—Lo que tú necesitas es descansar —dije con firmeza, recordándome a mi madre—. Algo de descanso y cambiar de lecturas.
—Lo de descansar no suena mal. ¿Crees que la enfermera de la escuela me daría pastillas para dormir?
—No creo que aquí haya enfermería. —Raquel arrugó la nariz, contrariada—. Pero seguramente podrás comprarlas en el drugstore cuando vayamos a Riverton —sugerí.
—Supongo. En cualquier caso es una buena idea. —Hizo una pausa y luego me sonrió, con los ojos llorosos—. Gracias por escucharme. Ya sé que parece de locos.
Sacudí la cabeza.
—En absoluto. Como ya te he dicho, Medianoche pone los pelos de punta.
—El drugstore —dijo Raquel en voz baja, recogiendo sus cosas para volver a su dormitorio—. Pastillas para dormir. Así dormiré a pesar de todo.
—¿A pesar de qué?
—Aunque continúe habiendo ruidos en el tejado. —Estaba muy seria, había adoptado la expresión de una persona mucho mayor de lo que correspondería a su edad—. Porque de noche hay alguien ahí arriba. Lo oigo. Eso no forma parte de la pesadilla, Bianca. Es real.
Bastante tiempo después de que Raquel regresara a su cama, yo seguía sola en el lavabo, temblando.
N
ormalmente sería imposible despegar de delante del espejo a una chica que ha de prepararse para su primera cita, pero cuando llegó la noche del viernes, la de la escapada a Riverton, Patrice estaba tan ocupada mirándose que para el caso podría haberme vestido en la oscuridad. Estuvo examinándose la cara y la figura en el espejo de cuerpo entero, volviéndose a un lado y al otro, incapaz de encontrar lo que estuviera buscando, ya fueran imperfecciones o belleza.
—Estás muy guapa —dije—. Come algo, ¿vale? Casi te transparentas.
—No queda ni un mes para el Baile de otoño. Quiero estar estupenda.
—¿Y de qué sirve ir al Baile de otoño si no puedes disfrutarlo?
—Así lo disfrutaré más. —Patrice me sonrió. Tenía el don de poder ser paternalista y completamente sincera al mismo tiempo—. Algún día lo entenderás.
No me gustaba cuando me hablaba de esa manera, con esos aires de superioridad, pero ya la consideraba como a una amiga. Patrice me había prestado un jersey muy suave de color marfil para mi cita como si fuera el mayor favor que alguien pudiera hacer nunca a otra persona. Tal vez estuviera en lo cierto. Gracias a ese jersey, mi figura… Vamos, que se hacía evidente que tenía una, algo que las sosas faldas plisadas y las chaquetas de Medianoche ocultaban al mundo.
—¿Vosotros no vais a ir? —le pregunté, mientras trataba de hacerme una trenza alta. No hacía falta que concretara a quién me refería.
—Erich va a dar otra fiesta junto al lago. —Patrice se encogió de hombros. Todavía llevaba puesta la bata de satén rosa y una cinta que le retiraba el pelo de la cara. Si ella ni siquiera había empezado a prepararse, era señal de que seguramente la fiesta no empezaría hasta después de medianoche—. La mayoría de los profesores estarán en la ciudad haciendo de acompañantes y eso nos asegura una noche de primera aquí.
—Me cuesta mucho imaginar que en la Academia Medianoche haya noches de primera.
—Ni que nos tuvieran encerrados en una jaula, Bianca. Además, ese peinado no te favorece nada.
Suspiré.
—Ya lo sé, ya lo veo yo sólita.
—Espera.
Patrice se puso detrás de mí, deshizo las trenzas desiguales que había conseguido entretejer con muchos esfuerzos y pasó los dedos entre los mechones de pelo. Luego me recogió el cabello en un moño flojo y muy bajo, y unos cuantos mechones se soltaron y me cayeron sobre la cara. Desenfadado, pero con estilo, como siempre había querido llevarlo. Al ver la transformación en el espejo, pensé que casi parecía que me hubieran arreglado el pelo por arte de magia.
—¿Cómo lo has hecho?
—Ya aprenderás con el tiempo. —Patrice sonrió, más satisfecha de su trabajo que de mí—. Tienes un color de pelo precioso, ¿sabes? Tienes que lucirlo más cuando te caiga sobre el jersey; mira qué contraste hace con el color marfil, ¿lo ves?
¿Cuándo aquel tono rojizo se había convertido en un «color precioso» de pelo? Le sonreí a mi reflejo pensando que, partiendo de que Lucas y yo íbamos a salir juntos, cualquier milagro era posible.
—Perfecto —dijo Patrice y, no sé por qué, pero supe que lo decía con sinceridad.
No por eso el cumplido dejaba de ser impersonal. Estaba convencida de que el concepto de perfección significaba más para ella que para mí, pero Patrice no lo habría dicho si no lo pensara de verdad.
Cohibida y encantada, me quedé mirando mi reflejo en el espejo. Si Patrice conseguía encontrarme guapa, entonces tal vez Lucas también lo haría.
—¡Estás estupenda! —exclamó Lucas al verme.
