Evitad la autodestrucción, reconoced en el dinero el sistema de racionamiento que es en realidad (y renunciad a él), convertíos en un puñado de metomentodos entrometidos y santurrones, resistid las llamadas de sirena de la autopromoción egoísta que es la sublimación, liberad vuestras máquinas conscientes para que hagan lo que mejor saben hacer (en esencia, dirigirlo todo), y ya lo tenéis: ante vosotros se extienden milenios de egolatría engreída, da igual de qué especie hayáis partido.
Bueno. Se pensaba, lo pensaban sobre todo esas mentes que se preocupaban en especial de tales asuntos, que los morthanveld estaban a punto de convertirse en Cultura, de sufrir una especie de cambio de fase social que los alteraría de forma sutil pero significativa y los convertiría en un equivalente acuático de la Cultura. Lo único que tenía que pasar para que se llevara a cabo, según se suponía, era que los morthanveld renunciaran a los últimos vestigios de intercambio monetario dentro de su sociedad, que adoptaran una política de exteriores más integral, consciente y benigna que abarcara toda la galaxia y (lo que quizá fuera más crucial) que les concedieran a sus IA libertad de expresión absoluta y los mismos derechos que a cualquier ciudadano.
La Cultura quería alentar el cambio, como era obvio, pero nadie podía verla interfiriendo o intentando influir en el asunto. Esa era la razón principal para no disgustar a aquel pueblo que sería el anfitrión de Djan Seriy durante la última parte de su viaje de regreso a Sursamen. Por eso le estaban quitando casi todas las mejoras que le había puesto CE e incluso algunas de las enmiendas que había elegido ella antes de que Circunstancias Especiales la hubiera invitado a bordo.
–Y seguro que, de todos modos, es un farol –le dijo a Turminder Xuss de mal humor mientras contemplaba la superficie de hielo lleno de peñascos y cheurones que tenía debajo. El cielo estaba despejado y el balcón en el que se encontraba y sobre el que el dron flotaba en silencio le proporcionaba un entorno tranquilo, cálido y agradable. Sin embargo, un furioso torrente de aire aullaba alrededor de la plataforma cuando la corriente a chorro del planeta barría las altas montañas. Unos campos de fuerza instalados alrededor del perímetro del balcón evitaban que la tormenta invisible los golpeara y congelara, aunque tal era el poder de la estruendosa corriente de aire que un leve eco de su voz se podía oír incluso a través de los campos. Era un gemido lejano y vibrante, como el de un animal atrapado y chillando en el hielo, muy por debajo de ellos.
Al instalarse allí la noche anterior, el aire estaba en calma absoluta y se podían oír los crujidos, chirridos y golpes del glaciar que se golpeaba contra los costados rasgados de las montañas que formaban sus orillas y se restregaba para abrirse camino por el gran lecho excavado de roca fracturada.
–¿Un farol? –Turminder Xuss no parecía muy convencido.
–Sí –dijo Anaplian–. ¿No podría ser que los morthanveld solo finjan estar a punto de convertirse en una especie de Cultura para evitar que la Cultura interfiera en sus cosas?
–
Hmm
–dijo el dron–. Eso no funcionaría mucho tiempo.
–Aun así.
–Y habría que preguntarse por qué se permitió que prevaleciera ya en primer lugar la idea de que los morthanveld se inclinaban en esa dirección.
Anaplian se dio cuenta de que habían llegado con bastante rapidez al punto al que todas las conversaciones referentes a las intenciones estratégicas de la Cultura tendían a llegar antes o después, cuando quedaba claro que la cuestión se reducía a una pregunta: «¿Qué traman en realidad las mentes?». Siempre era una buena pregunta y por lo general solo los patanes y los cínicos extremos se molestaban en señalar que pocas veces, si es que había alguna, llegaba acompañada por una respuesta igual de buena.
La respuesta normal, casi arraigada, que daba todo el mundo en ese momento era lanzar las manos metafóricamente al aire y exclamar que si a eso era a lo que se reducía todo entonces no tenía sentido intentar siquiera continuar con la cuestión, porque en cuanto las motivaciones, análisis y estratagemas de las mentes se convertían en el factor que definía un asunto, lo mejor era olvidarse de todas las apuestas por la sencilla razón de que todos y cada uno de los esfuerzos que se pudieran hacer para adivinar lo que pretendían unos mecanismos tan sutiles e increíblemente arteros como aquellos era, como ya había quedado patente, fútil.
Pero Anaplian no estaba tan segura. Ella sospechaba que convenía demasiado a los propósitos de las mentes que la gente creyera eso sin discusión posible. Una reacción así representaba no tanto una valoración honesta de que nuevas investigaciones serían inútiles como un rechazo irreflexivo de la necesidad de investigar.
