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Authors: Steve Perry Michael Reaves

Medstar II: Curandera Jedi (20 page)

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
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Jos injertaba piel, restituía tejido pulverizado, eliminaba órganos perforados y los sustituía por trasplantes nuevos. El tiempo pasaba lentamente.

Tolk trabajaba aquel día con otro médico. Siempre que podía, Jos intentaba que sus miradas se cruzaran, pero sin éxito. Ella le miraba desde detrás de su mascarilla, pero sus ojos no daban a entender nada. Luego volvía a centrarse en su trabajo.

Cuando termino su turno, nueve soldados hahían pasado por sus manos enguantadas, y el habría podido quedarse dormido de pie, cosa que no le pasaba desde que hizo las practicas.

Fue al aseo, se lavo la cara y las manos y se mojo el pelo con agua templada. Aquello le ayudo a aliviar ligeramente el cansancio. Hubo un tiempo en el que él era como mi, bueno, quizá algo mayor, y hacer un turno como el que acababa de terminar le hubiera resbalado como el agua por la espalda de un aqualish. Pero entonces, cada vez que se miraba al espejo le daba la impresión de que encontraba una nueva arruga en la cara, más canas en la barba. Estaba empezando a parecer...

Por todos los creadores, estaba empezando a parecerse a su tío abuelo. No había tenido oportunidad de hablar con Tolk, ella había terminado su turno antes que él y no había podido verla desde entonces.

Cuando salió del aseo vio aI-Cinco saliendo de la sala de desinfección de la SO. La combinación de luz ultravioleta y ultrasonidos era lo bastante completa como para acabar con cualquier agente patógeno que hubiera conseguido colarse por el campo de esterilización de los pacientes, pero el androide siempre se quejaba de que los ultrasonidos le dejaban durante los minutos siguientes con el equivalente robótica del mareo.

—¿Te han restaurado ya totalmente la memoria? —dijo Jos al ver que el androide se le acercaba.

—¿Qué?

—Enciende los sensores auditivos. Me dijiste que recordabas ya todo —dijo Jos—. Entonces, dime, ¿eras el androide gigoló de alguna rica princesa, criador de shistavanos o qué?

—Soy exactamente lo que era antes, muchas gracias por preguntar. Dije que había lagunas en mi memoria que tenía que recuperar. Por fin las he restaurado. La reparación de mis funciones cognitivas internas ha terminado.

—.jalá yo pudiera decir lo mismo. ¿Hay algo que recuerdes en particular? Venga, I-Cinco. Compártelo.

El androide ladeó la cabeza en un gesto de asombro. —¿Por qué tienes tantas ganas de saberlo?

—Pues porque... —Jos lo pensó. ¿Por qué sentía tanta curiosidad?—. Porque... —dijo lentamente—, porque por lo que nos contaste de tus recuerdos, has debido de llevar una vida de aventuras, primero en Coruscant y luego vagando por las rutas espaciales. Pero yo... los únicos planetas en los que he estado, aparte de éste, son Coruscant y Alderaan. Cuando miro en el espejo apenas reconozco el viejo montón de protoplasma que veo reflejado. Supongo que cuando me dijiste que lo recordabas todo, yo... —se encogió de hombros.

—Aprovecharías la oportunidad para hacer un poco de turismo indirecto.

—Algo así. Además... —Jos hizo una pausa, buscando las palabras de nuevo—, Bueno, supongo que lo mejor sería que esto se lo contase a Klo, pero...

—A él se le da muchísimo mejor que a mí lo de la intuición.

—Casi todos los médicos, sobre todo los que están aquí y otros como ellos, te dirán que no tienen miedo a la muerte porque es algo a lo que están acostumbrados. Eso quizá sea cierto para ellos, pero, por lo que a mí respecta, ésa es precisamente la razón por la que yo sí que temo a la muerte. O al menos a la barca que te lleva al otro lado.

—La padawan Offee también podría serte más útil que yo...

—La muerte suele ser dolorosa y prolongada. Parece raro, con todos los anestésicos y tratamientos que tenemos hoy en día, pero sigue habiendo mil millones de cuatrillones de seres que se las apañan como pueden por cada individuo que tiene su propio trasbordador. En ese aspecto, es probable que la galaxia no cambie nunca.

—Existen otras opciones.

—Así es. Si tienes dinero, hay opciones: un reciclado de personalidad, ser congelado en carbonita... , todo tipo de opciones. Pero yo no estoy ni a un pársec de ser tan rico, y probablemente nunca lo sea. Por tanto, yo...

—Jos —dijo I-Cinco. Jos se detuvo, sorprendido. El tono del androide no había cambiado, seguía teniendo ese toque leve, indefinido, que identificaba su origen como un vocalizador en lugar de una laringe, pero, de alguna manera, sonó diferente. Casi nunca llama a la gente por su nombre, se dio cuenta de repente.