Lo saludé con un gesto de cabeza, intentando no perder el contacto visual mientras nos abríamos paso entre los alumnos que iban apretujándose en el autobús que nos llevaría a la ciudad. La Academia Medianoche no podía tener algo tan ordinario como un autobús escolar amarillo normal y corriente, eso por descontado; en vez de eso, nos esperaba una pequeña lanzadera de lujo, de las que suelen utilizar los hoteles de postín, que seguramente habrían alquilado para la ocasión. Yo entré a presión con la primera oleada de estudiantes mientras Lucas seguía haciendo lo que podía por acercarse a la puerta. Al menos podía verlo sonreír desde la ventanilla.
—De lujo. —Vic se echó a reír, dejándose caer en el asiento libre que había a mi lado. Llevaba un sombrero de fieltro que parecía directamente sacado de los cuarenta, y la verdad es que estaba muy guapo, pero aun así no era la persona que deseaba como acompañante; y algo debió de delatar mi expresión, porque me dio un codazo amistoso—. No te preocupes, solo le estoy calentando el asiento a Lucas.
—Gracias.
Si no hubiera sido por Vic, no podría haberme sentado con Lucas. La gente se mataba por subir al autobús y parecía que unas veinte personas —de hecho, casi todas las que no encajaban con el típico alumno de Medianoche— estaban decididas a ir a Riverton. Teniendo en cuenta lo aburrida que era la ciudad, seguramente lo único que deseaban era alejarse de la escuela y para eso cualquier lugar valía. Sabía cómo se sentían.
Vic cedió el asiento con galantería a Lucas cuando éste consiguió llegar por fin hasta nosotros, aunque yo no diría que la cita empezó entonces. Estábamos completamente rodeados por otros compañeros que no dejaban de reír, hablar y gritar, aliviados por poder salir por fin de las claustrofóbicas propiedades de la escuela. Raquel se sentaba unas filas más adelante y charlaba animadamente con su compañera de cuarto; debía de haber aplacado sus temores, al menos por el momento. Hubo algunos que me lanzaron miraditas sorprendidas no demasiado amistosas. Por lo visto seguía siendo sospechosa de formar parte de los «legítimos», algo tan absurdo que hasta tenía gracia. Vic se arrodilló en el asiento de delante y se volvió hacia nosotros con la intención de hablarnos del ampli que iba a comprarse en una tienda de música que acababan de abrir en la ciudad.
—¿Qué vas a hacer con un ampli? —le pregunté, alzando la voz para hacerme oír por encima del bullicio general, a medida que avanzábamos a trompicones por la carretera en dirección a la ciudad—. No van a dejarte tocar la guitarra eléctrica en la habitación.
Vic se encogió de hombros, pero no perdió la sonrisa.
—¡Me basta con poder mirarlo, tío! Y saber que tengo algo tan increíble. Así iré contento todos los días.
—Pero si tú siempre estás contento. Sonríes hasta en sueños.
A pesar del tono burlón en que Lucas lo había dicho, estaba claro que en el fondo le gustaba Vic.
—Es lo que te mantiene vivo, ¿sabes?
Vic era justo lo contrario al típico alumno de Medianoche y decidí que a mí también me gustaba.
—¿Qué vas a hacer mientras nosotros estemos en el cine?
—Explorar, dar una vuelta, sentir la tierra bajo mis pies. —Vic enarcó las cejas repetidas veces—. Tal vez conocer a alguna tía buena en la ciudad.
—Entonces será mejor que compres el ampli después —dijo Lucas—. Igual te corta el rollo tener que arrastrar esa cosa contigo.
Vic asintió muy serio y tuve que cubrirme la boca con la mano para ocultar una sonrisa.
Es decir, que Lucas y yo no estuvimos realmente solos hasta que no nos encontramos paseando por la calle principal de Riverton, a una sola manzana del cine. Ambos nos alegramos mucho cuando vimos lo que había anunciado en la marquesina.
—
Sospecha
—leyó—. Dirigida por Alfred Hitchcock, un genio.
—Con Cary Grant. —Cuando Lucas me miró, añadí —: Tú tienes tus preferencias y yo las mías.
Había más alumnos pululando por el vestíbulo, algo que seguramente estaba más relacionado con que Riverton no ofreciera demasiados entretenimientos que con un súbito y renovado interés en Cary Grant. Sin embargo, a nosotros nos interesaba de verdad, al menos hasta que comprobamos quiénes eran los profesores que harían de acompañantes en el cine.
—Créeme, estamos tan sorprendidos como tú —dijo mi madre.
—Estábamos convencidos de que irías a tomarte algo. —Mi padre le había pasado el brazo por los hombros a mi madre, como si se tratara de su cita y no de la nuestra. Estábamos todos plantados delante del cartel del vestíbulo y Joan Fontaine nos miraba fijamente, escandalizada, como si se enfrentara a mi dilema en vez de al suyo—. Por eso decidimos encargarnos del cine. Ya hay otros encargándose de la cafetería.
—Todavía no es demasiado tarde para un pastelito —añadió mi madre, intentando animarnos—. No nos ofenderemos.
