Mi amado míster B. (25 page)

Read Mi amado míster B. Online

Authors: Luis Corbacho

BOOK: Mi amado míster B.
7.72Mb size Format: txt, pdf, ePub

Espectaculares. ¿A ver el precio? Cincuenta mangos, está perfecto, las bajaron a la mitad, me las llevo. ¡Qué buena camisa, súper liviana! Me la voy a probar. Genial, es como si la hubieran hecho a mi medida, y el color, celeste claro, va perfecto con el pantalón blanco. Ahora necesito un par de bermudas, pero acá no hay... seguro que en Levi's tienen. Bueno, pago y me voy. ¿Dónde estaba Levi's? Ah, en el tercer nivel, tengo que subir, pero primero unas papitas y una Coca en McDonald's, no hay nada mejor que las papas fritas de McDonald's, re crocantes, sequitas. ¡Qué placer! Bueno, a ver Levi's... también está en liquidación, buenísimo. Bermudas, bermudas... éstas, en color arena, y esas azules. ¿Dónde coño está el probador? Ah, ¿quedó bien trabado? Esto es una bosta, te ve todo el mundo, voy a tratar de hacerlo rápido. A ver... me quedan grandes, necesito un talle menos, ¡qué embole! Bueno, éstas deberían quedarme bien... de adelante, todo correcto, a ver de atrás... se me cae un poco el culo, chato como siempre, pero es lo que hay, no voy a encontrar nada que me quede mejor. Ok, las llevo. ¿A ver la hora? ¡Mierda, ya es la una, Mariana me va a matar!»

—Hola Ceci.

—Hola Martín, Mariana te espera arriba para la reunión.

—Sí, ya sé —subí apurado.

—Llegás tarde —dijo mi jefa con cara de pocos amigos.

—Sorry, pasa que...

—No importa, ¿empezamos? —continuó, igual de cortante.

—Seguro —asentí, sumiso.

—Te cuento, están por salir dos nuevos proyectos dentro de la editorial.

—Buenísimo —dije fingiendo entusiasmo.

—Es una revista de cine y otra de polo, parece que quieren usar nuestra estructura de contenidos para que desarrollemos esos dos productos. ¿Qué te parece?

—Genial, ¿no era lo que estaban esperando?

—Claro, finalmente parece que se nos dio. Hay buena guita de por medio, pero para cerrar el trato tenemos que presentar dos monos. Vos te tendrías que encargar del proyecto de cine y Fer del otro, ¿estás de acuerdo?

—¿Qué hay que hacer concretamente? —pregunté, con la cabeza a mil revoluciones tratando de digerir la propuesta.

—Tenés que generar la revista desde cero: nombre, formato, cantidad de páginas, secciones, entrevistas... todo.

—Más el laburo de siempre en
Soho...
—acoté.

—Sí, yo sé que es mucho trabajo, pero si sale te vas a llevar un buen porcentaje, que te va a venir bien —me explicó—. ¿No te querías ir a vivir solo? Bueno, ésta es tu oportunidad. Vos sabés que en este país lo que falta es el laburo, así que no nos podemos dar el lujo de desperdiciar esto, ¿no te parece?

—Bueno, gracias por confiar en mí, en serio.

—Yo sé que podés hacerlo, no tengo dudas. Pero me tenés que asegurar que te vas a comprometer cien por ciento, que no vas a faltar por exámenes, viajes, ni nada de eso.

—No, la facultad ya la terminé, ¿no te acordás?

—Cierto, cierto. Bueno, perfecto entonces, el lunes tenemos la reunión con los tipos que ponen la guita. Quiero que te conozcan y que sepan que vos vas a estar a cargo del proyecto. Tratá de vestirte un poco más formal ese día, ¿sí? Para no dar tan gay, viste...

—No Mariana, pará, no me puedo comprometer...

—¡Qué! —me lanzó una mirada de reprobación.

—Tenía que decirte esto hace tiempo, pero no encontraba el momento.

—Martín, no podés ser tan inseguro, no podés tener miedo de crecer, de asumir más responsabilidades, de independizarte. Vos tenés mucho potencial, sos muy capaz, pero tu inseguridad te juega en contra, porque...

