Matrimonio de sabuesos (18 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Matrimonio de sabuesos
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»Regresaron juntos a la "Casa Club" y, por lo que se ha podido deducir, fueron las últimas personas que vieron con vida al difunto capitán. Ocurrió ello en un miércoles, que es el día en que expiden los billetes económicos para Londres. El matrimonio que se encargaba de la casita de campo de Sessle había ido a la ciudad según su costumbre y no volvieron hasta ya bien entrada la noche. Entraron en la casa, y, creyendo dormido a su amo, se retiraron tranquilamente a sus habitaciones. Mistress Sessle, su esposa, se encontraba en aquellos momentos ausente.

»Durante nueve días, el asesinato del capitán fue la comidilla de muchos hogares. Nadie podía sugerir un motivo plausible para el crimen. La identidad de una mujer alta con el vestido color marrón continuaba siendo un misterio. La policía, como siempre, fue acusada de negligencia. El tiempo, sin embargo, vino a probar lo contrario. Una semana después, una muchacha llamada Doris Evans fue arrestada y acusada de haber asesinado al capitán Sessle.

»Pocas eran las pruebas que la policía logró aportar para el esclarecimiento de la verdad. Un pelo rubio encontrado entre los dedos del difunto, y unas cuantas hilachas de lana color rojizo, prendidas en uno de los botones de su chaqueta azul. Indagaciones hechas en la estación del ferrocarril y otros puntos aportaron los siguientes datos:

»Una muchacha vestida con chaqueta y falda de color rojizo había llegado por tren a eso de las siete de la noche y había preguntado por el camino que conducía a la casa del capitán Sessle. La misma mañana reapareció en la estación dos horas más tarde. Traía el sombrero ladeado y la cabellera en desorden y parecía hallarse presa de una viva agitación.

»En muchos aspectos nuestra policía es admirable. Con tan escasas referencias, consiguieron arrestar a la muchacha e identificarla como una tal Doris Evans. Se le acusó de asesinato advirtiéndole que cualquier cosa que dijera podría ser usada en su contra. Ella, no obstante, persistió en hacer una declaración que, con insignificantes variantes, fue la misma que repitió en otros interrogatorios.

»Su versión fue la siguiente: era mecanógrafa de profesión. Trabó conocimiento una tarde en el cine con un hombre bien vestido que, al parecer, se había prendado de ella. Su nombre, dijo, era Anthony, y sugirió que le fuese a visitar a su casita de campo de Sunningdale. No tenía la menor idea de que este hombre fuese casado. Habían convenido en que ella iría el miércoles, día, como recordarás, en que criados y esposa estarían ausentes. Por fin le confesó que su nombre completo era Anthony Sessle y le dio asimismo el nombre y señas de su casa.

»Se presentó en ella el día prefijado y fue recibida por Sessle, que acababa de llegar del campo de golf. Trató, dijo Doris, de mostrarse afable y cortés, pero había algo extraño en sus modales que casi le hizo arrepentirse de haber efectuado el viaje.

»Después de una comida frugal, preparada ya de antemano, Sessle sugirió la idea de un paseo. La muchacha consintió y juntos salieron a lo largo de la carretera internándose por el atajo que habría de conducirles a los campos de golf. De pronto, y cuando cruzaban frente al séptimo
tee
, dice que Sessle sacó un revólver y lo agitó amenazador en el aire.

»Todo ha terminado para mí, exclamó. Estoy arrumado, vencido, loco. Debo desaparecer, y tú conmigo. Mañana encontrarán nuestros cuerpos...

»Y así una serie de estupideces más. Había sujetado a Doris Evans por un brazo, y, comprendiendo ésta que se las había con un demente, hizo esfuerzos desesperados por librarse de sus garras, o, en su defecto, de apoderarse del arma que llevaba en las manos. En la lucha debió perder alguna hebra de sus cabellos, así como hilachas de su vestido, que quedarían prendidas en los botones de la chaqueta de Sessle.

»Finalmente, y con un esfuerzo supremo, dice que logró desasirse de sus brazos y correr como una loca a través de las pistas en espera siempre de la bala que habría de poner fin a sus esperanzas de salvación. Cayó dos veces de bruces sobre la hierba, pero logró rehacerse y llegar ilesa a la estación sin ser objeto, como temía, de alguna nueva persecución.

»Ésta es la historia relatada por Doris Evans y que, sin grandes variantes, ha repetido cuantas veces ha sido interrogada. Niega obstinadamente haber hecho uso de arma alguna en propia defensa, cosa que hubiese sido natural, dadas las circunstancias, y si me apuras, lo que más hubiese podido aproximarse a la verdad. En apoyo de su historia se ha encontrado un revólver entre unas matas que había no lejos del lugar en que fue encontrado el cadáver. Ninguna bala del mismo había sido disparada.

