Lo mordí en el cuello, con fuerza. Lo oí gritar de dolor, desconcertado, pero al mismo tiempo la sangre salió disparada hacia mi lengua y el espeso sabor metálico se propagó en mi interior como un incendio: ardiente, incontrolable, mortífero y bello. Al tragar, el sabor de la sangre de Lucas en mi garganta fue lo más dulce que había conocido hasta el momento.
Lucas intentó separarse de mí, pero ya estaba muy debilitado. Lo cogí entre mis brazos cuando empezó a desplomarse para poder seguir bebiendo con avidez. Tenía la sensación de estar aspirando su alma junto con su sangre. Nunca habíamos estado tan unidos como en ese momento.
Mío, pensé. Mío.
En ese momento, el cuerpo de Lucas se relajó por completo: se había desmayado. Y el darme cuenta de su estado fue como un jarro de agua fría que me sacó del trance de golpe.
Respiré jadeante y solté a Lucas, que cayó desmadejado al suelo del cenador. El corte amplio y profundo que mis dientes habían dejado en su cuello, oscuro y húmedo a la luz de la luna, resplandecía como tinta derramada. Caía un pequeño hilillo de sangre sobre los tablones del suelo, donde estaba formándose un charco alrededor de una pequeña estrella plateada que se me había caído del pelo.
—Socorro —jadeé, sin aire, en un susurro apenas audible. Aún tenía los labios pegajosos y calientes por la sangre de Lucas—. Por favor, que alguien me ayude.
Descendí tambaleante los escalones del cenador, desesperada por encontrar a alguien, a quien fuera. Mis padres se pondrían hechos una furia, por no hablar de la señora Bethany, pero alguien tenía que ayudar a Lucas.
—¿Hay alguien ahí?
—¿Y a ti qué te pasa? —Courtney salió del bosque, visiblemente molesta. Llevaba arrugado el vestido blanco de encaje. Su pareja la seguía detrás. Por lo visto había interrumpido una sesión de morreo—. Un momento… Eso que tienes en la boca… ¿es sangre?
—Lucas. —Estaba demasiado asustada para ni siquiera intentar explicarme—. Por favor, ayudad a Lucas.
Courtney se retiró hacia atrás el largo cabello rubio y entró en el cenador, donde encontró a Lucas tendido en el suelo, con el cuello abierto.
—Dios mío —dijo con un hilo de voz y se volvió hacia mí con una sonrisa taimada—. Ya era hora de que crecieras y te convirtieras en un vampiro como los demás.
¿H
e matado a Lucas? ¿Está bien? —sollocé. No podía dejar de llorar. Mi madre me había pasado un brazo por encima de los hombros y dejé que me condujera lejos del cenador sin oponer resistencia. También había otros profesores encargándose de que los demás alumnos no se enteraran de lo que había ocurrido—. Mamá, ¿qué he hecho?
—Lucas está vivo. —Nunca me había hablado con tanta dulzura—. Se pondrá bien.
—¿Estás segura?
—Del todo. —Fui tropezando en casi todos los escalones de piedra a medida que subíamos. Temblaba de la cabeza a los pies de tal modo que apenas podía mantenerme derecha. Se me habían deshecho las trenzas y mi madre iba acariciándome el pelo, que ahora me caía lacio alrededor de la cara—. Cariño, sube a mi habitación, ¿de acuerdo? Lávate la cara y tranquilízate.
Negué con la cabeza.
—Quiero estar con Lucas.
—Ni siquiera sabrá que estás a su lado.
—Mamá, por favor.
Iba a negarse, pero en ese instante comprendió que sería inútil discutir.
—Vamos.
Mi padre había llevado a Lucas a la cochera. Al entrar me pregunté por qué estaría dividida en estancias, con las paredes recubiertas de paneles de madera tintada de negro y llenas de fotografías de color sepia con viejos marcos ovalados. Luego recordé que la señora Bethany vivía allí. Estaba demasiado conmocionada para que me preocupara su presencia. Cuando intenté entrar en el dormitorio para ver a Lucas, mi madre sacudió la cabeza.
