—¡Kat! Kat, ¿estás ahí dentro?
Nada. Tironeó de la puerta; luego la pateó, pero fue inútil. Estaba demasiado débil. No podía moverla. No podía romperla. Se le escapó un sollozo.
—Apártate, humano —dijo Gotrek.
Félix levantó la mirada. No había oído acercarse al Matador; no se había dado cuenta de que lo seguía.
Gotrek le asestó un tajo a la puerta, en la que abrió un gran agujero por el que metió una mano para hacer girar el pasador del otro lado. Tiró de ella para abrirla y se apartó a un lado.
—Adelante, humano —dijo.
Félix vaciló en el umbral, casi temeroso de entrar, ahora que tenía vía libre. ¿Y si ella no estaba allí? ¿Y si no era ella? ¿Y…?
Tragó saliva y entró en el estrecho balcón con cortinajes. Al principio no pudo ver nada más que la silueta de las sillas y los atriles, dispuestos en hileras más o menos ordenadas, y las pálidas partituras esparcidas por el suelo. Pero luego, junto a la balaustrada, vio una forma menuda, desplomada e inmóvil.
—¡Kat! —gritó, dando traspiés entre las sillas.
Estaba tendida boca arriba, con los ojos cerrados, el arco en las manos y una flecha colocada en la cuerda, pero se la veía tan delgada que Félix no supo cómo había tenido fuerza para tensar el arma. Su cara, ya demacrada cuando la había visto por última vez, parecía un cráneo seco, con la piel estirada sobre los huesos, tensa como la de un tambor.
Posó una mano sobre un hombro de ella.
—Kat —susurró—. ¿Estás viva?
Ella no reaccionó, ni siquiera respiraba. La flecha se deslizó de la cuerda y cayó al suelo. El pánico volvió a golpear el pecho de Félix.
—Kat, resiste.
Se inclinó para pasar los brazos por debajo de ella y levantarla. Era tan ligera que, a pesar de lo débil que él estaba, pudo levantarse con ella en brazos. Fue con paso tambaleante hasta la puerta y salió al corredor.
—¡Gotrek, trae a las hermanas de Shallya! —gritó—. ¡Trae comida!
—Llévasela a Max, humano —aconsejó Gotrek—. Las hermanas de Shallya vendrán cuando abramos la puerta.
Félix asintió con la cabeza y comenzó a bajar por la escalera a paso tan apresurado que tropezó dos veces, y habría caído si Gotrek no lo hubiera sujetado.
—Max —llamó Félix cuando entró en el gran salón con Kat en brazos—. Ayúdala. Mírala.
Max y los gemelos alzaron la mirada, y luego dejaron sitio mientras Félix tendía a Kat junto a ellos, en el suelo.
—¿Así que ésta era la arquera? —preguntó Max al arrodillarse—. ¿La que invirtió el rumbo de la batalla y nos salvó a todos? —Alzó la mirada hacia Félix—. ¿La conoces?
Félix asintió con la cabeza; al intentar responder, se le contrajo la garganta.
—Ella…, ella es…
Max hizo un gesto de asentimiento.
—¡Ah!, ya veo. —Sonrió con tristeza al mirar a Kat de arriba abajo—. Siempre te han gustado las valientes, ¿no es cierto, Félix?
El padre Marwalt posó la mano derecha sobre el corazón de Kat, y la izquierda sobre su frente, y a continuación, cerró los ojos. Félix contuvo el aliento. Pareció que Max hacía lo mismo. Gotrek fue a situarse junto a Félix y cruzó los brazos, mirando a Kat con ferocidad, como si intentara avergonzarla para que sobreviviera.
Pasado un largo momento, el padre Marwalt, arrodillado, se sentó sobre los talones.
—Esta muchacha no es asunto de Morr —dijo—. Se encuentra en el umbral, pero aún no ha atravesado el portal.
Félix soltó un sollozo de alivio, y las lágrimas que había contenido hasta ese momento cayeron en abundancia por sus mejillas. ¡Qué estúpido! Llorar por una buena noticia. ¿Qué demonios le pasaba?
Max posó una mano sobre uno de sus hombros, y Félix asintió con la cabeza para darle las gracias, y a continuación, se volvió a mirar a Gotrek.
El Matador avanzaba hacia la puerta del corredor.
—Vamos, humano —dijo con voz ronca, por encima del hombro—. Se necesitan cuatro manos para abrir las puertas.
Aunque, por supuesto, se sentía aliviado por no haber tenido que perder ningún hombre en un enfrentamiento con el ejército de no muertos de Kemmler, el general Uhland casi pareció sentirse defraudado por el hecho de que la fuerza de infiltración se hubiera ocupado de todo y no le hubiera proporcionado una batalla. Todos los zombis y esqueletos del castillo habían caído muertos con la retirada del nigromante, y los necrófagos habían huido. No quedaba horda alguna contra la que luchar, y los soldados del general se encontraron ante la tarea mucho menos atractiva, aunque igualmente necesaria, de deshacerse de diez mil cadáveres mohosos antes de que provocaran una epidemia en toda la región.
