Read Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea Online
Authors: Annabel Pitcher
Tardamos dos horas en llegar a Saint Bees y fuimos oyendo la misma cinta de todos los aniversarios. Una y otra y otra vez. Play. Stop. Rewind. Play. Stop. Rewind. La cinta está toda rayada pero todavía se alcanza a oír a mamá tocando el piano y a mis hermanas cantando
El Valor para Volar
.
Tu sonrisa hace que mi alma toque el cielo.
Tu fuerza me da valor para volar.
Subo como una cometa, atado y libre.
Tu amor hace brotar lo mejor de mí.
Lo habían grabado por el cumpleaños de papá unos tres meses antes de que Rose muriera.
«Perfecto»
dijo papá en la parte del solo de Rose, como si se sorprendiera.
«Qué voz de ángel»
. Cualquiera que tenga orejas puede oír que Jas canta mejor y se lo dije a ella cuando íbamos en el coche. No fue difícil. Íbamos los dos apretujados en el asiento de atrás. Rose iba en el asiento delantero. Papá hasta le puso el cinturón de seguridad a la urna pero se le olvidó decirme a mí que me pusiera el mío.
Salimos de la autopista y bajamos por una ladera y de golpe ahí estaba el mar, una línea de azul toda recta y resplandeciente como si alguien la hubiera dibujado con regla y rotulador de purpurina. La línea fue haciéndose cada vez más gorda a medida que nos íbamos acercando y papá debía de llevar el cinturón demasiado apretado porque empezó a tirar de él para despegárselo del pecho como si no le dejara a respirar. Cuando nos metimos en el aparcamiento, papá empezó a darse tirones en el cuello de la camisa y se le saltó un botón y acertó en todo el centro del volante. Yo grité
«Diana»
pero nadie se rió. El tamborileo de los dedos de papá sobre el salpicadero sonaba como un caballo al galope.
Justo me estaba preguntando si no habría algún burro en la playa cuando Jas abrió la puerta del coche. Papá dio un brinco. Ella se acercó a la máquina de los tíquets y le metió unas monedas. Para cuando el tíquet apareció, papá estaba de pie en el aparcamiento, abrazando la urna contra su pecho.
«Venga, rápido»
me dijo y yo me desaté el cinturón de seguridad y trepé fuera del coche. Saint Bees olía a pescado con patatas fritas y a mí me rugía el estómago.
Fuimos andando por los guijarros y vi cinco buenas saltadoras. Las saltadoras son piedras planas que rebotan en el agua si las sabes lanzar bien. Jas me enseñó una vez cómo se hace. Me habría gustado recoger las saltadoras y ponerme a jugar pero tenía miedo de que papá se enfadara. Se resbaló en unas algas y la urna estuvo a punto de acabar en la playa, lo cual no habría estado bien. Las cenizas de Rose son tan finas como los granos de arena de modo que se habrían mezclado con ellos. Yo en realidad no debería saberlo, pero eché una mirada dentro de la urna cuando tenía ocho años. Eso sí que fue emocionante. Me había imaginado que las cenizas eran de todos los colores, de color carne las de la piel y blancas las de los huesos. No me esperaba que tuvieran un aspecto tan soso.
Hacía viento así que las olas rompían con fuerza en la playa y se deshacían en espuma, como la Coca-Cola cuando la agitas. Yo tenía ganas de quitarme los zapatos y mojarme los pies pero me dio la impresión de que no era el momento más indicado. Papá empezó a despedirse. Dijo las mismas cosas que había dicho el año pasado, y el anterior. Lo de que no la iba a olvidar nunca. Lo de que la iba a dejar libre. Por el rabillo del ojo vi una cosa naranja y verde que bajaba del cielo en picado. Levanté los ojos, deslumbrado por el sol, y vi una cometa que surcaba zumbando las nubes, convirtiendo todo aquel viento en algo bonito.
