aparecer curiosos, vecinos en su mayoría. Se oyó a lo lejos la sirena de una ambulancia que se acercaba. La película seguía pasando ante mis ojos a cámara lenta, unas veces imágenes neblinosas y otras veces de un brillo insoportable. Kinnunen se acercó a mí. Noté el olor a pólvora, alcohol y sudor rancio que despedía, y una rabia incontrolable se desató dentro de mí.

—¿Puedes explicarme, borracho del demonio, por qué cojones has tenido que disparar? ¡No habría pasado nada, nunca habría conseguido llegar hasta el cuchillo! —Mi derechazo le dio en plena mandíbula y fue a caer a medias sobre Tuulia. Koivu se interpuso entre los dos y me dio un bofetón, como si fuera una de esas mujeres histéricas que salen en las películas. El dolor me ayudó a olvidarme de todo lo demás por un momento.

Poco a poco conseguí dominarme. La ambulancia vino por Tuulia. Les dijimos a los paramédicos que, en cuanto terminásemos de tranquilizar a los vecinos, pasaríamos por el hospital para dejar los datos de la herida. Subí a buscar mi bolso. Dentro estaba mi grabadora, y en ella la cinta con la confesión de Tuulia. Koivu ya la había escuchado entera y Kinnunen, una parte. El caso estaba resuelto.

Me movía en sueños. Llevamos a Kinnunen a Pasila para que informase al jefe de lo sucedido, y dejamos la cinta para que la transcribieran. Ninguno de nosotros estaba especialmente hablador. La responsable del error de cálculo había sido yo, por no prever la posibilidad de que Tuulia se pusiera agresiva. Kinnunen había apuntado a las piernas. Sólo quería ayudarme. Todo el mundo sabe que las mujeres no pueden apañárselas solas... Me imaginaba que algo así era lo que aquel borracho iba a contarle al jefe.

Cuando llegamos al hospital ya se habían llevado a Tuulia a la UCI. Además de una grave conmoción cerebral, tenía fracturada la columna vertebral. Era pronto para saber si sobreviviría, nos dijeron. Le prometimos a la enfermera que nos ocuparíamos personalmente de informar a la familia.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó Koivu, visiblemente preocupado. Íbamos atravesando la isla de Kuusisaari en dirección al norte de Tapiola, que era donde vivían los padres de Tuulia.

—No te preocupes. No hago más que pensar en lo que debería haber hecho. A lo mejor tendría que haber dejado que me atara... Total, de todos modos la hubieseis pillado... O a lo mejor tendría que haber esperado aunque fuese un rato. Si a Kinnunen no le hubiese dado por sacar la pistola... ¡Joder!, ¿por qué no lo dejarán de una vez en la oficina, para que se ocupe del papeleo...? Eso sabe hacerlo cualquiera, hasta con resaca.

—Tienes que entender que para nosotros era casi imposible calcular la seriedad de la situación en la que estabas simplemente por las voces —se defendió Koivu—. ¿Era por aquí por donde había que girar?

—Sí. Es la tercera casa a la derecha. —Lo miré en el mapa—. Deja que hable yo.

Explicarles a los padres de Tuulia lo sucedido fue tan espantoso como me lo había imaginado. Tuve que contarles también el motivo por el cual habíamos ido a detenerla, y los pobres no fueron siquiera capaces de creerme. Me miraban desde donde estaban, sentados en el precioso sofá de cuero del salón de su precioso chalé adosado, y yo veía cómo la vida iba escapándoseles del rostro, gota a gota. Fui incapaz de decir nada que pudiese servirles de consuelo. Les di el número de la UCI y salí prácticamente huyendo del lugar. Pude aguantar el llanto hasta que Koivu hizo el giro para incorporarnos al cinturón I y la calle de los padres de Tuulia se perdió de vista.

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