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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (24 page)

BOOK: Mestiza
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—¿Qué iba a saber Leon? Es como hablarle a una estatua de Apolo. De todas formas eres divertido, cuando quieres. Y simpático, e inteligente, muy inteligente. Tienes la mejor personalidad que he…

—Vale —levantó las manos mientras reía—. Lo pillo, y me sé divertir. Entre­narte es divertido y para nada aburrido.

Murmuré algo incoherente, porque mi pecho, bueno, estaba palpitando otra vez. El entrenamiento había acabado, y aunque quería quedarme con él, no había más razones para quedarme. Me encaminé hacia las puertas.

—¿Álex?

Mi estómago se tensó.

—¿Sí?

Se quedó a unos pocos metros de mí.

—Creo que sería buena idea… si no volvieses a llevar puesto eso para entrenar.

Oh. Me había olvidado de lo que llevaba puesto. Eran un par de shorts bastan­te cuestionables que Caleb me había comprado. Ni siquiera pensé que se fuese a dar cuenta. Mirándole ahora, me di cuenta de que
se había fijado
. Puse una mirada totalmente inocente.

—¿Te distraen estos shorts?

Aiden puso una de sus extrañas sonrisas. Cada célula de mi cuerpo sintió calor. Hasta me olvidé de que me estaba entrenando para algo horrible. Su sonrisa tenía ese impacto.

—No son los shorts lo que me distraen —me rozó al pasar a mi lado, parán­dose en la puerta—. En el próximo entrenamiento, si tenemos tiempo, igual te dejo entrenar con las dagas.

Mis provocativos shorts y todo lo demás quedaron en el olvido en ese mismo instante.

—No puede ser. ¿En serio?

Intentó parecer serio, pero tenía una sonrisa un tanto traviesa.

—Creo que no hará daño, pero sólo un ratito. Creo que ayudará… que tengas unas nociones sobre cómo manejarlas.

Volví a mirar hacia la pared de las armas. Ni siquiera se me permitía tocarlas, y ahora me iba a dejar entrenar con ellas. Era como acabar la guardería. Vaya, era como estar en Nochebuena.

Sin pensarlo, acorté la distancia entre nosotros y le abracé. Aiden inmediata­mente se puso tenso, obviamente le pilló por sorpresa. Era un simple abrazo, pero la tensión aumentó varios grados. De repente me pregunté cómo sería el apoyar la cabeza contra su pecho como hice cuando volvió de Lake Lure. O si me envolviese con sus brazos, pero no para consolarme. O si le besase de nuevo como hice aquella noche… ¿me devolvería el beso?

—Eres demasiado guapa como para ir vestida así —me movió el pelo con su respiración—. Y estás demasiado emocionada por trabajar con los cuchillos.

Me puse roja, dando un paso atrás.
¿Qué?
¿Aiden pensaba que era guapa? Necesité un rato para dejar eso de lado.

—Estoy sedienta de sangre. ¿Qué quieres que te diga?

Aiden bajó la mirada, y yo decidí que tenía que ir a la tienda a buscar tantos pantalones minúsculos como pudiese.

Capítulo 15

JUSTO ANTES DEL AMANECER COMENZÓ EL FUNERAL PARA LOS ASE­SINADOS EN LAKE LURE Y… BUENO, FUE IGUAL DE HORRIBLE QUE TODOS LOS FUNERALES. Siguiendo la tradición griega antigua, el funeral consistía en tres partes. Todos los cuerpos —los recuperados— estaban preparados antes de que empezase el funeral. Yo me quedé al fondo de la funeraria, negándome a acer­carme a los muertos. Les mostré mis respetos desde una distancia prudencial.

Los tres cuerpos de la familia Dikti, el padre y la madrastra de Lea y los Guar­dias estaban envueltos en telas de lino con bordados de oro. Desde allí comenzó la procesión del funeral, y era larga. Los cuerpos se levantaron sobre piras y los llevaron por la calle principal. En Deity Island se había suspendido toda actividad turística, y las calles estaban llenas de dolientes pura-sangres y mestizos.