—Tengo que renunciar.

—¿Cómo? ¿Justo ahora?

—Sorry, no me queda otra.

—Mirá, si es por las peleas que tenemos, todo el mundo discute en el trabajo. Yo sé que a veces soy un poco gritona, pero entendeme, tengo muchas cosas a mi cargo, no es fácil. Y como te decía —siguió, convencida de ser una consejera profesional—, necesitás madurar, no te podés ofender porque a veces te trato mal, como si fueras un nene de quince años... ya estás grande.

—Me voy a Miami.

—No —sentenció, como si mi decisión dependiera de ella.

—Sí, me voy

—No podés, ¿estás loco?

—Claro que puedo, ya tengo todo arreglado.

—¿Qué, te salió un laburo allá?

—No, me voy con Felipe.

—Vos estás mal...

—Sorry, ya lo pensé un montón, estoy seguro.

—¿Y qué vas a hacer allá, pasar el plumero mientras Felipe sale a trabajar, prepararle la comidita todas las noches? —preguntó, cínica.

—Voy a escribir, ¿te acordás que te conté lo del libro?

—Sin ofensas, pero creo que vos no estás preparado para escribir un libro, eso ya lo hablamos, el tema de la edad, la madurez intelectual...

—Puedo probar, no cuesta nada.

—¿Cómo que no? Esto tiene sus consecuencias, Martín. Si vos te vas, nos dejás en banda, yo tengo que poner a otro editor en tu lugar, y ver quién se puede encargar del nuevo proyecto, es un caos.

—No es tan complicado, se puede hacer cargo uno de los redactores, no es gran cosa...

—Yo sé. Pero me refiero a tu puesto... si te vas lo perdés —me amenazó—. Si ahora me decís que no estás dispuesto a comprometerte con la editorial y los nuevos emprendimientos, yo no puedo asegurarte nada en el futuro.

—Obvio, no pretendo eso —dije, orgulloso.

—Si te vas, te vas —insistió con las amenazas.

—Asumo las consecuencias —me arriesgué.

—Bueno, es una pena que estés tan ciego... por vos, digo.

—Gracias por la preocupación, pero yo estoy perfecto, más feliz imposible. —Ok.

—¿Listo entonces?

—Listo.

Bajé a mi escritorio y me quedé inmóvil frente al monitor por unos segundos, pensando en nada. Le mandé un mail a Felipe contándole la novedad. Necesitaba a alguien que me apoyara, que me confirmara que había tomado la decisión correcta, y Felipe era la persona más indicada para tranquilizarme y decirme que no me preocupase, asegurarme que estaba todo bien. Cuando terminé de escribir puse «send» y salí a dar una vuelta, a tomar un poco de distancia de ese lugar que ya no me pertenecía. Hice una cuadra por Gorriti y otra por Fitz Roy para terminar sentado en Omm, el barcito blanco de Honduras, la calle más concurrida de Palermo Hollywood. ¡Cómo me gustaba el barrio de la revista! Pedí una Coca-Cola con hielo y me quedé mirando pasar a la gente que entraba y salía de los canales, radios y productoras de la zona. Ya está, se terminó, pensé. Ya había hecho a un lado gran parte de mi mundo, y no cabían los arrepentimientos. Los desayunos en el bar de la esquina, las reuniones de sumario, las discusiones, los reportajes a estrellitas locales, las producciones de fotos, las invitaciones a eventos, las fiestas, los treinta mails diarios, el celular sonando cada cinco minutos, la gente que va y viene, los compañeros, los amigos, los enemigos, el sueldo depositado cada mes en el banco... Ya fue, se acabó, It's over. En esa revista había escrito mi primera nota, hacía cinco años, cuando entré como practicante. Ahí conocí gente como yo, me di cuenta de que podía escribir, de que servía para algo. Hice contactos, me enfrenté cara a cara con los famosos de la tele, visité sus casas, sus estudios, sus canales, asumí que me gustaban los chicos, cambié la forma de vestirme, salí cada noche, me divertí, gané plata, conocí a Felipe y, sobre todo, crecí más que nunca. Después de casi una hora en el bar, sentado, divagando, lleno de nostalgia, volví a la oficina. Todavía me quedaba una semana de trabajo. Ya frente a la computadora, vi un nuevo mensaje en mi cuenta de hotmail.

