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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (18 page)

BOOK: Mestiza
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Luchando contra mi acuciante necesidad de darme la vuelta, me agarré al reposabrazos de la silla. No quería saludar a Lucian y no quería mirar al Apollyon.

Aiden se aclaró la garganta, y yo levanté la cabeza. Marcus me miraba con los ojos entrecerrados.
Oh… mierda
. Sentí las piernas entumecidas cuando me obligué a levantarme.

De reojo, vi a Seth ponerse al lado de Aiden. Le hizo un saludo seco con la cabeza al pura-sangre, que Aiden le devolvió. Como no vi los tatuajes, me permití levantar la cabeza.

Al momento, nuestras miradas se cruzaron. Su mirada no era aduladora. Me estaba repasando con la vista, pero no como la mayoría de los chicos. En vez de eso, me estaba estudiando. Al estar cerca, me di cuenta de que era joven. No me lo esperaba. Con tanto poder y reputación, me esperaba alguien más mayor, pero debía tener casi mi edad.

Y realmente era… guapo. Bueno, todo lo guapo que puede ser un chico. Pero su belleza era fría y dura, como si lo hubiesen hecho a trozos para hacerle parecer de una forma, pero los dioses se hubiesen olvidado de darle un toque de humani­dad, de vida.

Noté las miradas de los demás, y cuando miré a Aiden tenía una expresión extrañada según nos miraba a Seth y a mí. Marcus… bueno, se le veía expectante, como si estuviese esperando que ocurriese algo.

—Alexandria —movió la cabeza hacia Lucian.

Eliminé el impulso de gruñir y levanté la mano moviendo los dedos hacia el Patriarca del Consejo.

—Hola.

Alguien —Aiden o Seth— sonó como si se hubiese tragado una risita. Pero entonces ocurrió algo extraño. Lucian dio un paso al frente y me envolvió con sus brazos. Me quedé helada, con los brazos pegados al cuerpo en una posición extraña y el olor a hierbas e incienso que me atacó los sentidos.

—Oh, Alexandria, que alegría verte. Después de tantos años, miedo y preocu­pación, aquí estás. Los dioses han respondido a nuestras oraciones —Lucian se apartó, pero continuó con las manos en mis hombros. Sus ojos oscuros revisaron cada centímetro de mi cara—. Por los dioses… te pareces mucho a Rachelle.

No tenía idea de qué hacer. De todas las reacciones que esperaba, esta no era una de ellas. Siempre que había estado cerca de Lucian en el pasado, me había mirado con un frío desdén. Esta extraña exhibición de afecto me dejó sin palabras.

—En cuanto Marcus me dijo que te habían encontrado a salvo, me alegré. Le dije a Marcus que tenía un sitio en mi casa para ti —los ojos de Lucian volvieron a posarse en los míos, y hubo algo en su cálida mirada de lo que no me fiaba—. Habría venido antes, pero tenía que atender asuntos del Consejo, ¿sabes? Pero tu antigua habitación… de cuando te quedabas con nosotros sigue intacta. Quiero que vengas a casa, Alexandria. No tienes que quedarte aquí.

Me quedé boquiabierta y me pregunté si en estos últimos tres años lo habían cambiado por un pura-sangre más majo.

—¿Qué?

—Estoy seguro de que Alexandria sólo está abrumada por su felicidad —co­mentó Marcus sin ninguna gracia.

Otra vez ese ruidito ahogado, comenzaba a sospechar que era Seth el culpable. Aiden estaba demasiado bien entrenado como para escapársele dos veces. Miré a Lucian.

—Sólo… estoy confusa.

—¿Confusa? Lo imagino. Después de todo por lo que has pasado —Lucian me soltó los hombros, pero entonces me cogió la mano. Intenté no dejar mostrar mi asco—. Eras demasiado joven para sufrir todo lo que has sufrido. La marca… nunca desaparecerá, ¿verdad, cariño?

La mano que me quedaba libre fue hacia mi cuello de forma inconsciente.

