Read Memorias de un cortesano de 1815 Online
Authors: Benito Pérez Galdós
Tags: #Clásico, #Histórico
Cuando mi cuerpo chocó con la superficie del agua y esta salpicó con estruendo y chasquido horrible y sumergime repentinamente, sentí un rumor espantoso de carcajadas, y sobre mí la voz de Presentacioncita, que con el ardor de la venganza, exclamaba:
—¡Por tunante!, ¡por cobarde!, ¡por pillo!, ¡por traidor!, ¡por al…!
La última palabra no la copio por respeto a mí mismo.
...........................................
Yo nadaba como una peña. Fui derecho al fondo. Agua por todas partes, agua en mis ojos, en mi boca, dentro de mi cuerpo, agua en mi aliento, que ya no era aliento, sino el angustioso hálito de la asfixia. Tragaba la muerte… me moría por dentro y por fuera… ¡me ahogaba!…
¡Ay! Cuando me sacaron, no sin trabajo, los guardas, ayudándose de ganchos, mi persona inspiraba horror, según me han dicho. Yo era una masa de fango pestilente. Los cortesanos huyeron de mí con asco, mientras los guardas me envolvían en mantas, haciéndome los tratamientos necesarios para volverme a la vida. Dentro de mi estómago tenía todo el estanque, todo el Océano y hasta el bote.
Cuando adquirí la certeza de que aún vivía para bien de la humanidad y amparo de los desvalidos, era ya de noche. Todo era silencio. Estaba en una sala, y a mi lado no vi ni Rey ni cortesanos. Los guardas me miraban y recordando el chasco, se reían.
Entonces, trayendo a la torpe memoria accidentes y pormenores, empecé a caer en la cuenta de que Presentacioncita se había burlado de mí, haciéndome una obra maestra de estudiada farsa, de disimulo, de pérfido engaño. ¡Maldita sea mil veces! Recordando su comedia, su bien fingido enamoramiento, sus coloquios conmigo, la habilidad suprema con que me fue conduciendo poco a poco a la nefanda catástrofe, de acuerdo con su hermano, con su novio y sus criados, me parecía mentira que todo fuese una burla. Después he sabido que mi conducta con las señoras de Porreño y el señor de Grijalva le inspiraron aquel plan de venganza, que llevó adelante con su incontrastable voluntad y su agudísimo entendimiento. Me aborrecía apasionadamente, me odiaba con exaltación; soñaba con la venganza, y ningún ideal amoroso, ninguna fantasía de mujer hubiera enloquecido su mente, como aquella ansia de burlarme de un modo cruel, inaudito, no contentándose con el martirio de la ridiculez, sino aspirando a daños mayores, a la muerte quizás… Confesó la pícara que nada se le importaba que me ahogase, pues un ser tan vil y despreciable como Pipaón (así mismo lo afirmó) debía morir donde vivía, es decir, en el lodo.
¡Hórrida, bella!
Desde entonces, Presentación me causó espanto. Yo no me parecía a Marat; pero ella tenía no poco de Carlota Corday.
—Pero después de tal infamia, ¿les dejaron marchar tranquilos? —pregunté a D. S… S… que se me acercó para informarse de mi estado.
—La muchacha reía —me dijo—; el joven remaba con mucha fuerza para llegar a la otra orilla; pero por mucha prisa que se dio, ya les aguardaban allá los guardas, dispuestos a hacer presa en ellos… Fueron, pues, cogidos ambos hermanos, porque son hermanos, ¿no es verdad? La muchacha estaba serena, tan serena que parecía un ángel; y cuando le afeamos su conducta, respondió que Vd. por trapisondista y farsante… (no sé cuántas insolencias salieron de aquella linda boca), bien merecía el remojón delante de la corte, y aun la muerte.
—¿Y Su Majestad no dispuso…?
—Su Majestad, cuando vio que mi señor D. Juan salía lleno de fango, dijo sonriendo: «¿está vivo ese tunante?».
—
¿Ese tunante?
—Así mismo. Luego añadió: «yerba ruin nunca muere», y fue hacia donde estaban los dos criminales detenidos por los guardas.
—Sin duda iba a disponer un castigo tremendo…
—Su Majestad reía de tan buena gana, que daba gusto verle. Todos nos reíamos. De repente algunos señores de la corte que acababan de entrar en la posesión se encontraron con Su Majestad en la senda que da vuelta al lago. Detuviéronse todos: aquellos señores traían una grave noticia, venida hoy por el correo de Francia, una noticia estupenda, horrible, que dejó absorto y frío y pálido a Su Majestad, y mudos de espanto a todos los que le rodeamos.
—¿Y esos dos muñecos?…
—Su Majestad permaneció un rato mudo y quieto, como si se convirtiera en estatua. Después dijo: «Vamos al instante a palacio»; y pusiéronse todos en marcha.
—¿Y esos dos muñecos?…
—Yo interrogué al Rey para saber lo que hacíamos con ellos y entonces volvió a reír…
—¡A reír!
—Y con mucha complacencia nos dijo: «que se les deje en libertad, y no se les moleste por su travesura».
—¡Travesura! ¡Se escaparon! ¡La impunidad!… ¿Y qué noticia es esa…?
—Que Napoleón ha vuelto de la isla de Elba.
FIN DE LAS MEMORIAS DE UN CORTESANO DE 1815
Madrid. Octubre de 1875.
[1]
Macanax. (N. del A.)
[2]
[«zahumaba» en el original (N. del E.)]
[3]
[«zandungueramente» en el original (N. del E.)]
[4]
Véase La Fontana de Oro. (N. del A.)
[5]
[«reló» sic en el original varias veces en vez de «reloj» (N. del E.)]
[6]
[«guardaropa» en el original (N. del E.)]
[7]
[«zandunga» en el original varias veces (N. del E.)]
[8]
[«virey» en el original (N. del E.)]
[9]
[«773» en el original (N. del E.)]
[10]
[«cambia-colore» en el original (N. del E.)]
[11]
Lardizábal, ministro de Indias (absolutista). (N. del A.)
[12]
Es el protagonista de la Primera serie. (N. del A.)
[13]
En La Fontana de Oro. (N. del A.)
[14]
[«221» en el original (N. del E.)]