Read Medstar II: Curandera Jedi Online
Authors: Steve Perry Michael Reaves
Se oyó el zumbido de las aeroambulancias, pero con tal cacofonía que Jos no pudo adivinar de cuántas se trataba. Negó con la cabeza. Iban a ser malas noticias para quien estuviera de guardia...
Su intercomunicador pitó.
Él respondió, sabiendo que eran malas noticias.
—¿Qué?
—Ha habido una explosión y un gran incendio en la planta de hidrógeno AIA —dijo Uli—. Hay al menos cien heridos graves. Tenemos nueve aeroambulancias repletas en camino, unos treinta y pico heridos, casi todos con quemaduras graves y...
—Acabo de terminar mi turno. Apenas puedo levantar las manos, y menos para operar.
—Lo sé, pero uno de los cirujanos androides acaba de hacer estallar un girostabilizador y tardaremos horas en repararlo. Andamos cortos de personal en la SO. El coronel Vaetes dijo que te llamáramos.
Jos suspiró y exclamó: —Kark.
No había ira en aquel comentario, sólo una gran desolación. ¿Es que aquello no iba a acabar nunca?
~
Los primeros pacientes del incendio empezaron a llegar a la SO cuando Jos se ponía los guantes. Vio a Tolk, y esta vez fue ella la que le saludó con la cabeza. Un gesto pequeño, pero que le hizo sentirse un poco mejor. Al menos les quedaba eso.
Se acercó a una mesa mientras un par de androides colocaban sobre ella a un paciente desde la camilla. Un clan con quemaduras bastante graves. —¿Qué tenemos aquí?
—Quemaduras de tercer grado en el veintiséis por ciento del cuerpo —entonó uno de los androides, una unidad de diagnóstico quirúrgico—. De segundo grado en otro veintiún por ciento. De quinto grado en el diecisiete por ciento. Además, ha sufrido una laceración en el intestino delgado por lo que parece una esquirla de un tanque de hidrógeno, en el cuadrante inferior izquierdo, de forma transversal. Perforaciones en el pulmón izquierdo, que ha dejado de funcionar. Y un fragmento incrustado en el ojo.
—¿La planta fue atacada por separatistas?
—No, señor —dijo el androide de UDQ—. Fue un accidente industrial.
Genial.
—Ya es bastante horrible que los sepas maten a la gente, pero es que encima ahora nos dedicamos a hacernos saltar por los aires a nosotros mismos. Abre un equipo de quemaduras —dijo Jos a Threndy—. Que alguien le meta encefalina, cien miligramos. Y traed el desollador ultrasónico, va a necesitar que le sustituyan al menos la mitad de la piel...
~
Jos consiguió de alguna manera aguantar otros cinco pacientes, salvándolos a todos.
Y entonces mató al siguiente.
Estaba a medio camino en la primera fase de una neumonectomía en un paciente humano no clon, trabajando en el pulmón izquierdo con un escalpelo láser, cuando cortó sin querer la aorta del hombre. La sangre comenzó a manar de la vena sajada en un chorro que casi llegó al techo.
— ¡Poned ahí un torniquete!
Tolk y Threndy habían tenido que alejarse para ayudar a Uli y a Vaetes, que estaban con un trasplante de corazón, pero el androide de asistencia quirúrgica colocó rápidamente el campo de presión en la arteria cortada con una precisión mecánica, perfecta. Por desgracia, la fuerza del campo no fue suficiente, y la herida continuó sangrando.
— Tapónalo —.rdenó Jos—. ¿Qué fuerza tiene el campo?
—Seis coma cuatro —dijo el androide.
—Súbelo a siete.
—Pero, doctor, eso sobrepasará los parámetros del tejido...
— Da igual. He dicho siete.
Mientras el androide cumplía sus órdenes, Jos se dio cuenta de su error.
El hombre que yacía ante él no era un clon de Fett, cuya resistencia del sistema circulatorio se había aumentado para que las heridas no sangraran tanto. Aquél era un humano normal, lo que significaba que...
La aorta explotó, estallando como si se le hubiera colado dentro una bomba minúscula.
—¡Kark! ¡Necesito que alguien me ayude!
Todos los instrumentos quirúrgicos de bypass corazón—pulmón estaban siendo utilizados, y no le bastaría con un par de manos extra. El campo no podía detener la sangre, y mientras intentaba taponar la arteria estallada se dio cuenta de que ya era demasiado tarde. El paciente sufrió un shock a gran escala y falleció antes de que pudieran hacerle la cerebrostasis. Jos intentó reanimarlo poniendo un torniquete en la arteria cortada y oxigenando la zona para sustituir la sangre perdida. Lo intentó durante diez minutos, pero nada funcionó. No pudo reavivar el corazón.
Tenía cuatro pacientes más esperando. Sabía lo que tenía que hacer. Jos le declaró muerto y un androide se lo llevó. No había otra opción. Si seguía trabajando con aquel paciente, el resto probablemente moriría.
O quizá también los mates a ellos, le susurró su maligna voz interior, mientras le ponían delante al siguiente paciente.
