Mestiza (16 page)

Read Mestiza Online

Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Mestiza
5.94Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué? —sonó incrédulo—. ¿Pensabas que debías estar en un zoo?

Sentí formarse una sonrisa en mis labios.

—Sí, era una niña rara. Así que… esa era una de las cosas que pensaba que podría hacer. Ya sabes, trabajar con animales o algo, pero… —me encogí de hombros, sintién­dome un tanto estúpida.

—¿Pero qué, Álex? —podía sentir su sonrisa.

Bajé la mirada hacia mis manos.

—Pero siempre quise volver al Covenant. Lo necesitaba. Simplemente no encaja­ba con la gente normal. Echaba de menos esto, echaba de menos tener un propósito y saber lo que tenía que hacer.

Sus dedos dejaron mi piel y se quedó en silencio tanto rato que pensé que algo le había sucedido. Me di la vuelta para mirarle.

—¿Qué?

Inclinó un poco la cabeza hacia un lado.

—Nada.

Crucé las piernas y dejé escapar un suspiro.

—Me miras como si fuese rara.

Aiden dejó el bote a un lado.

—No eres rara.

—¿Entonces…? —me bajé la camiseta y cogí el bote—. ¿Ya has acabado?

Cuando asintió le puse la tapa.

Aiden se inclinó hacia delante, poniendo las manos a los lados de mis piernas cruzadas.

—La próxima vez que te hagas daño, quiero que me lo digas.

Cuando miré hacia arriba, estaba a nivel de la vista y sólo nos separaban unos centímetros. Lo más cerca que habíamos estado fuera de la sala de entrenamiento.

—Vale.

—Y… no eres rara. Bueno, he conocido a gente más rara que tú.

Empecé a sonreír, pero había algo en la forma en que Aiden me miraba que me llamó la atención. Era como que sentía responsabilidad por mí y lo que yo sentía. Sabía que sí. Igual tenía algo que ver con tener que cuidar de Deacon… ¿Y Deacon? Recordé lo que dijo anoche.

Me aclaré la garganta y me concentré en su hombro.

—¿Deacon habla alguna vez sobre las cosas? Ya sabes, ¿sobre vuestros padres?

Mi pregunta lo pilló por sorpresa. Le costó unos segundos responder.

—No. Igual que tú.

Ignoré eso.

—¿Su problema con la bebida? Creo que lo hace para no tener que pensar en ello.

Aiden parpadeó.

—¿Por eso bebes tú?

—¡No! Yo no bebo tanto, pero esa no es la cuestión. ¿Qué estaba diciendo…? —Dioses, ¿qué estaba haciendo? ¿Intentando hablarle sobre su hermano?

—¿Qué decías?

Esperaba no pasarme de la raya, y continué.

—Creo que Deacon bebe para no tener que sentir.

Aiden suspiró.

—Ya lo sé. Y también todos los orientadores y profesores. Da igual lo que haga o a quién le lleve a ver, no se abre.

Asentí, comprendiendo lo difícil que le resultaba a Deacon.

—Está… orgulloso de ti. No lo dijo exactamente así, pero está orgulloso de lo que estás haciendo.

Pestañeó.

—¿Por qué… cómo lo sabes?

Me encogí de hombros.

—Creo que si sigues haciendo lo que haces, porque está bien, acabará viniendo a ti.

Continuó serio, pero algo más. Parecía preocupado, y por razones que yo ni si­quiera quería saber, me preocupaba.

—Hey —me moví y le toqué la mano que tenía al lado de mi pierna izquierda—. Eres…

La mano que había tocado agarró la mía. Me quedé helada cuando entrelazó sus dedos con los míos.

—¿Qué soy qué?

Guapo. Amable. Paciente. Perfecto. No dije ninguna de estas cosas. En vez de eso, me quedé mirando a sus dedos, preguntándome si sabía que me estaba cogiendo de la mano.

—Siempre eres tan…

Movió el pulgar por encima de mi mano. Tenía los dedos frescos y suaves por el bálsamo.

—¿Qué?

