Mestiza (20 page)

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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Mestiza
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Aiden se levantó lentamente.

—No pasa nada —tenía la voz áspera—. Estas cosas pasan… cuando tienes mucho estrés.

¿Qué estas cosas pasan? Creo que no.

—No… no me puedo creer que haya hecho esto.

—Sólo es el estrés —se quedó a una distancia segura—. No pasa nada, Álex.

Me miré a los pies.

—Creo que debería irme.

Entonces dio un paso adelante, pero se paró en seguida, como con miedo de acercarse.

—Álex… no pasa nada.

—Sí, sólo es el maldito estrés y eso, ¿no? Wow. Vale. Todo es perfecto —me di la vuelta, mirando a todas partes excepto a él—. Lo necesitaba, ¡no lo último! ¡O lo de pegarte un puñetazo! Sino lo de… ya sabes, cuando estaba entrenando mi agresividad… y eso. Bueno, vale… nos vemos mañana —huí de la sala, del edifcio entero.

Fuera, bajo ese aire nocturno denso y húmedo, me pegué en la frente y gruñí. «Oh, dioses». En algún lugar por detrás de mí se abrió una puerta, así que continué caminando.

Realmente no estaba prestando atención de hacia dónde iba. El shock y la vergüenza no lograban describir bien lo que sentía. Mortifcación era una palabra un tanto patética. Quizá
pudiese
echarle la culpa al estrés. Quería reír, pero también quería llorar.

¿Sería capaz de superar esta vergüenza? Dioses, no me podía creer que le besase de verdad. Ni tampoco que en un momento dado él me devolviera el beso, que se apretara contra mí de una forma que me decía que él lo quería tanto como yo. Tenía que haber sido producto de mi imaginación.

Necesitaba un nuevo entrenador. Necesitaba en seguida un nuevo entrenador. De ninguna forma podía volver a estar con él sin caerme redonda y morir. Ni de coña, y…

Alguien se puso en frente de mí. Me moví a un lado para evitar a quien fuese, pero me bloqueó. Cabreada por no poder enfurruñarme en privado, exploté sin mirar hacia arriba.

—¡Dioses! Aléjate de mí.

Las palabras murieron en mis labios.

El Apollyon estaba frente a mí.

—Bueno, buenas noches —sus labios se curvaron en una sonrisa despreocu­pada.

—Eh… lo siento. No te había visto —o
sentido
, que era raro teniendo en cuenta lo que pasó las dos veces en que lo había sentido incluso antes de verlo.

—Obvio. Estabas mirando al suelo como si te hubiera hecho algo horrible.

—Sí, estoy teniendo un fin de semana horrible… parece que no acaba —volví a dar un paso a un lado, pero se volvió a poner en frente de mí—. Perdona —puede que usase mi voz más dulce. Después de todo, era el Apollyon.

—¿Puedo robarte unos minutos de tu tiempo?

Miré hacia el vacío patio a mí alrededor, sabiendo que no podía negarme.

—Claro, pero tengo que volver pronto a mi residencia.

—Entonces te acompaño hasta allí y así podemos hablar.

Asentí, sin tener ni la más remota idea de lo que podría querer hablar conmi­go. Me acerqué a él con cuidado.

—He estado buscándote —se puso a mi lado a mi paso—. Al parecer te has refugiado en tu residencia, y tus amigos me han dicho que los chicos no podemos entrar ahí. Yo no soy una excepción, lo que encuentro frustrante y muy irritante. Las pequeñas y estúpidas reglas del Covenant no deberían aplicarse a mí.

Mire extrañada, no estaba segura de qué me daba más cosa: el que supiese quienes eran mis amigos o que estuviese buscándome. Las dos cosas me parecían igual de escalofriantes. Podía cortarme el cuello como si fuese una ramita. Era el Apollyon, alguien al que
nadie
querría tener buscándolo.

—Así que estaba esperando a que reaparecieses.

