Medstar II: Curandera Jedi (25 page)

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Authors: Steve Perry Michael Reaves

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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Kaird sonrió al salir del baño y regresar a su mesa entre el bullicio y el calor de la agitada cantina. No había nada como ver un plan desarrollándose según lo previsto.

~

—A ver si lo he entendido —dijo Jos—. ¿Me estás diciendo que I-Cinco está borracho?

—Llevo horas observándolo —dijo Den—. Y créeme, está como una cuba. Si es que esa expresión se puede aplicar a un androide.

—y ha sido por un programa.

—Sí.

—Un programa que escribió él mismo.

—Así es.

Jos miró a la mesa de juego, en la que se movían y agitaban constantemente en sus casillas las distintas holocriaturas transparentes que eran las piezas. I-Cinco no parecía distinto desde allí, excepto por una ligera luminosidad extra en los fotorreceptores y la exageración en sus movimientos. Jos negó con la cabeza.

—Esto cada vez es más raro —se volvió hacia la barra y cogió su copa.

—Ja! —exclamó I-Cinco—. ¡Mi molator se come a tu houjix! ¡Gané!

El wookiee rugió de rabia. Jos miró a la partida justo a tiempo para ver al wookiee ponerse en pie, agarrar el brazo derecho de I-Cinco y arrancarlo del hombro del androide. Los circuitos y las juntas del servomotor quedaron colgando en una lluvia de chispas y de fluido lubricante.

Oh,no.

—Hay gente que no sabe perder —dijo Den.

—Eso parece —asintió Jos.

Ambos se abalanzaron hacia el androide y le sacaron de allí mientras el furioso wookiee aullaba en su idioma y blandía el brazo mecánico por encima de la cabeza. Jos vio a varios miembros de la compañía cómica, incluido un fornido trandoshano, acercándose rápidamente para calmar a su colega.

I-Cinco no sintió dolor alguno, obviamente. Parecía más confundido que otra cosa.

—Creo que he perdido un brazo —dijo a Jos—. Estoy seguro de que lo tenía cuando llegué.

Jos metió a empujones a I-Cinco en una cabina vacía.

—Tu compañero de juegos te lo ha cogido prestado.

—I-Cinco —dijo Den—. Creo que ya es hora de que se te pase la borrachera.

I-Cinco se encogió de hombros. Jos pensó que era un gesto bastante difícil para un androide borracho con un solo brazo.

—Si tú lo dices —sus fotorreceptores parpadearon un momento y recuperaron lo que a Jos le pareció su brillo normal.

El androide le miró levemente sorprendido.

—Interesante.

—.jalá a mí se me pasara tan fácilmente —dijo Jos.

Una humana les llevó el brazo y se lo dio a Jos.

—Toma —dijo—. Quizá quieras programar a tu androide para que no se atreva a jugar con wookiees en el futuro. Son muy, eh, competitivos.

I-Cinco miró el brazo.

—De eso ya me he dado cuenta yo. Jos examinó la extremidad.

—No soy cibertécnico —dijo—, pero creo que esto se puede reinstalar fácilmente —miró al androide—. Tienes suerte de que no te arrancara la cabeza.

—Cierto —admitió I-Cinco—. Eso hubiera sido mucho más difícil de arreglar.

—¿Pero cómo se te ocurre retar a un wookiee a una partida de dejarik?

—Ni lo pensé. Ésa es la cuestión. Estaba borracho... o al menos lo más cerca de ese estado que conseguí programar.

Jos negó con la cabeza alucinado.

—Vamos —dijo él—. Vamos al taller a ver si aún hay alguien que pueda arreglarte. La reinstalación de articulaciones mecánicas está fuera de mis capacidades.

Los tres salieron de la cantina y atravesaron la calurosa noche, I-Cinco con el brazo desmembrado en la mano.

—Me sentiría fatal si fuera el responsable de tu borrachera y de tu pelea..., si me dices que no ha merecido la pena —dijo Den.

—Creo que sí la ha merecido —dijo I-Cinco—. Creo que me ha servido de mucho —miró a Jos—. ¿Recuerdas que te dije que estaba sufriendo cierto ataque de ansiedad?

Jos asintió.

—Creo que lo generaban impulsos conflictivos basados en nuevos datos recogidos en la recuperación de todos mis archivos de memoria: eso incluye información concerniente a mi antiguo amigo y socio, Lorn Pavan. He recordado que tengo un compromiso que va a requerir que vaya a Coruscant lo antes posible. Se trata de un problema que no podía solucionarse aplicando la lógica. Necesitaba intuición: la capacidad de percibir qué era lo correcto mediante mecanismos mucho más antiguos que la lógica y la aplicación de datos. De alguna manera, necesitaba alterar mi corteza sináptica y ponerla en otro modo, un modo totalmente no lineal, para poder modificar la entrada sensorial y la percepción de información.

—¿Y ha funcionado? —preguntó Den.

—Eso creo. Me he decidido por un curso de acción.

—¿Nos vas a abandonar, I-Cinco? —preguntó Jos.

—No, de momento —el androide no añadió nada más.