Nunca se había sentido tan cansado en su vida. Maldita fuera aquella guerra.
D
en se sentó escuchando al especialista médico mecánico ugnaught, Roranz Zuzz, sintiéndose como si acabaran de entregarle en bandeja de platino la llave de Coruscant. Zuzz le había proporcionado información útil en el pasado, pero nunca nada como aquello.
—¿Estás seguro?
— Tan seguro como que me llamo Roranz, colega. Ya te digo.
—¿Cómo te has enterado?
Zuzz sonrió burlón.
—Una femnaught del Uquemer-12, en Xenoby, está colada por mí, la tía.
Se encarga de todas las pruebas que se hacen a la cosecha local.
—Tómate otra —dijo Den. Aquello era fuerte. Muy fuerte. Monstruoso.
De hecho, era tan importante que... —. ¿Y cómo es que yo no he oído nada al respecto?
El pequeño y rechoncho alienígena se encogió de hombros.
—Ni idea. Rachott, la fem, me dijo que estaba haciendo las pruebas ésas, y que fijo que la cosecha está cada vez peor. Y hay alguien que se está guardando los resultados. Vete tú a saber por qué.
El camarero llegó con una copa, y Zuzz la agarró como si fuera la última gota de líquido que quedara en el lado diurno de un planeta sin rotación.
Den siguió pensando en aquello. Si la bota estaba perdiendo su fuerza, sería una noticia de primera plana. La sustancia valía su peso en piedras de fuego de primer grado, o más, y, si se extinguía, el precio de lo que quedara se dispararía hasta salir de la galaxia. Cuando aquello saliera a la luz, todo hijo de vecino saldría al campo a recolectar todo lo que pudiera. Un individuo podría retirarse sólo con lo que consiguiera meterse en el bolsillo...
Sí, aquello era una auténtica noticia. Un billete a todas partes, el tipo de información que sólo aparecía una vez en la vida de un falleen. Si conseguía aprovecharla bien, y sabía que era capaz de hacerlo, quizá hasta podría ganar un Premio Poracsa, yeso le solucionaría la vida por completo.
Den debía confirmarlo lo antes posible. Tenía que dar aquella noticia antes de que alguien la filtrara. Aquello le haría ser alguien. Pondrían su nombre a las facultades de periodismo...
Invitó al ugnaught a otras tres copas, se levantó y se marchó de la cantina. Tenía que encontrar al menos otras dos confirmaciones. Quizás incluso le bastara con una. Y cuando se lo contrastaran, daría la noticia, de alguna manera. Encontraría el modo aunque en ese momento tuviera estropeada la unidad de comunicación. Se lo tatuaría a un soldado que volviera a casa de permiso, si era necesario. Lo que fuera.
Cuando se dispuso a cruzar el recinto caluroso y pestilente vio a Eyar dirigiéndose hacia el comedor. Se acercó a ella.
No había duda, era una hembra maravillosa.
Ella sonrió, e intercambiaron los saludos rituales. —Pareces emocionado por algo —dijo ella.
—¿Cómo no iba a emocionarme en tu presencia, agallitas?
Ella se rió.
—Me gusta un sullustano que me hace reír, pero percibo algo más en tu actitud.
—Una noticia —admitió él—. Y bastante importante, si es cierta.
—¡Me alegro por ti! —su voz era cálida, generosa, sincera.
Den la miró y por un momento sintió una punzada de arrepentimiento por todas las esposas y familias que no había tenido tiempo de construir. El trabajo siempre había sido lo primero, lo último y todo. El camino que había tomado incluía no ver a sus vástagos aventurarse por las cuevas por vez primera, no escuchar el sonido de las risas infantiles y no sentir la calidez de una esposa o de varias en la cama, bajo una manta térmica. Cosas que había planeado hacer algún día, cuando tuviera tiempo. Pero nunca había ocurrido.
—Tu ceño se frunce por lo que piensas —dijo ella. Él suspiró.
—Es por algún que otro arrepentimiento propio de mi edad. Ella sonrió.
—No eres tan viejo.
—Yo pensé que te recordaba a tu abuelito.
—Así es..., pero es que en mi familia empezamos jóvenes. Mi abuelo sigue siendo un hombre en forma, activo. Seis mujeres, catorce hijos, veintiséis nietos, y hace sólo dos estaciones que volvió a casarse. Ella ya está embarazada. —Impresionante.
—¿Has pensado alguna vez en volver a casa?
Él asintió.
—Así es. Cada vez más. Ir en pos de la guerra envejece mucho. He considerado la posibilidad de abandonar, de meterme en las noticias locales en Sullust e intentar encontrar unas pocas hembras mayores lo suficientemente desesperadas como para considerarme un marido.
—No tendrían que estar desesperadas —dijo ella, mirándose los pies—. Ni ser viejas.
Den se detuvo y la miró.
—Eh... se me han debido de estropear los tapones de los oídos. ¿Qué estás diciendo, Eyar-la?
Eyar también se detuvo, y se giró para mirarle a los ojos.
—Cuando termine esta guerra, y acabe la gira, tengo la intención de regresar a casa y encontrar una cueva de cohabitación.
