Read Mercaderes del espacio Online
Authors: Frederik Pohl & Cyril M. Kornbluth
Tags: #Ciencia Ficción
—¿Qué es eso? —preguntó la mujer con un tono repentinamente desconfiado—. Sé bastante del Gran Arte y nunca oí nada igual.
—Señora —respondió Astron con suavidad—, debe usted comprender que un observatorio lunar permite muchas cosas que usted ignora. La observación desde la Luna ha hecho posible refinar el Gran Arte de un modo inconcebible. No es ya como en aquellos días en que las observaciones se efectuaban a través de la espesa y sucia atmósfera terrestre.
—Oh, sí, sí, por supuesto. Conozco todo eso. Siga, por favor doctor Astron. ¿Podremos mirar a través del telescopio y ver mis planetas?
—Más tarde, señora. Así que… Mercurio en línea ascendente en el trino. El planeta de las luchas y de las burlas y sin embargo en cuarto con Júpiter, el dador de fortunas, y…
La «lectura» duro una hora y media. Siguieron otros dos clientes similares; luego silencio. Estaba casi dormido cuando sentí una voz que me llamaba. El escritorio se había movido otra vez y la cabeza de Astron asomaba, recortada nítidamente, por la abertura rectangular.
—Suba —me dijo—. Está a salvo por doce horas.
Subí, con el cuerpo entumecido, y observé que la cúpula del observatorio había perdido su transparencia.
—Usted es Groby —declaró Astron.
—Sí —le contesté.
—Recibimos un informe en el correo del David Ricardo. Dios sabrá qué fines tiene usted. Es demasiado para mí —Advertí que no sacaba una mano del bolsillo—. Aparece usted en Clorela; un propagandista nato; se le transfiere a Nueva York; lo secuestran frente al Metropolitano, de veras o por un arreglo previo; mata a una muchacha y desaparece, y ahora viene a la Luna. Dios sabrá qué fines tiene usted. Es demasiado para mí. Una de las directoras del comité central llegará enseguida para investigar el caso. ¿Tiene algo que decir? ¿Confesar, por ejemplo, que es usted un
agent provocateur
? ¿Un hombre dominado por una pasión maníaco-depresiva?
No le contesté.
—Muy bien —dijo Astron.
En alguna parte se abrió y cerró una puerta.
—Debe de ser ella —me informó el hombre.
Y mi mujer Kathy entró en el observatorio.
—Mitch —dijo Kathy, aturdida—. Mi Dios, Mitch. —Se rió, un poco histéricamente—. ¿No podías esperar? ¿No es cierto? No podías quedarte afuera.
El astrólogo sacó un arma de su bolsillo y le preguntó:
—Hay que…
—No, Warren. Todo está bien. Lo conozco. Puede dejarnos solos. Por favor.
Nos dejó solos. Kathy se derrumbó sobre una silla, temblando. Yo no podía moverme. Mi mujer una jerarca consista. Creía conocerla y me había equivocado. Me había mentido continuamente, y no me había dado cuenta.
—¿No vas a decirme nada? —le pregunté con frialdad.
Kathy trataba, visiblemente, de dominarse.
—¿Estás horrorizado? —me preguntó—. Tú, una estrella de la publicidad, casado con una consista. Temes que esto se sepa y dañe tu prestigio comercial. —Sonrió forzadamente. La miré y dejó de sonreír—. Maldita sea —estalló—. Sólo te pedí que no te mezclaras en mi vida, nada más. Mi mayor error fue evitar que Tauton te matara.
—¿Runstead me secuestró porque tú se lo pediste?
—Sí, fui una tonta. Pero ¿qué demonios estás haciendo aquí? ¿Qué significan esas acrobacias prehistóricas? ¿No puedes dejarme sola y en paz? —me gritó.
Kathy era una consista. Runstead también. Kathy y Runstead habían decidido encargarse del pobre Mitch. Y lo habían hecho. Tauton había decidido encargarse del pobre Mitch. Y lo había hecho. Me habían movido como una pieza de ajedrez por todo el tablero.