Jos no pudo resistirse.

—Pero... —dijo— eres una máquina, ¿recuerdas? Programado para ser un autómata, nada más. ¿Entonces qué importa lo que te lleve a tomar una decisión?

I-Cinco le miró.

— Te encanta tratarme así, ¿verdad?

—Sí, me encanta.

—Todo lo que he dicho antes es técnicamente cierto —dijo el androide—, pero me he dado cuenta de que es posible que el todo sea más que la suma de sus partes. Y que una diferencia ínfima no importa nada. Creo que, a falta de una expresión mejor, tenía miedo. Creo que intentaba convencerme a mí mismo, más que a vosotros, de que no soy lo que tú, Barriss y otros pocos me consideráis. Pero me faltaba la información necesaria para llegar a esa conclusión.

—¿Y cuál es esa conclusión?

—Que tengo sentimientos —dijo I-Cinco.

Jos sonrió socarrón y dio una palmadita al androide en la espalda de duracero.

— Ya tardabas en darte cuenta.

Encontraron un técnico ishi tib medio dormido bajo un banco de herramientas. Al principio se mostró reacio, pero la botella de vino que Den se había llevado al marcharse demostró ser un soborno efectivo.

Mientras el técnico volvía a soldarle el brazo a I-Cinco, uniendo las junturas, los cables sensores y los conductos circulatorios hidráulicos, Jos dijo:

—Por cierto, no es que me importe, pero tengo cierta curiosidad. ¿Cuál es el compromiso que has recordado?

I-Cinco no respondió enseguida, y el silencio se mantuvo lo justo para que Jos comenzara a desear no haberlo preguntado. Entonces respondió.

—Fue algo que Lorn me pidió. Me pidió que cuidara de su hijo.

29

B
arriss no podía dormir. Su experiencia con la Fuerza continuaba resonando en su interior, con mucha más fuerza que después de la primera vez, enviándole potentes fogonazos de la maravillosa conciencia cósmica de la que había formado parte, junto a la sensación de que había cosas importantes por hacer. Quería regresar a ese lugar... y, si era posible, quedarse ahí.

Quizá fuera acumulativo. Quizá finalmente podría sumergirse sola en ese mar mágico, a voluntad, sin necesidad de la bota como vehículo.

No había tenido ninguna nueva revelación. El peligro se cernía sobre el campamento, pero aún no estaba a su alcance. Por una parte, sabía que aún tenía tiempo para decidir el curso de acción que debía tomar. Por otra, se escapaba a sus capacidades saber cuál sería ese curso de acción.

Escapaba a sus capacidades sin amplificar. Pero nada le parecería demasiado si se conectaba a la Fuerza mediante el milagro de la bota. Sabía con todo su corazón que lo que podría hacer con la Fuerza en ese estado sería impresionante en cuanto se acostumbrara a usarlo. Cuando aprendiera no a controlarlo, sino a fluir con ello, a ser ello.

Ahora entendía por qué los grandes Maestros Jedi podían percibir las cosas incluso a pársecs de distancia, información transmitida más rápido que cualquier onda hiperespacial. Ahora sabía, tenía la certeza, de que el universo estaba hecho de una sola pieza, y cada parte estaba conectada a todas las demás, en una tela de araña de vibrantes hilos de Fuerza que iban más allá de las dimensiones que ella podía percibir con sus sentidos. Y ella sabía cuál era su sitio en ella, y que todas las cosas, grandes y pequeñas, estaban en su posición correcta. Y que siempre lo habían estado, y que siempre lo estarían, mundos infinitos.

Ahí estaba la tentación de correr y recoger bota sin procesar, convertirla en fluido e instalarse una sonda que introdujera en su sistema la sustancia de forma constante. Se preguntó si aquello era deseo de conocer o una adicción.

Se preguntó si habría alguna diferencia entre esas dos cosas.

En cualquier caso, podría comunicar todo lo que había aprendido al Consejo Jedi, y, gracias a ello, los Jedi se harían más poderosos de lo que nadie había podido imaginar. Podrían detener aquella guerra e impedir que se declararan otras. Podrían abolir la esclavitud, transformar mundos desolados en paraísos exuberantes, perseguir el mal hasta los confines de la galaxia y acabar con él. Nada escaparía a sus capacidades. Tal era la inmensidad de aquel poder.

Todo aquello fluía en Barriss, abrumándola con su intensidad. Incluso en aquel momento, apenas podía contener el recuerdo de la experiencia.

Pero primero, antes de adentrarse demasiado en el vacío, debía lidiar con la situación del campamento. Eso sería fácil. Después podría dedicarse a temas de mayor envergadura...

~

Den avanzaba rápidamente por el campamento, hacia la plataforma de lanzamiento, con la esperanza de que no fuera demasiado tarde. Serás idiota, pensó. ¡Mira que dormirte justo hoy!

Casi nunca utilizaba el crono para despertarse. Como la mayoría de los de su especie, Den tenía un reloj interior que iba a la par con su afinado sentido de la orientación. Normalmente se ajustaba sin problemas a los ciclos de día y noche de todos los planetas en los que estaba, tardando no más de una semana estándar en los casos más extremos, y en Drongar llevaba mucho más que eso.