—Lávate la cara con agua fría, respira hondo y tranquilízate, cariño. Luego ya hablaremos. —Esbozó una sonrisa ladeada y añadió—: No pasa nada, ya lo verás.
Mis manos torpes y temblorosas buscaron a ciegas el pomo de cristal del baño. En cuanto me miré en el espejo, comprendí por qué mi madre había insistido tanto en que me lavara la cara: tenía los labios manchados con la sangre de Lucas y unas cuantas gotas me habían salpicado las mejillas. Abrí los grifos de inmediato, desesperada por eliminar las pruebas de lo que había hecho, pero cuando el agua fría empezó a correr entre mis dedos, me encontré mirando las manchas de sangre con mayor detenimiento. Tenía los labios muy rojos y seguían hinchados de haber estado besándonos.
Me pasé la punta de la lengua lentamente por el contorno de los labios. Volví a probar el sabor de la sangre de Lucas y fue como si en ese momento estuviera tan cerca de mí como cuando lo había tenido entre mis brazos.
Entonces se referían a esto, pensé. Mis padres siempre me habían dicho que algún día la sangre sería algo más que solo sangre, algo distinto a lo que traían de la tienda del carnicero y con lo que me alimentaban. Nunca había conseguido comprender a qué se referían, pero ahora lo sabía. En cierto modo, había sido como el primer beso con Lucas: mi cuerpo sabía lo que necesitaba y quería antes de que mi mente hubiera llegado a adivinarlo.
Pensé en Lucas recostándose para que pudiera besarlo, totalmente confiado. El sentimiento de culpa me hizo volver a llorar y me mojé la cara y la nuca con agua. Tuve que hacer varias inspiraciones hondas durante unos minutos antes de poder salir del baño por mi propio pie.
La cama de la señora Bethany era un armatoste de madera negra tallada con columnas en espiral que soportaban un dosel. Lucas, inconsciente en medio de la cama, estaba tan blanco como las vendas que le envolvían el cuello, pero al menos respiraba.
—Está bien —susurré.
—Con la cantidad que bebiste no había bastante para matarlo. —Mi padre me miró por primera vez desde que había entrado corriendo en el cenador. Me mortificaba la posibilidad de tener que enfrentarme a su desaprobación o, teniendo en cuenta qué estaba haciendo cuando me asaltó la necesidad de morder a Lucas, su bochorno, pero estaba tranquilo, incluso se mostraba cariñoso—. Tienes que procurar beber más de medio litro en cada toma.
—Entonces, ¿por qué se ha desmayado?
—Es el efecto que tiene en ellos el mordisco —contestó mi madre, refiriéndose a los humanos con ese «ellos». Por lo general, intentaba no hacer distinciones. Le gustaba decir que la gente era gente de todas maneras, pero la línea divisoria entre nosotros nunca había estado tan clara—. Es como si se quedaran… hipnotizados, tal vez, o hechizados. Al principio se resisten, pero al poco caen en trance.
—De lo que tampoco podemos quejarnos, porque eso quiere decir que mañana no recordará nada. —Mi padre cogió la muñeca de Lucas para comprobar el pulso—. Nos inventaremos una historia para explicar lo de la herida, algo no demasiado rebuscado sobre un accidente. El viejo cenador tiene un par de travesaños sueltos, tal vez uno de ellos podría haberse caído y haberlo golpeado en la cabeza.
—No me gusta mentirle a Lucas.
Mi madre sacudió la cabeza.
—Cariño, ya sabes que hay cosas que la gente no tiene por qué saber.
—Lucas no es como la mayoría de la gente.