Los estudiantes del Covenant destacábamos sobre los demás. Llevábamos vestidos de verano negros o vestidos de fiesta. Ninguno de nosotros teníamos real­mente nada apropiado que llevar para un funeral. Yo llevaba un vestido de tubo negro y unas chancletas. Era lo mejor que tenía.

Me quedé al lado de Caleb y Olivia, y sólo vi un momento a Lea y Dawn en el cementerio. Las hermanas compartían el mismo pelo rojo cobre y cuerpos im­posiblemente delgados, e incluso con los ojos hinchados, Dawn era absolutamente impresionante.

Los Hematoi no enterraban a los muertos. Tras incinerar los restos, les erigían enormes estatuas de mármol. La interpretación del artista con la que honraría a la familia Samos, dispuso sus imágenes sobre un pedestal grabado con un verso grie­go sobre la inmortalidad entre los dioses. El pedestal redondo ya estaba en su sitio.

A los cuerpos se les quitaban las joyas y el oro y se ponían sobre el pedestal. En ese punto ya quería irme, pero habría sido lo más irrespetuoso que se puede hacer. Me di la vuelta cuando encendieron las piras, pero aun así podía escuchar el chisporroteo del fuego consumiendo sus cadáveres. Me estremecí, odiando la finalidad de aquello, odiando que éstas eran posiblemente víctimas de mi madre.

Lentamente, los dolientes se fueron apartando. Algunos se fueron a sus casas; otros fueron a las pequeñas recepciones que se hacían en las casas de las familias. Yo me puse detrás de Caleb y Olivia, camino hacia el Covenant, lejos de toda la muerte y desesperación.

Al pasar al lado de las piras, mis ojos encontraron a Aiden. Estaba con Leon, unos cuantos metros por detrás de Dawn y Lea. Miró hacia arriba —casi como si me hubiese sentido— y nuestros ojos se encontraron. No hizo ninguna otra señal, pero yo sabía que mi presencia allí le parecía bien. Ayer, antes de la charla sobre perseguir a nuestros seres amados y el incidente de los shorts, cuando dijo que era guapa, mencioné que no estaba segura de si debía venir o no, teniendo en cuenta que mamá había sido uno de los daimons.

Aiden me miró con cara seria.

—Te sentirás más culpable por no ir y no mostrar tus respetos. Mereces hacer­lo. Tanto como todos los demás, Álex.

Por supuesto que tenía razón. Odiaba los funerales, pero me habría sentido mal si no hubiese venido.

Ahora saludó suavemente antes de volverse hacia Dawn. Se estiró y le tocó el brazo. Un mechón de pelo oscuro le cayó sobre la frente cuando inclinó la cabeza, ofreciendo sus condolencias. Volví mi atención hacia las enormes puertas de hierro que separaban la ciudad del terreno lleno de estatuas. Seth estaba ahí, vestido con su uniforme negro. Sin duda estaba observándonos. Le ignoré en cuanto salimos del cementerio.

Durante el resto del día intenté olvidar que habíamos perdido a tanta gente inocente.

Y que mamá era responsable.

***

Al final no hice nada con las dagas en el siguiente entrenamiento. Cuando le monté una escena por ello, Aiden se quedó mirando pacientemente entretenido.

—Ala, venga —tiré las colchonetas al suelo—. ¿Cómo se supone que voy a ponerme al nivel cuando no puedo ni tocar una daga?

Aiden me apartó del camino y retomó la tarea con las colchonetas.

—Tengo que asegurarme de que sabes defenderte.

—¿No ha practicado nada con los filos del Covenant?

Seth estaba apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho. Nos miraba con una expresión desganada, pero sus ojos eran ex­traordinariamente brillantes.