—No os preocupéis. —En realidad sí que era preocupante tener que pasar mi primera cita con mis padres, pero ¿qué iba a decir si no? —. Resulta que a Lucas le gustan las películas antiguas, así que… No pasa nada, ¿no?
—No, no pasa nada.
Aunque no parecía precisamente que no pasara nada; daba la impresión de que Lucas estaba incluso más disgustado que yo.
—A no ser que te gusten los pastelitos —dije.
—No. Es decir…, sí, los pastelitos me gustan, pero me gustan bastante más las películas antiguas. —Levantó la barbilla como si estuviera retando a mis padres a que intentaran intimidarlo—. Nos quedamos.
Mis padres, lejos de sentirse intimidados, sonrieron de oreja a oreja.
Les había contado que Lucas y yo íbamos a ir juntos a Riverton durante la comida del domingo anterior. No les di más detalles por miedo a paralizarlos de la impresión, pero quedó claro que no les había entrado por un oído y salido por el otro. Para mi sorpresa y alivio, no me interrogaron; de hecho, primero intercambiaron una mirada, calibrando su reacción respectiva delante de mí. Probablemente era extraño que tu «niña milagro» ya fuera lo bastante mayor para salir con alguien. Mi padre mencionó con calma que Lucas parecía un buen chico y luego me preguntó si quería más macarrones con queso.
Resumiendo, no sé qué tipo de exagerada reacción sobreprotectora estaría esperando Lucas, pero ésta no se produjo.
—En el caso de que quisierais evitarnos, cosa que no me extrañaría, nosotros vamos a ir a la platea, que es donde estarán casi todos los alumnos —dijo mi madre.
Mi padre asintió.
—Las plateas son poderosas tentaciones y ejercen una intensa atracción gravitacional sobre las bebidas sostenidas por manos adolescentes. Yo he sido testigo.
—Creo haberlo estudiado en alguna clase de ciencias del instituto —dijo Lucas, muy serio.
Mis padres rieron y yo me dejé arropar por una cálida oleada de alivio. Lucas les gustaba y puede que no tardaran mucho en invitarlo a comer algún domingo. Ya nos estaba viendo juntos a todas horas y en todas partes, a mi lado, amoldado a mi vida.
Lucas no parecía tan convencido como yo —tenía una mirada cautelosa al entrar en el cine —, pero di por hecho que se trataba de la típica reacción del chico ante los padres de su pareja.
Escogimos las butacas que quedaban debajo de la platea, donde era imposible que mis padres pudieran vernos. Lucas y yo nos sentamos muy juntos, con el cuerpo medio inclinado hacia el otro, de modo que nuestros hombros y rodillas se rozaban.
—Nunca había hecho esto —dijo.
—¿Nunca habías ido a un cine antiguo? —Miré embelesada las volutas doradas que decoraban las paredes y la platea, y el telón de terciopelo granate—. Son preciosos.
—No me refiero a eso. —A pesar de su agresividad innata, a veces incluso podía parecer tímido; aunque eso solo ocurría cuando hablaba conmigo—. Nunca había llegado a… Salir con una chica.
—¿También es tu primera cita?
—Cita. ¿La gente todavía utiliza esa palabra? —Me habría muerto de vergüenza si Lucas no me hubiera dado un codazo socarrón—. Me refiero a que nunca me había sentido así con nadie, sin presiones ni temiendo tener que mudarme otra vez al cabo de un par de semanas.
—Hablas como si nunca te hubieras sentido como en casa en ningún sitio.
—Hasta ahora no.
Lo miré con escepticismo.
—¿Te sientes como en casa en Medianoche? Venga ya.
Una leve sonrisa apareció lentamente en el rostro de Lucas.
—No me refería a Medianoche.
En ese momento las luces del cine empezaron a bajar de intensidad, y menos mal, porque si no seguramente me habría dado por decir alguna tontería en vez de disfrutar del momento.
Sospecha
era una de las películas de Cary Grant que no había visto. La mujer, Joan Fontaine, se casaba con Cary a pesar de que él era un irresponsable y despilfarraba mucho dinero, pero lo hacía de todos modos porque se trataba del macizo de Cary Grant, y eso bien valía quedarse sin blanca. A Lucas no pareció convencerle mi razonamiento.
—¿No crees que es un poco extraño que él investigue sobre venenos? —me susurro—. ¿Quién estudia los venenos como si se tratara de un pasatiempo? Al menos admite que tiene un entretenimiento un poco raro.
—Un hombre con esa planta no puede ser un asesino —insistí.
—¿Te han dicho alguna vez que confías en la gente demasiado deprisa?
—Que te calles.
Le di un codazo y varias palomitas saltaron de la bolsa. Estaba disfrutando de la película, pero aún más de estar tan cerca de Lucas. Era increíble lo mucho que podíamos decirnos sin abrir la boca, solo necesitábamos una divertida mirada de soslayo o el modo natural en que nuestras manos se rozaron y él entrelazó sus dedos con los míos. Me acaricio la palma de la mano con su pulgar, dibujando circulitos y si eso solo ya fue suficiente para que se me desbocara el corazón, ¿qué debía de sentirse entre sus brazos?