—La reina y el peón —dije, y le crucé la cara con una bofetada.
Kathy me miró sorprendida. El brillo que tenía en los ojos se había desvanecido.
—Llama a ese fulano —le dije.
—Mitch, ¿qué vas a hacer? —me preguntó.
Era otra vez la Kathy de siempre.
—Hazlo venir.
—No puedes obligarme a…
—¡Eh, usted! —grité—. ¡Usted, el hechicero!
Astron vino corriendo, a encontrarse con mi puño. Comencé a revisarle los bolsillos, y Kathy salto sobre mí como un gato montés. Encontré un arma… una siniestra pistola automática —.25 VHL— e incorporándome dejé caer a Kathy. Me miró asombrada, frotándose una cadera.
—Eres un buen hijo de perra —me dijo con admiración.
—Sí, me he convertido en eso —le contesté—. ¿Sabe Fowler Schocken que estás en la Luna?
—No —dijo Kathy frotándose el pulgar con el índice.
—Estás mintiendo.
—Mi detectorcito de mentiras —canturreó Kathy, burlona—. Mi redactor tragasables…
—Dime la verdad —la interrumpí— o te cruzo la cara con esta arma.
—Dios —dijo Kathy—. Serías capaz. —Se llevó lentamente la mano a la cara, sin sacar los ojos del arma.
—Mejor si te das cuenta. ¿Sabe Fowler que estás en la Luna?
—No exactamente —dijo Kathy mirando el arma—. Me aconsejó que viniera… para ayudarme a olvidar mi dolor de viuda.
—Llámalo. Dile que venga.
Kathy no dijo nada ni se acerco al teléfono.
—Oye —le dije—, Groby te habla. Groby ha sido golpeado, acuchillado, robado, secuestrado. Hace unas pocas horas envenenaron a su mejor amiga. Una dama sádica, que sabía mucho de anatomía, jugó con él un rato. Groby la mató, y está contento le haberla matado. Está tan empeñado con Clorela, que no piensa salir nunca a flote. Lo buscan por homicidio y ruptura de contrato. La mujer de la que se creía enamorado, resultó ser una fanática, una mentirosa y una perra. Groby no tiene nada que perder. Puedo destrozar a tiros esta bóveda y morirás respirando el vacío. Puedo salir a la calle, entregarme, y decir lo que sé. No me creerán, pero algún día comenzaran a investigar, y tarde o temprano descubrirán la verdad… Por ese entonces ya me habrán quemado el cerebro, pero no importa. No voy a perder nada.
—¿Y —me preguntó Kathy inexpresivamente— qué vas a ganar?
—Termina con eso. Llama a Schocken.
—No sin hacer otra tentativa, Mitch. Me ha dolido, sobre todo, una palabra… «fanática». Sí, le pedí a Runstead que te secuestrara por dos motivos. Quería salvarte de los asesinatos de Tauton. Y quería que probaras la vida de los consumidores. Pensé… no sé. Pensé que verías las cosas tal como son. Es difícil verlo cuando se es una estrella. Es más fácil desde abajo. Pensé que podría hablar sensatamente contigo, cuando te resucitáramos. Pensé que trabajaríamos juntos en el único trabajo que vale la pena. Pero no resultó. Esa condenada inteligencia tuya… tan capaz y tan retorcida. Sólo quieres recuperar tu puesto y comer y beber y dormir un poco mejor que los demás. Es una lástima que no seas un fanático, Mitch. El mismo ciego Mitch. Bueno, he hecho todo lo posible.
»Sigue adelante. Haz lo que quieras. No te preocupes si me haces daño. No será peor que aquellas noches en que nos gritábamos toda clase de insultos. Ni que aquellas otras veces en que yo tenía que ocuparme de algún asunto conservacionista, y no podía decírtelo, y te ponías celoso. No peor que cuando te embarcamos para Clorela, con el propósito de convertirte en un hombre honesto, a pesar de que estabas estropeado por la publicidad. Ni peor que no poder quererte, no poder entregarme a ti, del todo, en cuerpo y alma, a causa de ese secreto. Un golpe de esa pistola será un chiste comparado con lo que he sufrido otras veces.