Aiden se enderezó, sin preocuparse casi en mirarle.

—Juraría haber cerrado la puerta con llave.

Seth sonrió con satisfacción.

—He abierto el cierre y la puerta.

—¿Cómo lo has hecho? —pregunté—. La puerta se cierra desde dentro.

—Secretos de Apollyon. No puedo revelarlos —me hizo un guiño antes de dirigir sus ojos ámbar hacia Aiden—. ¿Cómo va a estar preparada para pelear si no sabe cómo usar la única arma que tendrá contra un daimon?

Seth ganó puntos conmigo con esa pregunta. Miré a Aiden esperando respues­ta. La expresión fría y desagradable que tenía ganó más puntos.

—No sabía que tuvieses potestad sobre su entrenamiento —Aiden arqueó una ceja.

—Y no la tengo— Seth se apartó de la pared y atravesó la sala de entrena­mientos. Cogió una daga de la pared y vino hacia nosotros—. Estoy seguro de que podría convencer a Marcus o a Lucian para que dejen a Álex entrenar unas rondas conmigo. ¿Querrías, Álex?

Sentí como Aiden se tensaba a mi lado y moví la cabeza.

—No. La verdad es que no.

Una lenta sonrisa fue creciendo en la cara de Seth mientras hacía girar la daga en su mano.

—En serio, te dejaría jugar… con los juguetes de los mayores —se paró en frente de mí, ofreciéndome el arma por el mango—. Toma. Cógela.

Dejé caer la mirada sobre el metal brillante en su mano. El extremo había sido aflado hasta un punto exagerado. Como si estuviese bajo una poderosa compul­sión, fui a cogerla.

La mano de Aiden agarró la de Seth, empujando la daga y la mano de Seth fuera de mi alcance. Asustada, miré a Aiden. Sus ojos plateados se encontraron con los de Seth, manteniendo la mirada furiosa.

—Entrenará con las dagas cuando yo decida. No tú. Tu presencia no es bien­venida aquí.

Los ojos de Seth fueron hacia la mano de Aiden. Su sonrisa no faqueó ni un instante.

—Increíblemente controlador, ¿eh? ¿Desde cuándo se preocupan tanto los pu­ros sobre lo que un mestizo toca o no?

—¿Desde cuándo una mestiza es algo de lo que se tenga que ocupar un Apollyon? Uno pensaría que tiene mejores cosas que hacer.

—Uno pensaría que un pura-sangre es tan sensato como para no enamorarse de…

—Ya vale —me puse entre los dos, parando lo que sólo los dioses saben que Seth iba a decir—. Hora de jugar limpio, chicos —ninguno de los dos pareció ha­berme oído o visto. Suspiré y cogí a Aiden del brazo. Entonces me miró—. El entre­namiento ha acabado ¿verdad?

A regañadientes soltó la muñeca de Seth y se apartó. Hasta él parecía sorpren­dido de su reacción, pero miró a Seth atentamente.

—Por ahora, sí.

Seth se encogió de hombros y le dio la vuelta a la hoja de nuevo, con su mirada fija en mí otra vez.

—De hecho, no tengo nada mejor que hacer que ocuparme de una
chica mes­tiza
.

Hubo algo en la forma de decirlo que me dio escalofríos. O igual era la habili­dad que tenía en el manejo de la hoja.

—Creo que paso.

Después de eso, Aiden y yo salimos de la sala de entrenamiento sin hablarnos. No estaba segura de por qué Aiden había reaccionado tan agresivamente o por qué Seth tenía la necesidad de presionar así a Aiden. Pero cuando me encontré con Caleb, llevé todo eso a los rincones más escondidos de mi cerebro para ponerme con ello más tarde.