—No.

Asintió con lástima, y me llevó hacia las sillas. Me soltó la mano, recolocándose la toga mientras se sentaba. Me desplomé en la otra silla.

—Tienes que venir a casa —Lucian me atravesó con la Mirada—. No hace fal­ta que te esfuerces por ponerte al nivel de los otros. Ya no necesitas esta vida. He hablado largo y tendido con Marcus. Podrás volver al Covenant al comienzo del curso como estudiante, pero no a entrenar.

No podía haberlo escuchado bien. Los mestizos no iban al Covenant como estudiantes. O entrenaban o entraban en servidumbre.

Marcus se sentó lentamente, con su brillante mirada fja en mí.

—Alexandria, Lucian te ofrece la oportunidad de una vida muy diferente.

No pude evitarlo. La risa empezó en mi garganta y salió fuera.

—Es… es una broma ¿verdad?

Lucian intercambió una mirada con Marcus.

—No. No es ninguna broma, Alexandria. Sé que no fuimos muy cercanos cuando eras más pequeña, pero después de todo lo que ha pasado, he visto dónde te fallé como padre.

Volví a reír de nuevo, ganándome una mirada de reproche de Marcus.

—Lo siento —dije entrecortada mientras volvía a tratar de controlarme—. Es que no es para nada lo que me esperaba.

—No hace falta que te disculpes, hija mía.

Me atraganté.

—No eres mi padre.

—¡Alexandria! —avisó Marcus.

—¿Qué? —miré a mi tío—. No lo es.

—No pasa nada, Marcus —la voz de Lucian era como acero cubierto de ter­ciopelo—. Cuando Alexandria era más pequeña, no fui nada para ella. Dejé que mi rencor me superase. Pero ahora, todo aquello me parece muy superfcial —se volvió para mirarme—. Si hubiese sido una mejor fgura paterna, entonces quizá hubieses pedido ayuda cuando tu madre se te llevó.

Me pasé una mano por la cara, sintiendo como si estuviese en otro mundo, un mundo en el que Lucian no era un enorme capullo, y donde aún tenía a alguien que técnicamente era mi familia y que se preocupaba por mí.

—Pero eso es el pasado, cariño. He venido a llevarte de nuevo a casa —Lucian me mostró una fina sonrisa—. Ya he hablado con Marcus, y hemos acordado que, teniendo en cuenta las circunstancias, sería lo mejor.

Salí de mi estado de mudez.

—Espera. Me estoy poniendo al día, ¿verdad? —me giré—. Aiden, me estoy poniendo al día ¿verdad? Estaré lista para el comienzo del curso.

—Sí —miró hacia Marcus—. Más rápido de lo que habría pensado que fuese posible, para ser honestos.

Emocionada porque no me hubiese lanzado a la boca del lobo, me giré hacia mi tío.

—Puedo hacerlo. Tengo que ser una Centinela. No quiero nada más —mi voz sonaba desesperada—. No puedo hacer nada más.

Por primera vez desde que vi a Marcus, pareció dolido, como si fuese a decir algo que no quería.

—Alexandria, no tiene nada que ver con el entrenamiento. Soy consciente de tu progreso.

—¿Entonces por qué? —no me importaba tener testigos de mi miedo. Las pa­redes comenzaban a estrecharse, y no sabía por qué.

—Cuidarán de ti —Lucian intentó parecer tranquilizador—. Alexandria, no puedes seguir siendo una Centinela. No con un conflicto de intereses tan horrible.

—¿Cómo? —miré de un lado a otro entre mi padrastro y mi tío—. No hay nin­gún conficto de intereses. ¡Más que nadie, yo tengo una razón para ser Centinela!

Lucian frunció el ceño.

—Más que nadie, tienes una razón para
no
ser Centinela.

—«Patriarca»… Aiden dio un paso al frente, con los ojos entrecerrados hacia Lucian.