»No tardará en celebrarse el juicio, pero el misterio sigue siendo tan impenetrable como antes. Si hemos de creer en su declaración, ¿quién apuñaló al capitán Sessle? ¿La otra mujer? ¿La del vestido color marrón que tanto pareció contrariarle? Hasta ahora nadie ha podido explicarse la relación que esta desconocida pudiera tener con el caso. Apareció como por arte de encantamiento por una de las veredas que cruzan las pistas y luego desapareció con Sessle por el atajo, sin que haya vuelto a saberse nada de ella. ¿Quién era? ¿Una residente de la localidad? ¿Una visitante de Londres? Y si fue esto último, ¿cómo llegó aquí? ¿En automóvil? ¿En tren? No había nada de extraordinario en ella con excepción de su estatura, ni nadie puede aportar ningún dato adicional. No podía haber sido Doris Evans, puesto que, como todos sabemos, ésta es pequeña y además acababa de llegar en aquel preciso momento a la estación.

—¿La esposa? —sugirió Tuppence—. ¿Qué me dices de la esposa?

—Es la primera sobre la que, como es natural, recaen las sospechas. Pero no olvides, Tuppence, que mistress Sessle es asimismo pequeña. Además, Hollaby la conoce muy bien, sin contar, como ya hemos dicho, que se hallaba ausente en dicho día. Hay algo, sin embargo, que ha trascendido al público y que es muy digno de tenerse en cuenta. La Compañía de Seguros Porcupine está en quiebra. El examen de los libros revela una escandalosa apropiación indebida de fondos, lo cual parece confirmar las palabras que Doris Evans oyó de labios del capitán Sessle. Ni mister Hollaby ni su hijo tenían conocimiento de dicha sustracción. Se dice que están prácticamente arruinados.

»El caso, pues, puede presentarse como sigue: el capitán Sessle estaba arruinado y a punto de ser descubierto. Un suicidio hubiera sido la solución más natural, pero el carácter de la herida descarta toda sospecha en ese sentido. ¿Quién lo mató? ¿Fue Doris Evans? ¿Fue la mujer del traje color marrón?

Tommy se detuvo, tomó un sorbo de leche, torciendo el gesto, y mordió cautamente un pedazo de tarta de queso.

Capítulo XVI
-
El misterio de Sunningdale (Continuación)

Claro —murmuró Tommy— que me doy perfecta cuenta de cuál es la principal dificultad del caso. —¿Ah, si? —preguntó ansiosa Tuppence.

—Si. Pero lo que no acabo de encontrar es la solución. ¿Me preguntas que quién mató al capitán? Pues no lo sé.

Sacó del bolsillo nuevos recortes de periódico.

—Aquí tienes los retratos de mistress Sessle, de Hollaby, de su hijo y de Doris Evans.

Tuppence estudió detenidamente el último de los citados

—No creo que esta mujer haya cometido el asesinato —comentó—. Al menos con un alfiler de sombrero, como dicen.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

—Ah, un detalle a lo lady Molly. Sencillamente, porque lleva el pelo muy corto. Sólo una mujer, de cada veinte, usa esa clase de alfileres en estos días, lleve o no largo el cabello. Los sombreros hoy se adaptan perfectamente sin necesidad de prendedor alguno.

—Pero, ¿quién sabe si ella lo llevaba?

—¡Mi querido Tommy, las mujeres no acostumbramos a llevar esas cosas como si fuesen recuerdos de familia! ¿Qué demonios pensaría hacer ella con esa aguja en Sunningdale?

—Entonces no nos queda otro remedio que achacar el crimen a la del vestido marrón.

—De haber sido ésta baja, yo hubiera dicho que se trataba de su mujer. Siempre he sospechado de las esposas que están ausentes cuando algo les ocurre a los maridos. Si ella hubiese encontrado al suyo conversando amigablemente con otra muchacha, es posible que hubiese sido ella la que hubiese echado mano de un arma como la que acabamos de mencionar.

—Por lo que veo tendré que andar con sumo cuidado —observó Tommy.

Pero Tuppence se había metido en profundos pensamientos y no quería que por ningún motivo se la distrajera.

—¿Cómo son los Sessle? —preguntó de pronto—. ¿Qué es lo que la gente dice acerca de ellos?

—Por lo que he podido comprobar, son muy populares. Y por lo visto, un matrimonio perdidamente enamorado el uno del otro. Eso es lo que hace la actuación de esta muchacha un poco sospechosa. Es lo último que hubiera podido esperarse de un hombre como Sessle. Como sabes, era un ex soldado. Recibió al retirarse una buena cantidad de dinero y lo invirtió en el negocio de seguros. ¿No te parece extraño que un hombre así se convierta en un ladrón de la noche a la mañana?

—¿Hay pruebas irrefutables de que sea un ladrón? ¿No podrían haber sido los otros dos los que hicieron la sustracción?

—¿Los Hollaby? Dicen que están arruinados.

—Si, si, eso es lo que ellos dicen. ¿Y quién me asegura que no tienen su dinero en algún banco y bajo nombre supuesto? Sé que es arriesgado esto que acabo de decir, pero... ¿tú me entiendes, verdad? Supongamos que hubiesen estado especulando con el dinero de la Compañía sin saberlo Sessle, como es natural, y que lo hubiesen perdido. ¿No crees que la muerte de Sessle, en el momento en que ocurrió, les habría favorecido grandemente?