—Por lo que he estudiado de cultura popular —dijo I-Cinco—, creo que éste es el momento en el que debería recordarte todas las maravillosas ventajas que tú, como ser orgánico, tienes en comparación conmigo, un ser mecánico. Por desgracia, no se me ocurre ninguna. Sí, tú eres capaz de ser creativo, de dejar volar la imaginación, y yo no, porque mi programación nuclear no comprende elementos efímeros de ese tipo. Pero no los echo de menos. No lamento no poder apreciar la belleza y el arte. Y lo mismo me pasa con el amor... y con las crisis existenciales como la que ahora mismo atraviesas tú.

—No me lo creo. Al menos tienes sentido del humor...

—Me programaron con sentido del humor. Casi todos los androides que interactúan con orgánicos a este nivel lo tienen.

— i Querías emborracharte!

—Así es. Yo nunca he dicho que no me programaran con sentimientos. Y la lealtad es uno de ellos. La curiosidad es otro. Y mi falta de inhibidores de creatividad y mi parrilla sináptica ampliada me permiten extrapolar los sentimientos. Experimentar cosas propias de los orgánicos, como los compuestos que sirven para alterar la percepción, en teoría podría ayudarme a comprenderlos. Y, dado que estoy atrapado en esta galaxia con todos vosotros, necesito todos los datos que pueda obtener.

"Pero no soy el pequeño androide de los cuentos infantiles que quiere ser orgánico, Jos. Soy una máquina. Capaz de imitar los procesos de pensamiento de los seres vivos hasta un punto increíble, si me permites decirlo, pero sigo siendo una máquina. Y realmente no deseo ser nada más.

Jos se quedó mirando a I-Cinco. Estaba más sorprendido que si el androide se hubiera convertido en un kaminoano de tres cabezas. En ese momento, para su sorpresa, comenzó a enfadarse. Acababa de sufrir un giro increíble en su forma de ver el mundo, justo estaba empezando a sentirse cómodo con aquella nueva perspectiva de que quizá los androides no deberían ser tratados como si fueran batidoras con brazos, y no pensaba dejar que I-Cinco le volviera loco otra vez.

—¿Te acuerdas de una de nuestras partidas de sabacc, en la que discutimos sobre cómo puede alguien saber si es un ser consciente?

—Lo recuerdo.

—¿Recuerdas que me dijiste algo como "Si alguien es lo suficientemente consciente como para preguntarse si lo es, entonces habrá respondido a su pregunta"? Pues yo creo que tú eres lo suficientemente consciente como para responder a eso, I-Cinco. De hecho, creo que ya lo has hecho. Pero ahora te estás echando atrás, estás negando tu propia esencia —dijo Jos—. Me pregunto si tendrá algo que ver con el hecho de que acabes de recuperar la memoria.

I-Cinco se quedó callado un buen rato. Cuando volvió a hablar, jos pudo percibir un definitivo tono de sorpresa en su voz.

—Creo..., comparando la actividad neuronal subjetiva con los archivos internos sobre el tema —dijo el androide—, que estoy teniendo un ataque de ansiedad.

24

A
lgunas veces el espía se confundía con los nombres. La mayor parte del tiempo, era el que utilizaban los del Uquemer. Después de ése iba Columna, el nombre en clave que le había puesto uno de los instructores de espionaje de los separatistas del Conde Dooku. Lente, el nombre en clave por el que le llamaba Sol Negro, era el que menos utilizaba. Ninguno de ellos, por supuesto, era el que le habían dado al nacer, y éste no era sino uno más de una larga lista que había cambiado una y otra vez, según dictaban las circunstancias.

Sin embargo, Lente era el apodo que empleaba ahora, ya que era el que conocía el invitado que tenía en ese momento. El ser sentado frente a Lente era visiblemente humano, pero lo cierto era que bajo las rollizas adiposidades del disfraz de gordo, estaba Kaird, el nediji asesino y matón a sueldo. Se hallaban en un despacho vacío que pertenecía a una supervisora de laboratorio que había contraído durante la reciente ola de frío una terrible forma local de neumonía. La trabajadora del laboratorio, una askajiana, estaba ingresada en el pabellón médico y no necesitaría utilizar la sala en un tiempo.

El seudo—humano acababa de exponer lo que parecían ser las bases de un plan para robar una cantidad considerable de bota, y una nave en la que transportarla. Aquello no tenía ningún sentido, y Lente no dudó en comunicárselo.

—Tenemos nuestras razones.

—¿Y se puede saber por qué me cuentas todo esto?

—Porque eres nuestro agente. Me pareció justo avisarte. El robo causará una investigación. Más te vale que no te pille desprevenido.

Lente sonrió.

—Mi identidad oficial aquí está protegida. ¿Cuál es la verdadera razón? El disfraz humano era bastante bueno; la sonrisa que producía parecía auténtica.

—Al final, como todas las guerras, ésta también terminará. Pero el negocio seguirá adelante. Has sido muy valioso para nosotros y podrías volver a serlo una vez se resuelva este conflicto. No nos gusta desperdiciar el talento.

Aquello tenía más sentido, pero no era la versión completa, pensó Lente.

—Sigues sin contármelo todo, ¿verdad?

La unidad de voz del disfraz ofreció una versión muy realista de la risa humana.