Lo que yo sabía y ellos ignoraban era que Lucas ya tenía sus sospechas acerca de la Academia Medianoche. Era evidente que desconocía la verdad sobre la escuela —de otro modo jamás habría cruzado la puerta de entrada —, pero sabía que ocurría algo, que allí había algo más de lo que se veía a simple vista. Estaba orgullosa del fino instinto de Lucas, sin olvidar que, al mismo tiempo, eso mismo lo complicaba todo.
Sin embargo, ¿cómo podía siquiera pasárseme por la cabeza decirle la verdad? ¿Perdona porque anoche estuve a punto de matarte? Asentí con la cabeza, lentamente, aceptando lo que debía hacer. Lucas no podía saber hasta qué punto le había traicionado. No me lo perdonaría jamás, y eso teniendo en cuenta que me creyera cuando empezara a hablarle de vampiros y no pensara que me había vuelto loca, que sería lo más lógico.
—Vale —claudiqué—. Tenemos que mentir. Lo entiendo.
—Ojalá lo hubiera entendido yo —se lamentó la señora Bethany, con sequedad. Cruzó la puerta del dormitorio, con las manos entrelazadas delante de ella. En vez de sus típicas camisas de encaje y sus faldas oscuras, llevaba un vestido de gala morado oscuro y guantes negros de satén que le llegaban hasta los codos. Los pendientes de perla negra lanzaron un destello al sacudir la cabeza—. Ya sabíamos que íbamos a tener problemas de seguridad cuando aceptamos el ingreso de alumnos humanos en Medianoche. Hemos sermoneado a los alumnos mayores, hemos controlado los pasillos y hemos mantenido los grupos tan separados como nos ha sido posible, y con buenos resultados. O al menos eso creía yo. Jamás me lo habría esperado de usted, señorita Olivier.
Mis padres se pusieron en pie. Al principio creí que se trataba de una muestra de deferencia hacia la señora Bethany, su superiora, cuya opinión siempre habían respetado, pero entonces mi padre dio un paso al frente para defenderme.
—Ya sabe que Bianca no es como el resto de nosotros. Es la primera vez que prueba sangre fresca. No sabía cómo iba a afectarle.
La señora Bethany frunció los labios en una sonrisa desagradable y tensa.
—Es evidente que Bianca es un caso especial. Muy pocos vampiros nacen en vez de convertirse. ¿Sabe que desde 1812 solo he conocido a otros dos además de usted? Mis padres me habían explicado que se concebían muy pocos bebés vampiro cada siglo. Ellos habían estado juntos durante casi trescientos cincuenta años antes de que mi madre los dejara pasmados a ambos al quedarse embarazada de mí. Siempre creí que exageraban un poco para hacerme sentir única, pero en ese momento comprendí que era la pura verdad.
La señora Bethany no había terminado.
—Lo más lógico sería pensar que haber sido criada por vampiros y conocer nuestra naturaleza y necesidades contaría a su favor. Razón de más para un mayor autocontrol.
—Lo siento. —No podía permitir que mis padres cargaran con la culpa, sobre todo porque no había más culpable que yo—. Mis padres siempre me han advertido que ocurriría algún día, que sentiría la necesidad de morder, pero en realidad no había llegado a entenderlos hasta que me ha sucedido.
La señora Bethany asintió con la cabeza, meditando mis palabras. Le lanzó una breve mirada a Lucas, como si fuera un trasto que hubiéramos dejado en su habitación.
—¿Vivirá? Entonces no está todo perdido. Mañana decidiremos el castigo de Bianca.
Mi madre me lanzó una mirada de disculpa.
—Bianca nos ha prometido que no volverá a hacerlo.
—Si corre la voz por la escuela de que alguien ha mordido a uno de los alumnos nuevos y no ha sufrido las consecuencias, se producirán más incidentes. —La señora Bethany se recogió la falda con una mano—. Y puede que algunos no tuvieran tanta suerte. Es de vital importancia que no vuelva a tocarse a ningún alumno humano más, no podemos permitirnos ni un asomo de sospecha. Tamaña trasgresión no puede quedar sin castigo.