—¿Qué? ¿Y dejar el mundo del espectáculo?
Ella volvió a reírse con un sonido que era como una cascada de tonocristales.
—Los pretendientes que conozco son jóvenes, pero unos auténticos muermos. No me entiendas mal, seguro que serían buenos padres, y probablemente me haga con uno o dos como ellos, pero no creo que tengan muy refinado el módulo del sentido del humor. Siempre habría sitio para un sullustano como tú, Den—la.
Den se quedó de piedra. Le dedicó una sonrisa.
—Es la mejor oferta que me han hecho en una era boukk.
—Entonces considéralo como algo formal —dijo ella—. Las crías necesitan padres en forma, fuertes, pero también necesitan que sean maduros y sabios. Para mi cueva sería un honor que vivieras en ella.
Den parpadeó ante la repentina llegada de las lágrimas a sus ojos. Era imposible que fueran lágrimas, no en un viejo cínico como él. ¿Matrimonio? ¿Familia?'¿Una cueva llena de familiares políticos y crías? Él siempre había pensado que todo aquello se le había quedado ya muy atrás, fuera de su alcance. Que no era para él. Un reportero como él, curtido, a décadas de su planeta natal, siempre había pensado que moriría en el campo de batalla o borracho en algún antro pestilente de escoria y maldad.
Pero ahora se le ofrecía una alternativa, y gracias a una joven tan dulce...
—Por favor, piensa en ello —dijo ella, tomando los titubeos de él por una posible respuesta negativa.
—¿Sabes una cosa? Si vivo para ver el final de esta guerra, creo que intentaré regresar a casa —Den se detuvo, cogió aire y prosiguió—. Y para mí sería un honor que tu cueva y la mía se unieran.
Ella sonrió con un gesto amplio y encantado.
—¿De verdad? ¿Lo sería?
El entusiasmo de Eyar lo envolvió, con toda su energía y regocijo.
—¡No puedo esperar a decírselo a mi familia! ¡Den Dhur, el famoso reportero, unido a nosotros!
—No soy tan famoso.
—.cultas tu brillantez bajo un escudo, Den—la. Llevo años leyendo tus artículos. Todo el mundo en Sullust sabe quién eres.
—No está bien burlarse de los mayores —le dijo con falsa severidad.
— Tonterías. Lo que te digo es cierto. En mi clan hay niños que quieren ser como tú de mayores.
—¿No estás bromeando? Eh..., quiero decir ...
Ella se rió.
—No —dijo ella. Le cogió de la mano—. ¿Te gustaría venir a mi cubículo a sellar el juramento? A menos, claro, que estés muy ocupado con esa noticia...
Den sonrió.
—La noticia puede esperar. No es tan importante —y mientras lo decía se dio cuenta de que era cierto. Al fin y al cabo, había cosas más importantes que el periodisco del día siguiente, o el dinero fácil.
¿Quién lo hubiera dicho?
~
Cuando Den salió de la tienda de Eyar, ya estaba oscureciendo. Vio a I-Cinco de pie fuera de la SO, hablando con Jos. El cirujano dijo algo al androide y luego se giró y volvió dentro.
—¡I-Cinco, viejo amigo!
El androide se giró y le vio. Den se acercó a él renqueando y le dio un puñetazo amistoso en un brazo.
—Me alegro de verte. ¿Qué pasa?
—¿Aparte de ti?
Den se rió, mientras ambos avanzaban atravesando el denso aire de la tarde. Eyar había abierto una botella de vino de grano bothano para celebrar su posible acuerdo nupcial, y él no había mostrado resistencia alguna. Se sentía realmente bien en aquel momento. Mientras estuvo con Eyar, confirmó con su intercomunicador la probable veracidad de la noticia de la bota de tres fuentes distintas en las que confiaba. Y se encontraba de humor para celebrarlo.
—.ye, tengo ganas de juerga. No puedes rechazarlo hasta que lo hayas probado —dijo al androide—. Y, hablando de ello, todavía estás pendiente de unirte al club.
—¿Y qué club es ése?
Den le señaló con un dedo acusador.
—No me digas que te estás echando atrás. Tienes que experimentar el placer de la intoxicación, Le vendrá bien a tu alma de silicona.
—Lo sé. De hecho, creo que he hallado una forma absurdamente sencilla de hacerlo. Me avergüenza no haberme dado cuenta antes. —Cuéntamelo.
— Tal y como le recordé antes al doctor Vondar, yo soy, esencialmente, una máquina. Mi procesador de la red sináptica es heurístico; extrapolo datos nuevos desde los datos que ya tengo. Pero también tengo un subprocesador algorítmico que sirve a mis necesidades autonómicas.
—Ya...
—No te has enterado de absolutamente nada, ¿verdad?
—Creo que he entendido las palabras "también" y "mis".
—Es como tu sistema nervioso parasimpático, que controla la respiración, el latido de tu corazón y demás. Funciones que tu cuerpo necesita y que no están bajo un control consciente. Yo no necesito respirar, pero necesito monitorizar constantemente cosas como el equilibrio, la lubricación, el funcionamiento de la unidad de energía...