Hubo una pausa que pareció interminable.
—Llama a Schocken —le dije con una voz no muy firme—. Dile que venga. Luego sal y llévate a ese mirón de estrellas contigo. No… no sé qué voy a decirle a Schocken. Pero os daré a ti y a tus amigos un par de días. El tiempo suficiente para mover los cuarteles, cambiar las contraseñas, y toda esa jerigonza. Llama a Schocken y vete. No quiero verte más.
Kathy tomó el teléfono y marcó un número. Traté de leer en su rostro. No pude.
—¿La secretaria tercera del señor Schocken? —dijo Kathy—. Habla la doctora Nevin, viuda del señor Courtenay. Encontrará mi nombre en la lista, creo… gracias. La secretaria segunda del señor Schocken, por favor. Soy la doctora Nevin, viuda del señor Courtenay. ¿Puedo hablar con la secretaria del señor Schocken? Estoy en lista… gracias. Hola señorita Grice. Habla la doctora Nevin. ¿Podría hablar con el señor Schocken?… Ciertamente, gracias —Kathy se volvió hacia mí—. Tengo que esperar —Hubo un silencio, y luego Kathy dijo—: Hola señor Schocken… Bien, gracias. ¿Podría usted, señor Schocken, venir a verme? Se trata de un asunto muy importante… negocios, y algo personal… Lo más pronto posible… Tienda uno, a la salida de aeropuerto… Doctor Astron… No, no, no es eso. Pero aquí podremos hablar más cómodamente. Muchas gracias, señor Schocken.
Le arranqué el teléfono y oí que la voz de Fowler decía:
—Muy bien, querida. El misterio es interesante. Hasta luego.
Se oyó un golpe seco.
Kathy era bastante inteligente como para fraguar un diálogo, pero no lo había hecho. La voz de Schocken era inconfundible. Volví a recordar las reuniones de las mañanas, la brillante dialéctica de las discusiones, las duras y satisfactorias horas de oficina culminadas por un «¡Excelente trabajo!» y las instrucciones y los consejos que solucionaban nuestros más intrincados problemas… Me sentí lleno de nostalgia. Estaba casi en casa.
Silenciosa y eficientemente, Kathy se echó al hombro el cuerpo inerte del astrólogo. Salió del observatorio sin dirigirme la palabra. Una puerta se abrió y se cerró.
Que se fuera al diablo…
Unos minutos después oí la voz jovial de Fowler Schocken.
—¡Kathy! ¿No hay nadie aquí?
—Entre —grité.
Fowler Schocken entró acompañado por dos hombres de la policía Brinks. Los colores se le subieron a la cara.
—¿Dónde…? —dijo al verme—. Usted se parece a… ¡Eres, eres Mitch! —Me abrazó y valseó conmigo alrededor de la habitación circular, mientras los guardias nos miraban boquiabiertos—. ¿Cómo le haces esas bromas a un viejo como yo? —decía Schocken—. ¿Qué te ha pasado, muchacho? ¿Dónde está Kathy?
La escasa gravedad de la Luna no impidió que Fowler se sintiera agotado. Dejó de bailar.
—He estado trabajando bajo cuerda —le dije—. Pero me metí en algunas dificultades. ¿Quiere usted llamar a algunos otros guardias? Creo que tendremos que hacer frente a los hombres de Burns, emplazados en Ciudad Luna.
Nuestros policías Brinks, que hacen su trabajo con el orgullo de verdaderos artesanos sonrieron de felicidad.
—Naturalmente, Mitch. Dé las órdenes necesarias —añadió dirigiéndose al sargento. El hombre corrió alegremente hacia el teléfono—. Bien, ¿qué ha pasado, Mitch?
—Digamos, por el momento —le respondí—, que ha sido una excursión poco afortunada. Digamos que me degradé, temporaria y voluntariamente, para estudiar las reacciones de los consumidores ante el proyecto Venus… y que me quedé atrancado. Fowler, por favor, dejemos los detalles para más adelante. Me siento mal. Estoy hambriento, cansado, asustado y sucio.
