Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea (3 page)

BOOK: Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea
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Lo que está claro es que la abuela me va a regalar algo, aunque mamá no me regale nada. La abuela vive en Escocia, que es de donde es papá, y nunca se olvida de nada aunque tiene ochenta y un años. Me gustaría que pudiéramos verla más, porque es la única persona a quien papá le tiene miedo y yo creo que ella es la única que podría hacerle dejar de beber. Papá nunca nos lleva a verla, y ella es demasiado vieja para conducir, así que no puede venir a visitarnos. Yo creo que yo me parezco un montón a la abuela. Ella tiene el pelo de color zanahoria y pecas y yo tengo el pelo de color zanahoria y pecas, y ella es tan dura como yo. En el funeral de Rose, quitándome a mí, ella fue la única persona de toda la iglesia que no lloró. O por lo menos eso es lo que me ha contado Jas.

El parque está a una milla de distancia, y fuimos echando una carrera casi hasta allí. Yo sabía que Jas estaba intentando quemar calorías. A veces cuando estamos viendo la tele se pone a mover una pierna de arriba para abajo sin ningún motivo y todos los días después del colegio hace cientos de abdominales. Estaba muy graciosa con su abrigo largo oscuro y el pelo tan rosa, corriendo por delante de un montón de ovejas que la miraban y decían
«Beee»
. Yo seguía pendiente de ver al cartero porque ya eran casi las once y cuando salimos de casa todavía no había pasado.

Al llegar al parque había tres niñas en los columpios y se quedaron mirándonos cuando entramos. Nos pusieron cara de tan malas pulgas que yo me quedé parado junto a la entrada más rojo que una amapola. A Jas le dio igual. Corrió derecha hacia ellas y se subió en un columpio, de pie en el asiento con sus botas negras como el carbón. Las niñas la miraban como si fuera un alien, pero Jas se puso a columpiarse altísimo y fortísimo y sonreía al cielo como si nada en el mundo pudiera achantarla.

Lo de Jas es más bien la música así que me resultó fácil ganarle, siete a dos. Mi mejor tiro fue una volea con el pie izquierdo. Jas piensa que este año me van a coger en el equipo. Dice que mis zapatillas tienen magia y que con ellas voy a ser tan bueno como Wayne Rooney. Los dedos de los pies me hormigueaban como si de verdad tuvieran magia, y por un instante llegué a pensar que Jas tenía razón hasta que me di cuenta de que se me había cortado la circulación y se me estaban poniendo los pies morados. Jas dijo
«No será que te están pequeñas las zapatillas»
y yo dije
«Qué va me están perfectas»
.

De camino hacia casa yo iba todo emocionado. Jas seguía dale que te pego con lo de hacerse más piercings pero yo no podía pensar más que en el felpudo del recibidor de casa. Me lo imaginaba con un paquete encima. Un paquete gordo con una tarjeta de fútbol pegada con celo en el alegre papel de envolver. Nigel no la habría firmado pero mamá me habría puesto dentro un montón de besos.

Al empujar la puerta de la calle me di cuenta de que algo no iba bien. Se movió hacia dentro con toda facilidad. Al principio no me atrevía a mirar al suelo y me esforcé en pensar en lo que suele decir la abuela.
«Las cosas buenas vienen siempre en paquetes pequeños»
. Traté de imaginarme todos los regalos pequeños que podría haber mandado mamá y que tampoco estarían mal aunque no bloquearan la puerta. Pero a saber por qué la única cosa pequeña en la que lograba pensar era el ratón muerto de Roger y como me ponía enfermo paré.

Bajé la vista al felpudo. Había una tarjeta. Reconocí en el sobre los giros de la letra de la abuela. Aunque sabía perfectamente que debajo no había nada, tanteé igual la tarjeta con la punta del pie, no fuera a ser que mamá me hubiera mandado un regalo enano de verdad, como una chapa del Manchester United o una goma de borrar o algo.

Noté que Jas me estaba mirando. Levanté la vista hacia ella. Una vez vi a un perro corriendo hacia una carretera llena de coches y me quedé con la cabeza hundida hasta las orejas entre los hombros y las cejas arrugadas mientras esperaba el choque. Así estaba Jas mientras yo revisaba el felpudo. Me agaché rápidamente y abrí el sobre de la abuela, y me reí demasiado fuerte al ver las veinte libras que cayeron revoloteando hasta la moqueta.
«Piensa en todas las cosas chulas que te puedes comprar con ese dinero»
dijo Jas, y me alegré de que no me preguntara cuáles porque tenía en la garganta un nudo grande como el mundo.

Oímos en el salón el clac-psst de una lata que se abría, y Jas tosió para que no se notara tanto que papá estaba bebiendo el día de mi cumpleaños.
«Vamos a tomar un poco de tarta»
dijo, empujándome hacia la cocina. Como no había ninguna vela clavó un par de varitas de incienso de esas suyas en el bizcocho. Yo cerré muy fuerte los ojos y deseé que el regalo de mamá llegara pronto. Deseé que fuera el paquete más grande del mundo, tan grande que el cartero se deslomara al traerlo. Luego abrí los ojos y vi a Jas sonriéndome. Me sentí un poco egoísta así que añadí
Y por favor que Jas consiga hacerse un piercing en el ombligo
antes de coger aire con todas mis fuerzas. Había humo por todas partes pero fue imposible apagar las varitas de un soplido así que mis deseos no se van a cumplir.