hola mi niño, ¿cómo estás? ¿dormiste bien? qué bueno que saliste de compras, me alegra tanto saberte feliz, pero no compres nada para miami, acá hace un calor demencial y si vienes puedes usar lo mismo que en BA, total es poco tiempo, me sorprende que hayas renunciado así, tan de repente.

sabes que te apoyo all the way, pero me sentiría culpable de saber que has hecho esto sólo por mí. si la decisión fue por vos, porque ese trabajo ya no te acomodaba, no te hacía feliz, bien por eso. mi amor, ya falta tan poquito para verte, en menos de una semana estaré en buenos aires, ¡qué ilusión!

te llamo en la noche, besos.

Leí el mail una y otra vez. Esperaba que Felipe me dijera: «¡Qué bueno! ¡Ya eres libre para viajar cuando quieras! Ahora estamos más cerca que nunca, gracias por haber tomado esta decisión tan importante, te prometo que no te arrepentirás». Pero no, nada, lo único que había obtenido era un tibio «¿estás seguro?», una reacción digna de mi mamá, o de mi jefa, o de cualquiera que no tuviera fe en lo nuestro. Seguramente lo hacía para protegerme, porque sabía lo importante que era para mí ese trabajo. Habrá querido mostrarse racional, maduro, frío, correcto. Evidentemente yo no tuve en cuenta nada de eso. Sólo pensé en que él me amaba y yo lo amaba, y eso era lo único importante, como si fuéramos dos adolescentes caprichosos que no piensan, no saben esperar.

Felipe no volvió a hablar de mi renuncia, y yo, tal vez para borrar de mi mente ese inesperado mail, tampoco mencioné el tema. «No nos preocupemos por el futuro», me repetía en el teléfono. «Lo único real es el mes que nos espera juntos en Buenos Aires. Te aseguro que nos vamos a divertir. Y después te vienes a pasar un tiempo conmigo a Miami, claro», decía.

El último viernes de marzo, mis compañeros de la revista me hicieron una despedida. En la sala de reuniones de la editorial, entre sándwiches de miga y varias botellas de Coca-Cola, cada uno se mandó su mini discurso, algunos con palabras realmente sentidas y otros con un speech lleno de clichés y formalidades tipo «te vamos a extrañar», o «te deseo lo mejor en esta nueva aventura».

Ese día, después de la oficina, fui al gimnasio con más ganas de lo habitual. Felipe llegaba el lunes siguiente y tenía que verme lo mejor posible. La sala de aparatos estaba llena de putos. Claro, era viernes, casi de noche, y todas las locas se preparaban para lucir sus torsos trabajados en el boliche. También había chongos, todos bien machos, obvio, pero cuando se juntaba tanta gente los más varoncitos se agrupaban en el sector de las pesas para delimitar la especie. Así, en la parte de piernas y glúteos se concentraba una extraña mezcla entre maricas que precalentaban la zona de batalla para esa misma noche y mujeres haciendo lo imposible para contrarrestar la flacidez de sus nalgas, que se trasparentaban a través de las calzas bien metidas en la hendidura del orto.

Encontrarme con ese panorama siempre me generaba dudas. ¿Dónde debo ubicarme?, pensaba. Si no me identifico con ninguna de las tres o cuatro especies que cohabitan en este espacio, ¿dónde me meto? Después de la duda de rigor, me acomodaba en una bicicleta fija frente al televisor a mirar Fashion TV y pedaleaba durante veinte minutos, mientras estudiaba la fauna del lugar. La vista siempre terminaba dirigida al sector de pesas, claro, donde los chicos más rudos transpiraban la camiseta, generalmente una musculosa holgada que dejaba al descubierto brazos, hombros, y algo de pectorales, todo muy duro, muy grande, muy inflado. Las locas del sector glúteos nunca me escatimaron miradas, por lo general bastante insinuadoras, pero los maricas más afeminados, con todo el respeto que me merecen, nunca me calentaron ni un poquito.