Miré hacia arriba, y estaba completamente atrapada. Su mirada, su tacto suave por mi mano estaban haciendo cosas raras conmigo. Me sentía acalorada y mareada, como si hubiese estado sentada al sol todo el día. Sólo podía pensar en cómo sentía su mano sobre la mía. Y luego, en cómo se sentiría esa mano en otras partes. No debería estar pensando en nada.

Aiden era un
puro
.

La puerta de la habitación se abrió. Me eché hacia atrás, dejé caer mi mano en mi regazo.

Una sombra descomunalmente grande se quedó en la puerta. Don Esteroides, Leon, miró dentro de la habitación, fjándose en Aiden, que se había movido hasta una distancia mucho más apropiada.

—Te he buscado por todas partes —dijo Leon.

—¿Qué pasa? —preguntó Aiden tranquilamente.

Leon me miró. No sospechaba nada. ¿Por qué iba a hacerlo? Aiden era un puro bien respetado y yo sólo era una mestiza a la que estaba entrenando.

—¿Se ha hecho daño?

—Está bien. ¿Qué necesitas?

—Marcus necesita vernos.

Aiden asintió. Empezó a salir fuera con Leon, pero se paró en la puerta. Girándo­se hacia mí, volvió al tema.

—Hablaremos más sobre esto más tarde.

—Vale —dije, pero ya se había ido.

Mi mirada se dirigió de nuevo hacia el cuadro de la diosa del amor. Tragué saliva y agarré con más fuerza el bote. De ninguna forma —para nada— estaba interesada en Aiden de ese modo. Claro que sí, estaba como para derretirse y era muy simpático, paciente y divertido, aunque de una forma como seca. Había mucho de él que podía gustarte. Si fuese un mestizo, entonces no habría nada malo. No trabajaba para el Covenant, así que no era el tipo de problema de una estudiante liada con su profesor, y sólo tenía tres años más que yo. Si fuese un mestizo, seguramente yo ya me habría lanzado a él.

Pero Aiden era un maldito pura-sangre.

Un maldito pura-sangre con unos dedos maravillosamente fuertes y una sonrisa que… bueno, me hacía sentir como si tuviese un nido de mariposas en el estómago. Y la forma en que me miraba —cómo sus ojos cambiaban de gris a plateado en un segun­do— me seguía emocionando todavía. Mi estúpido corazón me saltaba en el pecho.

Capítulo 10

TIRADO EN LAS ESTERILLAS, GUIÁNDOME DURANTE LOS ESTIRA­MIENTOS UNOS CUANTOS DÍAS DESPUÉS, AIDEN DECIDIÓ CONTARME POR QUÉ MARCUS QUISO VERLO.

—Lucian va a venir.

Miré hacia el techo, decepcionada.

—¿Y?

En lugar de acercarse hacia mí como solía, se dejó caer a mi lado sobre la esterilla. Su pierna rozó la mía, y sentí cómo se me tensaba el pecho.
Estás siendo ridícula, Álex. Para ya.
Aparté la pierna.

—Va a querer hablar contigo.

Apartando la atracción salvaje que sentía hacia él, me concentré en sus pala­bras.

—¿Por qué?

Dobló las rodillas y dejó caer sus brazos sobre ellas.

—Lucian es tu tutor legal. Supongo que tiene curiosidad por saber qué tal va tu entrenamiento.

—¿Curiosidad? —pataleé en el aire. ¿Por qué? No tenía ni idea—. Lucian nun­ca se ha interesado en nada que tuviese que ver conmigo. ¿Por qué iba a empezar ahora?

Su expresión se endureció por un momento.

—Las cosas ahora son diferentes. Con tu madre…

—Eso no importa. No tiene nada que ver conmigo.

Él seguía teniendo una expresión extraña mientras miraba cómo apuntaba con los dedos de los pies hacia el techo.

—Tiene todo que ver contigo —respiró profundamente, como si estuviese es­cogiendo sus siguientes palabras sabiamente—. Lucian está empeñado en no que­rer que vuelvas al Covenant.

—Está bien saber que Lucian y Marcus tienen eso en común.

Se le tensó la mandíbula.

—Lucian y Marcus no tienen nada en común.