Pero justo el día que más lo necesitaba, su reloj interior le falló, y se durmió quizá lo justo para perderse el despegue de la nave de la compañía cómica en la que iba Eyar.

Tras la proposición que ella le había hecho y que él había aceptado, no podía dejar que se fuera sin despedirse. Era difícil saber cuándo volvería a verla. Y cuando lo hiciera, ella formaría parte de una gran familia que incluiría, sin duda, un asombroso número de crías.

y él sería un patriarca, un viejo dispensador de sabiduría. Se sentaría en algún rincón profundo de la cueva y proporcionaría pequeños consejos sabios a los jóvenes e inocentes.

Pero de repente todo aquello no le parecía tan atractivo como cuando Eyar se lo había descrito.

Los actores estaban siendo transportados a la MedStar, en la que se encontraba su propia nave. Eyar iba a subir en el primer trasbordador.

Den apareció por la esquina del edificio principal de la pista de despegue justo a tiempo para ver a unos pocos miembros de la compañía subiendo por la rampa. Eyar estaba entre ellos.

Corrió con todas sus fuerzas, abriéndose paso entre los seres de más estatura que le rodeaban, en su mayoría técnicos y otros trabajadores.

—¡Eh! —exclamó—. ¡Eyar! ¡Espera! —maldición, no podía ver otra cosa más que piernas. Piernas vestidas, piernas cubiertas de pelo, de esca— mas. Piernas digitígradas, piernas plantígradas. Un auténtico bosque de extremidades de apoyo. Por fin llegó a la puerta.

—¡Eyar!

La sullustana subía triste por la rampa en último lugar. Al oír su grito se giró, y cuando le vio sus ojos, su cara y todo su cuerpo se iluminó.

—¡Den—la!

Se sintió tan aliviado al ver que ella todavía no se había ido que le dio igual que Eyar utilizara en público el sufijo familiar con su nombre. Se abrazaron.

—¡Tenía miedo de que no vinieras! ¿Qué ha pasado?

Decirle que se había dormido no era muy buena idea, eso lo sabía casi por instinto. Ella se ofendería de que él hubiera estado a punto de perderse la despedida por una razón tan trivial.

—Me llamaron de Ocio HoloRed —dijo él—. Parece que van a convertir uno de mis artículos del año pasado en una hola. Al final tuve que cortarles y venir corriendo hasta aquí.

Era sorprendente lo fácil que le había resultado mentir. Sorprendente y para nada desalentador. Pero funcionó. Ella le miró con los ojos llenos de amor.

—Vuelve pronto a Sullust —susurró. Agitó sus aletas una vez más y se giró para subir la rampa a toda prisa.

Den salió del radio del campo. El transporte, silencioso a excepción del ronroneo de los retropropulsores, se elevó rápidamente y desapareció en el brillo cegador de Drongar Prime.

Den caminó lentamente de vuelta a su tienda. Le había resultado facilísimo mentir a Eyar. Cualquiera podría decir que se trataba de un incidente pequeño, trivial y carente de importancia. Se podría decir cualquier cosa, pero ninguna de ellas tendría más validez o autenticidad que el apretón de manos de un neimoidiano.

Era una comadreja.

Eyar era una chica dulce, sincera y fiel. Él admiraba esas cualidades. ¿Pero cuánto tardarían esos mismos atributos en hartarle, en llenarlo de impaciencia...?

¿O de desprecio?

En absoluto era digno de la admiración de Eyar.

Den se detuvo en mitad del recinto. Aquello no estaba bien. Estaba muerto de miedo, y no tenía ni idea de qué podía hacer al respecto.

Miró a su alrededor. Desde donde estaba, tenía dos opciones, cada una de ellas prácticamente en direcciones opuestas. A la izquierda tenía la cantina, con sus impresionantes y altamente terapéuticas variedades de destilados. A su derecha se hallaba la consulta de Klo Merit, en la que podría hablar con el mentalista, o al menos pedir cita para más tarde. Tenía que solucionar aquello.

¿Cómo?

Den estuvo un par de minutos de pie bajo el sol ardiente, antes de girarse y trotar en la dirección finalmente elegida.

30

E
l zumbido de las aeroambulancias, los gritos y las conversaciones cruzadas del personal que corría hacia la zona de recepción, los gritos y quejas de los soldados... era una letanía de sonidos y exclamaciones a la que Jos había respondido en tantas ocasiones que le daba la impresión de que podría hacerlo hasta dormido.

Dormir. Se rió. Las truncadas siestas y las cabezadas que los médicos del Uquemer-7 conseguían dar en los días más favorables no eran precisamente una buena terapia de sueño. Sí, tenían inductores de ondas delta, pero pasar las seis u ocho horas de ciclo ininterrumpido, incluidas las cuatro fases y el periodo REM, comprimidas en una siesta de diez minutos no refrescaba el cerebro como el sueño en tiempo real. La única solución era una buena noche de descanso, un lujo que rara vez podían permitirse.

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