–Quizá las mentes estén celosas –dijo Anaplian–. No quieren que los morthanveld les roben el menor protagonismo al convertirse en una sociedad como ellas. Tratan con condescendencia a los acuáticos para contrariarlos, para que hagan lo contrario de lo que se supone que se anticipa, para que se parezcan menos, no más, a la Cultura. Porque eso es lo que las mentes desean en realidad.
–Eso tiene tanto sentido como todo lo que he oído hasta ahora sobre el asunto –dijo Turminder Xuss con tono cortés.
A Anaplian no se le permitía llevar al dron con ella de regreso a Sursamen. Agente de CE más dron de combate era una combinación muy conocida más allá de la Cultura. Aunque se acercaba de forma peligrosa a un tópico, seguía siendo una asociación con la que se suponía que todavía podías asustar a los niños y a los malos.
Anaplian sintió un leve cosquilleo dentro de la cabeza y experimentó una especie de zumbido por todo el cuerpo. Intentó activar su sentido global, el que le permitía monitorizar si había ondas de gravedad significativas en el entorno y la alertaba de cualquier actividad que combara el espacio más cercano, pero el sistema estaba desconectado, marcado como inoperativo por tiempo indefinido aunque no como resultado de una acción hostil (no obstante, podía sentir la protesta de al menos una parte de su encaje neuronal, enmendado por CE, un sistema automático que no dejaba de vigilar posibles daños y reaccionaba de forma furtiva y con una indignación preprogramada a lo que se registraría como un deterioro de sus habilidades y la degradación de su capacidad de supervivencia inherente).
La IA dron estándar de la plataforma estaba recorriendo poco a poco, y con permiso de Anaplian, la serie de mejoras e iba desconectando una por una las que pensaba que podían molestar a los morthanveld.
Clic.
Allá se iba la capacidad de afectar los campos electromagnéticos. Anaplian intentó interferir con la unidad de campo incrustada en el techo, que era lo que mantenía el aire del balcón aislado de la fina y gélida (con una temperatura muy por debajo de cero) corriente de aire que rodeaba la plataforma. No había conexión. Todavía percibía la actividad electromagnética, pero ya no podía influir en ella. Djan Seriy había vivido la mayor parte de su vida sin esas habilidades y hasta la fecha había utilizado muy pocas por capricho, pero estaba viviendo su desaparición con una clara sensación de pérdida y hasta con desesperación.
Se miró las uñas. En ese momento parecían normales, pero ya había dado la señal que haría que se desprendieran y cayeran antes de la mañana siguiente. No habría dolor ni sangre y le crecería uñas nuevas en pocos días pero no serían armas de emisión de radiación coherente, no serían láseres.
Oh, bueno,
pensó mientras las inspeccionaba. Hasta las uñas normales sin enmienda alguna podían rascar.
Clic.
Ale, ya no podía emitir por radio tampoco. Ninguna transmisión era posible. Atrapada dentro de su propia cabeza. Intentó comunicarse a través del encaje y llamó a Leeb Scoperin, uno de sus compañeros y su último amante. No había conexión directa. Tendría que llamarlo a través de los sistemas de la plataforma, como la gente normal de la Cultura. Había tenido la esperanza de poder ver a Leeb antes de irse pero él no había podido dejar lo que estaba haciendo con tan poco tiempo.
Los sistemas de Turminder Xuss debieron de registrar que algo pasaba.
–¿Eres tú? –preguntó.
Anaplian se sintió un poco insultada, como si el dron hubiera inquirido si se acababa de tirar un pedo.
–Pues sí –dijo con aspereza–. He sido yo. Tengo las conexiones desactivadas.
–No hace falta ponerse borde.
La agente miró a la máquina con los ojos entrecerrados.
–Pues creo que te vas a dar cuenta de que sí que la hay –le informó.
–¡Menudo vientecito que hay aquí fuera! –dijo Batra, que atravesó flotando el campo de fuerza–. Djan Seriy, el módulo está aquí.
–Voy a buscar mi bolsa –dijo Anaplian.
–Por favor –dijo Turminder Xuss–. Permíteme.
Batra debió de leer su expresión cuando la agente observó al dron que se dirigía a la puerta más cercana de la plataforma.
–Creo que Turminder Xuss la va a echar de menos –dijo Batra mientras extendía varios anillos de ramitas y ramas de aspecto frágil; apoyó todo el peso y se irguió en toda su altura delante de ella, como si fuera un armazón para la escultura de un ser humano.
Anaplian sacudió la cabeza.
–La máquina, que se pone sentimental –dijo.
–¿Al contrario que usted? –preguntó Batra con tono neutral.
La agente supuso que se refería a Toark, el niño que había rescatado de la ciudad en llamas. El pequeño seguía dormido, ella había entrado esa mañana sin ruido en su camarote para despedirse aunque él no se enterara, le había acariciado el pelo y le había susurrado sin despertarlo. Batra había accedido, de mala gana, a cuidar del niño mientras ella estaba fuera.
–Yo siempre he sido una sentimental –afirmó Anaplian.