«Dile algo»
dijo Jas y yo bajé la cabeza. Papá me estaba mirando fijamente. A saber cuánto tiempo llevaba esperando a que yo hablara. Apoyé la mano sobre la urna y me puse todo serio y dije
«Adiós Rose»
y
«Has sido una buena hermana»
, cosa que es mentira, y
«Te voy a echar de menos»
, cosa que es más mentira todavía. No me aguantaba de ganas de que nos deshiciéramos de ella.
Papá llegó a abrir la urna. De todos los aniversarios de los que me acuerdo, en ninguno habíamos llegado tan lejos. Jas tragó saliva con dificultad. Yo paré de respirar. Todo desapareció excepto las manos de papá, las cenizas de Rose y la forma perfecta de un diamante que cruzaba el cielo como una flecha. Me fijé en que papá tenía un corte profundo en el dedo corazón, y me pregunté cómo se lo habría hecho y si le dolería. Intentó meter los dedos por la boca de la urna pero los tenía demasiado gordos. Parpadeó unas cuantas veces y apretó la mandíbula. Extendió la palma de una mano temblorosa. La tenía toda reseca, como la mano de un viejo. Inclinó la urna, pero luego se echó atrás. La inclinó una segunda vez, un poco más que la anterior. La boca de la urna le tocaba casi la mano. Cayeron de ella unas pocas motas grises. Volvió a enderezar de golpe la urna, respirando con dificultad. Me quedé mirando a las cenizas de su mano, preguntándome qué parte de Rose serían. El cráneo. El dedo del pie. Una costilla. Podrían haber sido cualquier cosa. Papá las acarició con el dedo gordo, susurrándoles cosas que yo no alcanzaba a oír.
Los dedos de papá se cerraron sobre las cenizas. Las apretó tanto que los nudillos se le pusieron blancos. Levantó los ojos al cielo. Bajó los ojos a la playa. Se volvió hacia mí y luego se quedó mirando a Jas. Era como si estuviera esperando que alguien le gritara
«NO LO HAGAS»
pero nosotros permanecimos callados. Creí que iba a abrir la mano y dejar que la brisa se llevara las cenizas, pero lo que hizo fue pasarle la urna a Jas y dar un paso hacia delante. El mar se arremolinaba alrededor de sus zapatos. Noté que las mejillas se me ponían rojas. Papá parecía un loco. Hasta Jas carraspeó como si estuviera avergonzada. Una ola vino a romper contra sus pantorrillas, empapándole los vaqueros. Dio otro paso hacia delante. El agua salada burbujeaba alrededor de sus rodillas. Muy poco a poco levantó el brazo tendiendo el puño hacia lo alto. En algún lugar por detrás de nosotros una niña daba grititos al ver cómo planeaba la cometa.
Justo cuando papá abría la mano, se levantó una ráfaga fuerte de viento. Se llevó por delante la cometa del cielo y le sopló a papá la ceniza en la cara. Mientras papá estornudaba a Rose, la niña se puso a chillar y un hombre con un acento muy fuerte gritó
«Está bajando»
. Papá se volvió bruscamente a mirar hacia la playa. Seguí su mirada y vi una gran mano morena que trataba de controlar la cuerda de la cometa.
Papá soltó un sonoro taco, sacudiendo la cabeza. La cometa cayó al suelo y el hombre se rió. Rodeó con el brazo a la niña y ella se rió también. Papá fue chapoteando por la playa a cogerle la urna a Jas. Ella ya había vuelto a ponerle la tapa, pero él la apretó más fuerte aún, mirando al hombre como si aquel viento fuera culpa suya.
«Estás bien»
murmuró Jas. Papá tenía los ojos llenos de lágrimas y me recordaron a esas gotas que te dan en la farmacia cuando tienes una infección o la fiebre del heno o no has comido suficientes zanahorias.
