—Sí, príncipe. Aún no habéis abordado el tema del Escudo de Drutti.
Hamnir gimió, al igual que todo el resto de los presentes. Gotrek gruñó, pero aunque los enanos reunidos manifestaban impaciencia, la institución de los agravios y el sagrado deber de todo enano de resolver todas las ofensas registradas en el libro de agravios de su clan, les inspiraba demasiado respeto como para protestar, así que no hicieron nada más que refunfuñar, cruzarse de brazos y recostarse en el respaldo de la silla.
—Imploro tu perdón, Kirgi Narinsson —le dijo Hamnir al enano de barba blanca—, y el tuyo, Ulfgart Haginskarl —le dijo al otro—. Recordadme cuál es vuestro agravio. Ha sido un día largo.
El enano de las trenzas grises hizo una reverencia.
—Gracias, príncipe. Nosotros, del clan Traficante de Piedra, tenemos un agravio contra el clan Pielférrea, por robarnos el Escudo de Drutti, que fue un regalo que Gadrid Pielférrea, el padre de ese clan, le hizo a Hulgir Traficante de Piedra, el padre del nuestro, hace dos mil años, como muestra de agradecimiento cuando Hulgir rescató a la hija de Gadrid de manos de los trolls.
—¡No fue ningún regalo! —gritó Kirgi—. ¡No hubo ningún troll! Fue un asunto de comercio, puro y simple. Nuestro clan intercambió el escudo con el traicionero Hulgir, por los derechos de extracción de la mina de los abismos de Rufgrung, derechos que nunca se nos cedieron.
La pierna de Gotrek rebotaba como un martillo de vapor. Félix oía el ruido que hacían los dientes del Matador al rechinar.
—¿Es ése el escudo en discusión? —preguntó Hamnir, señalando detrás de Kirgi a un Rompehierros que tenía a su lado un enorme escudo con runas talladas.
—¡Sí! —gritó Ulfgart—. Se atreven a exhibir los objetos robados ante nosotros, y esperan que…
—¡Nosotros no lo robamos!; sólo recuperamos lo que era legítimamente nuestro. Cuando nos paguéis lo que se nos debe, estaremos encantados de devolvéroslo. Fue la naturaleza honrada y confiada del padre de nuestro clan la que…
—¡Bien! ¡Se acabó! —dijo Gotrek al mismo tiempo que se ponía en pie bruscamente y recogía el hacha.
Avanzó hasta la mesa de los Pielférrea y arrebató el Escudo de Drutti de manos del sorprendido portador, como si no pesara más que la tapa de una cacerola.
—¡Yo resolveré este agravio! —dijo.
Arrojó el escudo al suelo y lo partió en dos de un hachazo, que hendió madera y hierro con igual facilidad. Luego, dividió las mitades con enloquecidos hachazos, que hicieron volar astillas.
Se oyó una ahogada exclamación colectiva, pero los enanos allí reunidos parecían demasiado pasmados como para moverse.
Gotrek recogió los destrozados fragmentos del escudo, avanzó hasta el gran hogar y los echó al fuego, que rugió. Giró sobre sí mismo, y les dedicó una ancha sonrisa salvaje a los jefes de los clanes Pielférrea y Traficante de Piedra.
—Ya está. Ahora no tenéis nada por lo que pelearos. ¡Pongámonos en marcha!
Ulfgart, del clan Traficante de Piedra, fue el primero en recobrar la facultad del habla. Se volvió solemnemente hacia Hamnir, que tenía la cara oculta entre las manos.
—Príncipe Hamnir, el clan Traficante de Piedra renuncia formalmente al agravio que tiene contra el clan Pielférrea, y en cambio, deja constancia de uno contra el Matador Gotrek Gurnisson, y que se haga saber que este agravio sólo podrá resolverse con sangre.
—Sí —asintió Kirgi Narinsson, cuyos azules ojos ardían—. El clan Pielférrea también declara cancelado su agravio contra el clan Traficante de Piedra y manifiesta un nuevo agravio contra Gotrek Gurnisson. —Sacó el martillo que llevaba a la espalda y avanzó hacia Gotrek—. Y solicito el permiso del príncipe para resolver este agravio aquí y ahora.