—Muy bien, Mitch. Ya conoces mi táctica. Encontrar un buen caballo, hacerlo correr y apostarle sin miedo. Nunca me has defraudado, Mitch. Y Dios sabe qué contento estoy de verte. La sección Venus te necesita. Las cosas no andan bien. Los índices están por debajo de 3,77, y siguen bajando, cuando debían estar por encima de 4,0, y subiendo. Y el personal, Dios. Aquí estoy, reclutando gente. Un raid a Ciudad Luna S. A., sección Minas, en busca de algunos jefes acostumbrados al espacio.
Era bueno estar en casa.
—¿Quién dirige ahora el proyecto?
—Yo. Algunos miembros de la casa lo dirigieron por turno, pero no encontré ninguno bastante capaz. A pesar de que estoy recargado de trabajo tuve que encargarme yo mismo de la sección Venus. ¡Cuánto me alegra verte!
—¿Y Runstead?
—Está de vice; reemplazándome, pobre hombre. ¿Qué te ha pasado con los guardias? ¿Dónde está Kathy?
—Por favor, más tarde… Me buscan en la Tierra por homicidio y ruptura de contrato. Aquí soy un hombre sospechoso y sin documentos. Me resistí, además, a un arresto, golpeé a un guardia y estropeé unas luces.
Fowler estaba serio.
—Óyeme, Mitch. Una ruptura de contrato es algo grave —me dijo—. Supongo que no era totalmente legal.
—Nada —le aseguré.
Fowler sonrió.
—Entonces pagaremos las multas, y hasta llevaremos el asunto a la Cámara de Comercio, si es necesario. ¿Qué firma?
—Clorela. Costa Rica.
—Hum. Segunda categoría, pero sólida. Gente excelente. Da gusto negociar con ellos.
No desde abajo, pensé. Y no dije nada.
—Estoy seguro que serán razonables. Y si no lo fueran… Tengo la mayoría de los miembros de la Cámara de Comercio en el bolsillo. Algo me deben por mis anticipos ¿no es cierto?
Fowler me hundió un dedo entre las costillas. No podía dejar de manifestar su alivio por haberse librado de la sección Venus.
Una docena de empleados de la policía Brinks entro en el observatorio.
—Todo irá bien. —Fowler sonrió—. Teniente, la gente de Burns, Ciudad Luna S.A., tratará de arrebatarnos al señor Courtenay aquí presente. No lo vamos a permitir, ¿no es cierto?
—No señor —dijo el teniente muy serio.
—Entonces, vamos.
Comenzamos, a caminar por la calle Compras Uno, dejando boquiabiertos a algunos turistas noctámbulos. Compras Uno terminaba en Residencial Uno, Dos y Tres, y esta última en la calle Comercial Uno.
—¡Eh, usted! —me gritó un patrullero de Burns. Nuestros hombres me seguían a bastante distancia, y el patrullero no vio, evidentemente, que estaban escoltándome.
—Ve a jugar a las bolitas, nene —le dijo un sargento.
El hombre de Burns se puso pálido, e hizo sonar la alarma. Una tormenta de puños y botas cayó sobre el.
Los patrulleros de Burns aparecieron en el fondo del túnel, dando saltos grotescos. Algunos rostros se asomaron a las puertas.
—¡Prepárense! —gritó nuestro jefe de armamentos.
De los uniformes de sus agentes surgieron ametralladoras, trípodes y cintas de balas. Dos equipos completos apuntaron a los dos extremos de la calle. Los hombres de Burns frenaron apresuradamente, y se quedaron mirándonos con aire de desdicha, esgrimiendo sus armas.
—¿Qué pasa, señores? —preguntó nuestro teniente.
Un hombre de Burns nos gritó:
—¿Es ese hombre George Groby?
—¿Es usted George Groby? —me preguntó el teniente.
—No, soy Mitchell Courtenay —le contesté.