9Ahora sí que era un tanto escalofriante. Sentí su mirada, pero mantuve la mía fja al frente.

—¿Por qué?

Seth se puso rápidamente junto a mí a mi paso.

—Quiero saber qué eres.

Me quedé helada y tuve que mirarle. Estaba bastante cerca, pero sin llegar a tocarme. Sinceramente, parecía no querer hacerlo. La cautela se refejaba en todos sus fascinantes rasgos mientras me observaba.

—Soy una mestiza.

Arqueó una ceja rubia.

—Wow. No tenía ni idea de que eras una mestiza, Alexandria. Me has dejado fipando.

Le miré con los ojos entrecerrados.

—Llámame Álex. ¿Entonces por qué has preguntado?

—Sí, ya lo sé. Todo el mundo te llama con nombre de chico.

Hizo una mueca y su voz se llenó de frustración.

—Da igual, sabes que eso no era lo que preguntaba. Quiero saber qué eres.

Mosquear al Apollyon seguramente no era lo más inteligente, pero estaba en­tre un ánimo horrible y de mierda. Crucé los brazos sobre el pecho.

—Soy una chica. Tú eres un chico. ¿Te aclara eso las cosas?

Curvó un lado de su boca.

—Gracias por la clase en géneros. Siempre me confundo acerca de las partes de los chicos y las chicas, pero de nuevo, no es eso lo que estoy preguntando —dio un paso al frente, inclinando la cabeza a un lado—. En mayo, Lucian requirió mi presencia en el Consejo. Te encontraron hacia la misma fecha. Es extraño.

Mi instinto me exigía dar un paso atrás, pero me negué.

—¿Vale?

—No creo en las coincidencias. La orden de Lucian tiene que ver contigo. Así que eso nos lleva a una importante pregunta.

—¿Qué es…?

—¿Qué es tan importante en una chiquilla cuya madre es un daimon? —me rodeó. Me giré, siguiendo su movimiento—. ¿Por qué Lucian me quiso aquí ahora, y no antes? Tenías razón en el despacho del decano. No eres la primera mestiza o incluso pura-sangre que tiene que derrotar a un ser querido o un amigo en batalla. ¿Qué te hace tan especial?

Comencé a sentir que me estaba irritando.

—No tengo ni idea. ¿Por qué no vas y se lo preguntas?

Varios mechones cortos se escaparon de la cinta de cuero y le cayeron sobre la cara.

—Dudo que Lucian esté siendo sincero.

—Lucian no tiene por qué ser sincero.

—Deberías saberlo. Es tu padrastro.

—Lucian no es nada para mí. Lo que viste en ese despacho fue extraño. Tenía que estar puesto de coca o anfetas.

—¿Entonces no te enfadarás si digo que ha sido todo un capullo pedante?

Contuve la risa.

—No.

Sus labios se curvaron en una media sonrisa.

—Intento pensar por qué me pasaron de estar cazando daimons a cuidar de una chica…

Alcé las cejas.

—No estás cuidando de mí. Estás cuidando de Lucian.

—¿Ah sí? ¿Por qué iba Lucian a necesitarme como Guardia? Pocas veces sale del Consejo y siempre está rodeado de numerosa protección. Un Guardia cualquie­ra puede servirle. Esto es hacerme perder el tiempo.

Ese era un buen argumento, pero no tenía respuestas para él. Me encogí de hombros y comencé de nuevo a andar, esperando que no me siguiese, pero lo hizo.

—Te lo volveré a preguntar. ¿Qué eres?

Las primeras dos veces que hizo la pregunta, sólo me había logrado cabrear, pero la tercera vez se me quedó grabada en el cerebro y logró sacar de mí un recuerdo que estaba suelto por mi mente. Me acordé de la noche en la fábrica. ¿Qué dijo el daimon después de marcarme? «
¿Qué eres?
» Me llevé la mano al cuello, rozando la piel ultra suave de la cicatriz.

Los ojos de Seth se clavaron en mí.