—Sé que has trabajado duro con ella, y lo aprecio, St. Delphi. Pero no puedo permitirlo —Lucian levantó una mano—. ¿Qué crees que pasará cuando se gradúe? ¿Cuándo salga de la isla?

—Eh, ¿qué cazaré y mataré daimons?

Lucian se volvió hacia mí.

—¿Cazar y matar daimons? —su cara empalideció más de lo normal, que ya era mucho, al girarse hacia Marcus—. No lo sabe, ¿verdad?

Marcus cerró los ojos brevemente.

—No. Pensamos que… que sería lo mejor.

El malestar recorrió toda mi espalda.

—¿Saber qué?

—Irresponsable —siseó Lucian. Bajó la cabeza, tocándose el puente de la na­riz.

Me puse en pie.

—¿Saber
qué
?

Marcus miró hacia arriba, con la cara demacrada y sin color.

—No hay ninguna forma fácil de decir esto. Tu madre no está muerta.

Capítulo 11

NO EXISTÍA NADA MÁS QUE ESAS PALABRAS.

Marcus se levantó y rodeó su escritorio. Se paró delante de mí. La mirada las­timosa había vuelto, pero esta vez estaba mezclada con simpatía.

El tictac del reloj de la pared y el suave zumbido de los motores del acuario llenaban la habitación. Nadie hablaba; nadie me quitaba los ojos de encima. No tenía ni idea de cuánto tiempo estuve ahí mirándole mientras trataba de unir todo lo que había dicho. Al principio nada tenía sentido. La esperanza y la incredulidad chocaron, y luego el horror de comprenderlo al entender el gesto de empatía que veía en su cara. Ella seguía viva, pero…

—No… —me aparté de la silla, tratando de poner distancia entre sus palabras y yo—. Mientes. Yo la vi. El daimon la drenó, y yo la toqué. Estaba tan… tan fría.

—Alexandria, lo siento pero…

—¡No! Es imposible. ¡Estaba muerta!

Aiden estaba a mi lado, con una mano en mi espalda.

—Álex…

Me solté de sus manos. Su voz —oh, dioses— su voz lo dijo todo. Cuando le miré y vi el dolor clavado en su cara, lo supe.

—Álex, había otro daimon. Ya lo sabes —la voz de Marcus me llegaba por en­cima del sonido de la sangre fuyendo que me llenaba los oídos.

—Sí, pero… —recordé lo alterada que estaba. Llorando y totalmente histérica, la había sacudido y rogado que se despertase, pero no se movió.

Y entonces escuché a alguien fuera.

Muerta de miedo, me había encerrado en la habitación y cogido el dinero. Todo estaba borroso. Tenía que correr. Era lo que mamá había preparado para mí si algo así ocurría. Mi corazón palpitó y perdió el ritmo.

—¿Ella… aún vivía? —Oh… Oh, dioses. La abandoné. Tuve ganas de vomitar sobre los perfectos zapatos de Marcus—. ¡La abandoné! ¡Podía haberle ayudado! ¡Podía haber hecho algo!

—No —Aiden se me acercó, pero me retiré—. No había nada que pudieses hacer.

—¿El otro daimon lo hizo? —miré a Marcus, pidiendo una respuesta.

Asintió.

—Eso creemos.

Empecé a temblar.

—No. Mamá no se ha convertido… es imposible. Todos… todos estáis equi­vocados.

—Alexandria, sabes que podría haber pasado.

Marcus tenía razón. La energía que le pasó el daimon estaba contaminada. Se habría vuelto adicta desde el primer momento. Era una forma cruel de convertir a un pura-sangre, robándole su propia voluntad.

Quería gritar y llorar, pero me prometí que podía con ello. El ardor en mis ojos me demostró que estaba mintiendo. Me volví hacia Marcus.

—¿Es… un daimon?

Algo parecido al dolor se vislumbró en su rostro, serio normalmente.

—Sí.