También Snorri se mostró menos que complacido por haberse perdido la batalla culminante, y a última hora de aquella tarde aún mascullaba al respecto, cuando él y Gotrek estaban sentados a ambos lados de la cama de Félix, en la habitación de la torre del homenaje que le había asignado el cirujano.
—Snorri se culpa a sí mismo —dijo Snorri con el ceño fruncido—. No ha estado tan borracho en mucho tiempo. Gotrek no decía nada, y parecía tener dificultades para mirar a su viejo amigo a los ojos.
—Snorri tampoco había bebido nunca cerveza humana que fuera tan potente —continuó Snorri, lamiéndose los labios—. Me pregunto quién la fabrica.
Se produjo otro silencio, y entonces Gotrek soltó un gruñido de enojo.
—La culpa es mía, Snorri Muerdenarices —dijo, obligando a las palabras a salir por su boca como si fueran pesadas piedras—. Te hice drogar para que te quedaras dormido.
Snorri alzó una ceja, gesto que hizo que pareciera un perro confundido.
—Snorri no lo entiende.
Félix vio que Gotrek apretaba los dientes y los puños, e intervino para salvarlo.
—No puedes hallar tu fin hasta que no hayas recuperado la memoria, Snorri —explicó, con paciencia—. Y sabíamos que ibas a olvidarlo y a querer acompañarnos.
Snorri lo miró, parpadeando, al parecer perdido todavía, y luego bajó la cabeza.
—Sí —dijo—. Snorri lo olvidó. Snorri siempre olvida.
Después de eso se produjo un silencio incómodo que ninguno de ellos parecía saber cómo romper. Por suerte, lo rompió Max, que entró en la habitación caminando con ayuda de un báculo.
—¿Puedes ponerte de pie? —le preguntó a Félix, que asintió con la cabeza.
—Pienso que sí.
—Entonces, ven conmigo.
Con la ayuda de Gotrek, Félix se levantó de la cama y fue detrás de Max con paso inseguro, seguido por los matadores. Aún tenía la sensación de estar hecho de cerillas pegadas con saliva, y continuaba teniendo un aspecto tan demacrado como uno de los fantasmas de Kemmler, pero la comida y la bebida, sumadas a los hechizos y plegarias curativos de Max y la hermana de Shallya, habían hecho desaparecer el mareo y la nausea casi del todo. Gotrek sólo tuvo que sujetarlo una vez cuando recorrían el pasillo.
Dentro de otra habitación, la hermana se afanaba sobre otra cama, pero cuando se aproximaron Félix, Max y los matadores, retrocedió.
Tendida en la cama, con aspecto de haber sido bien lavada, y casi irreconocible con el limpio camisón blanco y el pelo peinado y apartado de la esquelética cara, se encontraba Kat. Tenía los ojos cerrados y las marchitas manos cruzadas sobre el pecho, y por un terrible momento, Félix pensó que Max lo había llevado allí para que le presentara sus respetos a un cadáver. Pero entonces, al acercarse a la cama con paso tambaleante, ella abrió los ojos, lo miró… y sonrió.
—Hola, Félix —dijo con una voz que era como el recuerdo de un susurro.
Félix se sentó junto a la cama.
—Kat —dijo—. Me…, me alegro de verte.
Ella le tendió una mano, y él se la tomó. Tenía los dedos temblorosos y terriblemente delgados.
—Sabía que ibas a volver —dijo—. Lo sabía.
El frunció el ceño.
—¿Cómo has logrado sobrevivir? —preguntó—. ¿Cómo has permanecido con vida durante tanto tiempo rodeada por los muertos de Kemmler?
Su cara se arrugó con una sonrisa.
—El armario secreto de Reiklander —explicó—. Me escondí dentro y esperé. Luego oí sonidos de lucha y supe que eras tú.
Félix cerró los ojos e imaginó a Kat tendida en la oscuridad durante dos largos días con sus noches, sin saber si llegarían a salvarla, y rezando para que los zombies no la encontraran primero.
Se inclinó y la besó.
—Sólo me alegro de que llegáramos a tiempo.
Se oyó una tos cortés. Félix alzó la mirada. Todos estaban muy ocupados en mirar hacia otra parte, pero la hermana les sonreía.
—Debe descansar,
mein herr
—le dijo a Félix—. Sólo os he hecho llamar porque ella ha insistido.
Félix asintió con la cabeza, y se volvió otra vez hacia Kat.
—Vendré a visitarte siempre que lo desees —prometió.
—Pronto me levantaré —dijo ella—. Ya me siento mejor.