Tommy golpeó el retrato de los Hollaby con uno de sus dedos.

—¿Te das cuenta de que estás acusando a este caballero de haber asesinado a su socio y amigo? ¿Te olvidas de que se separó de Sessle a la vista de Barnard y Lecky y de que pasó con ellos la noche en el Hotel Dormy? Además, te olvidas también del pequeño adminículo.

—¿Qué adminículo?

—El alfiler.

—Oh, vete a paseo. ¿Tú crees que ese alfiler delata el hecho de que el crimen fuese cometido por una mujer?

—Naturalmente. ¿Y tú no lo crees?

—¡No! Los hombres son siempre dados a lo arcaico. Tardan años en desprenderse de ideas preconcebidas. Asocian siempre los alfileres de sombrero y los de gancho con el sexo débil y los llaman «armas femeninas». Quizá lo fueran en el pasado, pero están ya en desuso en la actualidad. No recuerdo haber llevado uno de esos alfileres en los últimos cinco años.

—¿Entonces tú crees...?

—Que fue
un hombre
quien mató a Sessle. El alfiler lo utilizan para hacer recaer las sospechas sobre una mujer.

—Hay algo de cierto en lo que acabas de decir, Tuppence —dijo pausadamente Tommy—. Es extraordinario cómo cambian de aspecto las cosas a medida que van desmenuzándose.

Tuppence asintió con un movimiento de cabeza.

—Todo ha de ser perfectamente lógico si lo miramos desde un punto de vista perfectamente natural. Y recuerda lo que cierta vez dijo Marriot acerca del punto de vista del detective aficionado: que tenía cierta nota de intimidad. Conocemos algo acerca de las personas como el capitán Sessle y su esposa. De lo que son capaces de hacer y de lo que no lo son de ninguna manera. Tommy se echó a reír.

—¿Quieres decir —preguntó— que eres suficiente autoridad para saber lo que una mujer de pelo corto puede llevar consigo y de lo que una esposa es capaz de sentir en un momento determinado? —Algo por el estilo.

—¿Y de mí? ¿Qué es lo que yo puedo saber acerca de los maridos? ¿De que escogen muchachas para sus escarceos y...?

—No —respondió gravemente Tuppence—. Tú conoces bien el terreno en que se cometió el crimen. Has estado en él, no como detective en busca de pruebas, sino como jugador de golf. Conoces bien el juego y sabes, por lo tanto, que algo grave debió ocurrir para que aquel hombre cambiara de pronto su forma de juego y decidiera por fin abandonar el terreno.

—Efectivamente, algo muy grave debió ser. Sessle tiene un
handicap
de dos agujeros, y desde el séptimo
tee
dicen que jugó como un principiante.

—¿Quiénes lo dicen?

—Barnard y Lecky. Venían jugando tras él, como recordarás.

—Sí, eso fue después de encontrarse con aquella mujer, la del vestido color marrón. Le vieron también hablar con ella, ¿verdad?

—Sí..., o por lo menos.

Tommy se calló de pronto y se quedó mirando fijamente el pedazo de cuerda que tenía entre las manos.

—Tommy, ¿qué te pasa? —le preguntó sorprendida Tuppence.

—No me interrumpas —dijo aquél—. Estoy jugando el sexto agujero de Sunningdale. Sessle y Hollaby están sin avanzar en la plataforma del sexto agujero que hay frente a mí. Empieza a anochecer, pero distingo claramente la brillante chaqueta azul de Sessle. Y en la vereda que hay a mi izquierda veo acercarse a una mujer. No viene de la derecha. Y cosa rara, ¿cómo apareció de súbito sin que antes la viera, estando en el quinto
tee
, pongo por caso? Se detuvo unos instantes.

—Acabas de decir que yo conocía el terreno. Pues bien, tras el sexto
tee
hay una especie de choza o refugio subterráneo en el que cualquiera podría haber esperado hasta el momento que él juzgase oportuno y en el que fácilmente podía uno, caso de creerlo necesario, hacer un cambio radical en su aspecto exterior. Quiero decir..., oye, Tuppence, y ahora es cuando necesitamos de nuevo tus conocimientos especiales sobre ciertas cosas. ¿Sería muy difícil para un hombre el caracterizarse de mujer y luego volver de nuevo a su indumentaria original? ¿Podría, por ejemplo, ponerse unas faldas sobre los pantalones bombachos?

—¡Claro que sí! La mujer parecía un tanto corpulenta, pero nada más. Digamos una falda larga color marrón, un jersey del mismo color y de corte análogo al que usan los hombres, un sombrero de señora, de fieltro, y unos montoncitos de rizos cosidos en éste a modo de peluca. Eso sería todo cuanto haría falta; me refiero, como es natural, para producir un relativo efecto a distancia que supongo que es a lo que tú quieres referirte.

—¿Y el tiempo requerido para la transformación?

—De mujer a hombre, un minuto y medio escaso, quizá menos. De hombre a mujer, un poco más. Tendría que arreglarse un poco el sombrero y los rizos, y estirarse la falda, que, como es natural, tendería a pegarse a los pantalones de golf.

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