—¿Qué es eso?

Miré hacia arriba.

—¿Sabes? No eres la primera persona en preguntarme eso. Un daimon me lo preguntó también después de marcarme.

Vi interés en su cara.

—Igual tengo que morderte para averiguarlo.

Dejé caer la mano y le atravesé con la mirada. Estaba bromeando, pero aun así me desconcertó.

—Buena suerte con ello.

Esta vez sonrió, mostrando una fla de dientes perfectos y blancos. Su sonrisa no era como la de Aiden, pero era bonita.

—No pareces tenerme miedo.

Respiré profundamente.

—¿Por qué debería tenerlo?

Seth se encogió de hombros.

—Todo el mundo me tiene miedo. Incluso Lucian; hasta los daimons me tie­nen miedo. Ya sabes, pueden sentirme, y aunque saben que para ellos signifca la muerte, vienen corriendo hacia mí. Como si fuera un autentico manjar para ellos. No pueden dejarme sin más.

—Sí… y yo soy comida rápida —murmuré recordando lo que dijo el daimon en Georgia.

—Quizá… o quizá no. ¿Quieres oír algo extraño?

Miré a mi alrededor, buscando una salida. Mi estómago volvió a retorcerse.

—La verdad es que no.

Se pasó los mechones sueltos de pelo por detrás de la oreja.

—Sabía que estabas aquí. No tú, por así decirlo. Pero sabía que había alguien; alguien diferente. Lo sentí fuera, antes de entrar al salón. Era como una atracción magnética. Me fijé en ti inmediatamente.

Me sentía más incómoda cuanto más hablaba con él.

—¿Oh?

—Nunca antes me había pasado —descruzó los brazos e hizo el amago de to­carme. Di un salto atrás. Hizo una mueca de fastidio. Había múltiples razones por las que no quería que me tocase. Asustada por que lo fuese a hacer de verdad, solté lo primero que se me pasó por la cabeza.

—Vi tus tatuajes.

Seth se quedó helado, con un brazo levantado en mi dirección. Su cara brilló de sorpresa antes de que dejase caer el brazo y parecer receloso. Demonios, ya no parecía querer tocarme, ni estar en el mismo código postal que yo. Esta vez fue él el que retrocedió.

Debería de haberme alegrado, pero eso sólo incrementó los nervios que se estaban formando en mi estómago.

—Tengo… que irme. Es tarde.

La repentina ráfaga de aire me hizo levantar la cabeza. Seth se movía rápido, posiblemente más que Aiden, y ahora estaba de nuevo en mi espacio personal.

—¿Iba en serio lo que dijiste en el despacho del decano? ¿Qué tu madre estaba muerta para ti? ¿Realmente piensas eso?

La pregunta me pilló por sorpresa, y no contesté.

Se acercó más, con voz baja pero todavía melódica.

—Si no, entonces más vale que no te encuentres nunca con ella, porque te matará.

Capítulo 13

AL DÍA SIGUIENTE EL ENTRENAMIENTO FUE ÉPICAMENTE EXTRANO. Aiden pasó todo el tiempo haciendo como que no le había agredido física y sexualmente, lo que creó en mí una serie de emociones confictivas. Parte de mí se alegra­ba de que no sacase el tema. Y la otra parte… bueno, la otra parte estaba picada. Aunque no tenía sentido, quería que admitiese lo que pasó entre nosotros.

Pero llevé mi enfado al entrenamiento. Peleé mejor y bloqueé más que nunca. Aiden alabó mi técnica de una forma realmente profesional, lo que me irritó bas­tante. Cuando enrollamos las colchonetas al fnal del entrenamiento, me sentí con ganas de provocar.

—Me encontré con Seth… anoche —a la palabra «anoche» probablemente le di más peso que al resto de lo que dije. Aiden se puso tenso, pero no respondió—. Quiere saber por qué Lucian le ordenó ir al Consejo.

Aiden se enderezó, pasándose las manos por las piernas.