Ya empezaba otra vez, intentando convencerme de que Marcus no era tan capullo como yo pensaba. Llevaba igual unas cuantas semanas hablando sobre lo preocupado que pareció mi tío cuando mi madre y yo desaparecimos. O lo aliviado que pareció Marcus cuando le comunicó que estaba viva. Qué amable por parte de Aiden, querer arreglar la relación entre nosotros, pero Aiden no se daba cuenta de que no había nada que arreglar.

Se acercó y me sujetó las piernas contra el suelo.

—¿Alguna vez te estás quieta sentada durante cinco minutos?

Sonreí, poniéndome de pie.

—No.

Pareció querer sonreír, pero no lo hizo.

—Esta noche, cuando veas a Lucian, deberás mostrar tu mejor cara.

Me reí.

—¿Mi mejor cara? ¿Entonces supongo que no podré retar a Lucian a una pe­lea? Esa sí que la ganaría. Es un flojucho.

La mirada seria que cubría su cara era una clara señal de que no le estaba pa­reciendo divertido.

—¿Te das cuenta de que tu padrastro puede revocar la decisión de Marcus de que te quedes aquí? ¿De que su autoridad supera a la de Marcus?

—Sí —me puse las manos en las caderas—. Y Marcus sólo va a dejar que me quede si pruebo que soy capaz de volver a las clases en otoño, así que no veo cuál es el problema.

Aiden se puso de pie rápidamente. Por un segundo me quedé impactada por lo rápido que se movía.

—El problema es que si eres igual de bocazas con el Patriarca que con Marcus, no tendrás una segunda oportunidad. Nadie podrá ayudarte.

Aparté los ojos de él.

—No voy a fanfarronear con él. En serio, no hay nada que Lucian me pueda decir para que salte. No signifca nada para mí. Nunca lo ha hecho.

Pareció dudarlo.

—Intenta recordarlo.

Le lancé una sonrisa.

—Tienes muy poca fe en mí.

Sorprendentemente, Aiden me respondió con una sonrisa. Me hizo sentir arro­pada y estúpida a la vez.

—¿Qué tal tu espalda?

—Oh. Va bien. Esa… cosa parece que me ha ayudado.

Caminó por las esterillas, con sus ojos plateados clavados en mí.

—Asegúrate de ponértela todas las noches. Los moratones deberían irse en unos días.

Siempre podrías volver a ayudarme a ponérmela
, pero no se lo dije. Me eché hacia atrás, mantenido un espacio entre nosotros.

—Sí, sensei.

Aiden se paró en frente de mí.

—Será mejor que nos vayamos. El Patriarca y sus Guardias llegarán pronto, y se supone que todo el Covenant tiene que recibirle.

Gruñí. Todos llevarán un uniforme del Covenant de algún tipo y a mí nadie me había dado uno.

—Voy a parecer una…

Aiden me puso las manos en los brazos, destruyendo toda capacidad de pen­samiento. Le miré, imaginándome una escena salvaje en la que me apretaba contra él y me besaba igual que los hombres fornidos de los libros eróticos que mi madre solía leer.

Me cogió y me puso en el suelo, a unos metros de las esterillas. Se agachó y comenzó a enrollarlas. Ahí se iban mis fantasías.

—¿Qué parecerás qué? —preguntó.

Me pasé las manos por los brazos.

—¿Qué se supone que me voy a poner? Voy a dar el cante y todo el mundo me va a mirar.

Me miró desde abajo entre sus pestañas tupidas.

—¿Desde cuándo te molesta que todo el mundo te mire?

—Esa es buena —le sonreí, y me fui hacia fuera—. Luego te veo.

Cuando llegué a la sala común, todo el mundo estaba cotorreando sobre lo de esta noche.

No es que Lucian fuese la razón de que Caleb estuviese andando de un lado a otro de la sala. Hasta Lea parecía preocupada mientras se enrollaba un mechón de pelo en los dedos. No es que los mestizos nos preocupásemos mucho sobre Lucian personalmente, pero como Patriarca de la Corte tenía un nivel bastante alto de con­trol sobre los puros y los mestizos. Nadie se imaginaba por qué un Patriarca tenía que venir al Covenant durante el verano, cuando la gran mayoría de los estudian­tes estaban ausentes.