Caleb decidió que necesitábamos divertirnos, y la diversión estaba en la isla principal; en la noche de pelis semanal de Zarak. Siempre lograba tener en sus manos películas que acababan de estrenar en el cine, y como ninguno de nosotros solía ir a sitios así a menudo, era una pasada el poder ver lo que fuese que tenía ob­sesionados a los del mundo mortal. Me sorprendió que lo mantuviese después de los funerales de ayer, pero supuse que todo el mundo tenía que relajarse un poco, recordarse que siguen vivos.

Pero en cuanto llegamos a su casa, supe que las cosas no iban a ser divertidas. Todo el mundo dejó de hablar cuando bajamos al sótano que había convertido en un mini cine. Puros y mestizos me miraron, y en cuanto Caleb siguió a Olivia esca­leras arriba, todo el mundo empezó a susurrar.

Fingiendo que no me preocupaba para nada, me senté en uno de los asientos y me concentré en un punto en la pared. El orgullo me hizo no huir de la habitación. Tras unos minutos, Deacon se escapó del grupo de chicos y se vino conmigo.

—¿Qué tal estás?

Le miré.

—Genial.

Me ofreció un trago de su petaca. La cogí y le di un buen trago, mirándole por el rabillo del ojo.

—Cuidado —rió mientras me cogía la petaca de entre los dedos.

El líquido me abrasó la garganta y me hizo arder los ojos.

—Leches, ¿qué es eso?

Deacon se encogió de hombros.

—Es mi propia mezcla especial.

—Bueno… ciertamente es especial.

Alguien al otro lado de la habitación murmuró algo que no pude descifrar, pero Cody se echó a reír. Empecé a sentirme paranoica y traté de ignorarle.

—Están hablando de ti.

Lentamente, miré a Deacon.

—Gracias, tío.

—Todo el mundo —se encogió de hombros mientras se iba cambiando la peta­ca de mano—. Sinceramente, me da igual. Tu madre es un daimon. ¿Y qué? No es que tú puedas evitarlo.

—¿En serio no te molesta? —de todo el mundo, pensaba que a él sí que podría molestarle.

—No. Tú no eres responsable de lo que haya hecho tu madre.

—O no haya hecho —me mordí el labio, mirando al suelo—. Nadie sabe si ella hizo algo.

Deacon levantó las cejas mientras daba un trago largo.

—Tienes razón.

El grupo en frente de nosotros empezó a reírse por lo bajo y a lanzarnos mira­das a escondidas. Zarak movió la cabeza, pasando su atención al mando a distancia que tenía en la mano.

—Creo que los odio —murmuré, deseando no haber venido.

—Sólo tienen miedo —echó una mirada hacia el grupo de gente al otro lado de la habitación—. Todos temen ser convertidos. Los daimons nunca habían estando tan cerca, Álex. Cuatro horas no es tan lejos, y podría haber sido cualquiera de ellos. Podrían haber sido sus muertes.

Me estremecí y deseé otro trago de la petaca de Deacon. Te calentaba de ver­dad.

—¿Y tú por qué no tienes miedo?

—Todos tenemos que morir en algún momento, ¿no?

—Eso es bastante siniestro.

—Pero mi hermano nunca habría permitido que algo así me sucediese —aña­dió—. Moriría antes… y él tampoco dejaría que eso ocurriese. Hablando de mi hermano, ¿cómo le va entrenando a mi mestiza favorita?

—Eh… bien, realmente bien.

La voz de Cody resonó bien alto.

—La única razón por la que sigue aquí es porque su padrastro es el Patriarca y su tío es el decano.

Llevaba toda la semana ignorando los susurros maliciosos y las miradas ho­rribles, pero esto, esto no lo podía ignorar. No iba a defender mi dignidad si lo hacía.

Me incliné hacia delante en la silla, con los brazos apoyados en las rodillas.

—¿Qué se supone que quiere decir eso?

—Nadie se atrevió a hablar hasta que Cody levantó la cabeza hacia mí.

—La única razón por la que sigues aquí es por quienes son tus parientes. A cualquier otro mestizo le habrían mandado a la servidumbre.

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