—No debería cuestionar sus órdenes.

Levanté una ceja.

—Cree que tiene algo que ver conmigo.

Entonces me miró, con una expresión totalmente vacía.

—¿Es así?

Sin respuesta.

—¿Tiene algo que ver con lo que le pasó a mi madre?

Cerré los puños ante su continuo silencio.

—Anoche dijiste que tenía todo el derecho de saber lo que le pasó a mi madre. Así que creo que tengo todo el derecho a saber qué narices está pasando. ¿O vas a volver a mentirme?

Eso sí que tuvo respuesta.

—Nunca te he mentido, Álex. Omití la verdad.

Puse los ojos en blanco.

—Claro, porque eso no es mentir.

Vi cómo su irritación se refejaba en su cara.

—¿Crees que me gustaba saber lo que le pasó a tu madre? ¿Qué disfruté vien­do lo que te dolió cuando lo descubriste?

—Esa no es la cuestión.

—La cuestión es que estoy aquí para entrenarte. Para prepararte y que puedas empezar las clases.

—Y nada más ¿no? —el dolor alimentó mi cabreo—. ¿Ni la cortesía de contar­me lo que está pasando cuando es tan obvio que sabes qué ocurre?

La incertidumbre oscureció su expresión. Movió la cabeza y se pasó una mano por el pelo. Las ondas oscuras volvieron sobre su frente como siempre.

—No sé por qué el Patriarca ordenó que Seth fuera al Consejo. Sólo soy un Centinela, Álex. No sé cómo funciona el Consejo por dentro, pero… —respiró pro­fundamente—. No confío plenamente en tu padrastro. Lo que hizo en el despacho de Marcus fue… algo fuera de lo común.

De todo lo que esperaba que dijese, me sorprendió que admitiese eso. Esto logró difuminar un poco —pero no todo— mi enfado.

—¿Qué crees que está haciendo?

—Eso es todo lo que sé. Álex. Si yo fuese tú… tendría cuidado con Seth. Los Apollyons a veces pueden ser inestables, peligrosos. Se sabe que pierden los estri­bos, y si está enfadado por su reubicación…

Asentí, pero no estaba realmente preocupada por ello. Aiden se fue sin decir mucho más. Decepcionada, salí de la sala de entrenamientos y me encontré fuera con Caleb.

Los dos nos quedamos mirando.

—Entonces… ¿supongo que ya lo sabes? —intenté sonar despreocupada.

Caleb asintió, con dolor en sus ojos azul cielo.

—Álex, lo siento. No está bien, no es justo.

—No lo es —susurré.

Sabiendo cómo soy con estas cosas, lo dejó después de eso. No volvimos a sacar el tema, y durante el resto de la noche todo fue como si las cosas fuesen nor­males. Mamá no era un daimon, y no iba por ahí fuera drenando puros. Era más fácil seguir adelante fngiendo que todo era normal. Funcionó un tiempo.

Algunos días después, conseguí mi deseo de un nuevo entrenador. Bueno… casi. Cuando abrí las puertas dobles de la sala de entrenamiento Aiden no estaba solo. Kain estaba a su lado, y se le veía que aún recordaba bien nuestro último en­trenamiento.

Fui más despacio mientras mis ojos iban de uno a otro.

—¿Hey…?

La cara de Aiden era ilegible, la expresión normal desde que le besé.

—Kain nos va a ayudar a entrenar tres días a la semana.

—Oh —estaba entre emocionada por aprender lo que Kain me pudiese ense­ñar y decepcionada por que alguien invadiese
mi
tiempo con Aiden.

Realmente tenía mucho que aprender de Kain. No era tan rápido como Aiden, pero ya había logrado anticipar los movimientos que usaba Aiden. Con Kain todo era nuevo. Al fnal del entrenamiento me sentí un poco mejor por el cambio en el entrenamiento, pero seguía teniendo la insistente sensación de que la reaparición de Kain tenía algo que ver con el beso.

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