—Resulta estimulante no tener que tratar con alguien estúpido e ignorante —dijo Kaird. Se echó hacia delante—. Bien. Teniendo en cuenta tu posición aquí, tienes acceso a cierta información.

—Cierto. Pero los códigos de seguridad de las naves de evacuación, sobre todo las que cuentan con unidades de hipervelocidad, no se incluyen en ella —dijo Lente.

—Tal y como yo suponía, pero puedes obtener historiales médicos.

—Cualquier individuo del Uquemer con una autorización estándar puede visualizar esos archivos. Sigo sin comprender en qué podría ayudarte eso a robar una nave.

—¿Alguna vez has visto las fichas de dominó? Puedes distribuirlas en filas larguísimas y retorcidas, y en espirales, y que haya cientos o miles de fichas entre la primera y la última. Pero si las alineas bien, con sólo empujar la primera conseguirás hacer caer la última.

Lente asintió de nuevo. —Sí. Entiendo lo que dices.

—Vaya realizar una investigación muy básica —dijo Kaird—, y cuando haya averiguado ciertas cosas, te pediré archivos específicos que creo que podrían serme útiles. Nada que supere tu capacidad de búsqueda.

—Ningún problema —dijo Lente—. Conseguiré lo que necesites.

—Excelente —hubo una pausa—. Ahora vaya hacerte un favor, Lente.

Soy consciente de que Sol Negro no es el único objeto de tu lealtad, pero esos intereses, y los nuestros, están a punto de perder su relevancia.

Lente frunció el ceño.

—¿Cómo?

— La razón por la que estamos todos aquí es peculiar. Esa razón está empezando ya a ser insignificante, y pronto carecerá de toda importancia.

—Me temo que me he perdido. ¿Estás hablando de la bota?

—Sí. Al parecer la planta está sufriendo una nueva mutación que alterará radicalmente sus valiosas propiedades adaptogénicas. Cuando brote la próxima generación, la bota será tan valiosa como cualquier otra de las malas hierbas que crecen en esta roca. Su química cambiará tanto que ya no podrá usarse en medicina. Dado que Drongar como tal carece de importancia, estratégica o de otro tipo, tanto la República como los separatistas dejarán de tener una razón para permanecer aquí —las manos se abrieron, con las palmas hacia arriba en un gesto de libertad—. Y todos podremos irnos a casa.

—¿Cómo lo has averiguado?

— Eso da igual. Lo sé con seguridad. Te lo digo porque, una vez me vaya, podrías utilizar esa información para ayudar a los amigos que tienes bajo las órdenes del Conde Dooku. Quizá merezca la pena librar una última batalla a todo o nada por lo que queda de los campos de bota. Cuando se extingan, ya no quedará más. Al menos no aquí.

Lente, sorprendido por aquella revelación, no dijo nada. Kaird no tenía razones para mentirle sobre aquello. El robo de una considerable cantidad de bota significaría un daño, al menos indirecto, para la República, y, por tanto, Lente le deseó éxito en ese sentido. Pero si lo que estaba diciendo era cierto, a los separatistas les interesaría sobremanera recolectar todo lo que pudieran, incluso arriesgando el resto de la cosecha. Más valía media onza que ninguna.

Aquella información debía verificarse de alguna manera.

—Es una información muy valiosa —dijo Lente—. Y me la ofreces de forma gratuita.

La cabeza asintió pesadamente.

—Como ya te he dicho, este asunto de la guerra acabará por solucionarse. A nosotros nos da igual quién gane o quién pierda. Si os hacemos un favor, puede que algún día estéis en posición de devolvérnoslo. Sol Negro no olvida, ni a los enemigos ni a los amigos. Tenemos muchos de ambas variedades, pero hacer amigos no cuesta nada.

Lente asintió y sonrió. La afirmación del nediji tenía sentido, aunque estaba sazonada de una gran dosis de ironía, ya que en el pasado, Sol Negro había establecido tratos de ese tipo desde tantos ángulos que haría falta una porción nonodimensional del continuo espacio tiempo para contenerlos todos.

El humano se levantó, y sus michelines de plastiespuma se estremecieron.

—Dentro de un día o dos me pondré en contacto contigo —dijo Kaird.

—Que la escarcha no nuble nunca tu visión.

Kaird se marchó, y Lente pensó en lo que le había contado el agente de Sol Negro. Si se demostraba que aquella revelación sobre la bota era cierta, sería una información realmente valiosa con la que traficar. Casi con toda seguridad, el curso de la guerra en Drongar variaría rápidamente.

Muy rápidamente.

~

Jos caminaba pesadamente hacia su tienda. Ya no la compartía ni con Tolk ni con Uli. Ella se había vuelto a mudar a la suya tres días antes, diciendo que necesitaba espacio para pensar. Uli seguía en la unidad individual a la que se había mudado cuando Tolk se instaló con Jos. Él se pasaba el tiempo en la cantina o en la so. Sólo volvía a su tienda cuando necesitaba dormir, y en aquel momento lo necesitaba desesperadamente.

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