Félix tragó saliva al oír eso. Sentirse mejor que cuando él la había encontrado no era algo de lo que pudiera alardearse, y aún parecía más muerta que viva.
—Bien —dijo—. Entonces, te veré dentro de poco.
Ella asintió con la cabeza y cerró los ojos otra vez. En ese momento él se puso de pie para acercarse cojeando a la hermana de Shallya y llevársela al corredor.
—Hermana —murmuró—, ¿vivirá?
La hermana lo miró y frunció los labios.
—No lo sé —dijo—. Ha estado tan cerca de morir de hambre como puede estarse, sin sucumbir, y ambos habéis estado sometidos a la enervación de los hechizos del nigromante. Puede ser que ninguno de los dos recupere todas sus fuerzas. —Se encogió de hombros—. Al menos los dos gozabais de una salud vigorosa al principio. Tal vez eso obre en vuestro beneficio. Descanso y la bendición de Shallya es lo que ahora necesitáis, mucho descanso.
Félix asintió con la cabeza, distraído, cuando la hermana le hizo una reverencia y se alejó por el corredor. Volvió a mirar a Kat a través de la puerta, y se mordió el labio inferior. ¿Y si los dos quedaban debilitados como ahora para el resto de su vida? Tal vez no fuese tan malo para él. Después de todos los años pasados en el camino, después de todas las luchas, carreras y persecuciones, no sería tan malo vivir en la tranquilidad, leer, escribir y pensar durante un tiempo. Pero ¿para Kat? Era una hija del bosque, una cazadora. ¿Qué iba a hacer si no podía sobrevivir en la naturaleza por sus propios medios? ¿Qué sucedería si quedaba limitada a una casa o una cama durante el resto de su vida? Eso la mataría. Enfermaría y moriría, como un lobo en cautividad.
Cerró los ojos. Si ésa iba a ser su suerte, casi habría sido mejor que la muchacha hubiese muerto.
—Yo no soy médico —murmuró Max, que salió por la puerta para reunirse con él—, pero mi consejo es que, aunque lo que necesita ahora es descanso, lo mejor para ambos sería ir adondequiera que vaya Gotrek, a pesar de los peligros.
Félix lo miró.
—Yo tengo que hacerlo, de todos modos —dijo—. Pero ¿Kat también? ¿Por qué dices eso?
Max hizo un gesto con la cabeza hacia Gotrek, que lo seguía al corredor con Snorri.
—Ya te había mencionado antes que una parte de tu inusitada vitalidad parecía atribuible al hecho de que hubieras permanecido cerca de Gotrek durante todos estos años. Cualquiera que sea la causa de eso, parece que tu asociación con él te ha mantenido sano y ha curado heridas que deberían haber sido el fin de tus aventuras. —Miró en dirección a Kat, que dormía en la cama—. No puedo decirte si esa extraña influencia tendrá efecto también en Kat, pero lo que es seguro es que no le hará daño —añadió, con una sonrisa—. Además, no creo que pudieras evitar que os siguiera, aunque la encadenaras a la cama.
Un destello de esperanza animó el corazón de Félix. No había estado seguro de si creía en las teorías de Max sobre su salud cuando el magíster se las había comentado la primera vez, y aún no lo tenía claro, pero ¡¿y si tuviera razón?! Podría ser la salvación de Kat. ¡Podría hacer que se recuperara!
—A mí me parece una estupidez —gruñó Gotrek—, pero nadie se ha hecho nunca más fuerte quedándose tumbado en una cama. Puede acompañarnos, si quiere.
Max le sonrió a Gotrek.
—Excelente. ¿Y adónde irás ahora, Matador? ¿Contra qué indescriptible abominación tienes intención de lanzarte?
Félix miró al Matador, con tanta curiosidad como la que demostraba Max. Su viaje más reciente había comenzado cuando se dirigieron al norte para luchar contra los hombres bestia a instancias del señor Teobalt, de la Orden del Corazón Llameante, y después de eso se habían visto atrapados en la red de los planes de Kemmler. Pero ahora, hasta donde él sabía, Gotrek no tenía ninguna meta aparte de la constante búsqueda de su propia muerte, y eso podría conducirlo a cualquier parte.
No obstante, mientras Félix esperaba a que el Matador hablara, vio que desviaba su único ojo hacia Snorri, y de repente, supo la respuesta.
—Iremos —dijo al mismo tiempo que se volvía hacia Max— a Karak-Kadrin, para acompañar a Snorri Muerdenarices en su peregrinaje al santuario de Grimnir.
NATHAN LONG comenzó su afición por la escritura a la temprana edad de 12 años, recibiendo influencias literarias de autores como Robert E. Howard, Fritz Leiber, Alexander Dumas, Raphael Sabatini, Dorothy Sayers, Raymond Chandler, George MacDonald Fraser y Michael Moorcock, así como William Gibson, Damon Runyon, Sarah Waters e incluso P. G. Wodehouse.