Corté la tarta con todo el cuidado que pude porque no quería estropearla. Sabía a buñuelos de los del rosbif.
«Está deliciosa»
dije y Jas se rió. Ella sabía que estaba mintiendo. Gritó
«Papá, quieres un poco»
pero no hubo respuesta. Luego me dijo
«No te sientes más viejo»
y yo dije
«No porque nada ha cambiado»
. Por más que haya cumplido una década, sigo sintiéndome igual que cuando tenía nueve años. Soy el mismo que era en Londres. Jas es la misma. Y papá también. Todavía no ha aparecido por la obra, y eso que en estas dos semanas el tipo le ha dejado cinco mensajes en el contestador.

Jas mordisqueó una esquinita de un trozo enano de tarta y me preguntó si quería que me diera su regalo. Cuando abrimos la puerta de su cuarto las campanillas tintinearon. Me dijo
«Está sin envolver»
y me tendió una bolsa blanca de plástico. Dentro había un cuaderno de dibujo y unos lápices muy chulos, los más bonitos que he visto en mi vida.
«Te dibujo a ti lo primero»
le dije.

Sacó la lengua y se puso bizca.
«Vale, pero me tienes que dibujar así»
.

Después de comer vimos
Spiderman
. Es la película que más me gusta del mundo y la vimos sentados en su cuarto con las cortinas cerradas y envueltos en el edredón, aunque no era más que media tarde. Roger se me acurrucó en el regazo. En realidad es mi gato. Yo soy quien se ocupa de él. Antes era de Rose. Ella suplicó y suplicó que se lo compraran y cuando cumplió siete años, mamá accedió. Metió el gato en una caja y le pegó un asa encima y cuando Rose abrió el regalo dio un grito de alegría. Mamá me ha contado esa historia como un millón de veces. No sé si es que se le olvida que ya me la había contado o si es que le gusta volver a contarla, pero como eso la hace sonreír no digo nada y la dejo que termine. A mí me encantaría que mamá me mandara algún bicho por mi cumpleaños. Lo mejor sería una araña porque a lo mejor me picaba y así yo tendría poderes especiales como Spiderman.

Cuando bajé las escaleras después de la película, no quedaba casi tarta. En la bandeja había solamente un trozo, pero no era un triángulo bien cortadito como los míos. Estaba todo deshecho. Fui al salón y me encontré con papá roncando en el sofá con la papada llena de migas. En el suelo había tres latas de cerveza vacías y apoyada contra un cojín una botella de vodka. Seguro que estaba tan borracho que ni siquiera se había dado cuenta de que la tarta sabía raro. Ya me iba a volver para arriba cuando de pronto me fijé en mi hermana sobre la repisa de la chimenea. Junto a la urna había un pedazo de tarta y eso no sé por qué hizo que se me cruzaran de verdad los cables. Me dirigí hacia Rose y a pesar de que sé que está muerta y no oye una sola palabra de lo que decimos, murmuré
«Es mi cumpleaños, no el tuyo»
y me metí el pedazo entero en la boca.

Dos días más tarde, yo estaba en el jardín de atrás dibujando un pez que había en el estanque y tratando de no escuchar si pasaba o no el cartero. Me había dicho a mí mismo una y otra vez que mi regalo no iba a llegar nunca, pero en cuanto oí pasos en el camino de casa, corrí adentro. Unas cuantas cartas cayeron sobre el felpudo. Nada de mamá. Pero entonces se oyeron unos golpecitos en la puerta y la abrí tan rápido que el cartero pegó un brinco. Dijo
«Un paquete para James Matthews»
y las manos me temblaron al coger el envoltorio. El cartero dijo
«Firma aquí»
con voz de aburrido, como si no entendiera que estaba ocurriendo algo increíble. Sintiéndome Wayne Rooney, estampé mi firma en plan garabato como si fuera un autógrafo. Entonces el cartero dio media vuelta y se marchó, lo cual fue un alivio. Por un instante temí que, si de verdad mis deseos se cumplían, estuviera deslomado.

Me llevé mi regalo arriba pero me pasé diez minutos sin abrirlo. La dirección estaba en mayúsculas muy bien hechas. Recorrí con el dedo las letras por el papel marrón y me imaginé a mamá escribiendo mi nombre con la letra más bonita posible. Entonces de pronto ya no pude seguir esperando ni un segundo más y rompí el papel de envolver, lo hice un gurruño y lo tiré al suelo. Dentro había una caja normal que no hacía pensar en nada. A Rose le gustaban las cajas, me lo dijo una vez papá, jugaba a que eran naves espaciales y castillos y túneles. Dijo que cuando era niña prefería las cajas a los regalos.