«Quieres que yo… O sea, puedo hacerlo yo, si prefieres. Puedo esparcir yo las…»
Pero antes de que Jas pudiera terminar, papá dio media vuelta y se fue. Sin una palabra, se encaminó de vuelta al coche agarrando bien la urna con la mano izquierda. Yo cogí a toda velocidad una saltadora y la lancé al mar. Rebotó cinco veces, lo cual para mí era un récord sin precedentes.
La señora Farmer se sentó en su silla el lunes por la mañana. Leyó en alto los anuncios del tablón. Había uno de un club de jardinería y uno de flauta dulce y uno del equipo de fútbol. Volví la oreja cuando la oí decir
«El Director hará las pruebas el miércoles a las tres de la tarde. Presentaos en el campo del colegio con vuestras zapatillas de fútbol»
. Luego pasó lista. Todo el mundo dijo
«Sí señora»
menos Daniel que dijo
«Sí señora Farmer»
. Me sorprendió que no le hiciera una reverencia. Su ángel está ya en la quinta nube. El ángel de Sunya está en la cuarta y casi todos los demás están en la tercera. El mío es el único que sigue en la primera nube.
«Qué habéis hecho este fin de semana»
preguntó la señora Farmer y todo el mundo se puso a gritar al mismo tiempo. Yo me quedé callado.
«Uno por uno»
dijo la señora Farmer, señalando hacia mí.
«Primero Jamie. Qué cosas divertidas has estado haciendo»
. Pensé en el mar, y pensé en las cenizas, y pensé en las velas que encendió papá alrededor de Rose cuando la tuvo otra vez sobre la repisa de la chimenea. Mi fin de semana era demasiado difícil de contar.
«Puedo ir al cuarto de baño»
pregunté. La señora Farmer suspiró.
«Acaba de empezar la clase»
me respondió, y como eso no era ni un sí ni un no me quedé sin saber qué hacer. Me levanté a medias y luego volví a sentarme.
«Cuéntame lo que has hecho el fin de semana»
insistió ella, como si quisiera ponérmelo difícil a propósito.
Con un tintineo metálico y un remolino de aire la mano de Sunya se disparó hacia el techo.
«Por favor, señora Farmer, se lo puedo contar yo»
preguntó. Sin esperar respuesta, Sunya dijo
«He conocido a las hermanas de Jamie»
. Por poco se me cae la mandíbula encima de la mesa.
«Ah, las gemelas»
sonrió la señora Farmer, inclinándose hacia delante en su silla. Sunya asintió con la cabeza.
«Son muy simpáticas»
dijo.
«Las dos»
. La señora Farmer clavó en mí sus ojos sin color y dijo
«Te importa recordarme los nombres»
. Me aclaré la garganta.
«Jas»
dije, y luego dudé. Y
«Rose»
añadió Sunya.
«Fuimos todos juntos a la playa y tomamos helados y chocolate y recogimos conchas y encontramos sirenas y nos enseñaron cómo respirar debajo del agua»
. La señora Farmer pestañeó.
«Qué encanto»
dijo antes de empezar con la lección.
«Eres un friki»
me dijo Daniel en el recreo y todo el mundo se rió. Yo estaba sentado en la hierba solo, mirándome los zapatos como si fueran la cosa más interesante del mundo.
«Y tu novia también es una friki»
. Otra vez se carcajearon todos. Sonaba como si fueran cientos y yo no me atrevía a volverme a mirar. Me desaté un cordón por hacer algo.
«Eres un bicho raro»
me gritó.
«Conque encontrando sirenas y encima con esa camiseta maloliente que llevas»
. Intenté volver a hacerme el lazo pero me temblaban los dedos. Me clavé los dientes en la rodilla y el dolor me hizo sentirme mejor.
«Pues a mí esa camiseta me gusta»
gritó alguien y a mí se me paró el corazón. Sunya estaba sin aliento, como si acabara de correr varias millas para venir a rescatarme. Ese pensamiento me hizo feliz y al mismo tiempo me dio rabia.
«Menudo gallina estás hecho»
continuó Daniel, y todo el mundo dijo cosas como
«Eso»
y
«Si será gay el tío»
. Daniel esperó a que se callaran.