El pequeño módulo de tres plazas bajó del cielo y atravesó con suavidad el techo del campo de fuerza para después inclinarse sobre la cubierta de vuelo de la plataforma y acercarse de espaldas al grupo que lo esperaba, al mismo tiempo que abría la puerta trasera.
–Adiós, Djan Seriy –dijo Batra, que había tendido una estructura poco menos que esquelética a la altura del pecho; la extremidad se parecía de forma vaga a una mano.
Anaplian apoyó la mano por un instante en la imagen esculpida, se sentía un poco ridícula.
–¿Cuidará del niño?
–Oh –dijo Batra con un suspiro–, como si fuera suyo.
–Hablo en serio –dijo la agente–. Si no vuelvo, quiero que lo cuide usted hasta que pueda encontrar un sitio y una persona más adecuada.
–Tiene usted mi palabra –le dijo Batra–. Solo asegúrese de volver.
–Lo procuraré.
–¿Ha hecho la copia de seguridad?
–Anoche –le aseguró Anaplian. Para los dos, aquello no era más que una cuestión de cortesía. Batra sabría de sobra que su agente había hecho una copia de seguridad de sí misma. La plataforma había hecho una lectura de su estado mental la noche anterior. Si no regresara (ya fuera porque muriera o, en teoría, por cualquier otra razón) se obtendría un clon de Anaplian y toda su personalidad y recuerdos se implantarían en él. Crearían una nueva Anaplian casi indistinguible de la persona que era en ese momento. No servía de nada olvidar que, en un sentido inquietante y real, ser una agente de CE era ser propiedad de CE. La compensación era que hasta la muerte era un simple fallo operativo temporal que pronto se superaba. Pero una vez más, solo en cierto sentido.
Reapareció Turminder Xuss y dejó las maletas de la agente en el módulo.
–Bueno, adiós, mi querida muchacha –dijo–. Intenta evitar meterte en problemas, no voy a estar allí para salvarte.
–Ya he ajustado mis expectativas –le dijo Anaplian. El dron se quedó callado, como si no supiera muy bien qué pensar de eso. Anaplian se inclinó con gesto formal–. Adiós –les dijo a los dos; después se dio la vuelta y se metió en el módulo.
Tres minutos después volvía a salir del módulo a bordo del
Ocho descargas rápidas,
un piquete rápido de clase Delincuente y antigua Unidad de Ofensiva General que la llevaría a reunirse con el Vehículo de Sistemas Medios de clase Estepa
No lo intenten en casa.
Era el primer tramo de su complicado y lento viaje de regreso a su hogar.
Un dron de la nave acompañó a Djan Seriy a un pequeño camarote a bordo de la antigua y vieja nave de guerra. Anaplian estaría a bordo de ella menos de un día, pero había querido contar con un sitio para echarse y pensar.
Abrió la bolsa y miró lo que tenía encima de la poca ropa y posesiones que se había llevado.
–Yo no recuerdo haberte metido –murmuró y de inmediato le entró la duda de si estaba hablando sola o no (su primer instinto fue intentar leer el mecanismo con su sentido activo electromagnético pero, por supuesto, eso ya no funcionaba).
No estaba hablando sola.
–Buena memoria –le dijo el trasto que estaba mirando. Parecía un consolador.
–¿Eres lo que creo que eres?
–No sé. ¿Qué crees que soy?
–Creo que eres un misil cuchillo. O algo muy parecido.
–Bueno, sí –dijo el pequeño mecanismo–. Pero no.
Anaplian frunció el ceño.
–De lo que no cabe duda es de que al parecer posees algunas de las características lingüísticas más irritantes de, digamos, un dron.
–¡Muy bien, Djan Seriy! –dijo la máquina con tono alegre–. Se puede decir que soy una cosa y la otra a la vez. Yo mismo, en mente y personalidad, Turminder Xuss, para servirte, copiado y pegado en el cuerpo curtido aunque todavía sano y fuerte de mi mejor misil cuchillo, un poco disfrazado, eso sí.
–Supongo que debería agradecerte que hayas decidido avisarme de tu ardid en este momento y no en cualquier otro más comprometido.
–Ja, ja. Jamás habría sido tan descortés. Ni indiscreto.
–He de entender que esperas protegerme de cualquier problema en el que pueda meterme.
–Desde luego. O al menos, espero compartirlo contigo.
–¿Crees que te saldrás con la tuya?
–¿Quién sabe? Merece la pena intentarlo.
–Podrías haberte planteado preguntarme.
–Lo hice.
–¿Ah, sí? Al parecer me he perdido más de lo que pensaba.
–Me planteé preguntarte, pero no lo hice. Para protegerte de cualquier posible censura.
–Qué amable.
–De este modo puedo asumir toda la responsabilidad. En el espero que improbable caso de que desees que regrese por donde he venido, te dejaré cuando subas a bordo del
No lo intenten en casa.