Ese viernes, mientras pedaleaba como un energúmeno, apareció Gabi, modelando un look muy deportivo: pantalón Adidas blanco, medio transparente (se le veía el calzón de lycra), con tres tiras negras a los costados; remera sin mangas de Puma, también negra, haciendo juego con las tiras; zapatillas Nike modernosas, de colores chillones y sin cordones; y un vincha blanca que le dejaba la cara al descubierto.

—¡Hoooola, chongo! —dijo a los gritos, mientras me daba un beso en cada mejilla.

—¡Hey! ¿Cómo vas?

—A mil, ¿y vos? ¿Preparándote para esta noche?

—¿Qué pasa esta noche?

—¿Cómo que qué pasa? ¡Es viernes, darling!

—Ah, claro, pero no, en realidad vine porque quiero estar bien para el lunes, que llega Felipe.

—¿Pero qué hacés esta noche?

—Nada, ¿qué querés que haga? —pregunté dejando la bicicleta—. Vení, vamos a sentarnos a esos sillones —le propuse.

—Bueno, pero un toque, mirá que estoy a mil.

Nos sentamos, yo agotado por los veinte minutos de pedaleo, y él con la mirada desviada hacia el sector pesas.

—¿Cómo es eso de que no vas a hacer nada? ¡No seas aburrida! —exclamó.

—No me trates en femenino, que me hincha las pelotas.

—¡Qué histeria tenemos hoy! —dijo tocándome la frente y fingiendo quemarse.

—Sorry, pasa que extraño a Felipe, estoy un poco ansioso por que venga.

—Bueno, entonces salgamos, te va a hacer bien...

—No, no. Mirá, no lo tomes mal, pero no me da para ir a un boliche gay —me disculpé.

—¡Pero hoy es el Brandon Gay Day, y hacen una fiesta espectacular! Va a estar llena de víctimas súper potables, chongos divinos, ¡no te lo podés perder!

—Te estoy diciendo que el lunes viene Felipe, qué me hablás de víctimas, candidatos, ¿no ves que yo ya estoy en otra cosa?

—¡Estás hecha una Martha Stewart cualquiera! Bueno, con más razón, si viene el lunes tenés que aprovechar el último viernes que te queda. Dale, vamos a la fiesta Brandon...

—No, ni hablar, que después termino en un mono-ambiente de Almagro en la cama de un tirado cualquiera y me quiero morir, ¿o no te acordás de la última vez que fuimos a un boliche gay?

—Si vos te levantás a un nefasto no es mi culpa...

—En esos lugares son todos nefastos.

—¡Ay, estás insoportable! ¿Qué vas a hacer entonces, bordar el ajuar para tu casamiento? Porque últimamente estás más casada que mi vieja, vos.

—Como se nota que nunca te enamoraste —dije, con la clara intención de lastimarlo.

Gabi se quedó pensando su respuesta.

—Bueno, no sé —dudó—. En todo caso nunca dejé de divertirme por estar con un tipo.

—¿Quién te dijo que yo dejé de divertirme? Si para vos divertirse significa garcharse a un pibe distinto cada noche...

—No me agredas —se defendió, ya más serio.

—No te agredo, todo bien, sólo digo las cosas como son.

—Lo que me jode es que pierdas tu independencia, que estés todo el día hablando de Felipe, que no mires a nadie...

—Sí que miro —lo corregí.

—Que dejes de ir a boliches gay, que estés todo un mes esperándolo sin pensar en otra cosa... ¿no te parece too much? —siguió.

Other books

MJ by Steve Knopper
Candy Shop War by Brandon Mull
Mrs. Yaga by Michal Wojcik
Breaking Beautiful by Jennifer Shaw Wolf
The Good Provider by Debra Salonen
My Beloved World by Sonia Sotomayor
The Year of Finding Memory by Judy Fong Bates