Hamnir alzó la cabeza y le lanzó a Gotrek una mirada feroz.
—¡Maldito seas, Gurnisson! ¡Ahora tenemos dos agravios donde sólo había uno!
Gotrek escupió al suelo.
—¡Bah! Pensaba que eran enanos honorables, tan preocupados por la corrección que dejarían caer una fortaleza en manos de los pieles verdes a causa de un escudo. ¿Unos enanos así me obligarían a romper un juramento para que luche con ellos?
—¿Qué juramento es ése? —se burló Kirgi—. ¿Un juramento de cobardía?
—El juramento hecho a Hamnir —replicó Gotrek, al mismo tiempo que miraba al viejo enano con aire de superioridad—: ayudarlo y protegerlo hasta que Karak-Hirn sea recuperada. Matarte a ti no le servirá de nada, ¿no es cierto? Tendrás que esperar para morir.
Kirgi aferró con fuerza el martillo y le lanzó a Gotrek una mirada mortífera, pero al fin retrocedió.
—Que nadie diga que un guerrero del clan Pielférrea hizo jamás que un enano rompiera un juramento. Zanjaremos esto en los comedores de Karak-Hirn, después de haber bebido para celebrar su liberación.
—Será tu última copa —replicó Gotrek.
Ulfgart se volvió a mirar a Hamnir.
—Tampoco los del clan Traficante de Piedra pondrán en peligro esta empresa al acabar con la vida de un Matador probado. —Al oír esto, Gotrek soltó una carcajada. Ulfgart frunció el entrecejo y prosiguió—. También nosotros esperaremos hasta que Karak-Hirn haya sido recuperada.
Hamnir suspiró de alivio.
—Os doy las gracias a ambos por controlaros. —Recorrió la asamblea con la mirada—. ¿Hay algún otro agravio que deba presentarse? —Cuando nadie dijo nada, continuó—. Muy bien. En ese caso, escuchad. —Se puso de pie—. Éste es el plan por el que nos hemos decidido. Como ya sabéis, nuestras propias defensas protegen a los pieles verdes, y puesto que son una buena obra de enanos, son casi inexpugnables. Contamos con una fuerza que no llega a los mil quinientos efectivos. Si lleváramos a cabo un ataque frontal, perderíamos a más de la mitad antes de entrar. Por suerte, existe un acceso a la fortaleza que los pieles verdes no habrán descubierto. Un pequeño destacamento, al mando del Matador Gurnisson, entrará por él y atravesará la fortaleza hasta la puerta principal. Cuando la hayan abierto, entrará el ejército y se dividirá. El grueso de los efectivos ocupará la gran confluencia, mientras destacamentos más reducidos peinarán el resto de la fortaleza y harán huir a los pieles verdes por delante. Avanzaremos desde los niveles superiores a los inferiores, y haremos que abandonen la fortaleza a través de las bocaminas.
—¿Qué? —preguntó un enano joven—. ¿Les dejaremos las minas?
—Por supuesto que no —replicó Hamnir—, pero debemos asegurar la fortaleza antes de recuperar las minas, o corremos el peligro de dispersarnos demasiado. —Cuando no se produjo ninguna otra protesta, prosiguió—. Lo que aún está por determinar es qué compañías harán qué, y quién se presentará voluntario para abrir las puertas. Espero —añadió, y su expresión se endureció al oír el creciente murmullo de los enanos— que podremos llegar con rapidez a un acuerdo respecto al orden de marcha y la división de cometidos, sin discusiones ni recriminaciones, porque el tiempo es de vital importancia.
Por todo el salón, los enanos empezaron a levantarse y alzar la voz para exigir una u otra posición.
Gotrek gruñó y se volvió a mirar a Félix.
—Vamos, humano, estarán toda la noche con esto.
—¿No quieres saber a quién vas a comandar? —preguntó Félix.