Pero como yo no soy Rose suspiré aliviado al ver que algo chocaba contra el cartón al sacudir la caja. Me notaba el corazón como uno de esos conejos que se ven por el campo a la luz de los faros del coche. Al principio se quedó como paralizado, demasiado asustado para moverse, pero luego se arrancó de golpe y se puso a dar saltos a toda velocidad. Dentro de la caja había una tela azul y roja. La volqué sobre la cama con una sonrisa de esas que se te cuelgan de las orejas como las hamacas de las palmeras. La tela era suave y por delante tenía bordada una araña grande y negra y amenazadora. Me puse la camiseta de Spiderman y me miré al espejo. Jamie Matthews había desaparecido. En su lugar había un superhéroe. En su lugar estaba Spiderman.

Si hubiera llevado puesta mi camiseta nueva en el parque, no me habría achantado ante aquellas niñas. Habría corrido detrás de Jas y me habría subido de un salto a un columpio, aterrizando con un solo pie como si tal cosa. Me habría columpiado más alto y más fuerte de lo que jamás se haya columpiado nadie y luego habría saltado del columpio y habría volado por los aires y esas niñas habrían dicho
«Hala»
. Entonces yo me habría reído a carcajadas en plan
«JAJAJAJAJA»
y lo más probable es que hubiera soltado alguna palabrota o algo. No me habría quedado a diez metros de distancia todo colorado y temblando como un cobarde.

La tarjeta era de un jugador de fútbol con el uniforme del Arsenal. Mamá debió de pensar que era del Manchester porque los dos van de rojo. Dentro había escrito
Para mi hombrecito en su décimo cumpleaños. Que lo pases muy bien, besos de mamá
y debajo tres cruces a modo de besos. Pensé que ya no podía ponerme más contento hasta que vi la posdata al final.
Estoy deseando verte muy pronto con tu camiseta puesta
.

Repetí esa frase una y otra vez y todavía me está dando vueltas por la cabeza, como un perro que se persigue la cola. Estoy sentado en el cojín junto a la ventana y Roger está ronroneando. Sabe que hoy ha sido un buen día. Las estrellas nunca habían estado tan brillantes y parecen cientos de velas sobre una tarta negra. Aunque pudiera apagarlas de un soplo, no podría desear nada más. Ha sido un día perfecto.

Me pregunto si mamá habrá reservado ya el billete de tren. O a lo mejor Nigel tiene coche y se lo presta, aunque no creo que a ella le apetezca venirse hasta aquí conduciendo por la autopista. No le gustan nada los atascos y en Londres va andando a todas partes. Pero de alguna manera tendrá que venir porque seguro que quiere verme antes de que empiecen las clases para decirme
«Buena suerte»
y
«Pórtate bien»
y todas esas cosas de las madres. Lo que es seguro es que quiere verme con mi camiseta nueva. No me la pienso quitar hasta que venga, por si acaso. Voy a dormir también con ella porque los superhéroes nunca bajan la guardia y porque es posible que ella llegue tarde si se retrasa el tren o hay atasco. Puede que no sea esta noche o mañana, ni pasado mañana, pero si mamá dice
Muy pronto
es que va a ser
Muy pronto
, y yo quiero estar preparado para cuando venga.

Capítulo 4

Mi profesora me hizo sentarme al lado de la única musulmana de la escuela. Dijo
«Esta es Sunya»
y se me quedó mirando al ver que yo no me sentaba. Los ojos de la señora Farmer no son de ningún color. Son más pálidos que el gris. Parecen televisores mal sintonizados en los que todo se ve borroso. Tiene una verruga en la barbilla y del centro le salen dos pelos rizados. No le costaría mucho quitárselos. A lo mejor es que no sabe que los tiene. O a lo mejor a ella le gustan.
«Hay algún problema»
dijo la señora Farmer y toda la clase se volvió para mirarme. Yo quería gritar
«Los musulmanes mataron a mi hermana»
pero tampoco me pareció lo más adecuado antes de haber dicho
«Hola»
o
«Me llamo Jamie»
o
«Tengo diez años»
. Así que me senté justo al borde de la mesa y traté de no mirar hacia Sunya.

Papá se pondría como un loco si lo supiera. El cree que lo mejor de habernos ido de Londres es que nos hemos alejado de los musulmanes.
«En el Distrito de los Lagos no hay ni un extranjero de esos»
dijo.
«Nada más que británicos de verdad que se ocupan de sus propios asuntos»
. En Finsbury Park los había a miles. Las mujeres llevaban por la cabeza esas telas que parecía que se habían disfrazado de fantasmas sin esperar a Halloween. Al final de la calle en la que estaba nuestro piso había una mezquita y los veíamos a todos ir a rezar. Yo tenía un montón de ganas de echarle un ojo por dentro, pero papá me dijo que ni se me ocurriera acercarme.

Mi nueva escuela es enana. Está rodeada de montañas y de árboles y por delante de la puerta principal pasa un arroyo de modo que cuando estás en el patio se oye un gluglú como cuando el agua, se va por el desagüe. Mi escuela de Londres estaba en una calle importante y lo único que se oía, se veía y se olía era el tráfico.

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