Me sentí atrapada en esa habitación con gente extraña. Mis ojos pasearon por sus caras. Lucian parecía aburrido con esto, sorprendente considerando sus ante­riores muestras de afecto y apoyo. Aiden parecía pasarlo mal tratando de mantener una expresión vacía. Y Seth… bueno, me miraba como esperando algo. Esperando que me pusiese histérica, supongo.

Quizá lo obtuviese. Sólo estaba a un paso de perder completamente el control.

Tragué a través del grueso nudo que tenía en la garganta, e intenté calmar el salvaje palpitar de mi pecho.

—¿Cómo lo sabes?

—Es mi hermana. Lo sabría si estuviese muerta.

—Podrías estar equivocado —mi susurro llevaba un pequeño rastro de espe­ranza. La muerte era mejor que la alternativa. No había vuelta atrás una vez que un puro se convertía en un daimon. Ningún de poder o súplica, ni siquiera los dioses podían arreglarlo.

Marcus movió la cabeza.

—Se la vio en Georgia. Justo después de que te encontrásemos.

Pude ver que le dolía, seguramente tanto como a mí. Era su hermana des­pués de todo. Marcus no era tan insensible como se mostraba.

Entonces el Apollyon habló.

—Dijiste que vieron a su madre en Georgia. ¿No estaba Alexandria en Georgia cuando la encontrasteis? —su voz tenía un acento extraño, casi musical.

Lentamente me giré hacia él.

—Sí —las oscuras cejas de Aiden se encogieron.

Seth pareció pensar en ello.

—¿No os suena extraño a ninguno? ¿Puede ser que su madre la recordase? ¿La estaba siguiendo?

Un extraño gesto cruzó la cara de Marcus.

—Somos conscientes de la posibilidad.

No tenía sentido. Cuando los puros eran convertidos, no les importaban las cosas de sus vidas anteriores. O, al menos, eso era lo que pensábamos. De nuevo, no es que nadie se hubiese tomado la molestia de interrogar a un daimon. Se les mataba nada más verlos. Sin preguntarles nada.

—Creéis que su madre es consciente de ella. ¿Qué quizá esta incluso buscán­dola? —preguntó Seth.

—Existe esa posibilidad, pero no podemos estar seguros. Podría haber sido una coincidencia que estuviese en Georgia —las palabras de Marcus sonaban fal­sas.

—¿Una coincidencia que estuviese en Georgia además de los otros dos daimons siguiéndola? —preguntó Aiden—. Sabes lo que pienso de esto. No sabemos cuánto mantienen los daimons de sus vidas anteriores. Hay posibilidades de que esté buscando a Álex.

La habitación se inclinó, y cerré los ojos con fuerza. ¿Buscándome? No como mi madre sino como un daimon. ¿Para qué? Las posibilidades me asustaban… me ponían enferma.

—Mayor razón para sacarla del Covenant, St. Delphi. Bajo mi cuidado, Alexandria estará protegida por los Guardias del Consejo y el Apollyon. Si rachelle la está buscando, estará más segura conmigo.

Cuando abrí los ojos, me di cuenta de que estaba de pie en medio de la habita­ción. Me dolía cada vez que respiraba. La necesidad de rendirme a las lágrimas es­taba ahí, pero la calmé. Levanté la barbilla y miré a Marcus directamente a los ojos.

—¿Sabes dónde está ahora?

Marcus levantó las cejas y se volvió hacia Lucian, que se tomó un momento antes de responder.

—Tengo una docena de mis mejores Centinelas buscándola.

Asentí.

—¿Y todos, todos pensáis que saber que mi madre… es un daimon va a inter­ponerse en mi camino de convertirme en una buena Centinela?

Hizo una pausa.

—No todos estamos de acuerdo, pero sí.

—No puedo ser la primera persona a la que le haya pasado eso.

—Claro que no —dijo Marcus—, pero eres joven, Alexandria, y tú…

Volví a quedarme sin aliento.

—¿Yo qué? —¿Soy ilógica? ¿Estoy desesperada? ¿Cabreada? Eran algunas de las cosas que sentía ahora mismo.

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