—No tanto como quiero encontrar un trago.
Gotrek se encaminó hacia la entrada de la estancia y rió entre dientes para sí mismo al pasar junto al gran hogar donde el Escudo de Drutti ardía alegremente.
A primeras horas de la mañana siguiente, cuando los sonidos de los clanes que formaban en el patio llegaron a través de la puerta abierta, Gotrek y Félix, con ojos turbios, miraron a los enanos que se encontraban sentados dentro de los establos del castillo Rodenheim, esperándolos, con mochilas y armas, armaduras y rollos de cuerda en el suelo, a sus pies. Hamnir se encontraba de pie en la entrada, ataviado con brillante armadura, y parecía incómodo. Sujetaba un antiguo cuerno de latón con filigranas de plata.
—Éstos son los voluntarios, Gurnisson —dijo—; todos han jurado seguirte hasta la muerte, si fuera necesario, y por tanto, obedecer tus órdenes. —Señaló con un gesto a un viejo de barba blanca y aspecto confuso, con ojos reumáticos y una pata de palo—. El viejo Matrak ayudó a Birrisson a tapiar el pasadizo del hangar y construir las puertas secretas. Él abrirá las cerraduras y os conducirá a través de las trampas.
El ingeniero dejó de masticar el largo bigote blanco y le dedicó a Gotrek un asentimiento inexpresivo. Félix reparó en que le temblaban las manos. «
Y además, una pata de palo
—pensó—
. Será interesante subir a este anciano por la pared de un risco.
»
Hamnir se volvió hacia Thorgig y Kagrin, que eran los que se encontraban más cerca de él.
—Thorgig llevará… —le lanzó una mirada feroz al joven enano—. .. llevará el cuerno de guerra de Karak-Hirn, y lo hará sonar desde la atalaya de la Puerta del Cuerno cuando estéis preparados para abrir las puertas. No avanzaremos hasta que lo oigamos. —Le tendió el cuerno a Thorgig, que se adelantó para cogerlo.
Antes de que pudiera hacerlo, Hamnir lo retiró, con el entrecejo fruncido.
—Thorgig, ¿estás seguro de esto? Hay pocas esperanzas de sobrevivir. Otros que podrían…
—¿Quién? —preguntó Thorgig con los labios apretados—. He servido como guardia de la Puerta del Cuerno durante diez años. ¿Quién, entre los supervivientes, conoce mejor que yo el mecanismo de la puerta, el emplazamiento de las salas? Tengo que ser yo.
—Gotrek sabe interpretar mapas.
—¿Puede tocar un cuerno? ¿Conoce los diferentes toques?
Hamnir gruñó. Félix tuvo la sensación de que él y Thorgig ya habían discutido el asunto muchas veces.
El príncipe se volvió a mirar a Kagrin.
—¿También tú, Kagrin? Tu destreza es dar forma a las hachas, no blandirías. ¿Vas a desperdiciar tu vida y privarnos de tu arte?
Kagrin se encogió de hombros y se miró los pies.
—Allá donde vaya Thorgig, voy yo —murmuró.
—Yo también he intentado decirle lo mismo —explicó Thorgig, con enfado—, pero no quiere escucharme.
—Intenta decírtelo a ti mismo —le espetó Hamnir—. Tienes una larga vida por delante.
—Mi vida ya está perdida —declaró Thorgig, tenso—. Dejé a mi clan y a mi familia atrapados en una fortaleza llena de pieles verdes, y escapé a un lugar seguro. Salvarlos será lo único que borrará mi vergüenza.
—No tienes razón alguna para avergonzarte. Había un ejército de orcos en el camino —dijo Hamnir—. No habrías logrado llegar hasta ellos.
—Entonces, debería haber muerto en el intento.
El puño de Hamnir apretó el cuerno hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Daba la impresión de que iba a romperlo. Finalmente, se lo tendió a Thorgig con tal brusquedad que le golpeó el pecho, y dio media vuelta.