«Mira que dejar que te defienda una niña en lugar de enfrentarte conmigo como un hombre»
. Aquello me sonó tan estúpido que me habría reído si no llega a ser por el miedo a que me partieran la cara.
«Los hombres no llevan pulseras de margaritas»
gritó Sunya y la multitud soltó un
«Ooooh»
. A Daniel no se le ocurría nada que responder. Miró a su alrededor. Sunya tenía las manos apoyadas en las caderas y la tela de su cabeza ondeaba al viento. La Chica M.
«Lo que tú digas»
suspiró al fin Daniel, poniendo voz de aburrido, pero estaba tan pálido como su propio pelo de color ratón y sabía que estaba derrotado. Y sabía que yo lo sabía y me miró con tanto odio que me dieron escalofríos.
«Vamos a dejar solos a estos pringaos»
. Y se alejó, riéndose demasiado alto de un chiste que hizo Ryan. Y allí nos quedamos Sunya y yo con un silencio tan grande que me dio la impresión de que estábamos dentro de un televisor y alguien le había quitado el sonido.
Quería haberle dicho
«Qué valiente eres»
y haberle dicho
«Gracias»
. Sobre todo me habría gustado preguntarle si todavía tenía mi anillo de Blue-Tack, pero se me atascaron las palabras en la garganta como aquel hueso de pollo que me tragué cuando tenía seis años. A Sunya no pareció importarle. Me sonrió y sus ojos centellearon y señaló con el dedo a la tela que llevaba en la cabeza y salió corriendo.
Por primera vez desde que mamá se marchó me he alegrado de que ya no viva con nosotros. El Director del colegio va a llamar por teléfono esta noche. Ha dicho
«En la Escuela de Ambleside no vamos a tolerar a ladrones»
. Y la señora Farmer ha quitado mi ángel de la nube número uno y lo ha vuelto a poner en la esquina de abajo a la izquierda.
Ha sido después de la hora de comer. Daniel y Ryan se han quejado de que les habían robado los relojes. Entonces Alexandra y Maisie han dicho que ellas tampoco encontraban sus pendientes. Yo al principio no le he dado demasiada importancia. En Londres desaparecían cosas todo el rato. Tampoco era para morirse. Pero aquí ha sido como la cosa más seria y más tremenda que ha ocurrido nunca. Todo el mundo se ha llevado las manos a la cabeza. La señora Farmer se ha puesto de pie de un salto. Tenía los pelos de la verruga firmes como los soldados de las películas de guerra.
Nos ha hecho vaciar a todos nuestras cajoneras. Nos ha hecho vaciarnos los bolsillos. Nos ha hecho a todos volcar el contenido de nuestras bolsas de deportes en la alfombra. Las joyas que no encontraban han salido de la mía. Sunya ha soltado un taco en voz tan alta que la han echado de clase. A mí me han mandado al despacho del Director.
«Dios siempre nos está mirando»
me ha dicho la señora Farmer cuando atravesábamos la biblioteca de camino al despacho del Director.
«Hasta cuando nos creemos que estamos solos, Él puede ver lo que estamos haciendo»
. Pensé en cuando uno va al cuarto de baño y deseé que aquello no fuera cierto. La señora Farmer se detuvo delante de la sección de «no ficción» y se volvió para mirarme. Seguía pestañeando y le olía el aliento a café.
«Estoy muy decepcionada contigo, James Matthews»
dijo, agitando un dedo regordete delante de mi cara.
«Decepcionada y consternada. Te hemos dado la bienvenida en nuestra escuela, en nuestra comunidad, y por más que este tipo de cosas ocurran en Londres, aquí…»
Di una patada en el suelo y las estanterías se tambalearon y «La electricidad al alcance de la mano» cayó sobre la alfombra.
«No lo he hecho yo»
grité.
«Yo no he sido»
. La señora Farmer se tapó la boca con las dos manos.
«Eso lo vamos a ver»
.