La señora Bethany y yo estábamos completamente de acuerdo por primera vez en la vida. Me sentía fatal por haberle hecho daño a Lucas, por lo que pasarme varias noches limpiando el vestíbulo era lo menos que me merecía, aunque de repente se me ocurrió algo que podría complicarlo un poco.
—No pueden castigarme, no pueden obligarme a limpiar ni a nada por el estilo.
Las cejas de la señora Bethany casi rozaron la línea del nacimiento del pelo.
—¿Acaso estás por encima de esas labores menores?
—Si alguien se da cuenta de que me han castigado por algo, Lucas se preguntará por qué y lo último que queremos es que empiece a hacer preguntas, ¿no?
Mi razonamiento era irrefutable. La señora Bethany asintió lentamente, aunque era fácil adivinar que le molestaba que me hubiera adelantado a ella.
—Entonces me hará un trabajo de diez folios para de aquí a dos semanas sobre, digamos, el uso de la forma epistolar en las novelas de los siglos
XVIII
y
XIX
.
Estaba tan abatida y espantada que el castigo no fue capaz de hacerme sentir mucho peor.
La señora Bethany se acercó a mí, acompañada del susurro de la amplia falda del vestido, parecido al aleteo de un pájaro. El aroma a lavanda me envolvió como zarcillos de humo. No me resultó fácil aguantar su mirada, que me hizo sentir desprotegida y avergonzada.
—La Academia Medianoche ha servido de santuario para los nuestros durante más de dos siglos. Los que tienen una apariencia lo bastante juvenil para pasar por alumnos pueden venir aquí a instruirse en los cambios del mundo para poder reentrar en la sociedad y moverse con libertad sin levantar sospechas. Este es un lugar de aprendizaje, un lugar seguro, y solo podrá seguir siéndolo si los humanos al otro lado de los muros, y ahora dentro de ellos, también están a salvo. Si nuestros alumnos pierden el control y matan, Medianoche pronto levantará sospechas. Este santuario se vendría abajo y daría al traste con doscientos años de tradición. Señorita Olivier, llevo protegiendo esta escuela casi desde su fundación, y le puedo asegurar que no tengo ninguna intención de permitir que ni usted ni nadie altere ese equilibrio. ¿Me ha entendido?
—Sí, señora —susurré—. Lo siento mucho. No volverá a suceder.
—Eso es lo que dice ahora. —Volvió a mirar a Lucas, sin ocultar su curiosidad—. Ya veremos qué ocurre cuando el señor Ross despierte.
La señora Bethany salió con la cabeza en alto de la habitación para regresar al baile. Era extraño pensar que había gente que seguía bailando apenas a unos metros de allí.
—Me quedaré con Lucas —dijo mi padre—. Celia, llévate a Bianca a la escuela.
—No puedo volver a mi dormitorio ahora. Quiero estar aquí cuando Lucas se despierte —supliqué.
Mi madre negó con la cabeza.
—Lo mejor para ambos es que no estés aquí. Tu presencia podría hacerle recordar lo que ha sucedido y Lucas necesita olvidar. ¿Sabes qué? Sube a tu antigua habitación. Pero solo por esta noche. Nadie pondrá pegas.
La confortable habitación de la torreta en lo alto de la torre jamás me había parecido tan acogedora. Incluso me entraron ganas de volver a ver la gárgola.
—Qué bien. Gracias a los dos por todo. —Las lágrimas acudieron a mis ojos—. Esta noche nos habéis salvado a los dos.
—No te pongas melodramática. —La sonrisa de mi padre suavizó sus palabras—. Lucas habría vivido de todos modos y tú habrías acabado mordiendo a alguien. Ojalá hubieras esperado un poco más, pero supongo que nuestra niñita tenía que crecer tarde o temprano.