—Debéis poneros en marcha de inmediato si queréis entrar en la fortaleza antes de que estemos en posición —dijo al pasar junto a Gotrek. Al llegar a la puerta del establo, se detuvo y se volvió a mirarlos con expresión solemne—. Os deseo suerte a todos. De vosotros depende nuestro éxito… o nuestro fracaso.
Salió.
* * *
Una sensación gélida se apoderó del corazón de Félix.
—Es inspirador, ¿verdad? —le dijo a Gotrek, hablando por un lado de la boca.
Gotrek se encogió de hombros.
—¿Qué otra cosa quieres de un perjuro?
Félix no tenía ni idea de qué tenía que ver eso con nada.
—¡El príncipe Hamnir no es ningún perjuro! —dijo Thorgig—. Retíralo.
—¿Y qué sabes tú de eso, barbanueva? —preguntó Gotrek—, Tú no habías nacido. —Apartó los ojos de Thorgig y miró a los otros con el ceño fruncido—. Un Traficante de Piedra y un Pielférrea —dijo mirando a un enano de expresión fría y barba negra que lucía la runa del clan Traficante de Piedra, y a un Pielférrea de rubia melena y ojos azules que era una copia exacta de Kirgi Narinsson, salvo por que era al menos un siglo más joven y tenía una cicatriz que descendía por el lado izquierdo de su cara. Llevaba un trocito de madera quemada sujeto a la enorme barba rubia como si fuera un amuleto—. Ranulfsson tiene una vena sórdida —comentó Gotrek al mismo tiempo que sacudía la cabeza—. Lo disimula bien, pero la tiene.
—No estamos aquí por orden del príncipe —aclaró el enano rubio con una sonrisa traviesa mientras jugaba con el trozo de madera ennegrecida—. Nos presentamos voluntarios, como ha dicho él.
El enano de barba negra asintió con la cabeza.
—Tanto el clan Pielférrea como el clan Traficante de Piedra tienen interés en mantenerte con vida en esta aventura. —Tenía una voz tan suave y fría como la nieve—. No queremos que nos estafen la oportunidad de resolver nuestros agravios contigo.
—No tenéis que preocuparos por mí —dijo Gotrek con un suspiro—; no, si lucho contra pieles verdes.
—¿Vamos a llevar a un humano al interior de la fortaleza? —preguntó un canoso Rompehierros, con la nariz partida y el pelo y la barba trenzados. Miraba a Félix como si esperara que le crecieran colmillos y cuernos—. Se enterará de nuestros secretos.
—Es un Amigo de los Enanos —replicó Gotrek—. Yo respondo por él.
—¿Amigo de Enanos? —bufó el anciano Rompehierros—. Los enanos no tienen más amigos que los enanos.
—No es de extrañar que hayamos dejado atrás nuestra gloria —replicó Gotrek con tono seco—. ¿Cómo te llamas, agorero?
—Sketti Manomartillo, ése soy —declaró el enano, que hinchó el pecho—, del clan Manomartillo. Rompehierros y guardia de profundidad de Karak-Izor. —Y fiel a su palabra, el mango de un martillo de guerra le sobresalía por detrás del hombro derecho.
Gotrek, nada impresionado, apartó la mirada de él.
—¿Y tú —preguntó al mirar al enano de negra barba, del clan Traficante de Piedra—, el que quiere protegerme para luchar después conmigo?
—Druric Brodigsson —declaró el enano con su voz suave—, guardia del paso del Fuego Negro, a tus órdenes, por ahora. —Inclinó la cabeza cubierta de cerdoso pelo negro, muy corto—. Aunque puede ser que no sea yo quien luche contigo; aún está discutiéndose quién tendrá el honor de hacerlo. Rezo para ser el elegido. Siempre he querido tomarle las medidas a un Matador.
—Primero, toma las medidas para tu ataúd —replicó Gotrek.
Se volvió hacia los otros, y su mirada pasó de largo de Matrak, el ingeniero que volvía a masticar el bigote y mirar a la nada, y se detuvo en el enano rubio de los penetrantes ojos azules.