Yo seguía ocupada imaginándome a Aiden como un pirata, levantándome del suelo.

—¿Tú sabes algo? —preguntó Luke.

Antes de que pudiese responder, Lea se metió en medio.

—¿Cómo iba a saberlo? A Lucian apenas le importa.

La miré, serena.

—¿Se supone que eso tenía que herir mis sentimientos o algo?

Se encogió de hombros.

—Mi madrastra me visita todos los domingos. ¿Por qué no te ha visitado Lucian?

—¿Cómo iba a saberlo?

Tenía una mirada taimada.

—Yo lo sé.

—Te estás tirando a uno de los Guardias ¿verdad? —fruncí el ceño—. Eso ex­plica cómo sabes siempre tantas cosas.

Lea estrechó los ojos, como hacen los gatos al ver un ratón.

Riéndome por lo bajo, aposté por Clive, un Guardia joven que estuvo presente el primer día que llegué al Covenant. Era mono, le gustaba mirar a las chicas, y le había visto por las residencias unas cuantas veces.

—Igual Lucian viene a sacarte del Covenant —Lea se estudió las uñas—. Siem­pre he pensado que pegarías más con los esclavos.

Como si nada, me eché hacia delante y cogí una de las revistas gordas. Se la tiré a Lea a la cabeza. Con los refejos de mestiza, la pilló antes de que le diera.

—Gracias. Necesitaba algo para leer —se puso a hojearla.

Según se acercaban las siete, me fui hacia mi cuarto para prepararme. Doblado sobre la mesita de café había un uniforme verde oliva del Covenant. Abrí los ojos de par en par al coger el uniforme y cayó una notita. La abrí con dedos temblorosos:

Tuve que imaginarme tu talla. Nos vemos esta noche.

Sonriendo, miré en los pantalones y vi que eran mi talla. No había forma de parar la ola de calor que me estaba entrando. Lo que Aiden había hecho signifcaba un mundo para mí. Esta noche iba a pertenecer al Covenant de verdad.

En lugar de los uniformes negros que llevaban los Centinelas entrenados, los estudiantes llevaban ropa verde del mismo tipo, como un recuerdo de los unifor­mes del ejército.

Y tenían todos los bolsillos elegantes y ganchos para llevar armas que tanto me gustaban.

Me di una ducha rápida, y tras ponerme el uniforme me sentí emocionada.

Habían pasado unos cuantos años desde la última vez que me puse esto, y hubo momentos en los que pensé que nunca volvería a llevarlo. Girándome frente al espejo, tuve que reconocer que me sentaba bien vestir de verde.

Emocionada, me recogí el pelo en una coleta y fui a encontrarme con Caleb. Juntos, nos dirigimos hacia el campus principal, y una extraña sensación de nostal­gia me inundó cuando entramos al edifcio más grande de la academia.

Había evitado la parte académica del campus desde que volví, sobre todo porque ahí era donde Marcus tenía su despacho. También me parecía injusto tener que rememorar todo esto si él decidía en un mes o dos que no me dejaba quedarme.

Claro que Caleb pensaba que las cosas iban genial y que Marcus me dejaría quedarme, pero yo no estaba tan segura. Ni siquiera le había vuelto a ver desde el día en que se pasó por el gimnasio y me hice sentir como una idiota. Estaba segura de que eso le habría dejado huella. Ahora que lo pensaba, no me extraña que Aiden estuviese tan preocupado por lo que pudiese decirle a Lucian.

Other books

The Whispering Statue by Carolyn Keene
Listed: Volume II by Noelle Adams
Ripped by Sarah Morgan
The Girl Who Fell to Earth by Sophia Al-Maria
Eye of the Storm by Ann Jacobs
When a Texan Gambles by Jodi Thomas
I Confess by Johannes Mario Simmel
Tolstoy and the Purple Chair by Nina Sankovitch
Our Australian Girl by Lucia Masciullo
Vision of Venus by Otis Adelbert Kline